San Juan 6,51-59:
Quien recibe el Cuerpo de Cristo vive en Cristo vida divina, y en comunión con los demás hombres como hermanosAutor: Padre Llucià Pou Sabaté
Lectura del libro del Deuteronomio 8,2-3. 14b-16ª:
Habló Moisés al pueblo y dijo: -Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. El te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná -que tú no conocías ni conocieron tus padres- para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No sea que te olvides del Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua; que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.
SALMO RESPONSORIAL 147,12-13. 14-15. 19-20
(comienza el texto original hebreo por el versículo 12, porque los salmos 146 y 147 de
Glorifica al Señor, Jerusalén; / alaba a tu Dios, Sión, / que ha reforzado los cerrojos de tus puertas / y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.
Ha puesto paz en tus fronteras, / te sacia con flor de harina; / él envía su mensaje a la tierra / y su palabra corre veloz.
Anuncia su palabra a Jacob; / sus decretos y mandatos a Israel; / con ninguna nación obró así / ni les dio a conocer sus mandatos.
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 10,16-17:
Hermanos: El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo?El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 6,51-59 (cf. también el Domingo 20 del ciclo B):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: -Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Disputaban entonces los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: -Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.
Comentario:
1. La lección del desierto es ésta: que Israel vive de la palabra de Dios. En la abundancia y en la escasez, lo que hace sobrevivir al pueblo es siempre la obediencia al Señor: “no sólo de pan vive el hombre, sino de lo que sale de la boca del Señor”, como recordará Jesús al rechazar la primera tentación de Satanás en el desierto (cf. Mt 4,4).
Cuando el autor escribe estas palabras -que él atribuye a Moisés- el pueblo de Israel vive ya tranquilamente en la tierra que le había sido prometida, una tierra que mana leche y miel. Pero la fertilidad de la tierra y la tierra misma se pueden perder. La única posibilidad de supervivencia sigue siendo para Israel la confianza en Dios y en el acatamiento de su voluntad. Desde la nueva situación de prosperidad y de abundancia relativa, el desierto es para Israel una realidad terrible, felizmente lejana, es señal de muerte -el desierto es lugar habitado por animales feroces (vv. 3.15)-, pero también preparación, espera para fomentar en el pueblo la necesidad y esperanza de Dios. En la humillación y aflicción (vv. 2.3) el pueblo sufre penalidades: hambre, sed. La etapa es muy larga: cuarenta años (vs 2.4; cf Am 5, 25; Os 2, 14ss). Pero Dios no tiene ansia de humillar por mero capricho; así el desierto es también época de a) prueba (vs. 2. 16b): Dios es un buen pedagogo (vs. 3, 5) que humilla al hombre para ponerlo a prueba, en situación crítica, para descubrir sus intenciones, sus verdaderos sentimientos. En la prueba, Israel también aprenderá su total dependencia de Dios; b) consuelo: el hombre depende de Dios; el Señor calma su sed con agua (v. 15) y el hambre con el maná (vs. 3.16), pero el hombre no sólo vive de pan sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. El autor no desarrolla tanto el carácter milagroso del alimento (cf Ex. 16; Sal 78, 24 s) cuanto la actitud de Israel ante este gesto de Dios. Según la teología del Deuteronomio, la palabra de Dios es vida para Israel (Dt 30,15 ss.; 32,47). Aceptar el maná es preferir la aventura de la fe a las seguridades humanas, es confiar en la palabra de Dios. Y nosotros, ¿qué preferimos? Es cierto que pasamos por etapas de “crisis económicas”, pero, en general, nuestra abundancia de bienes supera con creces la del pueblo de Israel. La tentación del bienestar: vídeo, informática, chalets, vacaciones... es diaria (1 Cor 10). ¿Cuál es nuestro maná? Nuestro peligro será siempre el engreimiento y la autosuficiencia (A. Gil / Biblia de Navarra). La “tierra prometida” a la que Israel ha llegado expresa la bondad de Dios para Israel: el descanso, la paz, la felicidad… pero si un día Israel se gloria de que esto es mérito propio, si prescinde de Dios, la nueva situación es mucho más peligrosa en cuanto favorece el sentimiento de autosuficiencia y lleva al olvido del Señor, que sacó al pueblo de la esclavitud y le dio de comer y beber en el desierto. El predicador ve este peligro y avisa la conciencia del pueblo con el recuerdo de sus orígenes.
2. “Te sacia con flor de trigo”…
Hubo una época en
Tu poder está escondido, Señor, en los tiernos copos que se posan suaves sobre los árboles y la tierra. No hay ningún ruido, ni presión, ni violencia; y, sin embargo, todo cede ante la mano invisible del maestro pintor. Imagen de tu acción, Señor, suave y poderosa cuando se encarga del corazón del hombre. Tu poder es universal, Señor. Nada en toda la tierra se escapa a tu influencia. Todo el paisaje es blanco. Llegas a las altas montañas y a los valles escondidos; cubres las ciudades cerradas y los campos abiertos. Te presentas ante el sabio y ante el ignorante; amas al santo y al pecador. Tu gracia lo cubre todo. Tu llegada es inesperada, Señor. Me despierto una mañana, me asomo a la ventana y veo que la tierra se ha vuelto blanca de repente, sin que sospechara nada la noche. Tú sabes los tiempos y las horas, tú gobiernas las mareas y las estaciones. Tú haces descender en el momento exacto la bendición refrescante de tu gracia sobre las pasiones de mi corazón. Apaga el fuego, Señor, antes de que me queme. Señor del sol y las estrellas, Señor de la lluvia y la tormenta, Señor del hielo y la nieve, Señor de la naturaleza que es tu creación y mi casa: me regocijo al verte actuar sobre la tierra y recibo con alegría a los mensajeros atmosféricos que me llegan desde el cielo para confirmarme tu ayuda y recordarme tu amor. ¡Señor de las cuatro estaciones! Te adoro en el templo de la naturaleza (Carlos G. Vallés).
Decía Juan Pablo II: “A menudo se entona el salmo 147 refiriéndolo a la palabra de Dios, que "corre veloz" sobre la faz de la tierra, pero también a
Los estudiosos ponen de relieve que este salmo está vinculado al anterior, constituyendo una única composición, como sucede precisamente en el original hebreo. En efecto, se trata de un único cántico, coherente, en honor de la creación y de la redención realizadas por el Señor. Comienza con una alegre invitación a la alabanza: "Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa" (Sal 146, 1). Si fijamos nuestra atención en el pasaje que acabamos de escuchar, podemos descubrir tres momentos de alabanza, introducidos por una invitación dirigida a la ciudad santa, Jerusalén, para que glorifique y alabe a su Señor (cf. Sal 147, 12).
En el primer momento (cf. vv. 13-14) entra en escena la acción histórica de Dios. Se describe mediante una serie de símbolos que representan la obra de protección y ayuda realizada por el Señor con respecto a la ciudad de Sión y a sus hijos. Ante todo se hace referencia a los "cerrojos" que refuerzan y hacen inviolables las puertas de Jerusalén. Tal vez el salmista se refiere a Nehemías, que fortificó la ciudad santa, reconstruida después de la experiencia amarga del destierro en Babilonia (cf. Ne 3, 3. 6. 13-15; 4, 1-9; 6, 15-16; 12, 27-43). La puerta, por lo demás, es un signo para indicar toda la ciudad con su solidez y tranquilidad. En su interior, representado como un seno seguro, los hijos de Sión, o sea los ciudadanos, gozan de paz y serenidad, envueltos en el manto protector de la bendición divina. La imagen de la ciudad alegre y tranquila queda destacada por el don altísimo y precioso de la paz, que hace seguros sus confines. Pero precisamente porque para
En la segunda parte del salmo (cf. Sal 147, 15-18), Dios se presenta sobre todo como creador. En efecto, dos veces se vincula la obra creadora a
Entonces se pasa al tercer momento, el último, de nuestro himno de alabanza (cf. vv. 19-20). Se vuelve al Señor de la historia, del que se había partido.
3. San Pablo destaca la exigencia de unidad que brota de
“Me gustaría que, al considerar todo eso, tomáramos conciencia de nuestra misión de cristianos, volviéramos los ojos hacia la Sagrada Eucaristía, hacia Jesús que, presente entre nosotros, nos ha constituido como miembros suyos: vos estis corpus Christi et membra de membro (1 Cor 12, 27), vosotros sois el cuerpo de Cristo y miembros unidos a otros miembros. Nuestro Dios ha decidido permanecer en el Sagrario para alimentarnos, para fortalecernos, para divinizarnos, para dar eficacia a nuestra tarea y a nuestro esfuerzo. Jesús es simultáneamente el sembrador, la semilla y el fruto de la siembra: el Pan de vida eterna. Este milagro, continuamente renovado, de la Sagrada Eucaristía, tiene todas las características de la manera de actuar de Jesús. Perfecto Dios y perfecto hombre, Señor de cielos y tierra, se nos ofrece como sustento, del modo más natural y ordinario. Así espera nuestro amor, desde hace casi dos mil años. Es mucho tiempo y no es mucho tiempo: porque, cuando hay amor, los días vuelan.
Viene a mi memoria una encantadora poesía gallega, una de esas Cantigas de Alfonso X el Sabio. La leyenda de un monje que, en su simplicidad, suplicó a Santa María poder contemplar el cielo, aunque fuera por un instante. La Virgen acogió su deseo, y el buen monje fue trasladado al paraíso. Cuando regresó, no reconocía a ninguno de los moradores del monasterio: su oración, que a él le había parecido brevísima, había durado tres siglos. Tres siglos no son nada, para un corazón amante. Así me explico yo esos dos mil años de espera del Señor en la Eucaristía. Es la espera de Dios, que ama a los hombres, que nos busca, que nos quiere tal como somos —limitados, egoístas, inconstantes—, pero con la capacidad de descubrir su infinito cariño y de entregarnos a El enteramente. Por amor y para enseñarnos a amar, vino Jesús a la tierra y se quedó entre nosotros en la Eucaristía. Como hubiese amado a los suyos que vivían en el mundo, los amó hasta el fin (Jn 13, 1); con esas palabras comienza San Juan la narración de lo que sucedió aquella víspera de la Pascua, en la que Jesús —nos lo refiere San Pablo— tomó el pan, y dando gracias, lo partió y dijo: tomad y comed; éste es mi cuerpo, que por vosotros será entregado; haced esto en memoria mía. Y de la misma manera el cáliz, después de haber cenado, diciendo: este cáliz es el nuevo testamento de mi sangre; haced esto cuantas veces lo bebiereis, en memoria mía (1 Cor 11, 23-25)” (Josemaría Escrivá).
La unidad de alimento produce también unidad entre los miembros de la comunidad, que lo asimila. Pablo habla del pan partido (que pronto significó
Se presenta, pues, uno de los efectos de
“«El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan» (1Co 10,16-17). Para s. Agustín, estos versículos constituían uno de los centros de su teología; sus homilías de la noche de Pascua son una exégesis de estas palabras. Comiendo del mismo pan nos transformamos en aquello que comemos. Este pan -dice el Santo en las Confesiones- es el alimento de los fuertes. Los alimentos normales son menos fuertes que el hombre, y, en último término, su finalidad es ésta: ser asimilados por el organismo de quien los come. Pero este alimento es superior al hombre, es más fuerte que él; por ello, su finalidad es diametralmente distinta: el hombre es asimilado por Cristo, se hace pan como él: «Unus panis, unum corpus sumus multi». La consecuencia es evidente:
4. El cuerpo de Cristo es, en primer lugar, la carne y la sangre que él da "para la vida del mundo", es decir, toda su existencia concreta: su cuerpo muerto para destruir la muerte y su cuerpo resucitado para manifestar la resurrección. En segundo lugar, cuerpo de Cristo significa el "pan que partimos", el "pan de vida": "El que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo le daré es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6,52). Por último, cuerpo de Cristo significa
Texto. El versículo inicial articula las tres afirmaciones centrales de todo el texto. Primera afirmación: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Segunda: El que coma de este pan vivirá para siempre. Tercera: el pan que yo voy a dar es mi carne.
a). Yo soy el pan vivo. En razón de los interlocutores esta afirmación corrige un punto de vista que veía en
b). El que coma de este pan vivirá para siempre. Jesús posee la vida de Dios y la transmite a los humanos. El que me coma vivirá gracias a mí. Ahora sí se resalta explícitamente la dimensión de la temporalidad-eternidad. Jesús introduce esta dimensión-realidad, insospechada y desconocida con anterioridad: No es como el pan de vuestros antepasados, que lo comieron y murieron.
c). El pan es mi carne. Se trata de otra formulación de la primera afirmación. La carne y la sangre de Jesús son expresiones para designar a Jesús como ser humano y concreto. La nueva formulación sirve para resaltar el carácter de realidad que tiene la comida. A través de esta comida el ser humano hace suya la vida divina y forma comunidad con Jesús.
Con el texto de hoy decimos adiós al cuarto evangelio por este año litúrgico. Es un adiós que nos deja fascinados. Lo que hoy oímos es absolutamente maravilloso. Jesús, un ser humano concreto, ha hecho posible que los seres humanos concretos participemos de la vida misma de Dios. El realismo del lenguaje quiere estar explícitamente al servicio de la realidad de lo que se afirma. Por eso, comulgar no es un hecho piadoso: es lo más grande que jamás nos pueda acontecer (Alberto Benito).
El término carne designa la realidad humana, con todas sus posibilidades y debilidades. Recordemos que en el prólogo de este evangelio se dice que
Hasta aquí Jesús se ha dado a conocer como el pan de vida. En este v. se llama el pan vivo, y en vez de que baja (v. 50) dice que bajó. Pirot anota a este respecto: "La idea general que sigue inmediatamente en la primera parte del v.: Si uno come de este pan vivirá para siempre - repetición en positivo de lo que se dice negativamente en el v. 50 - podría aún, en rigor, significar el resultado de la adhesión a Cristo por la fe. Pero el final del v.: y el pan que Yo daré es mi carne... para vida del mundo introduce manifiestamente una nueva idea. Hasta ahora el pan de vida era dado, en pasado, por el Padre. A partir de ahora, será dado, en el futuro, por el Hijo mismo. Además, el pan que hasta aquí podía ser tomado en un sentido metafórico espiritual, es identificado a la carne en Jesús (carne, como en 1, 14, más fuerte que cuerpo)... La única dificultad que aún provoca el v. es la de saber si el último miembro: para la vida del mundo se refiere al pan o a la carne. La dificultad ha sido resuelta en el primer sentido por algunos raros manuscritos intercalando la frase en cuestión inmediatamente después de daré: el pan que Yo daré para la vida del mundo es mi carne. Pero la masa de los manuscritos se pronuncia por el segundo sentido. No parece, pues, dudoso que Juan haya querido establecer la identidad existente entre el pan eucarístico y la carne de Cristo en su estado de Víctima inmolada por el mundo". El mismo autor cita luego como acertada la explicación del P. Calmes, según el cual en esa frase "se hallan confundidas la predicción de
Por cuarta vez Jesús promete juntamente la vida del alma y la resurrección del cuerpo. Antes hizo esta promesa a los creyentes; ahora la confirma hablando de la comunión eucarística. Peligra, dice S. Jerónimo, quien se apresura a llegar a la mansión deseada sin el pan celestial.
v. 57. El que me come: aquí y en el v. 58 vuelve a hablar de Él mismo como en el v. 50. Vivirá por Mí: de tal manera que vivamos en Él y Él en nosotros, como lo revela el v. anterior. S. Cirilo de Alejandría compara esta unión con la fusión en una de dos velas de cera bajo la acción del fuego: ya no formarán sino un solo cirio (cf. 1 Cor. 10,17). Nótese que Cristo se complace amorosamente en vivir del Padre, como de limosna, no obstante haber recibido desde la eternidad el tener la vida en Sí mismo (5, 26). Y esto nos lo enseña para movernos a que aceptemos aquel ofrecimiento de vivir de El totalmente, como Él vive del Padre, de modo que no reconozcamos en nosotros otra vida que esta vida plenamente vivida que Él nos ofrece gratuitamente. Es de notar que por el Padre y por Mí pueden también traducirse para el Padre y para Mí. S. Agustín y Sto. Tomás admiten ambos sentidos y el último parece apoyado por el verbo vivirá, en futuro (Lagrange). ¡Vivir para Aquel que muriendo nos dio vida divina, como El vivió para el Padre que engendrándolo se la da a Él! "El que así no vive ¿lo habrá acaso comido espiritualmente?".
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