martes, 10 de mayo de 2011

MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: Jesús, pan de vida y auténtica libertad más allá de la muerte

MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: Jesús, pan de vida y auténtica libertad más allá de la muerte

Hechos (8,1-8): “Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén, y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria, con excepción de los apóstoles.

Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban, e hicieron gran lamentación por él. Entonces Saulo asolaba a la iglesia. Entrando de casa en casa, arrastraba tanto a hombres como a mujeres y los entregaba a la cárcel. Entonces, los que fueron esparcidos anduvieron anunciando la palabra. Y Felipe descendió a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. Cuando la gente oía y veía las señales que hacía, escuchaba atentamente y de común acuerdo lo que Felipe decía. Porque de muchas personas salían espíritus inmundos, dando grandes gritos, y muchos paralíticos y cojos eran sanados; de modo que había gran regocijo en aquella ciudad”.

La persecución fue el comienzo de la gran «expansión» misionera del evangelio. Cuando parece que todo se pierde, que la Iglesia será exterminada, entonces en la más negra noche amanece Dios… así pasará con el terrible Saulo, que se levantará luego como san Pablo y Apóstol de las gentes. Aparecen los mártires de la fe. Para el mártir, la pérdida de la vida por dar testimonio de Jesús es una ganancia, pues gana la vida eterna. Pero es también una gran ganancia para la Iglesia que recibe así nuevos hijos, impulsados a la conversión por el ejemplo del mártir y ve que se renuevan los hijos que ya tiene desde hace tiempo. Juan Pablo II se muestra convencido de ello cuando, en el año del Gran Jubileo, decía en su discurso en el Coliseo durante la conmemoración de los mártires del siglo XX: «Permanezca viva, en el siglo y el milenio que acaban de comenzar, la memoria de estos nuestros hermanos y hermanas. Es más, ¡que crezca! ¡Que se transmita de generación en generación, para que de ella brote una profunda renovación cristiana!». La Iglesia, tal como Jesús la ha querido, llevará el evangelio hasta los «confines de la tierra», y los mártires con su sufrimiento son semilla de nuevos cristianos. El milagro de Pentecostés está siempre haciéndose, por eso podemos rezar: Señor, una vez más, agranda nuestros corazones a las dimensiones de tu proyecto universal. Que el evangelio sea proclamado. Concede a todos los cristianos de todos los tiempos no considerarse jamás como unos poseedores privilegiados... sino como responsables. En el día del juicio, Señor, Tú me pedirás cuenta de ese evangelio que he «guardado» sin haberlo «difundido».

-“Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les predicó a Cristo”. Como los demás, Felipe, otro diácono, -como Esteban- ha huido. Su camino pasa por Samaria. Recordemos que los judíos despreciaban a los samaritanos. Jesús había roto ya ese estrecho cerco al convertir a una Samaritana. Y les había anunciado: «Los campos blanquean ya para la siega...» eran promesa de cosechas abundantes en el mundo pagano. La multitud unánime escuchaba con atención las palabras de Felipe. Efectivamente, Felipe «ha predicado a Jesús» y, contrariamente a lo que podía pensarse, su predicación obtiene un gran éxito en ese mundo nuevo que no está enfundado en sus propias certezas y modas.

-“¡Y hubo una gran alegría en aquella ciudad!” «La alegría». Signo evangélico. Cuando la Palabra de Dios es anunciada en «palabras de hombres», esto provoca una gran alegría. ¡Ah Señor!, te ruego por tu Iglesia, que sea siempre una fuente de alegría, un lugar festivo, de una fiesta interior... con mirada de alegría (Noel Quesson).

Todo es para bien, según los designios de Dios lo reconduce todo hacia algo bueno, y así señala san León Magno: «La religión, fundada por el misterio de la Cruz de Cristo, no puede ser destruida por ningún género de maldad. No se disminuye la Iglesia por las persecuciones, antes al contrario, se aumenta. El campo del Señor se viste entonces con una cosecha más rica. Cuando los granos que caen mueren, nacen multiplicados».

Salmo (65,1-3a.4-5.6-7a): “Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra. Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza. Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Toda la tierra te adorará, y cantará a ti; cantarán a tu nombre. Venid, y ved las obras de Dios, temible en hechos sobre los hijos de los hombres. Volvió el mar en seco; por el río pasaron a pie; allí en Él nos alegramos. Él señorea con su poder para siempre; Sus ojos atalayan sobre las naciones”. El salmista convoca a todos los pueblos a alabar a Dios; llegará el día en que todos los países de la tierra alabarán al Dios verdadero: «Toda la tierra te adorará».

El Evangelio (Juan 6,35-40) muestra que “Jesús continuó hablando a la gente: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. Sin embargo, vosotros, como ya os he dicho, aun viendo lo que habéis visto, no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado, a saber: que no se pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. “El «discurso del Pan de la vida» que Jesús dirige a sus oyentes el día siguiente a la multiplicación de los panes, en la sinagoga de Cafarnaum, entra en su desarrollo decisivo. Esta catequesis de Jesús tiene dos partes muy claras: una que habla de la fe en Él, y otra de la Eucaristía. En la primera afirma «yo soy el Pan de vida»: en la segunda dirá «yo daré el Pan de vida». Ambas están íntimamente relacionadas, y forman parte de la gran página de catequesis que el evangelista nos ofrece en torno al tema del pan. Hoy escuchamos la primera (repetimos de ayer, el v. 35: «yo soy el pan de vida»). Los verbos que emplea son «el que viene a mí», «el que cree en mí», «el que ve al Hijo y cree en Él». Se trata de creer en el enviado de Dios. Aquí se llama Pan a Cristo no en un sentido directamente eucarístico, sino más metafórico: a una humanidad hambrienta, Dios le envía a su Hijo como el verdadero Pan que le saciará. Como también se lo envía como la Luz, o como el Pastor. Luego pasará a una perspectiva más claramente eucarística, con los verbos «comer» y «beber». El efecto del creer en Jesús es claro: el que crea en Él «no pasará hambre», «no se perderá», «lo resucitaré el último día», «tendrá vida eterna».

La presentación de Jesús por parte del evangelista también nos está diciendo a nosotros que necesitamos la fe como preparación a la Eucaristía. Somos invitados a creer en Él, antes de comerle sacramentalmente. Ver, venir, creer: para que nuestra Eucaristía sea fructuosa, antes tenemos que entrar en esta dinámica de aceptación de Cristo, de adhesión a su forma de vida. Por eso es muy bueno que en cada misa, antes de tomar parte en «la mesa de la Eucaristía», comiendo y bebiendo el Pan y el Vino que Cristo nos ofrece, seamos invitados a recibirle y a comulgar con Él en «La mesa de la Palabra», escuchando las lecturas bíblicas y aceptando como criterios de vida los de Dios. El que nos prepara a «comer» y «beber» con fruto el alimento eucarístico es el mismo Cristo, que se nos da primero como Palabra viviente de Dios, para que «veamos», «vengamos» y «creamos» en Él. Así es como tendremos vida en nosotros. Es como cuando los discípulos de Emaús le reconocieron en la fracción del pan, pero reconocieron que ya «ardía su corazón cuando les explicaba las Escrituras». La Eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra en la fe y desde la fe. A su vez, la fe llega a su sentido pleno cuando desemboca en la Eucaristía. Y ambas deben conducir a la vida según Cristo. Creer en Cristo. Comer a Cristo. Vivir como Cristo” (J. Aldazábal).

a) En los orígenes, el hombre quiso probar el árbol de la vida para hacerse como Dios. Y lo que era fuente de vida se convirtió en veneno: en lugar de recibir su alimento por gracia, el hombre quiso producir él mismo su felicidad. El hombre fue arrojado del paraíso, porque quería vivir sobre su propia tierra, la que construiría él sólo. "¡Al que venga a mí, no lo echaré fuera!". Al escuchar la palabra de Jesús encontramos la tierra de nuestros orígenes. Jesús llama para recibir la gracia y el perdón, y nosotros somos reintroducidos en el jardín para gustar del fruto del árbol. El lo atrae todo a sí: plantada en el corazón del mundo, su cruz es el nuevo árbol de la vida en el que todo hombre puede encontrar su nacimiento. "Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio".

El árbol de la cruz está plantado fuera de los muros de la ciudad, sobre una colina, porque "muchos pasaban por allí", y el nombre que salva está escrito en griego, en hebreo y en latín, para que cada cual conozca en su propia lengua la maravilla de Dios: los brazos de Jesús están abiertos a todos, porque el amor de Dios es para todos. La salvación es universal, pues no hay justos: todos son enfermos y todos están llamados a la curación. Para que el árbol dé fruto en abundancia, el grano tuvo que ser arrojado al surco del Gólgota. La Palabra de gracia sólo podrá germinar sembrada en las lágrimas y en la sangre. La Vida no podrá salir victoriosa sino después de haber estado aprisionada en una tumba. Una violenta persecución estalló contra la Iglesia de Jerusalén; los que se dispersaron fueron a extender por todas partes la Buena Noticia.

"Si el grano no muere, no puede dar fruto" (Jn 12,24). En cristiano, no hay más que una ley de crecimiento: la de la vida entregada, la de la esperanza que asume el riesgo, la del comenzar de nuevo, una y otra vez, desde la sola confianza en la fidelidad del Espíritu. El árbol no tiene otra razón de ser que no sea la de dar cobijo a los hombres que buscan la vida. Sólo podrá crecer si hay hombres y mujeres que son fieles hoy a la ley del crecimiento del Reino: si entregan su vida al amor gratuito e incondicionado, por encima de toda coacción y en la libertad del Espíritu.

Dios y Padre nuestro, no permitas que encerremos tu Palabra en el reducido ámbito de nuestros hábitos, de nuestras certezas y de nuestros sectarismos. Haz que madure en nosotros lo que Tú has sembrado: la libertad del Espíritu, el entusiasmo del renuevo primaveral y el gozo de estar salvados (tomado de “Dios cada día”, Sal terrae).

b) -Yo soy el pan de vida. Jamás ningún profeta había pedido creer en su persona como lo hace Jesús. Incluso Moisés, sólo pedía que creyeran en Yahvé. Jesús, en cambio, pretende algo exorbitante y radical: se presenta como la fuente suprema de salvación, en múltiples fórmulas, que evocan el "Yo soy el que soy" del mismo Dios: “Yo soy el Pan de vida”. Yo soy la Luz del mundo. Yo soy la Puerta de las ovejas. Yo soy el Buen Pastor. Yo soy la Resurrección y la Vida. Yo soy la verdadera Viña. "Yo soy el Pan." Fórmula de una fuerza extraordinaria, que recuerda que “Yo soy” es título de Dios anunciado a Moisés, del que vendría, y esto es “Emmanuel”, “Yo soy con vosotros”, como decimos en la Misa: “El Señor esté con vosotros, y con tu espíritu”, siempre con el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús. Jesús se identifica a sus enseñanzas: su doctrina es pan, Él mismo es pan... ¡capaz de mitigar nuestra hambre! Esta semana contemplamos la Eucaristía en el discurso de Cafarnaum, y en el trigo molido de Esteban y los primeros cristianos, que son grano de trigo que al morir dan vida a muchos.

-“El que viene a mí ya no tendrá más hambre. Quien cree en mí, jamás tendrá sed”. El paralelismo de las dos frases permite aclarar la una por la otra. El que "viene a Jesús", el que "cree en Jesús" no necesita ir a otra parte para saciarse... ¡ya no tiene más hambre ni sed! Jesús, fuente de equilibrio y de gozo, fuente de sosiego: la mayoría de nuestras tristezas y de nuestros desequilibrios vienen de no saber apoyarnos realmente sobre la roca de la Palabra substancial del Padre que es Jesús. "Creer" y "venir a Jesús", son presentados aquí como equivalentes: con ello se pone en evidencia el hecho de que la fe es unirse a Cristo.

"Venir a Jesús", es imitarle, es reproducir su actitud. Cumplir la Voluntad de Dios, es un alimento espiritual. Podríamos decir que esto comporta dos exigencias:

-meditar la Palabra de Dios, alimentarse de su pensamiento... Es la oración.

-para poder someterse en los detalles a su Voluntad sobre nosotros... Es la acción.

Minuto tras minuto, algunos quereres divinos están escondidos en nuestras vidas cotidianas. Como para Jesús, el cumplimiento de esta voluntad de Dios es el único camino de la santidad y del gozo total. Corresponder a Dios por la Fe es ya "estar en comunión" con Él.

-“Y esta es la voluntad del Padre, que Yo no pierda a ninguno de los que Él me ha dado… que Yo les resucite a todos en el último día; pues la voluntad de mi Padre es que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna”. Contemplo detenidamente esta "voluntad" del Padre... y hago mi oración a partir de esto (Noel Quesson), y pedimos hoy al Padre: «Concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo resucitado» (oración).

c) Vamos a ahondar más en este último aspecto, hacer la voluntad del Padre, diciéndole a Jesús: “Eres la persona más libre, porque eres la Verdad, y la verdad os hará libres. Tú conoces todo y puedes escoger lo mejor con plena libertad, no como el engañado, o el ignorante, o el que está cegado por sus pasiones. Tú, que escoges con la libertad más plena y escoges lo mejor, escoges la obediencia. ¿Por qué? Parece un contrasentido: eres el ser más inteligente y más libre, eres Dios, y escoges no hacer tu voluntad, sino obedecer. ¿Es eso libertad? Jesús, sabes bien que sí, porque sabes a quién obedeces: no hay nada más inteligente que obedecer a Dios, pues Él sólo busca mi bien y además sabe mejor que yo cómo conseguirlo. En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a «la esclavitud del pecado». Jesús, a veces tengo ganas de ir por mi cuenta, buscándome a mí mismo: lo que me gusta, lo que me interesa, lo que «necesito». Incluso el ambiente actual quiere hacerme creer que así soy más libre, porque decido lo que yo quiero, y no lo que quiere otro. Que me dé cuenta de lo estúpida que es esta postura. Cuando busco hacer tu voluntad, también decido lo que yo quiero, sólo que decido mejor. “Nos quedamos removidos, con una fuerte sacudida en el corazón, al escuchar atentamente aquel grito de San Pablo: «ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación». Hoy, una vez más me lo propongo a mí, y os lo recuerdo también a vosotros y a la humanidad entera: ésta es la Voluntad de Dios, que seamos santos. Para pacificar las almas con auténtica paz, para transformar la tierra, para buscar en el mundo y a través de las cosas del mundo a Dios Señor Nuestro, resulta indispensable la santidad personal” (San Josemaría Escrivá). Jesús, Tú has venido a hacer la voluntad del Padre Celestial y me has dado ejemplo de obediencia hasta en los momentos más difíciles. Ahora me pides que siga ese ejemplo; que mi gran objetivo sea la fidelidad a esa voluntad de Dios para mí que se me va manifestando día a día: mi santidad personal. Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación.

Pero, ¿cómo conocer la Voluntad de Dios? Lo primero es estar lo más unido posible a Él. ¿Cómo? Buscando unos momentos al día para tratarle, para pensar en Él, para pedirle cosas, para darle gracias. Así actuabas Tú, Jesús. Siempre encontrabas la forma de retirarte un poco de la muchedumbre para rezar. Rezar: éste es el gran secreto para unirse a Dios. La oración es fundamental en mi camino hacia la santidad.

Y hay tres tipos de oración: la oración mental, que son estos minutos dedicados a hablar contigo; la oración vocal, que es rezar oraciones ya hechas, entre la que destaca el Rosario; y la oración habitual, que es hacerlo todo en presencia de Dios, convertirlo todo en oración: el estudio, el trabajo, el descanso, el deporte, la diversión, etc... Ayúdame a decir sinceramente cada día: hoy, una vez más, me propongo luchar por cumplir tu Voluntad, luchar por ser santo, luchar por convertir todo mi día en oración (Pablo Cardona), y así, como pedimos en la Postcomunión, «que la participación en los sacramentos de nuestra redención nos sostenga durante la vida presente, y nos dé las alegrías eternas».

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