martes, 26 de julio de 2011

Miércoles de la 17ª semana del Tiempo Ordinario: el Reino de Dios se manifiesta en toda la creación, y cuando lo procuramos seguir nos ilumina su resp


Miércoles de la 17ª semana del Tiempo Ordinario: el Reino de Dios se manifiesta en toda la creación, y cuando lo procuramos seguir nos ilumina su resplandor, que viene de la gloria de Dios

Exodo 34,29-35: 29 Luego, bajó Moisés del monte Sinaí y, cuando bajó del monte con las dos tablas del Testimonio en su mano, no sabía que la piel de su rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con él. 30 Aarón y todos los israelitas miraron a Moisés, y al ver que la piel de su rostro irradiaba, temían acercarse a él. 31 Moisés los llamó. Aarón y todos los jefes de la comunidad se volvieron a él y Moisés habló con ellos. 32 Se acercaron a continuación todos los israelitas y él les conminó cuanto Yahveh le había dicho en el monte Sinaí. 33 Cuando Moisés acabó de hablar con ellos, se puso un velo sobre el rostro. 34 Siempre que Moisés se presentaba delante de Yahveh para hablar con él, se quitaba el velo hasta que salía, y al salir decía a los israelitas lo que Yahveh había ordenado. 35 Los israelitas veían entonces que el rostro de Moisés irradiaba, y Moisés cubría de nuevo su rostro hasta que entraba a hablar con Yahveh.

Salmo 99,5-7,9: 5 Exaltad a Yahveh nuestro Dios, postraos ante el estrado de sus pies: santo es él. 6 Moisés y Aarón entre sus sacerdotes, Samuel entre aquellos que su nombre invocaban, invocaban a Yahveh y él les respondía. 7 En la columna de nube les hablaba, ellos guardaban sus dictámenes, la ley que él les dio. 9 Exaltad a Yahveh nuestro Dios, postraos ante su monte santo: santo es Yahveh, nuestro Dios.

Mateo 13,44–46: 44 «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.» 45 «También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, 46 y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.

Comentario: 1.- Ex 34, 29-35: -Cuando bajó Moisés de la montaña del Sinaí, con las dos tablas de la Ley en sus manos, no sabía que su rostro «irradiaba» luz por haber estado hablando con el Señor. Vivir con Dios, de modo más explícito, durante un tiempo prolongado, no puede dejar de transformar a un hombre. Moisés acaba de pasar cuarenta días de «retiro», solo, allá arriba, en la desnudez de una cueva, con hambre y ayuno, con Dios como único interlocutor... en medio de rocas, en el aire vivificante de las cimas y al sol que quema. Esta experiencia deja forzosamente unas huellas: la piel quemada. ¡Su rostro «irradiaba» luz! El término qaran, “resplandecer”, “ser radiante”, es muy parecido a qeren, “cuerno”, de ahí la traducción de S. Jerónimo: “y su rostro volvió con cuernos luminosos” que ha influido en el arte, como esculpió Miguel Ángel en el Moisés famoso, con sus cuernos.

Hay que procurar imaginarse a ese hombre que baja entre las rocas para volver a sus hermanos. Porque después de la oración y del retiro es preciso volver a la vida corriente y reemprender los trabajos, los contactos humanos y las responsabilidades. -Moisés los llama. Aaron y todos los jefes de la comunidad se le acercan y les dirige la palabra. Luego se acercan todos los hijos de Israel y les transmite las órdenes del Señor que había recibido en la montaña. Contemplar y transmitir. Orar y actuar. Moisés, «hombre de oración» y «hombre de acción». La mayoría de los grandes místicos fueron también hombres y mujeres sumamente activos. Pensemos en san Bernardo, santa Teresa de Jesús, san Josemaría Escrivá, el Padre de Foucauld. Nos equivocamos cuando oponemos los dos tipos de vida: de hecho la oración anima y transforma la acción haciéndola más verdadera, más sólida, más perseverante... y la acción nutre la oración, haciéndola más realista... Según mi tipo de vida, según mi temperamento me siento llevado hacia tal o cual tendencia: ¿he de buscar quizá el equilibrio? ¿He de decidirme a un mayor compromiso? ¿Decidirme a disminuir mis compromisos en beneficio de la oración? Moisés el «libertador»... el «santo»... Se discute mucho HOY sobre la dimensión «política» de la Fe. En su sentido noble, la política, es todo lo que se refiere a la organización de los hombres en sociedad, es establecer las estructuras de las relaciones humanas en las ciudades, en los grupos que han de vivir juntos. ¿Cómo podría la fe permanecer extraña a ese dominio esencial? El Éxodo nos proporciona un ejemplo significativo: el amor de Dios suscita un pueblo que se organiza, que se libera, que se unifica. Moisés es un «líder», un jefe político suscitado por Dios. Pero también ¡qué interioridad, la suya! En efecto, Dios es un poder colectivo de liberación y de unión. Esta revelación del Éxodo nos desconcierta, a veces, porque estamos habituados a una predicación «espiritual» e «individual». Hemos de redescubrir la síntesis que logró Moisés: Dios, el primero en ser servido, pero Dios servido en nuestros hermanos. El evangelio no nos dirá otra cosa.

-Cuando acabó de hablarles, Moisés se puso un velo sobre el rostro. Siempre que se presentaba ante el Señor para conversar con El se quitaba el velo hasta que salía de la Tienda de Reunión... Se ponía de nuevo el velo hasta que volvía a hablar con el Señor... Un ritmo vital, el ritmo del corazón: «diástole», la sangre va al corazón... «sístole», la sangre va de nuevo al cuerpo... Emplear un tiempo con Dios... Emplear un tiempo con el mundo... ¿Qué significado atribuimos al «velo» con el cual Moisés se cubre el rostro? ¡Delante de Dios se presenta «a cara descubierta»! Delante de los hombres, ¡permanece «velado» (Noel Quesson).

2. El Éxodo resalta, de modo particular, que Moisés actúa de mediador, que intercede ante Dios por su pueblo y le comunica a éste la palabra de Dios. Es un hombre de Dios y un hombre del pueblo. Cercano a los dos. Por eso el Salmo dice de él: «Moisés y Aarón con sus sacerdotes... invocaban al Señor y él respondía, Dios les hablaba desde la columna de nube». ¿Nos brilla el rostro después de haber estado orando y celebrando, en la presencia de Dios? Moisés bajó de los cuarenta días del monte -días de oración, soledad y experiencia religiosa-, y todos se lo notaron. Cuando terminamos Ejercicios espirituales o un retiro mensual o, sencillamente, nuestra celebración de la Eucaristía o de la Oración de las Horas o nuestra meditación, ¿se nos nota? No hace falta que nos brille el rostro y tengamos que cubrirnos con un velo para no deslumbrar. Lo que se nos tendría que notar en la cara es una actitud de fe en Dios, de alegría, de esperanza, de entrega gozosa al trabajo, de optimismo. No nos quedamos en la montaña de la oración. Bajamos al valle del trabajo y la misión. Pero lo hacemos conjugando oración y entrega, como Moisés, impregnando de oración el trabajo y llevando el compromiso misionero a nuestra oración. Personas de Dios. Personas entregadas a su trabajo. Todos mediadores, de alguna manera, entre Dios y la humanidad. A los ministros en la comunidad Pablo nos recuerda que se nos tendría que notar la gloria de Dios, como se le veía a Moisés, y eso que su ministerio era pasajero y el nuestro, ya definitivo, porque es colaboración con Cristo Jesús (cf 2 Co 3,7 y su comentario el jueves de la semana 10ª). Pero extiende a todos su exhortación: «todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos» (2 Co 3,18). El resplandor de Dios se llama Cristo Jesús, al que en uno de los mejores himnos, le llamamos «Luz gozosa de la santa gloria del Padre». Los que entramos en comunión con él por la oración y, sobre todo, por la Eucaristía, debemos reflejar luego, en nuestro modo de actuar en la vida, esa luz ante los demás.

Juan Pablo II comenta: “"El Señor reina". Esta aclamación, con la que se inicia el salmo 98, que acabamos de escuchar, revela su tema fundamental y su género literario característico. Se trata de un canto elevado por el pueblo de Dios al Señor, que gobierna el mundo y la historia como soberano trascendente y supremo. (…) En efecto, el fiel, al comenzar su jornada, sabe que no se halla abandonado a merced de una casualidad ciega y oscura, ni sometido a la incertidumbre de su libertad, ni supeditado a las decisiones de los demás, ni dominado por las vicisitudes de la historia. Sabe que sobre cualquier realidad terrena se eleva el Creador y Salvador en su grandeza, santidad y misericordia. (…)

Tres veces se repite, casi en forma de antífona, que "él es santo" (vv. 3, 5 y 9). Ese término, en el lenguaje bíblico, indica sobre todo la trascendencia divina. Dios es superior a nosotros, y se sitúa infinitamente por encima de cualquiera de sus criaturas. Sin embargo, esta trascendencia no lo transforma en soberano impasible y ajeno: cuando se le invoca, responde (cf. v. 6). Dios es quien puede salvar, el único que puede librar a la humanidad del mal y de la muerte. En efecto, "ama la justicia" y "administra la justicia y el derecho en Jacob" (cf. v. 4).

Sobre el tema de la santidad de Dios los Padres de la Iglesia hicieron innumerables reflexiones, celebrando la inaccesibilidad divina. Sin embargo, este Dios trascendente y santo se acercó al hombre. Más aún, como dice san Ireneo, se "habituó" al hombre ya en el Antiguo Testamento, manifestándose con apariciones y hablando por medio de los profetas, mientras el hombre "se habituaba" a Dios aprendiendo a seguirlo y a obedecerle. San Efrén, en uno de sus himnos, subraya incluso que por la Encarnación "el Santo tomó como morada el seno (de María), de modo corporal, y ahora toma como morada la mente, de modo espiritual". Además, por el don de la Eucaristía, en analogía con la Encarnación, "la Medicina de vida bajó de lo alto, para habitar en los que son dignos de ella. Después de entrar, puso su morada entre nosotros, santificándonos así a nosotros mismos dentro de él".

Este vínculo profundo entre "santidad" y cercanía de Dios se desarrolla también en el salmo 98. En efecto, después de contemplar la perfección absoluta del Señor, el salmista recuerda que Dios se mantenía en contacto constante con su pueblo a través de Moisés y Aarón, sus mediadores, así como a través de Samuel, su profeta. Hablaba y era escuchado, castigaba los delitos, pero también perdonaba. El "estrado de sus pies", es decir, el trono del arca del templo de Sión (cf. vv. 5-8), era signo de su presencia en medio del pueblo. De esta forma, el Dios santo e invisible se hacía disponible a su pueblo a través de Moisés, el legislador, Aarón, el sacerdote, y Samuel, el profeta. Se revelaba con palabras y obras de salvación y de juicio, y estaba presente en Sión por el culto celebrado en el templo.

Así pues, podríamos decir que el salmo 98 se realiza hoy en la Iglesia, sede de la presencia del Dios santo y trascedente. El Señor no se ha retirado al espacio inaccesible de su misterio, indiferente a nuestra historia y a nuestras expectativas, sino que "llega para regir la tierra. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud" (Sal 97,9). Dios ha venido a nosotros sobre todo en su Hijo, que se hizo uno de nosotros para infundirnos su vida y su santidad. Por eso, ahora no nos acercamos a Dios con terror, sino con confianza. En efecto, tenemos en Cristo al Sumo sacerdote santo, inocente, sin mancha. "De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor" (Hb 7,25). Así, nuestro canto se llena de serenidad y alegría: ensalza al Señor rey, que habita entre nosotros, enjugando toda lágrima de nuestros ojos (cf. Ap 21,3-4)”.

Toda la creación está expentante, es “la espera ansiosa de la creación anhela la manifestación de los hijos de Dios; pues la creación se ve sujeta a la vanidad, no por su voluntad, sino por quien la sometió, con la esperanza de que también la misma creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Porque sabemos que la creación entera gime y sufre toda ella con dolores de parto hasta el momento presente”( Rom 8,19-22). Y todos hemos de procurar "conocer la naturaleza íntima de todas las criaturas, su valor y su ordenación a la alabanza divina" (LG 36, donde se puede ver la idea de manera más amplia y en profundidad).

3.- Mt 13,44-46 (ver domingo 17-A). Dos parábolas más, muy breves, y ambas coincidentes en su intención: la del que encuentra un tesoro escondido bajo tierra y la del comerciante que, entre las perlas, descubre una particularmente preciosa. Los dos venden cuanto tienen, para asegurarse la posesión de lo que sólo ellos saben que vale tanto. Hoy Jesús hubiera podido añadir ejemplos como el del que juega en bolsa y sabe qué acciones van a subir, para invertir en ellas, o el de un coleccionista que descubre por casualidad un cuadro o una partitura o una moneda de gran valor. Y no digamos, un pozo de petróleo. Es una sabiduría rara -la verdadera sabiduría- la de descubrir cuáles son los valores auténticos en esta vida, y cuáles, no, a pesar de que brillen más o parezcan más atrayentes. ¿Qué es más importante: el dinero, la salud, el éxito, la fuerza, el gozo inmediato? ¿o la felicidad, el amor verdadero, la cultura, la tranquilidad de conciencia? Pero todavía es más necesaria la verdadera sabiduría cuando se trata de descubrir cuáles son los valores del Reino que Dios más aprecia, cuáles sus planes sobre nosotros, los que nos conducen a la verdadera felicidad. A veces, son verdaderamente un tesoro escondido o una perla única. Muchos cristianos, jóvenes y mayores, tienen la suerte de poder agradecer a Dios el don de la fe, o de haber descubierto en una determinada vocación el camino que Dios les destinaba, o de haberse encontrado con Cristo Jesús, como Pablo cerca de Damasco, o como Mateo cuando estaba sentado a su mesa de impuestos, o como los pescadores del lago que oyeron la invitación de Jesús. Y lo han dejado todo y han encontrado la alegría y el pleno sentido de sus vidas. En la vida religiosa. O en el ministerio sacerdotal. O en una vida cristiana comprometida y vivida con coherencia, para bien de los demás. Es una buena inversión. Aunque no sea aplaudida por este mundo ni cotice en la Bolsa (J. Aldazábal).

La alegría del Evangelio es como la alegría de aquél que, habiendo encontrado un tesoro, se vuelve loco de alegría, vuelve a casa y vende todos sus bienes, incluso los malvende, para poder comprar el campo en cuestión. Los vecinos piensan que se ha vuelto loco, sospechan que quizá está siendo chantajeado por alguien y necesita dinero, o que tal vez lo haya perdido todo en una casa de juego. Pero aquel hombre sabe muy bien adónde quiere llegar, y no le importa lo que digan de él. No le impresionan las palabras ni los juicios de los demás, porque sabe que el tesoro que ha encontrado vale más que todo cuanto tenía. También el mercader que ha encontrado la perla preciosa lo vende todo, y la gente piensa que quiere cambiar de oficio o que no está en sus cabales. Pero él sabe que, cuando tenga la perla preciosa, tendrá un bien mucho mayor que todas las demás perlas juntas y que, si quiere, podrá incluso volver a comprarlas todas.

La alegría del Evangelio es propia de aquel que, habiendo encontrado la plenitud de la vida, se ve libre, sin ataduras, desenvuelto, sin temores, sin trabas. Ahora bien, ¿creéis, acaso, que quien ha encontrado la perla preciosa va a ponerse a despreciar todas las demás? ¡Ni mucho menos! El que ha encontrado la perla preciosa se hace capaz de colocar todas las demás en una escala justa de valores, de relativizarlas, de juzgarlas en relación con la perla más hermosa. Y lo hace con extrema simplicidad, porque, al tener como piedra de comparación la perla preciosa, sabe comprender mejor el valor de todas las demás. El que ha encontrado el tesoro no desprecia lo demás, no teme entrar en tratos con los que tienen otros tesoros, puesto que él está ahora en condiciones de atribuir a cada cosa su valor exacto (Carlo M. Martini).

-Jesús hablaba en parábolas... Jesús hablaba en "imágenes", como todos los narradores de oriente. Jesús no hablaba de modo abstracto: más que "ideas", lanzaba "sugerencias"... usaba palabras, símbolos, términos evocadores, que cada uno podía comprender, y que resonaban hasta el infinito. No son razonamientos lógicos ni pensamientos rigurosos, lo que hay que buscar ante todo en las parábolas, sino "a la persona misma de Jesús que nos las cuenta", que las ha inventado para nosotros. Las parábolas han salido de su corazón. -El reino de Dios se parece a un tesoro... Un tesoro. Sí. Un tesoro. No hay nadie en la tierra que no pueda entender; si bien cada uno lo entienda a su manera. Un tesoro es, para todos, algo deseable, algo codiciable. -Un tesoro escondido en un campo... Introducido, escondido. En Palestina, en tiempos de Jesús no abundaban los Bancos o las cajas-fuertes para poner en seguridad los pequeños ahorros de una familia: se enterraban las monedas en algún lugar secreto; y solía pasar que el propietario del tesoro moría sin haber confiado a nadie el lugar del escondite. -La persona que lo encuentra, lo vuelve a esconder... Vuelve a esconder el tesoro. Se cerciora de que no le han visto: ¿qué pasará? -Y de la alegría, va a vender todo lo que tiene... He aquí a lo que Jesús quería llegar: A la alegría... Al desprendimiento total y gozoso, para el Reino. ¡No es la única vez que Jesús habla de "alegría"! Es un tema frecuente en su habla. ¿Cómo pronunciabas esa palabra? ¿Cuál era la expresión de tu rostro, cuando tratabas ese tema? Me gusta contemplar ese rasgo de tu persona. Tú que vivías tan íntimamente en el Reino, "vivías en la alegría". Y propones la alegría a los que descubren el Reino. ¡Vender todo lo que poseo! ¡Ah, Señor! ¡No es la única vez que Jesús se revela ser hombre de decisión radical! También esto es frecuente en El. Me gusta contemplar ese rasgo de tu persona. ¡No fuiste hombre de términos medios! ¡Lo dabas todo! Ponías precio a las cosas, un precio alto. Y esa es la actitud que propones para toda vida cristiana.

"Pero ¡esto es una locura!"... debieron decir todos los que le vieron que vendía sus bienes. -Y compró aquel campo. No, no estaba loco. Los demás eran ignorantes. Lejos de ser una pérdida fue una total ganancia para él.

-Se parece también el reino de Dios a un comerciante que busca perlas finas; al encontrar una perla de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró. El Reino, no es solamente la Alegría, lo deseable, el tesoro... Es también la "belleza", la perfección, la perla fina y no basta dar con ella al azar, cultivando su campo... Vale la pena "buscarla", como hace un coleccionista en pos de una pieza rara que falta a su colección. Nueva imagen. ¿Es así como te busco yo, Señor, ávidamente? (Noel Quesson).

Las parábolas muestran la actitud de quienes descubren el valor del Reino. En la primera el Reino no es algo obvio. Es un tesoro escondido que sobresalta a quien lo encuentra. La persona que descubre el Reino de Dios, en Jesús y en su Palabra, se siente conmovido por esta experiencia. La ve como una verdadera fortuna por la cual es necesario darlo todo. Si seguir a Jesús se nos antoja un sacrificio muy grande es que igual todavía no hemos descubierto el verdadero valor del Reino. Hay muchos cristianos para los que serlo viene a ser como una especie de enorme carga que llevan pegada a la espalda. Para ellos ser cristiano no es motivo de gozo. Posiblemente todavía no han abierto el cofre del tesoro, ni han quitado el polvo que cubre la belleza sin límite de la perla.

En la segunda, se trata de un comerciante que busca perlas finas hasta que encuentra la definitiva. Estas actitudes identifican dos grupos de personas. Unas que accidentalmente tropiezan con Jesús y su Palabra y descubren su valor. A estas personas las sobrecoge la alegría porque no esperaban nada, sin embargo, Dios les ha salido al encuentro. Su existencia a partir de ese momento estará iluminada por una nueva luz. Otras personas, están en el afán de buscar un valor que dé significado a su vida. Si ven la trascendencia del mensaje de Jesús descubrirán lo que estaban buscando. A sus manos ha llegado algo que transformará su existencia. De ahí en adelante, percibirán toda su vida como un camino que los ha conducido al lugar adecuado. A nuestro pueblo le ha ocurrido como a la persona que descubrió el tesoro. El pueblo duró muchos años sin poder acceder a la Palabra de Dios. La veía, recibía y aprendía siempre de forma indirecta. La alegría ha sido inmensa ahora que la tiene en sus manos. Pone en ella toda su esperanza y han dado todo para llegar a conocerla. La Biblia ha transformado su vida y la de las comunidades cristianas: se han enriquecido con un tesoro inagotable. El pueblo sabe lo que tiene y, por eso, la Palabra va a quedar siempre en sus manos (Servicio Bíblico Latinoamericano).

LLuciá Pou Sabaté

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