jueves, 4 de agosto de 2011

Viernes de la 18ª semana de Tiempo Ordinario. El Señor se vuelca nos nosotros, nos pide que consideremos que necesita nuestra correspondencia, para po


Viernes de la 18ª semana de Tiempo Ordinario. El Señor se vuelca nos nosotros, nos pide que consideremos que necesita nuestra correspondencia, para podernos dar más amor

Lectura del libro del Deuteronomio 4,32-40: Moisés habló al pueblo, diciendo: -«Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? Te lo han hecho ver para que reconozcas que el Señor es Dios, y no hay otro fuera de él. Desde el cielo hizo resonar su voz para enseñarte, en la tierra te mostró aquel gran fuego, y oíste sus palabras que salían del fuego. Porque amó a tus padres y después eligió a su descendencia, él en persona te sacó de Egipto con gran fuerza, para desposeer ante ti a pueblos más grandes y fuertes que tú, para traerte y darte sus tierras en heredad, cosa que hoy es un hecho. Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.»

Salmo 76,12-13.14-15.16 y 21: R. Recuerdo las proezas del Señor.

Recuerdo las proezas del Señor; sí, recuerdo tus antiguos portentos, medito todas tus obras y considero tus hazañas. Dios mío, tus caminos son santos: ¿qué dios es grande como nuestro Dios? Tú, oh Dios, haciendo maravillas, mostraste tu poder a los pueblos.

Con tu brazo rescataste a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José. Guiabas a tu pueblo, como a un rebaño, por la mano de Moisés y de Aarón.

Santo evangelio según san Mateo 16,24-28. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad.»

Comentario: 1.- Dt 4,32-40 (ver Solemnidad de la S. Trinidad, ciclo B). Leemos hoy el final del primer discurso del Deuteronomio, último de los cinco libros de la Ley. En el año 622 a. J.C. este libro fue hallado en el Templo (2 libro de los Reyes 22). Si tiene sus raíces en tradiciones más antiguas que se remontan a Moisés, no puede negarse que se asemeja a la predicación profética de los siglos IX y VIII. Podemos decir que es un caso todavía más explícito de la famosa ley de releer los acontecimientos pasados para iluminar la actualidad... es lo que tratamos de hacer nosotros HOY en nuestra oración. -Moisés decía: «Pregunta a los tiempos antiguos que te han precedido, desde el día que Dios creó al hombre sobre la tierra...» Esto es exactamente: «interrogar los tiempos antiguos para guiar nuestra ruta actual. «¡Recuerda!» es uno de los refranes de la liturgia. Toda la Biblia es una inmensa memoria que conserva los «actos de Dios». La misa es un «memorial»: «recordamos, Señor, la Pasión y la Resurrección...» -¿Hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz de Dios hablando en medio del fuego, y haya sobrevivido? Se trata de volver a tomar conciencia de los dones de Dios, de los hechos que nos han probado su amor. La fe judeo-cristiana, a diferencia de la mayoría de las grandes religiones, no pertenece, ante todo, al orden de las ideas o de la moral... sino al orden de los «hechos históricos». Nuestro credo es una serie de acontecimientos ocurridos que han llegado hasta nosotros y que orientan el porvenir y lo garantizan. De ahí la importancia de poner en obra esta fe y no solamente de otorgarle el asentimiento intelectual de nuestra mente. Hay que entrar en esa historia santa que Dios continúa desarrollando. Señor, haz que compartamos tu gran Designio sobre el mundo. Y para ello haz que escuchemos fielmente esa Palabra que Tú nos traes. -¿Algún Dios intentó jamás elegirse una nación... como has visto a tu Dios hacerlo por ti en Egipto? Toda elección de Dios, que pudiera parecer una especie de privilegio, es de hecho una exigencia y una llamada. ¿Por qué he sido elegido para recibir el Bautismo? ¿Por qué he tenido la suerte de haber descubierto más profundamente el evangelio y de meditarlo? ¿Por qué he oído quizá la llamada de una vocación particular? Trato de contestarte, Señor. -Porque amó a tus padres y eligió a su descendencia, te sacó de Egipto manifestando su presencia y su poder... Te introdujo en el país que te dio por herencia, como lo estás viendo hoy. ¡Elegido por amor! Permanezco saboreando esta revelación. Todo el Deuteronomio insiste en esta verdad: que las relaciones de Dios con nosotros y nuestras relaciones con El están regidas por el amor. ¿Es esto verdad en mi vida? ¿Qué evoca para mi personalmente, el tema de la Alianza? -Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es Dios... Guardarás todos los días los mandamientos del Señor para que seas feliz tú y tus hijos y prolongues tus días en la tierra que te da el Señor, tu Dios. «HOY» es una de las palabras clave del Deuteronomio. Invitación renovada a vivir cada día en plenitud. El pasado ya no esta en nuestras manos el futuro no lo tenemos aún pero tengo en mis manos el DÍA de HOY para ¡construirlo con la correspondencia a la voluntad de Dios... fuente de felicidad! (Noel Quesson).

Vemos ahí la profunda idea de Dios uno, la elección de Israel como pueblo elegido, la providencia singular y benévola hacia él manifestada en la protección, y la consecuencia: Israel ha de corresponder con su fidelidad y guardar los mandamientos y el culto debido para gozar de esta protección. “A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito (cf. Dt 4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo (cf. Is 43,1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus pecados (cf. Os 2)” (Catecismo 218).

La fórmula “el Señor es el Dios (ha-Elhoim, el Dios Único) y no hay otro excepto Él” es la esencia de la predicación profética, y se ve explicado de forma clara en este libro. Ese “Dios celoso” del Éxodo aquí premia la fidelidad y castiga la maldad (ya en la vida presente, según la doctrina del Dt).

2. Durante cinco días leeremos el Deuteronomio, que significa «segunda ley», pues contiene la despedida de Moisés, con el repaso que hace de los cuarenta años de marcha por el desierto y las normas que recuerda a su pueblo. Al principio de la travesía, en el Sinaí, les entregó la primera ley, la Alianza. Ahora, cuando están a punto de entrar en Canaán, Moisés, antes de morir, les deja como testamento la recomendación de que cumplan aquella Alianza. Nosotros contamos con capítulos nuevos en esta catequesis y en esta memoria agradecida. Dios, además de liberar a Israel de la esclavitud, nos ha enviado a su Hijo para liberarnos a todos del pecado y de la muerte. Tenemos más razones para sentir admiración y gratitud hacia Dios y para responder a su amor con el nuestro, intentando cumplir su voluntad en nuestras vidas. Cuando presentamos a Dios (o a Jesús) en nuestra predicación o en nuestra catequesis, no tendríamos que apoyarnos tanto en filosofías o definiciones sino en la historia de la salvación, tal como aparece en el AT y en el NT. El de Moisés es un «credo histórico», no un «credo teológico». «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos...». Es lo que hace el salmo de hoy: «Recuerdo las proezas del Señor, medito todas tus obras... ¿qué dios es tan grande como nuestro Dios?». Nosotros lo podemos recitar con más conocimiento de causa y con unas consecuencias más coherentes en las respuestas de nuestra vida diaria.

Es una oración de confianza en la acción de Dios, de aceptación por los designios divinos. En medio de la tribulación, proclama el salmista que los caminos de Dios son santos, y prepara la oración de Jesús que ora al Padre “no se haga mi voluntad sino la tuya”, y nos enseñó a rezar “hágase tu voluntad”. La expresión “hijos de Jacob y de José” sólo aparece aquí referidos a los salvados en el paso del Mar Rojo, y se refiere al pueblo elegido. El nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, se sabe guiado no por Moisés y Aarón sino por Cristo: “nos hemos convertido, por tanto, en pueblo adquirido por Dios en virtud de la sangre de nuestro Redentor, como en otro tiempo el pueblo de Israel fue redemido de Egipto por la sangre del cordero. Porque así como los que fueron liberados por Moisés de la esclavitud egipcia cantaron al Señor un canto triunfal después que pasaron el Mar Rojo, y el ejército del Faraón se hundió bajo las aguas, así también nosotros, después de haber recibido en el bautismo la remisión de los pecados, hemos de dar gracias por estos beneficios celestiales. En efecto, los egipcios, que afligían al pueblo de Dios, y que por eso eran como un símbolo de las tinieblas y aflicción, representan adecuadamente el misterio de nuestra redención: caminamos hacia la luz de la morada celestial, iluminados y guiados por la gracia de Cristo. Esta luz de la gracia quedó prefigurada también por la nube y la columna de fuego; la misma que los defendió, durante todo su viaje, y los condujo, por un sendero inefable, hasta la patria prometida” (S. Beda).

3.- Mt 16,24-28. Las palabras de Jesús parecen como una continuación de la reprimenda que ayer había dirigido a Pedro, al que no le gustaba oír hablar de la cruz. Jesús avisa a sus seguidores que, al igual que él mismo, en su camino hacia la Pascua, a todos ellos les tocará «negarse a si mismos», «cargar con la cruz», «seguirle», «perder la vida». Y así la ganarán y recibirán el premio definitivo. Parecen y son paradojas: pero se trata de los caminos de Dios, muy distintos de los nuestros. Ese final («algunos verán llegar al Hijo del Hombre en majestad») no sabemos a qué se refiere: tal vez, a la escena de la transfiguración, que Mateo cuenta a renglón seguido (aunque nosotros no la leamos en esta lectura continuada).

El que mejor ejemplo nos ha dado de un camino hecho de renuncia y de cruz es el mismo Jesús. Como siempre, lo que enseña, lo cumple él el primero. Pedro, quien, al principio, se mostraba tan reacio a aceptar a Jesús como «el Siervo que se entrega por los demás», después de la experiencia de la Pascua y de Pentecostés, será uno de los testigos más valientes de Cristo, orgulloso de poder sufrir por él, hasta su martirio en Roma, bajo Nerón. Estamos avisados. Podrá resultarnos duro el camino de la vida cristiana, pero no nos debe sorprender. Jesús ya nos lo ha advertido, para que no nos llamemos a engaño. No nos ha prometido éxitos y dulzuras en su seguimiento. Eso si: no nos va a defraudar, porque «pagará a cada uno según su conducta», y no se dejara ganar en generosidad (J. Aldazábal).

El viraje decisivo de los evangelios se hizo a partir de la Confesión de Pedro. Jesús se dirige hacia lo esencial, hacia "su hora"... y se concentra en lo que considera como trabajo suyo principal: la formación profunda del grupo de los Doce. -Jesús, después de haber anunciado a los discípulos su pasión y su resurrección, les dijo: "El que quiera venirse conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. "Si alguien quiere venirse conmigo..." Este "si" condicional, o sea la frase inicial: "El que quiera", me ayudan a penetrar en un misterio esencial de Dios: El es quien inventó la libertad del hombre... que es la grandeza del hombre según Dios. Jamás la forzará. "Si tú quieres venir conmigo..." ¡Sí, Señor, lo quiero! Pero ¡ven a ayudar mi flaqueza! Esto es, precisamente, lo que me atrae en el evangelio: seguirte, ir contigo, vivir mi vida humana "como la vivió Cristo". Tú has ido delante. Tú me precedes a cualquier parte que yo vaya. Considerarme como "aquel-que-trabaja-con": mis trabajos de hoy, mis responsabilidades, "contigo", siguiéndote. -Que renuncie... que cargue con su cruz... Sin estos requisitos no hay vida cristiana verdadera. La vida según el evangelio no es una vida fácil, como agua de rosas, muelle y sin consistencia. Seguir a Cristo supone un cierto número de elecciones y de rupturas. He escogido esto, he renunciado a aquello. Es necesario que revise mi vida para ver si de hecho encuentro que hay en ella renuncias. ¿A qué he renunciado por ti, Señor? ¿El que quiera salvar su vida, la perderá... el que pierde su vida por mí, la conserva. He aquí una fórmula paradójica que Jesús pronunció ciertamente, y, sin duda, con esas mismas palabras... pues se la encuentra seis veces en los evangelios: Mt 10,39; 16,25; Mc 8,35; Lc 9,24; 17,33; Jn 12,25. Nuestra vida no está hecha para ser guardada, sino para ser entregada. Amar no es "sentir emoción", no es desear poseer al otro, es olvidarse de sí mismo para darse al otro. Cada vez que uno "toma" para sí, deja de amar. No digas que amas cuando quieres solamente disfrutar del otro: ¿no sería esto entonces un amarte solamente a ti mismo? Sí, amas de veras, si eres capaz de renunciarte, de olvidarte, si eres capaz de morir a ti mismo en beneficio de aquel a quien amas. El que más ha amado, es Jesucristo. La "cruz" de Jesús no es solamente un instrumento de suplicio, de renuncia... es el signo mismo del más grande amor que haya levantado jamás a un corazón. "No te he amado en broma..." -¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si malogra su vida? o ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Es para "salvarse" que hay que "perder": la renuncia no tiene su fin en sí misma... es la condición de una "vida" en plenitud. ¡Por la renuncia y la cruz, Jesús no propone una destrucción, sino un desarrollo... una expansión total y eterna! -Porque el Hijo del hombre va a venir entre sus ángeles con la gloria de su Padre: Entonces pagará a cada uno según su conducta. Señor, ayúdanos a vivir los verdaderos valores (Noel Quesson).

Jesús, a partir de cierto momento, pone en evidencia la difícil situación que les espera al llegar a Jerusalén y va descubriendo con sus discípulos las claves que le permiten descubrir el significado de todo el camino recorrido. Insiste en este tema porque las pretensiones mesiánicas de los discípulos, especialmente de Pedro, se habían convertido en un verdadero tropiezo para la misión. Jesús, entonces, pone los puntos sobre las íes y vuelve continuamente sobre el tema de las exigencias del discípulo para evitar que quienes lo sigan se engañen.

Las exigencias parten de una renuncia radical y primera a las propias ambiciones. El auténtico discípulo no puede anteponer sus intereses a la urgencia del Reino porque estaría en el plan de la mentalidad vigente que consiste en buscar seguridades y prebendas personales. Esto es lo que significa "ganar el mundo", empeñar la propia persona en un sinnúmero de empresas que supuestamente le reportarán la felicidad de ésta vida y de la otra. La realidad, sin embargo, es otra. Los que ganan este mundo pierden su propia vida.

El camino del Maestro se convierte, entonces, en el destino del discípulo. Si el maestro ha renegado de sí mismo y ha cargado con la cruz, el discípulo no puede suavizar su opción: o con el Maestro o sin él. Desde ese momento el discípulo se abre completamente a la novedad de Dios y, a la vez, acepta el conflicto que lo enfrentará a la mentalidad vigente.

Con frecuencia nos enfrentamos con timidez a nuestras propias opciones. Somos discípulos que en lo profundo del corazón, a veces incluso de un modo simplemente inconsciente, alimentamos mesianismos triunfalistas y exitosos. Por eso, vamos por la vida haciendo tratos y contratos que nos permiten evadir los compromisos que hemos asumido. Vale la pena preguntarnos: ¿qué deberíamos cambiar para ser más auténticos discípulos? (Servicio Bíblico Latinoamericano).

Lluciá Pou Sabaté

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