viernes, 26 de agosto de 2011

SÁBADO SÁBADO. SANTA MÓNICA, Memoria obligatoria Misa de la memoria (blanco). Misal: 1.ª orac. prop., Pf. común o de la memoria.


SÁBADO SÁBADO. SANTA MÓNICA, Memoria obligatoria

Misa de la memoria (blanco).
Misal: 1.ª orac. prop., Pf. común o de la memoria.

Santa Mónica
Lágrimas que engendraron santidad


Nació en Tagaste (Argelia) en el año 331 o 332, dentro de una familia con buena posición social y económica y con sentido profundamente cristiano. Desde pequeña supo de prácticas piadosas y de ejercicios domésticos; poseía variados dones de espíritu y gracias exteriores. Su educación comienza a desenvolverse con sencillez y sin alardes de opulencia.

Cuando Mónica cumplió veinte años se casó con un hombre no cristiano, Patricio, modesto propietario de un negocio en Tagaste y miembro del concejo municipal de ese poblado. Patricio, quien era pagano, violento, colérico y de pensamientos nada castos, no congenió con la delicadeza de Mónica, quien, en medio de sus repetidas y alardeadas infidelidades, consigue enamorarlo. Mónica y Patricio conformaron un matrimonio con edades dispares y temples bastante distintos, un seguro presagio de desdicha. Pero Mónica, mediante su paciencia y entrega, transforma ese infierno previsible en un remanso de concordia.

Casi por cumplir veintidós años, Mónica se convierte en madre. El 13 de noviembre del año 354, nace su primogénito: Agustín, cuyas lágrimas y ruegos arrancarían de Dios, el don de la conversión para su hijo. Otros dos vástagos brotaron de su seno: Navigio y Perpetua. (Los tres ocupan hoy un lugar de gloria en el santoral cristiano).

San Agustín, antes de su conversión, confesó ser partidario de otras doctrinas y llevó una vida disipada, entre el vino y los placeres. De nada le valieron los consejos de sus amigos y las pláticas y consejos de su madre. Santa Mónica, por su parte, lloraba amargamente al ver que el fruto de sus entrañas se perdía en el camino de la mentira y el pecado; lloraba tanto, que en sus ojos se formaron surcos por donde las lágrimas corrían. Pero no fue sólo el llanto estéril, sino la oración, el sacrificio y la Comunión frecuente, lo que logró que su hijo se convirtiera después de escuchar una predicación de San Ambrosio de Milán: «Aquella noche en la que yo partí a escondidas, y ella se quedó orando y llorando». Esas lágrimas dieron fruto, puesto que cuando Santa Mónica tenía 56 años, y San Agustín, 33, obtiene el inmenso consuelo de verle convertido al cristianismo y camino de la santidad.

San Agustín fue uno de los más grandes teólogos de la Iglesia y además, fue Obispo de Hipona, pero recordemos que detrás de todo esto, se encontraron la oración y el sacrificio de su madre.

«Enterrad éste, mi cuerpo, donde queráis, ni os preocupe más su cuidado. Una sola cosa os pido, que os acordéis de mí ante el altar del Señor, en cualquier lugar donde os hallarais», les dijo Santa Mónica a sus hijos y demás deudos, poco antes de morir; ella, que fue modelo de esposa y madre. Al respecto, San Agustín escribió en sus Confesiones: «Yo le cerré los ojos. Una inmensa tristeza inundó mi corazón presto a enmudecer en lágrimas, pero ellos, bajo el mandato imperioso de mi voluntad, las contenían hasta el punto de secarse... La muerte de mi madre no tenía nada de lastimoso y no era una muerte total: la pureza de su vida lo atestiguaba, y nosotros lo creíamos con una fe sincera y por razones seguras» (IV, 9-11).

1Ts 4, 9-11. Dios mismo os ha enseñado a amaros los unos a los otros

En cuanto a la caridad fraterna, no tenéis necesidad de que os escriba, pues vosotros mismos habéis sido instruidos por Dios para que os améis los unos a los otros,
10 y, en efecto, la ponéis por obra con todos los hermanos de Macedonia. Pero os encarecemos, hermanos a que progreséis más
11 y a que os esmeréis en vivir con serenidad, ocupándoos de vuestros asuntos, y trabajando con vuestras manos, como os lo ordenamos,

Sal 97. R/. El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.

¡Cantad a Yahveh un canto nuevo, cantad a Yahveh, toda la tierra,
2 cantad a Yahveh, su nombre bendecid! Anunciad su salvación día tras día,
3 contad su gloria a las naciones, a todos los pueblos sus maravillas.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 25,14-30. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. [El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.]

Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: -Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.

Su señor le dijo: -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.

Se acercó luego el que había recibido dos talentos, y dijo: -Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos.

Su señor le dijo: -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante: pasa al banquete de tu señor.

Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: -Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo.

El señor le respondió: -Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará, hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes

4. Mt 25. 14-30. Los judíos piadosos buscaban su seguridad personal en la observancia de la Ley, con el fin de hacer méritos ante Dios, pero entre tanto, por su exclusivismo egoísta, la religión de Israel se convertía en una magnitud estéril: por ello, Israel será desposeído de lo que tiene, y se dará a un nuevo pueblo que, aceptando el riesgo que implica toda inversión, sea capaz de hacer fructificar los dones recibidos (J. Lligadas)… se pueden dar muchas interpretaciones alegóricas, pero la parábola de los talentos está ahí, misteriosa y clara, y sigue al domingo pasado en su invitación a vivir con la mirada puesta en el futuro: "Velad porque no sabéis el día ni la hora". También podemos decir que el hombre que se marcha es Jesús subiendo al cielo. Los talentos, las capacidades que cada cristiano tiene. La vuelta, la segunda venida de Jesús al final de los tiempos. El tiempo entre la marcha y la vuelta de Jesús, la historia humana. El rendimiento de cuentas, el juicio final en el que cada uno deberá responder de las capacidades recibidas. El premio y el castigo, el cielo y el infierno… pero Mateo quiere reavivar no la zozobra (esto queda para frustrados, personas que han perdido el tren de la vida, agoreros y fatalistas), sino la vigilancia, es decir, la actitud abierta al futuro de Dios y de nosotros con Él. Una vez más, la plástica y la crudeza de las imágenes (esto es una parábola) ayudan más que cien palabras a despertar esta actitud abierta o de vigilancia y que en la parábola se expresa como actividad económica. Jesús era un maravilloso maestro del lenguaje. No estropeemos su lenguaje lleno de garra ni lo entenebrezcamos con nuestras alegorías del miedo. Miremos sin más hacia fuera de nosotros y hacia adelante, hacia la línea del horizonte en que el Hombre (cada uno de nosotros) y Dios se funden en un abrazo. Es el día y la hora (Alberto Benito).

Quien quiera ver lo negativo –tiene más fuerza- se fijará en el último administrador, el que recibe sólo un talento de plata y se lo guarda… el dueño le recrimina, pues no fue prudencia, como hacemos nosotros cuando decimos: "Yo estoy en paz con Dios porque no hago daño a nadie, porque no me meto con nadie, y voy a misa y rezo"... No es eso lo que quiere Dios, no es eso lo que predica Jesús, los pecados de omisión es hacer lo que el administrador que se guarda su talento y no lo hace rendir. Un cristiano queda en paz con Dios cuando se esfuerza porque los dones que tiene sirvan para que avance la causa del Evangelio en el mundo, para que crezca un poco más en el mundo la esperanza, el amor, la fe; y ello, aunque suponga complicaciones, riesgos, errores. porque si uno se queda encerrado sin preocuparse de nada, sin duda no se encontrará con ningún riesgo ni problema, pero al final Dios le llamará "negligente y holgazán", como al administrador del talento. Por el contrario, si uno quiere ser fiel, sin duda se encontrará con momentos poco claros, y se equivocará probablemente más de una vez. Pero Dios podrá decirle al final que ha sido fiel a lo que él quería: que los dones que él ofrece a los hombres den fruto (J. Lligadas). Vivir los talentos es no conformarse con un cristianismo flojo, una fe rutinaria y no nos limitamos a ir tirando, sino que aprovechamos toda la riqueza y la fuerza de los dones que Dios nos da para que -poco a poco y sencillamente- vayamos creciendo como hijos y nos vayamos asemejando a la imagen de su Hijo, Jesús. Cada uno de nosotros debe considerar con responsabilidad cómo trabaja los dones de Dios, es decir, si está respondiendo a lo que Dios espera de él (J. Colomer). Asi lo comenta Orígenes: “El justo siembra para el espíritu, y del Espíritu cosechará vida eterna… el justo siembra para el espíritu, y del Espíritu cosechará vida eterna. En realidad, todo lo que «otro», es decir, el hombre justo, siembra y recoge para la vida eterna, lo cosecha Dios, pues el justo es posesión de Dios, que siega donde no siembra, sino el justo. Lógicamente diremos también que el justo reparte limosna a los pobres y que el Señor recoge en sus graneros todo lo que el justo ha repartido en limosnas a los pobres. Segando lo que no sembró y recogiendo lo que no esparció, considera y estima como ofrecido a sí mismo todo lo que se sembró o se esparció en los fieles pobres, diciendo a los que hicieron el bien al prójimo: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer”, etc… para el que piensa que Dios es bueno, seguro de conseguir su perdón si se convierte a él, para él Dios es bueno. Pero para el que considera que Dios es bueno, hasta el punto de no preocuparse de los pecados de los pecadores, para ese Dios no es bueno, sino exigente… sembremos para el espíritu y esparzamos en los pobres, y no escondamos el talento de Dios en la tierra. Porque no es buena esa clase de temor ni nos libra de aquellas tinieblas exteriores, si fuéremos condenados como empleados negligentes y holgazanes. Negligentes, porque no hemos hecho uso de la acendrada moneda de las palabras del Señor, con las cuales hubiéramos podido negociar y regatear el mensaje cristiano, y adquirir los más profundos misterios de la bondad de Dios. Holgazanes, porque no hemos traficado con la palabra de Dios la salvación, nuestra o la de los demás, cuando hubiéramos debido depositar el dinero de nuestro Señor, es decir, sus palabras, en el banco de los oyentes, que, como banqueros, todo lo examinan, todo lo someten a prueba, para quedarse con el dogma bueno y verdadero, rechazando el malo y falso, de suerte que cuando vuelva el Señor pueda recibir la palabra que nosotros hemos encomendado a otros con los intereses y, por añadidura, con los frutos producidos por quienes de nosotros recibieron la palabra. Pues toda moneda, esto es, toda palabra que lleva grabada la impronta real de Dios y la imagen de su Verbo, es legítima”. Todo lo de hoy es una llamada a aprovechar el tiempo, que es breve… No es superfluo mirar hacia adelante. No es de "alienados" el pensar en lo que nos espera al final del camino. Es más bien, como nos decían las lecturas del domingo pasado, la verdadera sabiduría. Como es sabiduría para un estudiante pensar en el final del curso y sus exámenes ya desde octubre. Como es sabiduría para un deportista ir acumulando puntos desde el principio de la competición. La plegaria eucarística IV le da gracias por ello: "a imagen tuya creaste al hombre (Dios creador, el hombre, colaborador de esta creación), y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su creador, dominara todo lo creado..." Nuestra pregunta hoy es: ¿en verdad estoy dando rendimiento a las cualidades que tengo? Hay mucho que hacer en la sociedad, en la Iglesia: ¿aporto yo mi colaboración, o bien me inhibo, dejando que los demás trabajen? Mi salud, mi vida, mis habilidades, las he recibido como bienes a administrar. No importa si son diez o dos talentos: ¿los estoy trabajando, o me he refugiado en la pereza y la satisfacción? Al final del tiempo -que no sé si será breve o largo- se me pedirá cuenta. ¿Me voy a presentar con las manos vacías? ¿Se podrá decir que mi vida, sea larga o breve, ha sido plena, que me he "realizado" según el plan que Dios tenía sobre mí? Ha sonado un despertador en nuestro calendario… que nos habla de compromiso, de empeño constructivo, de actividad diligente para que nuestra existencia sea provechosa y fructífera, para nosotros y para los demás, sin dejarnos amodorrar por el sueño o la pereza (J. Aldazábal).

Hace muchos años, acaso no tantos, con ocasión de las "santas misiones", solía hablarse del juicio final en términos verdaderamente dramáticos. Sin saber por qué, se lanzaban las "verdades eternas" como una especie de artillería pesada para forzar la rendición incondicional de los más recalcitrantes. Situar el juicio final en el último día, sin más trascendencia que el de un ajuste general de cuentas, es anecdotizar el contenido de la fe, minimizar su alcance y alienar al creyente. Creer en el juicio final no es saber que un día se celebrará un juicio por todo lo alto, en el que todos nos enteraremos de la vida y milagros de los demás. Tal actitud contraviene la esperanza en la justicia de Dios, degradándola a un cotilleo universal. Creer en el juicio final es creer ya que el hombre, todos y cada uno, por insignificantes que nos haga la masificación actual, tenemos que responder de la vida, de los talentos. Es estar convencidos firmemente de que somos responsables, de que no podemos desentendernos de la vida y refugiarnos en "vivir nuestra vida", al margen y sin tener en cuenta a los demás; es estar persuadidos de que no podemos tener la conciencia tranquila y "lavarnos las manos" cuando nos interesa no comprometernos. Porque el que, como Pilato, se lava las manos, es un irresponsable. Y no podrá presentarse con las manos limpias en el juicio de Dios. Sólo tiene las manos limpias el que no "se lava las manos" (“Eucaristía 1975”). Así animaba Luther King: “Debemos rezar constantemente por la paz, pero también debemos trabajar con todas nuestras fuerzas por el desarme y la suspensión de las pruebas de armas. Debemos utilizar nuestra inteligencia rigurosamente para planear la paz como la hemos utilizado para planear la guerra. Debemos rogar apasionadamente por la justicia racial, pero también debemos utilizar nuestras inteligencias para desarrollar un programa, organizarnos en acción de masas pacíficas y valernos de todos los recursos corporales y espirituales para poner fin a la injusticia racial. Debemos rezar infatigablemente por la justicia económica, pero también debemos trabajar con diligencia para llevar a término aquellos planes sociales que produzcan una mejor distribución de la riqueza en nuestra nación y en los países subdesarrollados del mundo. ¿No nos revela todo esto la falacia de creer que Dios eliminará el mal de la tierra aunque el hombre no haga otra cosa que sentarse complacido al borde del camino? Ningún rayo del cielo eliminará jamás el mal. Ningún poderoso ejército de ángeles descenderá para obligar a los hombres a hacer lo que no quieren hacer. La Biblia no nos presenta a Dios como un zar omnipotente que toma decisiones por sus súbditos, ni como un tirano cósmico que con parecidos métodos a los de la Gestapo invada la vida interior del hombre, sino como un Padre amoroso que concede a sus hijos todas las abundantes bendiciones que quieran recibir con buena disposición. El hombre tiene que hacer algo siempre. "Ponte en pie, que voy a hablarte" (Ez 2,1). El hombre no es un inválido total abandonado en un valle de depravación hasta que Dios le saque. El hombre más bien es un ser humano válido, cuya visión está averiada por los caracteres del pecado, y cuya alma está debilitada por el virus del orgullo, pero le queda suficiente visión para levantar los ojos hacia las montañas y le queda aún el recuerdo de Dios para que oriente su débil y pecadora vida hacia el Gran Médico que cura los estragos del pecado”. G. Bernanos ha observado que los cristianos poseen un mensaje de liberación. Pero que en la historia, han sido frecuentemente los otros los que han “liberado” a los hombres, por la inactividad de muchos “cristianos”. La colecta de hoy es una llamada a comprender correctamente qué significa esta fructificación de los talentos: "En servirte a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero"… “Te he confesado hasta el fin / con firmeza y sin rubor. / No he puesto nunca, Señor, / la luz bajo el celemín. / Me cercaron con rigor / angustias y sufrimientos, / pero en mis desalientos / vencí, Señor, con ahínco. / Me diste cinco talentos / y te devuelvo otros cinco” (José Mª Pemán).

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