miércoles, 10 de agosto de 2011

San Mateo 18,21-19,1: Dios está siempre con nosotros en su alianza, nos acompaña con sus dones y prodigios, pero para ello hemos de abrirnos al perdó


SANTA CLARA, virgen, Memoria obligatoria

Dicen que era una belleza
Muchas veces llamamos abusivamente ‘estrellas’ a quienes no merecen ese nombre. Porque son fugaces. Aparecen y desaparecen en las pantallas y revistas, en poemas de amor y desamor, pero un día son admiradas y otro día son despreciadas.

Ninguna de ellas alcanzó la celebridad de belleza como la logró, sin pretenderlo, Clara de Asís (1194-1253) a la que hoy veneramos como santa, hija de Dios, cofundadora de un movimiento franciscano de espiritualidad que llena centenares de monasterios con jóvenes mujeres amigas de la pobreza y sencillez.

Ella, como Francisco de Asís, era de familia adinerada y muy querida en su hogar. Pero cierto fuego interior la quemaba, y un día se enamoró de la “porciúncula”, de la ‘dama pobreza’, y optó por despedirse del mundo y sus afanes e intereses para seguir otro camino: el del amor, pobreza, alegría, sacrificio, teniendo a Cristo por guía y a su Evangelio como norma o regla de conducta.

En pos de Francisco, fundó la orden de las Clarisas, a las que dejó por herencia la sencillez, la caridad, la piedad, la fraternidad alegre.

San Mateo 18,21-19,1:
Dios está siempre con nosotros en su alianza, nos acompaña con sus dones y prodigios, pero para ello hemos de abrirnos al perdón hacia los demás

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

Lectura del libro de Josué 3, 7-10a. 11. 13-17. En aquellos días, el Señor dijo a Josué: -«Hoy empezaré a engrandecerte ante todo Israel, para que vean que estoy contigo como estuve con Moisés. Tú ordena a los sacerdotes portadores del arca de la alianza que cuando lleguen a la orilla se detengan en el Jordán.» Josué dijo a los israelitas: -«Acercaos aquí a escuchar las palabras del Señor, vuestro Dios. Así conoceréis que un Dios vivo está en medio de vosotros, y que va a expulsar ante vosotros a los cananeos. Mirad, el arca de la alianza del Dueño de toda la tierra va a pasar el Jordán delante de vosotros. Y cuando los pies de los sacerdotes que llevan el arca de la alianza del Dueño de toda la tierra pisen el Jordán, la corriente del Jordán se cortará: el agua que viene de arriba se detendrá formando un embalse. » Cuando la gente levantó el campamento para pasar el Jordán, los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza caminaron delante de la gente. Y, al llegar al Jordán, en cuanto mojaron los pies en el agua -el Jordán va hasta los bordes todo el tiempo de la siega-, el agua que venía de arriba se detuvo, creció formando un embalse que llegaba muy lejos, hasta Adam, un pueblo cerca de Sartán, y el agua que bajaba al mar del desierto, al mar Muerto, se cortó del todo. La gente pasó frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza del Señor estaban quietos en el cauce seco, firmes en medio del Jordán, mientras Israel iba pasando por el cauce seco, hasta que acabaron de pasar todos

Salmo l13A,1-2.3-4.5-6 R. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente, Judá fue su santuario, Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó, el Jordán se echó atrás; los montes saltaron como carneros; las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes, a ti, Jordán, que te echas atrás? ¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros; colinas, que saltáis como corderos?

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18,21-19,1. En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: -«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: -«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara asi. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros m¡ Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.» Cuando acabó Jesús estas palabras, partió de Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

Palabra del Señor.

Comentario: 1.-Jos 3,7-17. El capítulo 3 de Josué presenta el pasaje del Jordán como la prueba maravillosa de la conducción efectiva del pueblo por Yahvé. Su género literario es épico: sus fuentes son múltiples pero sus distintos datos permiten al redactor formular adecuadamente el mensaje religioso esencial de la travesía del río.

a) Su primera preocupación es hacer de este pasaje la réplica del paso del mar Rojo. Las aguas del Jordán son "cortadas" (v 13) como las del mar rojo (Ex 14, 21); "se amontonan" (v 16) como en Ex 15,8 y dan lugar a lo "seco" (v 17) como en Ex 14,21-22. Los cronistas de Israel han concebido, pues, el paso del Jordán como una prueba de que la primera liberación pascual se renovaría cada vez que el pueblo tuviera necesidad de ella (cf Jos 5,10-12). En el momento en que Israel termina su peregrinación hacia la Tierra Santa se le recuerda con toda claridad que su marcha ha sido una larga prueba liberadora de todas las esclavitudes y de todas las alienaciones; no sólo de las que les habían impuesto sus enemigos los egipcios, sino también de las que su pecado provocó a lo largo de su permanencia en el desierto.

b) La travesía del Jordán se presenta como una procesión litúrgica. Se diría que el paso del río se reduce a llevar solemnemente el arca de Dios de una orilla a la otra. No se presta atención más que a ella (mencionada 17 veces en el capítulo 30; son los sacerdotes quienes la llevan (vv 14,15 y 17) y el pueblo recibe órdenes precisas (v 17) para pasar delante de ella como señal de veneración. Esta relevancia reservada al arca prueba que el redactor considera el paso del Jordán como la entrada solemne de Yavhé en el país que él mismo ha elegido como morada.

La detención de las aguas del Jordán (v 16) pudo ser un fenómeno natural; las colinas margosas que dominan el río se corren frecuentemente hacia las aguas -la última vez en 1927- y bloquean la corriente a veces durante todo un día. Pero el cronista no se detiene en esas puras causas naturales. Para él, el acontecimiento no es más que un signo de la presencia de Dios al lado de su pueblo; esa es precisamente la misión del profeta; descubrir el significado del acontecimiento y la forma en que es palabra de Dios (Maertens-Frisque).

¿Por qué cuarenta años? El significado de este número es conocido por los cristianos más familiarizados con la Biblia. Cuarenta significa una plenitud; el tiempo necesario para... Aquí, el tiempo necesario para forjar un pueblo, hacer de una reunión heteróclita el pueblo de Dios. Hay que tener en cuenta la resistencia natural a la renovación, la nostalgia de lo que se ha dejado atrás. Las famosas cebollas de Egipto. Toda una generación contaminada por las prácticas paganas de los egipcios y de los pueblos vecinos, la que siguió a Moisés, va a morir en el desierto. Para hacer desaparecer los defectos se necesita tiempo. No podemos olvidar esta lección. Hace falta tiempo para la evolución de nuestro grupo, de nuestro equipo; hace falta tiempo para la evolución de nuestro ambiente; tiempo para la evolución de nuestra pareja, de nuestro amor, para nuestra propia evolución. En toda empresa humana, aunque esté inspirada por los mejores motivos, en la reunión de un grupo de peregrinos o en la construcción de un equipo de matrimonios, de un grupo de oración, de una comunidad cristiana, es necesario tiempo para crear la unidad y la verdadera solidaridad.

En nuestras relaciones hay una primera etapa que resulta a menudo fácil, porque la buena educación, la cortesía sociológica, las buenas disposiciones religiosas vierten aceite en los engranajes. Pero después hay necesariamente un segundo estadio: los jóvenes se afirman como jóvenes; las personas de edad se comportan como personas de edad; los solteros como solteros y las parejas como parejas; los religiosos o las religiosas se afirman como tales; nuestros gustos espirituales se revelan diferentes, como diferentes nuestros tipos de evolución, nuestras intuiciones, nuestra historia y nuestra educación. Sin embargo estamos llamados, por las circunstancias a través de las cuales se ha manifestado el Espíritu Santo, a crear una comunidad verdadera. Es pues normal y sano, expresar críticas y reclamaciones. Sano, cuando la verdad lo exige pues las comunidades están compuestas de hombres y mujeres corrientes, que se manifiestan como son. Sano, a condición de que ascienda hasta ti, Espíritu de Dios, una súplica: "Espíritu Santo unificador, manifiéstate en nosotros; da a cada uno la paciencia necesaria, con los demás y consigo mismo, el respeto a los demás en su trayectoria personal; da a cada uno la posibilidad de ponerse al servicio de los demás en el amor que tú suscitas; da a cada uno la posibilidad de someterse ante el bien común y ante quienes han recibido la misión de reunir el rebaño en torno al único pastor; porque tú eres, oh Espíritu Santo, la fuente singular de la unidad con el Padre y el Hijo. Gloria a vosotros por los siglos de los siglos". Lo que constituye la comunidad no es la uniformidad sino Dios. Dios que permite superar las divergencias y las diferencias. Es bueno que cada uno se manifieste en su diferencia y que los demás acojan esta diferencia para someterlo a Dios, que actúa en el tiempo.

Llegamos al paso del Jordán. De la misma manera que Dios protegió a su pueblo para que franqueara el mar de las Cañas (Ex 14,22), igual es protegido para franquear el Jordán; las aguas se separan y el pueblo pasa a pie enjuto. Porque a tu pueblo no le falta jamás tu protección, Dios todopoderoso; aunque no siempre es consciente de ello. A los que entienden un poco se les dirige la recomendación de Josué: "Purificaos, porque mañana... " (Jos 3,6). Igual que los hebreos se santificaron con la sangre del cordero antes de huir de Egipto, los que se preparan para cumplir una misión, los que tienen una responsabilidad -y por tanto todo discípulo de Jesús- deben prepararse mediante una santificación, una purificación previa.

Escuchemos la lección de Orígenes (Homilía sobre Josué): "A ti, cristiano, que has franqueado las aguas del Jordán por el misterio del bautismo, la palabra de Dios te promete bienes mucho más grandes y más elevados: te promete que caminarás y pasarás incluso a través de los aires... No vayas a imaginarte, tú que oyes contar ahora lo que sucedió entre los antiguos, que todo eso no te concierne; todas esas cosas se realizan en ti de una manera espiritual. Porque, cuando abandonas las tinieblas de la idolatría y deseas llegar al conocimiento de la ley divina, es cuando comienza tu salida de Egipto".

El sacramento de la reconciliación en particular, que renueva la gracia del bautismo, desempeña ese oficio de santificación. No tanto para liquidar el ayer como para preparar el mañana, para recibir la fuerza necesaria del Espíritu Santo; entregar a la Iglesia mis insuficiencias para que la Iglesia me dé el Espíritu Santo que me ha obtenido la sangre de Cristo en la que he sido bautizado. "El Señor sea con vosotros", me dice la Iglesia. Entonces "caminaremos y pasaremos a través de los aires".

Para unos novios recibir el sacramento de la penitencia no es trazar una cruz sobre el ayer con objeto de que sean dos ángeles los que se casen, sino prepararse para la misión de la pareja mediante la santificación que nos proporciona este sacramento. Del mismo modo, recibir el sacramento del matrimonio es santificarse diciendo sí de antemano a la vida conyugal para disponerse a realizarla mejor. Lo mismo se puede decir del sacramento de los enfermos. Señor Dios, santifícame: si me ocupo de la preparación para el matrimonio o para el bautismo o de la catequesis, santifícame. Si tengo la responsabilidad de un grupo de oración, de una comunidad parroquial, de un grupo de familias, santifícame. Si milito en un sindicato, una asociación, un partido, santifícame. ¿Tengo yo la impresión de no haber pecado? Josué me responde: "Santifícate, renuévate, prepárate". Así que estoy dispuesto a pasar el Jordán o el mar Rojo. Es decir, a realizar lo que resulta imposible al hombre y que sólo tú, Señor Dios, puedes hacerme realizar: ver separarse las aguas, pasar a pie enjuto; ver derribado el ejército del Faraón, desplomadas las murallas de Jericó. Todos podemos así pasar el mar Rojo y el Jordán numerosas veces en nuestra vida. Realizar lo que es imposible al hombre. Pasa el mar Rojo la mujer que perdona al marido cuya infidelidad ha sorprendido. Pasa el Jordán el hombre que se aparta de una amante a la que quiere. Pasa el mar Rojo la mujer que acepta una responsabilidad que la supera. Pasan el mar Rojo y el Jordán todos esos hombres que triunfan "con mano firme y tendido el brazo de Dios" sobre los pecados que les invaden, sobre sus debilidades, sobre su mezquindad congénita, sobre sus demonios familiares, todos esos ejércitos del Faraón que tú dispersas.

Por tu gracia y la potencia del Espíritu Santo entramos sin saber cómo en la Tierra Prometida. Y llenamos nuestros ojos de la realidad con la que cumples tus promesas; sí, esas palmeras, esa verdura, esas corrientes de agua, verdaderamente valía la pena atravesar el desierto por todo eso. Aunque la conquista completa de la Tierra Prometida se haga más lentamente de lo que han querido contarla los historiadores sagrados. Tú cumples tus promesas y a través de la realidad visible de este espléndido oasis contemplamos la realidad invisible del Dios que cumple sus promesas. Bendito seas, Dios fiel (Alain Grzybowski).

Sabemos por la historia que la entrada en Canaán fue una larga y difícil conquista por las armas. ¿Por qué, pues, ese libro de la Biblia nos lo presenta como una tranquila y milagrosa procesión litúrgica que, sin quebranto alguno, atraviesa el Jordán precedida por el Arca de la Alianza? La respuesta no debe extrañarnos. Cuando hoy cogemos un libro de una biblioteca, habitualmente conocemos su género literario y sabemos distinguir un libro histórico de una novela, o de un relato épico. Ahora bien, los autores del libro de Josué escribieron más de cinco siglos después de ocurridos los hechos. Seguramente utilizaron documentos y tradiciones orales; pero buscaron ante todo «edificar» a la gente que recorría en peregrinación los santuarios célebres de la época de la conquista. Se comprende pues que esos relatos épicos narren hechos «maravillosos»: es un modo de decir que «Dios estaba con ellos». Aceptemos pues esos libros por lo que son y, más que insistir en los detalles pintorescos y fabulosos, que se han prodigado en ciertas «historias sagradas» para niños, leamos esas páginas como unas lecciones religiosas revestidas, eso sí, de hechos concretos. De otra parte las Biblias hebraicas no clasifican esos libros como históricos, sino como «los primeros profetas»; manifestando con ello que la enseñanza doctrinal tiene la primacía respecto a la precisa exactitud histórica.

-El Señor dijo a Josué: "Hoy mismo voy a empezar a engrandecerte a los ojos de todo Israel, para que sepan que lo mismo que estuve con Moisés, estoy contigo." Efectivamente el don de la Tierra prometida es una "acción de Dios". Tendemos demasiado a prescindir de Dios en nuestras perspectivas. Es evidentemente cierto que, habitualmente, Dios no actúa directamente en los acontecimientos: Dios es la Causa Primera que actúa a través de las causas segundas... es Aquel que, desde el interior anima a los hombres que mantienen sus responsabilidades... Pero ¡Dios está allá! La Biblia, libro religioso, interpelando nuestra Fe, nos afirma que Dios estaba con Josué como estuvo con Moisés. ¡Si por lo menos esta revelación nos ayudara a vivir de esta misma Presencia!

-Acercaos y escuchad las palabras del Señor: He aquí que el Arca de la Alianza del Señor de toda la tierra va a pasar el Jordán ante vosotros. En cuanto los sacerdotes hayan puesto la planta de sus pies en las aguas del Jordán, las aguas que vienen de arriba serán cortadas y se detendrán... Manifiestamente el autor quiere probar que se trata de una especie de re-edición del paso del Mar Rojo. Que es como la garantía que la «liberación pascual» es siempre actual y puede renovarse. Jesús querrá también sumergirse en este mismo Jordán. Y nuestros bautismos son una re-edición de ese mismo misterio: el agua es el signo de nuestro paso al Reino de Dios. El paso del mar Rojo no fue un fenómeno extraordinario «maravilloso»... pero no deja de ser una maravilla, una intervención gratuita de Dios. Este aspecto debe constituir nuestra meditación HOY. El hombre no se salva a sí mismo, nos repetirá san Pablo en la epístola a los Romanos (3,21-24). Es Dios el que salva. Gracias, Señor, por estar con nosotros.

-Entonces todo Israel atravesó a pie enjuto hasta que todo el pueblo hubo acabado de pasar el río. El nombre de Josué significa "Dios salva". Es la misma asonancia que el nombre de Jesús. Así vamos hacia la verdadera Tierra Prometida, la vida eterna, siguiendo a nuestro Salvador. Y la escena casi litúrgica de esa travesía subraya que los ritos son, para nosotros, un medio de revivir esos misterios o de vivirlos por adelantado (Noel Quesson). A mí me recuerda que Moisés es figura de Cristo, y Josué repite el paso, como la Iglesia la pascua con el bautismo hace viva la pascua de la salvación que Jesús con el paso de la muerte a la resurrección ha pasado el mar rojo de su sangre. Así pasamos con los sacramentos… se hace viva la historia (“el Dios vivo está en medio de vosotros” (v 10) es el “que da vida e interviene en la historia”: Catecismo 2112), en en el río de la vida… cuando salieron de Egitpo la presencia de Dios se manifestaba mediante su ángel y con la columna de nube que los acompañaba (Ex 14,19), ahora el Arca de la Alianza desempeña esta función (imagen de la presencia del Señor en la Eucaristía), testimonio del compromiso que ha establecido entre Él y su pueblo, la Alianza. El paso del Jordán queda como una imagen anticipada del bautismo: “Finalmente, el Bautismo es prefigurado en el paso del Jordán, por el que el pueblo de Dios recibe el don de la tierra prometida a la descendencia de Abraham, imagen de la vida eterna. La promesa de esta herencia bienaventurada se cumple en la nueva Alianza” (Catecismo 1222; cf Biblia de Navarra).

2. Es un salmo que da la impresión que ha sido concebido para celebrar el paso del mar Rojo y del río Jordán a la entrada de la tierra prometida. Se recuerdan los fenómenos extraordinarios y se interpretan como manifestaciones del poder y la protección de Dios. Este poder divino manifestado en los milagros lo vemos en Jesús (verdadero anuncio que Moisés simbolizaba) en la tempestad calmada en el lago (Mt 8,26), y Jesús se sirve de la imagen de los montes que saltan (v 6) para hablar del poder de la fe (Mt 17,20; cf Biblia de Navarra; Josemaría Escrivá, Camino 586).

Concluida la lectura de los libros del Pentateuco, seguimos con otros relatos históricos, el libro de Josué y luego el de los Jueces. La aventura del pueblo de Israel continúa. Ha cambiado el líder. A Moisés le ha sucedido su fiel discípulo Josué. Pero lo importante es que Dios sigue al frente de su pueblo: «para que vean que estoy contigo como estuve con Moisés... un Dios vivo está en medio de vosotros». La actuación salvadora de Dios sigue ahora, todavía más intensa que entonces. La Pascua de Jesús fue el verdadero «éxodo», el paso a través de la muerte a la nueva existencia de Resucitado, la Pascua que nos salva a todos los que nos incorporamos a él por el sacramento del Bautismo. Ahora ya no son el Mar Rojo ni el río Jordán: es el torrente de la muerte y del pecado el que Cristo ha atravesado con su Pascua y que nos ayuda a atravesar también a nosotros. Los domingos, en el día de la victoria pascual de Cristo, en vísperas, cantamos muchas veces el salmo 113, el responsorial de hoy, que nos describe poéticamente con júbilo lleno de ironía- lo que le pasó entonces a Israel: «el mar, al verlos, huyó, el Jordán se echó atrás... ¿Qué te pasa a ti, Jordán, que te echas atrás?»... Ahora ya no se trata de ocupar tierras y, ciertamente, tampoco de usar métodos de fuerza y de hechos consumados. Jesús nos ha enseñado la fuerza de la no violencia. Pero sí tenemos que estar convencidos de que Dios está presente en nuestra vida y quiere salvarnos de nuestras esclavitudes personales o comunitarias.

Nosotros podemos alegrarnos, con mayor razón que nuestros hermanos del AT, de que «un Dios vivo está en medio de nosotros». Ahora no nos acompaña el Arca de la Alianza primera, sino el mismo Cristo, quien, para que entendiéramos mejor su presencia, se ha querido hacer también Eucaristía, alimento para el camino, que eso significa «viático» (J. Aldazábal).

3.- Mt 18,21-19,1; ver domingo 24, ciclo A y martes de la 3ª semana de Cuaresma. 2. Mateo 18,21-19,1. Si ayer era la corrección fraterna, hoy Jesús, en su «sermón comunitario», sigue dando consignas sobre el perdón de las ofensas. Lo de hoy completa lo de ayer. La propuesta de Pedro ya parecía generosa. Pero Jesús va mucho más allá: setenta veces siete significa siempre. La parábola exagera a propósito: la deuda perdonada al primer empleado es ingente. La que él no perdona a su compañero, pequeñísima. El contraste sirve para destacar el perdón que Dios concede y la mezquindad de nuestro corazón, porque nos cuesta perdonar una insignificancia. Lo propio de Dios es perdonar. Lo mismo han de hacer los seguidores de Jesús. El aviso es claro: «lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Es el nuevo estilo de vida de Jesús, ciertamente más exigente que el de los diez mandamientos del AT. ¿No es demasiado ya perdonar siete veces? ¿y no será una exageración lo de setenta veces siete? ¿no estaremos favoreciendo que reincida el ofensor? ¿y dónde queda la justicia? Pero Jesús nos dice que sus seguidores deben perdonar. Como él, que murió perdonando a sus verdugos. Pedro, el de la pregunta de hoy, experimentó en su propia persona cómo Jesús le perdonó su pecado. El gesto de paz antes de ir a comulgar tiene esa intención: ya que unos y otros vamos a recibir al mismo Señor, que se entrega por nosotros, debemos estar, después, mucho más dispuestos a tolerar y perdonar a nuestros hermanos (J. Aldazábal).

-Pedro se acercó a Jesús para decirle... Al comienzo de ese discurso "comunitario" fueron todos los apóstoles juntos los que hicieron una pregunta a Jesús. (ver martes último). Ahora es Pedro el que pregunta. Es el "juego" de la colegialidad: el conjunto de los obispos, de una parte, el Papa como porta-voz único del conjunto, de otra parte. El evangelio, discretamente, sugiere esa doble estructura esencial de la Iglesia. -Señor, si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿cuántas veces lo tendré que perdonar? ¿No había entendido todavía? ¿Es pues tan difícil entender que Dios es bueno, misericordioso, capaz de perdonar infinitamente? ¿Por qué continuamos con nuestras imágenes de un Dios riguroso y duro?

-No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Simbolismo de las cifras: "siete" es la cifra perfecta, multiplicada por sí misma, indica el infinito. Hay dos maneras de traducirlo: setenta veces siete o setenta y siete veces. La expresión podría entenderse como una antítesis de Gn 4,24 donde Lamec proclama la venganza: “Caín será vengado siete veces, pero Lamec lo será setenta y siete”. Frente al “nunca perdonaré” de Lamec Jesús proclama el perdonar “siempre” (Biblia de Navarra): “no encerró el Señor el perdón en un número determinado, sino que dio a entender que hay que perdonar continuamente y siempre” (S. Juan Crisóstomo). Pedro creía ir ya muy lejos ¡proponiendo hasta siete veces! Pero, para Jesús no hay tasas: ¡siempre hay que perdonar! Se dice muy aprisa que no se tiene nada que perdonar a nadie, que se es amigo de todo el mundo, que esta exigencia no nos concierne... o, lo que es peor, se encuentran muchas razones egoístas y sutiles, o colectivas e ideológicas para justificar nuestro rechazo a perdonar. Pero, una vez más, el evangelio nos interpela a cada uno ¿Tendré suficiente valor para reconsiderar mi vida y poner nombres y rostros concretos... en esta parábola que estoy escuchando y que Tú, Señor, pronunciaste?

-Un amo que quiso saldar cuentas con sus empleados... Una deuda de diez mil talentos -es decir, muchos millones-... Un pobre hombre que pide compasión... El amo "compadecido, ¡le perdona toda su deuda!" Una deuda grandiosa: un denario equivale al jornal de un trabajador, y un talento valía unos 6000 denarios, lo cual suman una deuda de 60.000.000 de denarios, cifra imposible de restituir, esta hipérbole indica la expresividad de la parábola.

La venganza era una ley sagrada en todo Oriente; el perdón era humillante. La parábola es un drama en cuatro actos: deuda, misericordia, crueldad y justicia. Un hombre debía diez mil talentos. Una suma exorbitante. El auditorio de Cristo no podía imaginar deuda semejante. La conclusión: se trata de una deuda impagable. El acreedor ordena vender todo cuanto se tiene incluyendo la familia. Ser vendido como esclavo por deudas no era infrecuente en el antiguo Oriente Próximo, pero ese procedimiento era utilizado con mayor frecuencia como castigo, más que para el pago de deudas. Sin embargo, el rey atiende la súplica y perdona. El deudor perdonado se convierte en deudor despiadado que ante su compañero deudor de algo insignificante en comparación con lo que se le había perdonado lo mete en la cárcel después de casi ahogarlo. El hecho de no mostrar misericordia donde él la había recibido lleva a que la misericordia del rey sea revocada, y el siervo inmisericorde es entonces entregado a los verdugos (v. 34) hasta que pague esa deuda imposible de saldar. En síntesis, la idea es que la soberanía de Dios exige que la misericordia divina sea la medida del perdón en nuestras relaciones con los demás.

En este pasaje se nos aclara y recalca algo muy importante: la pertenencia al reino es el perdón y éste es sin límites y a todos tomando como ejemplo a Dios mismo cuya oferta de gracia desborda todo cálculo humano. No hay lugar para la venganza personal, porque uno siempre vive en el amor misericordioso del Padre (Is 40,2; 43,25), y por tanto debemos reflejar ese amor misericordioso a los demás.

Pedro introduce el tema de cuántas veces hay que perdonar, Jesús responde que setenta veces siete; es decir, siempre; porque siempre tenemos necesidad del perdón divino. En este contexto Jesús pronuncia esa parábola paradójica, en la que todo parece desproporcionado: la disparatada deuda del primer servidor y donde no tiene ninguna posibilidad de que la devolviera, pese a su promesa de hacerlo junto con su crueldad para con el compañero que tiene con él una deuda insignificante y que se podía pagar fácilmente. Lo que queda claro es que la condición esencial para el perdón divino es que nosotros perdonemos a nuestros prójimos, y con un perdón “de corazón”, como el perdón de Dios. Actuar con perdón es el estilo del reino. Negarse a perdonar nos sitúa fuera del reino y, por consecuencia, fuera de la esfera del amor misericordioso de Dios. Esta parábola es un drama que se actúa continuamente pues el que queda impune de grandes actos de enriquecimiento ilícito quiere luego ahorcar a sus trabajadores que le deben cualquier cosa en comparación con lo robado o ganado ilícitamente. Esto lo vemos en la cuestión económica pero se da en todos los campos de las relaciones humanas. Un cónyuge, normalmente el varón por el machismo mundial que vivimos, engañando gravemente al otro, resulta que llega a lastimar y hasta matar al otro por una tontería que agiganta por los celos. Afortunadamente con Dios no es así, no podemos jugar. El es capaz de tomar todos nuestros pecados, nuestras deudas para obtener el perdón; pero no puede tolerar el abuso de que, siendo pecadores, nos neguemos a perdonar las mínimas ofensas que se nos hacen. Con esto podremos rezar con fuerza, conciencia y compromiso aquella parte del Padrenuestro “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden...” (Servicio Bíblico Latinoamericano). Para querer cambiar a otra persona tengo que mejorar yo primero en eso que quiero que ella cambie. Luego, quererla tal como es, pues con imposiciones no conseguiré que mejore, más bien metiéndome en su piel, pensando cómo me gustaría que me trataran en su lugar, para ayudarme. Pues por el cariño se consigue más que con la exigencia mala… y viendo en ella a Jesús… así, Dios tendrá paciencia conmigo, si yo la tengo con los demás. Si no juzgo a los demás, no seré juzgado yo tampoco por Dios. Si perdono, seré perdonado… es decir, podré acogerme al perdón, al amor, porque todo depende de abrir mi corazón, no de Dios que me ofrece siempre el don, sino de que sea yo capaz de poder aceptarlo, de que esté receptivo, no herméticamente cerrado. Él siempre nos ofrece su don.

Tal es Dios, dice Jesús; infinito en su bondad; capaz de perdonar todo. En primer lugar, contemplo detenidamente esa magnanimidad, esa generosidad inverosímil, esa renuncia del amo a sus derechos, ese perdón infinitamente propalado. HOY, en nuestro mundo, los hombres van acumulando pecados. La deuda miserable seguirá creciendo. Y Dios, movido a compasión, una vez más "perdonará toda la deuda". Gracias, Señor. Y en esta marea de la humanidad pecadora, pienso en mi propia parte. Constantemente, yo mismo, soy perdonado... obtengo la remisión de mi deuda personal. Y nada es capaz de hastiar a Dios. La fabulosa suma citada por Jesús no se debe al azar... es la verdad. Dios hace lo que ningún acreedor es capaz de hacer (cf. Camino 452).

-Ese mismo empleado, el mismo que fue tan generosamente tratado por su amo... exige a uno de sus compañeros una ínfima deuda de cien denarios (menos de un dólar). Entonces el amo le dijo: "¡Miserable! Yo perdoné toda tu deuda... ¿No podías tú tener también compasión de tu compañero?" Para Jesús, el deber del perdón mutuo se funda en el hecho que todos, nosotros mismos, somos beneficiarios del perdón de Dios. Se perdona realmente a los demás, a todos aquellos que nos ofenden, cuando se es consciente de ser uno mismo un "perdonado". Una vez más es pues a Dios que hay que mirar, si queremos llegar a ser capaces de reconciliación sincera.

-Pues lo mismo os tratará mi Padre... si cada uno no perdona de corazón a su hermano. "Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores." "Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden." "Dichosos los misericordiosos, ellos alcanzarán misericordia" El aparente rigor de Dios es el reflejo y el castigo de nuestra dureza de corazón (Noel Quesson).

No hay comentarios:

Publicar un comentario