miércoles, 31 de agosto de 2011

MIÉRCOLES DE LA XXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Feria




MIÉRCOLES DE LA XXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Feria


Misa de feria (verde).

Misal: cualquier formulario permitido (véase pág. 68, n. 5), Pf. común.
Lec.:
vol. IV, págs. 208 y 448.
Col 1, 1-8. El mensaje de la verdad ha llegado a vosotros y al mundo entero.
Sal 51. R/. Confío en tu misericordia, Señor, por siempre jamás.
Lc 4, 38-44. También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado


San Lucas 4,38-44: La nueva vida en Cristo da fruto en la fe, esperanza y el amor, Jesús nos enseña con su vida que se nutre de la oración y se manifiesta en las obras de misericordia.

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

Comienzo de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1, 1-8. Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y el hermano Timoteo, a los santos que viven en Colosas, hermanos fieles en Cristo. Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros desde el día en que lo escuchasteis y comprendisteis de verdad la gracia de Dios. Fue Epafras quien os lo enseñó, nuestro querido compañero de servicio, fiel ministro de Cristo para con vosotros, el cual nos ha informado de vuestro amor en el Espíritu.

Salmo 51,10.11. R. Confío en tu misericordia, Señor, por siempre jamás.

Pero yo, como verde olivo, en la casa de Dios, confío en la misericordia de Dios por siempre jamás.

Te daré siempre gracias porque has actuado; proclamaré delante de tus fieles: «Tu nombre es bueno.»

Santo Evangelio según san Lucas 4,38-44. En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: -«Tú eres el Hijo de Dios.» Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con Él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero Él les dijo: -«También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado.» Y predicaba en las sinagogas de Judea.


Comentario: 1.- Col 1,1-8. A partir de hoy, y durante ocho días, leeremos la Carta de Pablo a los cristianos de Colosas, una ciudad que estaba en Frigia, a unos doscientos kilómetros de Éfeso, en el Asia Menor, actual Turquía. Pablo no había fundado aquella comunidad, ni la conocía. Había sido su discípulo Epafras el evangelizador de aquella región. Pablo les dirige una carta amable, hacia el año 63, cuando estaba en Roma en arresto domiciliario. Se ve que aquellos cristianos, aunque no conocían personalmente a Pablo, habían oído hablar mucho y sentían "un profundo amor" por él. Por el contenido de su misiva se entrevé la vida de aquella comunidad, mezcla de griegos y judíos, también con algún problema doctrinal: por ejemplo la tendencia "gnóstica", la dualidad de su visión cósmica, tal vez con un excesivo aprecio de los ángeles, mientras que los cristianos sitúan claramente a Cristo en el centro de toda su cosmovisión. Por eso la Carta es muy "cristológica".

La primera página de esta Carta es un saludo afectuoso y lleno de optimismo. Pablo tenía buenas noticias de aquel "pueblo santo que vive en Colosas": tiene fama "vuestra fe en Cristo Jesús y el amor que tenéis a todo el pueblo santo". Buen retrato de una comunidad. Pablo aprovecha para decirles que la fe en Cristo, "el mensaje de la verdad, se sigue propagando y dando fruto en el mundo entero".

Ojalá se pudiera decir de todas nuestras comunidades -las diócesis, las parroquias, las comunidades religiosas, los diversos movimientos y asociaciones- que son famosas por su "fe en Cristo Jesús" y su "amor a todos los demás" y que "les anima en todo la esperanza". Luego pueden añadirse más cosas organizativas y vistosas. Pero lo principal es que existan estas tres virtudes llamadas teologales, las básicas de todo cristiano: la fe, la esperanza y la caridad. Éste es el mejor adorno de una comunidad, y la mejor garantía de que su presencia en medio de la sociedad será eficazmente misionera. En este documento tenemos, pues, una síntesis teológica muy corta, pero que expresa el pensamiento más maduro de Pablo tal como se manifiesta abiertamente en la epístola de los Efesios.

-Yo, Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y Timoteo, el hermano, a los cristianos de Colosas, hermanos fieles en Cristo. Es la dirección y el saludo del comienzo de toda carta. Dos veces aparece el término «hermano». Era la manera de nombrarse entre sí los primeros cristianos. El cristianismo, ¿es también para nosotros una gran fraternidad? «Hermanos en Cristo»... porque no se trata solamente de solidaridad humana, como la creada por la familia, el ambiente, la raza. Se trata de considerar las relaciones humanas desde el ángulo de la fe: unos hombres unidos al mismo Cristo son hermanos. Examino mis relaciones a esa misma luz.

-Miembros del pueblo santo, ¡que Dios nuestro Padre os dé la gracia y la paz! Pablo tiene la costumbre de llamar «santos» a los cristianos (Rm 1,7; 6,19; 15,25; 2 Co 9,1;1 Co 1,2; 6,1; 14,33 etc). Esto no quiere decir que fuesen perfectos y sin pecado. Los llama así porque participan de la santidad de Dios al recibir su vida: «Dios nuestro Padre». Otra razón de llamarse «hermanos». Pablo llama santos a los Colosenses, consciente de que participan de la misma dignidad del Hijo de Dios, Jesucristo, por su unión a Él. Efectivamente: así como una persona sin linaje, unida en alianza matrimonial con un personaje importante participa del linaje de este último, y como tal se le ha de reconocer por todos; así, quien se une a Cristo en Alianza con Él, en Él participa de la gracia que le corresponde como a Hijo único del Padre Dios. Sin embargo no basta esa Alianza con el Señor para ser santos; hay que vivirle fieles; y así Pablo lo expresa: Los hermanos santos y fieles en Cristo. De esta manera, junto con Pablo y con todos los que se han unido al Señor, participan de la Gracia que Dios comunica a quienes han pronunciado su sí, lleno de amor, a la oferta salvadora que Dios nos hace para vivir unidos a Él sin desviarse por caminos equivocados. Nuestra fe en Cristo nos ha de llevar al amor fraterno aún en medio de grandes dificultades, sin perder la esperanza de que, al final, después de haber pasado por grandes tribulaciones, viviremos unidos eternamente al Señor. Conscientes de que esa unión ya se ha iniciado en esta vida, hemos de manifestar con obras, que el Evangelio crece y fructifica día a día en nosotros y no se ha quedado como una semilla sembrada en un terreno estéril. Trabajemos, pues, constantemente, guiados por el Espíritu Santo, para que el Reino de Dios llegue en nosotros a su plenitud.

-Damos gracias sin cesar a Dios... por vosotros en nuestras oraciones. La mayoría de las epístolas de san Pablo empiezan dando gracias o «eucaristía». Yo también, Señor, quisiera que me dieras un alma alegre, que no cese de dar gracias, pensando en... Enumero los nombres de las personas de las que soy responsable. Tenemos noticia de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis con todos los santos, en la esperanza de lo que nos aguarda en los cielos. La fe, la caridad y la esperanza caracterizan a los cristianos y es aquello sobre lo que versa la oración. La fórmula da a entender que el motor, el dinamismo de las otras dos virtudes, es la esperanza. El cristiano está en marcha. Sabe donde va. Su vida tiene un sentido. Va hacia el cielo. Y la fe y la caridad son como un gustar anticipado de ese cielo que realizará en plenitud todas las aspiraciones del hombre.

-De lo que fuisteis ya instruidos por la Palabra de la verdad, el Evangelio que llegó hasta vosotros que fructifica y crece entre vosotros, lo mismo que en todo el mundo... ¡Cuando pensamos que los cristianos sólo eran entonces una ínfima minoría! Y nosotros nos entretenemos en lamentaciones sobre las crisis de la Iglesia. Danos, Señor, ese alegre dinamismo. Concede a cada cristiano sentirse responsable del progreso de la fe en el mundo entero (Noel Quesson).

2. Sal 51. Muchas persecuciones sufre el justo, pero de todas ellas Dios lo libra. El malvado se engríe en su maldad, se abalanza sobre los pobres e indefensos para maltratarlos y acabar con ellos, y piensa: Dios no lo ve, el Señor se oculta para no enterarse. Sin embargo, por los huesos del justo vela Dios y no le alcanzará la maldad de los inicuos. Por eso, quien confía en el Señor y en su amor sabe que ha plantado su vida como se plantan los olivos junto a las corrientes de los ríos y no le alcanzará tormento alguno; a pesar de los contratiempos, su esperanza en el Señor le conservará constantemente dando frutos de bondad, pues la presencia del Señor en el hombre justo no puede quedar infecunda, a pesar de la persecución y la muerte. Confiados en el amor que el Señor nos tiene ofrezcámosle, no sólo un sacrificio de acción de gracias, sino toda nuestra vida convertida en un continuo sacrificio de alabanza a su Santo Nombre.

El salmo hace un eco amable a este saludo: "confío en tu misericordia, Señor... proclamaré delante de tus fieles: tu nombre es bueno". El salmista espera vivir en la abundancia y muchos años como el olivo, que indica ambas cosas (cf Jr 11,16; Sal 128,3) junto al Templo, y dar gracias a Dios toda la vida experimentando la fidelidad de Dios a Sí mismo y a sus fieles. La Iglesia conecta con esta esperanza ante los retos del mundo de hoy “devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de su destino más alto” (Gaudium et spes 21).

3.- Lc 4,38-442. Lo que Jesús anunció en Nazaret lo va cumpliendo. Allí dijo, aplicándose la profecía de Isaías, que había venido a anunciar la salvación a los pobres y curar a los ciegos y dar la libertad a los oprimidos. En efecto, hoy leemos el programa de una jornada de Jesús "al salir de la sinagoga": cura de su fiebre a la suegra de Pedro, impone las manos y sana a los enfermos que le traen, libera a los poseídos por el demonio y no se cansa de ir de pueblo en pueblo "anunciando el reino de Dios". En medio, busca momentos de paz para rezar personalmente en un lugar solitario. Desde luego, el Reino ya está aquí. Ha empezado a actuar la fuerza salvadora de Dios a través de su Enviado, Jesús.

Buen programa para un cristiano y sobre todo para un apóstol. "Al salir de la sinagoga", o sea, "al salir de nuestra misa o de nuestra oración", nos espera una jornada de trabajo, de predicación y evangelización, de servicio curativo para con los demás y a la vez de oración personal. ¿Ayudamos a que a la gente se le pase la fiebre? ¿a que se liberen de sus depresiones y males? ¿atendemos a los que acuden a nosotros, acogiéndoles con nuestra palabra y dedicándoles nuestro tiempo? ¿nos sentimos movidos a seguir anunciando la buena noticia del Reino, sea cual sea el éxito de nuestro esfuerzo? ¿y lo hacemos todo en un clima de oración?

Podemos revisar dos significativos rasgos de esta página. a) Jesús, en medio de una jornada con un horario intensivo de trabajo y dedicación misionera, encuentra momentos para orar a solas. b) Y no quiere "instalarse" en un lugar donde le han acogido bien: "también a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios". Para que evitemos dos peligros: el activismo exagerado, descuidando la oración, y la tentación de quedarnos en el ambiente en que somos bien recibidos, descuidando la universalidad de nuestra misión.

Cristo evangelizador. Cristo liberador. Cristo orante. Fijos nuestros ojos en Él, que es nuestro modelo y maestro, aprenderemos a vivir su mismo estilo de vida. Dejándonos liberar de nuestras fiebres y ayudando a los demás a encontrar en Jesús su verdadera felicidad (J. Aldazábal).

Jesús no les deja hablar y los expulsa (v 41). En este rasgo común en los antiguos exorcismos, se descubre que es preciso luchar contra lo malo sin detenerse a discutir sus pretensiones. Todos sabemos que el mal se puede revestir de una apariencia buena, engañando a los que vienen a escuchar sus ruegos. Jesús no se ha parado. Sabía que todo lo que destruye al hombre es perverso y se ha esforzado por vencerlo. La obra de Jesús suscita una reacción egoísta entre las gentes: quieren aprovecharle, monopolizar el aspecto más extenso de su actividad y utilizarle como un simple curandero. Por eso vienen a buscarle (4,42). Nuestra relación con Jesús y el cristianismo puede moverse en ese plano: los aceptamos simplemente en la medida en que nos ayudan a resolver nuestros problemas (nos ofrecen tranquilidad psicológica, garantizan un orden en la familia o el estado, sancionan unas normas de conducta que pensamos provechosas). Esa forma de utilizar el evangelio es vieja; quizá puede aplicarse a ella las palabras de condena que Jesús dirige a Cafarnaún (Lc 10,15), la ciudad que pretendía monopolizar sus obras milagrosas.

La respuesta de Jesús es clara: tiene que anunciar el reino en otros pueblos (4,43). Su exigencia se traduce en un don que se halla abierto a todos los que esperan. Ciertamente, el evangelio es un regalo que enriquece la existencia: pero es un regalo que no se puede encerrar, un regalo que nos abre sin cesar hacia los otros (Edic. Marova).

“En cuanto rogaban al Salvador, enseguida curaba a los enfermos; dando a entender que también atiende las súplicas de los fieles contra las pasiones de los pecados” (S. Jerónimo). Buscar a Jesús; ojalá y no sea sólo para recibir la curación o la solución a problemas que nos agobien. Ciertamente que por medio de Él Dios se ha manifestado misericordioso con nosotros; y, también es cierto que cuando por medio de alguna persona recibimos el remedio de nuestros males nos apegamos a esa persona y las multitudes no le dejan espacio ni para comer. Sin embargo Jesús no vino como un curandero; Él ha venido como el Hijo de Dios que nos libera de la esclavitud del pecado; que nos desata de nuestros males para que trabajemos en el bien y construyamos su Reino. La Iglesia tiene como vocación el anuncio del Reino de Dios en todas partes. A partir de vivir y caminar en el amor que procede de Dios, será posible construir un mundo más justo, con menos pobreza y con más oportunidades para que todos disfruten de una vida más digna. Es necesario que no sólo nos fijemos en la solución de la enfermedad y de la pobreza material; tenemos que luchar porque el Reino de Dios nos quite nuestro anquilosamiento espiritual, que nos hace vivir como postrados en cama, sólo pensando en nosotros mismos y en nuestro provecho personal. Hemos de permitir que el Espíritu de Dios nos levante y nos ponga a servir, en amor fraterno, a quienes necesitan de una mano, no que los explote y maltrate, sino que les sirva con el amor que procede de Dios y habita en nosotros.

En esta Eucaristía nos reúne Aquel que no sólo vino a aliviar nuestros sufrimientos y a soportar nuestros dolores, sino también a cargar sobre sí nuestras culpas y a interceder por nosotros, pecadores, para que por sus llagas fuéramos curados, fueran perdonados nuestros pecados. Por eso Dios lo resucitó de entre los muertos y le dio un Nombre que está por encima de todo nombre. La Celebración de la Eucaristía nos hace comprender el amor que el Señor nos tiene y cómo, a costa de la entrega de su propia vida, nos ha elevado a la dignidad de hijos de Dios, manifestándonos, así, un amor como nadie más puede tenernos.

Quienes creemos en Cristo y nos hemos hecho uno con Él debemos meditar en el banquete que el Señor nos ha preparado; cómo Él nos alimenta con la entrega de su propia vida, para que nosotros tengamos vida; para que, así como Él nos ha amado, nos amemos los unos a los otros. El verdadero discípulo del Señor no sólo recibe la Palabra que lo salva y se alimenta de ella, sino que se convierte en portador de la misma, para que otros conozcan al Señor, reciban la salvación que Él nos ha traído, y puedan, también ellos, esforzarse para que cada vez más personas vayan al Señor y se dejen salvar por Él. Quien destruye la vida de su prójimo, quien mata sus ilusiones, quien le deja inutilizado para caminar y progresar, quien le escandaliza y destruye en él el amor de Dios, no puede en verdad llamarse hijo de Dios, pues el Señor no vino a destruir, sino a salvar a todos los que se habían perdido y andaban como ovejas sin pastor; y esta es la misma misión que ha confiado a su Iglesia, comunidad de fe en Él.

“Ningún hijo de la Iglesia Santa puede vivir tranquilo, sin experimentar inquietud ante las masas despersonalizadas: rebaño, manada, piara, escribí en alguna ocasión. ¡Cuántas pasiones nobles hay, en su aparente indiferencia! ¡Cuántas posibilidades! / Es necesario servir a todos, imponer las manos a cada uno —"singulis manus imponens", como hacía Jesús—, para tornarlos a la vida, para iluminar sus inteligencias y robustecer sus voluntades, ¡para que sean útiles!” (S. Josemaría, Forja 901).

Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de abrir nuestro corazón para que en él habite el amor misericordioso de Dios, de tal forma que desde nosotros produzca fruto abundante que, convertido en un serio apostolado a favor del Evangelio, nos convierta en colaboradores que ayuden a que la semilla de la Buena Nueva pueda ser sembrada en el corazón de todos los hombres, de tal forma que, convertidos en testigos del Dios-Amor podamos construir, en verdad, entre nosotros su Reino. Amén (www.homiliacatolica.com; tomo muchos textos, como siempre, dewww.mercaba.org: Llucià Pou:llucia.pou@gmail.com).

viernes, 26 de agosto de 2011

SÁBADO SÁBADO. SANTA MÓNICA, Memoria obligatoria Misa de la memoria (blanco). Misal: 1.ª orac. prop., Pf. común o de la memoria.


SÁBADO SÁBADO. SANTA MÓNICA, Memoria obligatoria

Misa de la memoria (blanco).
Misal: 1.ª orac. prop., Pf. común o de la memoria.

Santa Mónica
Lágrimas que engendraron santidad


Nació en Tagaste (Argelia) en el año 331 o 332, dentro de una familia con buena posición social y económica y con sentido profundamente cristiano. Desde pequeña supo de prácticas piadosas y de ejercicios domésticos; poseía variados dones de espíritu y gracias exteriores. Su educación comienza a desenvolverse con sencillez y sin alardes de opulencia.

Cuando Mónica cumplió veinte años se casó con un hombre no cristiano, Patricio, modesto propietario de un negocio en Tagaste y miembro del concejo municipal de ese poblado. Patricio, quien era pagano, violento, colérico y de pensamientos nada castos, no congenió con la delicadeza de Mónica, quien, en medio de sus repetidas y alardeadas infidelidades, consigue enamorarlo. Mónica y Patricio conformaron un matrimonio con edades dispares y temples bastante distintos, un seguro presagio de desdicha. Pero Mónica, mediante su paciencia y entrega, transforma ese infierno previsible en un remanso de concordia.

Casi por cumplir veintidós años, Mónica se convierte en madre. El 13 de noviembre del año 354, nace su primogénito: Agustín, cuyas lágrimas y ruegos arrancarían de Dios, el don de la conversión para su hijo. Otros dos vástagos brotaron de su seno: Navigio y Perpetua. (Los tres ocupan hoy un lugar de gloria en el santoral cristiano).

San Agustín, antes de su conversión, confesó ser partidario de otras doctrinas y llevó una vida disipada, entre el vino y los placeres. De nada le valieron los consejos de sus amigos y las pláticas y consejos de su madre. Santa Mónica, por su parte, lloraba amargamente al ver que el fruto de sus entrañas se perdía en el camino de la mentira y el pecado; lloraba tanto, que en sus ojos se formaron surcos por donde las lágrimas corrían. Pero no fue sólo el llanto estéril, sino la oración, el sacrificio y la Comunión frecuente, lo que logró que su hijo se convirtiera después de escuchar una predicación de San Ambrosio de Milán: «Aquella noche en la que yo partí a escondidas, y ella se quedó orando y llorando». Esas lágrimas dieron fruto, puesto que cuando Santa Mónica tenía 56 años, y San Agustín, 33, obtiene el inmenso consuelo de verle convertido al cristianismo y camino de la santidad.

San Agustín fue uno de los más grandes teólogos de la Iglesia y además, fue Obispo de Hipona, pero recordemos que detrás de todo esto, se encontraron la oración y el sacrificio de su madre.

«Enterrad éste, mi cuerpo, donde queráis, ni os preocupe más su cuidado. Una sola cosa os pido, que os acordéis de mí ante el altar del Señor, en cualquier lugar donde os hallarais», les dijo Santa Mónica a sus hijos y demás deudos, poco antes de morir; ella, que fue modelo de esposa y madre. Al respecto, San Agustín escribió en sus Confesiones: «Yo le cerré los ojos. Una inmensa tristeza inundó mi corazón presto a enmudecer en lágrimas, pero ellos, bajo el mandato imperioso de mi voluntad, las contenían hasta el punto de secarse... La muerte de mi madre no tenía nada de lastimoso y no era una muerte total: la pureza de su vida lo atestiguaba, y nosotros lo creíamos con una fe sincera y por razones seguras» (IV, 9-11).

1Ts 4, 9-11. Dios mismo os ha enseñado a amaros los unos a los otros

En cuanto a la caridad fraterna, no tenéis necesidad de que os escriba, pues vosotros mismos habéis sido instruidos por Dios para que os améis los unos a los otros,
10 y, en efecto, la ponéis por obra con todos los hermanos de Macedonia. Pero os encarecemos, hermanos a que progreséis más
11 y a que os esmeréis en vivir con serenidad, ocupándoos de vuestros asuntos, y trabajando con vuestras manos, como os lo ordenamos,

Sal 97. R/. El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.

¡Cantad a Yahveh un canto nuevo, cantad a Yahveh, toda la tierra,
2 cantad a Yahveh, su nombre bendecid! Anunciad su salvación día tras día,
3 contad su gloria a las naciones, a todos los pueblos sus maravillas.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 25,14-30. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. [El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.]

Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: -Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.

Su señor le dijo: -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.

Se acercó luego el que había recibido dos talentos, y dijo: -Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos.

Su señor le dijo: -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante: pasa al banquete de tu señor.

Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: -Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo.

El señor le respondió: -Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará, hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes

4. Mt 25. 14-30. Los judíos piadosos buscaban su seguridad personal en la observancia de la Ley, con el fin de hacer méritos ante Dios, pero entre tanto, por su exclusivismo egoísta, la religión de Israel se convertía en una magnitud estéril: por ello, Israel será desposeído de lo que tiene, y se dará a un nuevo pueblo que, aceptando el riesgo que implica toda inversión, sea capaz de hacer fructificar los dones recibidos (J. Lligadas)… se pueden dar muchas interpretaciones alegóricas, pero la parábola de los talentos está ahí, misteriosa y clara, y sigue al domingo pasado en su invitación a vivir con la mirada puesta en el futuro: "Velad porque no sabéis el día ni la hora". También podemos decir que el hombre que se marcha es Jesús subiendo al cielo. Los talentos, las capacidades que cada cristiano tiene. La vuelta, la segunda venida de Jesús al final de los tiempos. El tiempo entre la marcha y la vuelta de Jesús, la historia humana. El rendimiento de cuentas, el juicio final en el que cada uno deberá responder de las capacidades recibidas. El premio y el castigo, el cielo y el infierno… pero Mateo quiere reavivar no la zozobra (esto queda para frustrados, personas que han perdido el tren de la vida, agoreros y fatalistas), sino la vigilancia, es decir, la actitud abierta al futuro de Dios y de nosotros con Él. Una vez más, la plástica y la crudeza de las imágenes (esto es una parábola) ayudan más que cien palabras a despertar esta actitud abierta o de vigilancia y que en la parábola se expresa como actividad económica. Jesús era un maravilloso maestro del lenguaje. No estropeemos su lenguaje lleno de garra ni lo entenebrezcamos con nuestras alegorías del miedo. Miremos sin más hacia fuera de nosotros y hacia adelante, hacia la línea del horizonte en que el Hombre (cada uno de nosotros) y Dios se funden en un abrazo. Es el día y la hora (Alberto Benito).

Quien quiera ver lo negativo –tiene más fuerza- se fijará en el último administrador, el que recibe sólo un talento de plata y se lo guarda… el dueño le recrimina, pues no fue prudencia, como hacemos nosotros cuando decimos: "Yo estoy en paz con Dios porque no hago daño a nadie, porque no me meto con nadie, y voy a misa y rezo"... No es eso lo que quiere Dios, no es eso lo que predica Jesús, los pecados de omisión es hacer lo que el administrador que se guarda su talento y no lo hace rendir. Un cristiano queda en paz con Dios cuando se esfuerza porque los dones que tiene sirvan para que avance la causa del Evangelio en el mundo, para que crezca un poco más en el mundo la esperanza, el amor, la fe; y ello, aunque suponga complicaciones, riesgos, errores. porque si uno se queda encerrado sin preocuparse de nada, sin duda no se encontrará con ningún riesgo ni problema, pero al final Dios le llamará "negligente y holgazán", como al administrador del talento. Por el contrario, si uno quiere ser fiel, sin duda se encontrará con momentos poco claros, y se equivocará probablemente más de una vez. Pero Dios podrá decirle al final que ha sido fiel a lo que él quería: que los dones que él ofrece a los hombres den fruto (J. Lligadas). Vivir los talentos es no conformarse con un cristianismo flojo, una fe rutinaria y no nos limitamos a ir tirando, sino que aprovechamos toda la riqueza y la fuerza de los dones que Dios nos da para que -poco a poco y sencillamente- vayamos creciendo como hijos y nos vayamos asemejando a la imagen de su Hijo, Jesús. Cada uno de nosotros debe considerar con responsabilidad cómo trabaja los dones de Dios, es decir, si está respondiendo a lo que Dios espera de él (J. Colomer). Asi lo comenta Orígenes: “El justo siembra para el espíritu, y del Espíritu cosechará vida eterna… el justo siembra para el espíritu, y del Espíritu cosechará vida eterna. En realidad, todo lo que «otro», es decir, el hombre justo, siembra y recoge para la vida eterna, lo cosecha Dios, pues el justo es posesión de Dios, que siega donde no siembra, sino el justo. Lógicamente diremos también que el justo reparte limosna a los pobres y que el Señor recoge en sus graneros todo lo que el justo ha repartido en limosnas a los pobres. Segando lo que no sembró y recogiendo lo que no esparció, considera y estima como ofrecido a sí mismo todo lo que se sembró o se esparció en los fieles pobres, diciendo a los que hicieron el bien al prójimo: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer”, etc… para el que piensa que Dios es bueno, seguro de conseguir su perdón si se convierte a él, para él Dios es bueno. Pero para el que considera que Dios es bueno, hasta el punto de no preocuparse de los pecados de los pecadores, para ese Dios no es bueno, sino exigente… sembremos para el espíritu y esparzamos en los pobres, y no escondamos el talento de Dios en la tierra. Porque no es buena esa clase de temor ni nos libra de aquellas tinieblas exteriores, si fuéremos condenados como empleados negligentes y holgazanes. Negligentes, porque no hemos hecho uso de la acendrada moneda de las palabras del Señor, con las cuales hubiéramos podido negociar y regatear el mensaje cristiano, y adquirir los más profundos misterios de la bondad de Dios. Holgazanes, porque no hemos traficado con la palabra de Dios la salvación, nuestra o la de los demás, cuando hubiéramos debido depositar el dinero de nuestro Señor, es decir, sus palabras, en el banco de los oyentes, que, como banqueros, todo lo examinan, todo lo someten a prueba, para quedarse con el dogma bueno y verdadero, rechazando el malo y falso, de suerte que cuando vuelva el Señor pueda recibir la palabra que nosotros hemos encomendado a otros con los intereses y, por añadidura, con los frutos producidos por quienes de nosotros recibieron la palabra. Pues toda moneda, esto es, toda palabra que lleva grabada la impronta real de Dios y la imagen de su Verbo, es legítima”. Todo lo de hoy es una llamada a aprovechar el tiempo, que es breve… No es superfluo mirar hacia adelante. No es de "alienados" el pensar en lo que nos espera al final del camino. Es más bien, como nos decían las lecturas del domingo pasado, la verdadera sabiduría. Como es sabiduría para un estudiante pensar en el final del curso y sus exámenes ya desde octubre. Como es sabiduría para un deportista ir acumulando puntos desde el principio de la competición. La plegaria eucarística IV le da gracias por ello: "a imagen tuya creaste al hombre (Dios creador, el hombre, colaborador de esta creación), y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su creador, dominara todo lo creado..." Nuestra pregunta hoy es: ¿en verdad estoy dando rendimiento a las cualidades que tengo? Hay mucho que hacer en la sociedad, en la Iglesia: ¿aporto yo mi colaboración, o bien me inhibo, dejando que los demás trabajen? Mi salud, mi vida, mis habilidades, las he recibido como bienes a administrar. No importa si son diez o dos talentos: ¿los estoy trabajando, o me he refugiado en la pereza y la satisfacción? Al final del tiempo -que no sé si será breve o largo- se me pedirá cuenta. ¿Me voy a presentar con las manos vacías? ¿Se podrá decir que mi vida, sea larga o breve, ha sido plena, que me he "realizado" según el plan que Dios tenía sobre mí? Ha sonado un despertador en nuestro calendario… que nos habla de compromiso, de empeño constructivo, de actividad diligente para que nuestra existencia sea provechosa y fructífera, para nosotros y para los demás, sin dejarnos amodorrar por el sueño o la pereza (J. Aldazábal).

Hace muchos años, acaso no tantos, con ocasión de las "santas misiones", solía hablarse del juicio final en términos verdaderamente dramáticos. Sin saber por qué, se lanzaban las "verdades eternas" como una especie de artillería pesada para forzar la rendición incondicional de los más recalcitrantes. Situar el juicio final en el último día, sin más trascendencia que el de un ajuste general de cuentas, es anecdotizar el contenido de la fe, minimizar su alcance y alienar al creyente. Creer en el juicio final no es saber que un día se celebrará un juicio por todo lo alto, en el que todos nos enteraremos de la vida y milagros de los demás. Tal actitud contraviene la esperanza en la justicia de Dios, degradándola a un cotilleo universal. Creer en el juicio final es creer ya que el hombre, todos y cada uno, por insignificantes que nos haga la masificación actual, tenemos que responder de la vida, de los talentos. Es estar convencidos firmemente de que somos responsables, de que no podemos desentendernos de la vida y refugiarnos en "vivir nuestra vida", al margen y sin tener en cuenta a los demás; es estar persuadidos de que no podemos tener la conciencia tranquila y "lavarnos las manos" cuando nos interesa no comprometernos. Porque el que, como Pilato, se lava las manos, es un irresponsable. Y no podrá presentarse con las manos limpias en el juicio de Dios. Sólo tiene las manos limpias el que no "se lava las manos" (“Eucaristía 1975”). Así animaba Luther King: “Debemos rezar constantemente por la paz, pero también debemos trabajar con todas nuestras fuerzas por el desarme y la suspensión de las pruebas de armas. Debemos utilizar nuestra inteligencia rigurosamente para planear la paz como la hemos utilizado para planear la guerra. Debemos rogar apasionadamente por la justicia racial, pero también debemos utilizar nuestras inteligencias para desarrollar un programa, organizarnos en acción de masas pacíficas y valernos de todos los recursos corporales y espirituales para poner fin a la injusticia racial. Debemos rezar infatigablemente por la justicia económica, pero también debemos trabajar con diligencia para llevar a término aquellos planes sociales que produzcan una mejor distribución de la riqueza en nuestra nación y en los países subdesarrollados del mundo. ¿No nos revela todo esto la falacia de creer que Dios eliminará el mal de la tierra aunque el hombre no haga otra cosa que sentarse complacido al borde del camino? Ningún rayo del cielo eliminará jamás el mal. Ningún poderoso ejército de ángeles descenderá para obligar a los hombres a hacer lo que no quieren hacer. La Biblia no nos presenta a Dios como un zar omnipotente que toma decisiones por sus súbditos, ni como un tirano cósmico que con parecidos métodos a los de la Gestapo invada la vida interior del hombre, sino como un Padre amoroso que concede a sus hijos todas las abundantes bendiciones que quieran recibir con buena disposición. El hombre tiene que hacer algo siempre. "Ponte en pie, que voy a hablarte" (Ez 2,1). El hombre no es un inválido total abandonado en un valle de depravación hasta que Dios le saque. El hombre más bien es un ser humano válido, cuya visión está averiada por los caracteres del pecado, y cuya alma está debilitada por el virus del orgullo, pero le queda suficiente visión para levantar los ojos hacia las montañas y le queda aún el recuerdo de Dios para que oriente su débil y pecadora vida hacia el Gran Médico que cura los estragos del pecado”. G. Bernanos ha observado que los cristianos poseen un mensaje de liberación. Pero que en la historia, han sido frecuentemente los otros los que han “liberado” a los hombres, por la inactividad de muchos “cristianos”. La colecta de hoy es una llamada a comprender correctamente qué significa esta fructificación de los talentos: "En servirte a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero"… “Te he confesado hasta el fin / con firmeza y sin rubor. / No he puesto nunca, Señor, / la luz bajo el celemín. / Me cercaron con rigor / angustias y sufrimientos, / pero en mis desalientos / vencí, Señor, con ahínco. / Me diste cinco talentos / y te devuelvo otros cinco” (José Mª Pemán).

jueves, 25 de agosto de 2011

Dios nos llama a la santidad, a no ser mundanos sino a vivir la vida nueva en el espíritu de hijos de Dios, y a estar en vela como las vírgenes pruden



VIERNES. SANTA TERESA DE JESÚS JORNET E IBARS, virgen, patrona de la ancianidad, M. obligatoria

San Mate
o 25,1-13:
Dios nos llama a la santidad, a no ser mundanos sino a vivir la vida nueva en el espíritu de hijos de Dios, y a estar en vela como las vírgenes prudentes que esperan al esposo.

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

Primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 4,1-8. Hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús. Esto quiere Dios de vosotros: una vida sagrada, que os apartéis del desenfreno, que sepa cada cual controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente, sin dejarse arrastrar por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Y que en este asunto nadie ofenda a su hermano ni se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y aseguramos. Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino sagrada. Por consiguiente, el que desprecia este mandato no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo.

Salmo 96,1 y 2b.5-6.10.11-12. R. Alegraos, justos, con el Señor.

El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. Justicia y derecho sostienen su trono.

Los montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra; los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria.

El Señor ama al que aborrece el mal, protege la vida de sus fieles y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón. Alegraos, justos, con el Señor, celebrad su santo nombre.

Santo Evangelio según san Mateo 25,1-13. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -«Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo! Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas." Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos." Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco." Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»

Comentario: 1.- 1Ts 4,1-8. Todos estamos llamados a la santidad (cf Lumen gentium 39-40). Hemos escuchado cómo se alegraba y se consolaba Pablo por las noticias recibidas de la comunidad de Tesalónica, que tan buen ejemplo daba a todas. Pero, al final, en las páginas que leemos hoy y mañana, incluye unas exhortaciones para que mejoren y se afiancen en el nuevo camino. «Seguid adelante», es la consigna. No es de extrañar que una comunidad de recién convertidos todavía no esté muy arraigada en las actitudes cristianas, por ejemplo, en lo referente a la vida sexual. Los habitantes de Tesalónica, como los de las demás ciudades paganas, estaban acostumbrados antes de su conversión a un estilo de vida bastante licencioso, dentro y fuera de la vida matrimonial. Por eso Pablo les recomienda: «esto quiere Dios de vosotros, una vida sagrada, que os apartéis del desenfreno», y que respeten a la mujer, sin considerarla como mero objeto de placer, «no por pura pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios». No leemos aquí otros pasajes en la misma dirección, como el de 1 Ts 5,4-11, donde les invita a la sobriedad, porque en Macedonia era famoso el culto en honor del dios Dionisio o Baco, con éxtasis y borracheras rituales.

«Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino sagrada». La consigna no vale sólo para los que provenían del paganismo, en tiempos de Pablo, sino también para quienes intentamos vivir con criterios cristianos dentro de un mundo neopagano, que no invita precisamente al autocontrol en la vida sexual. Tanto en el uso de nuestro propio cuerpo como en el de los demás, vale la motivación que daba el apóstol: «el que desprecia este mandato no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo». Dios tiene un plan, positivo y gozoso, sobre la vida sexual. Pero en torno a ella, y desde siempre, hay mentalidades que no quieren más puntos de referencia que el propio gusto.

También a nosotros se nos invita a «seguir adelante», a no quedarnos satisfechos de cómo vivimos el evangelio de Jesús, porque siempre podemos mejorar nuestra calidad de fe y el testimonio que damos. No sólo en lo espiritual y en la caridad social: también en lo sexual. Aunque tengamos que remar contra corriente en medio de una sociedad cuyo único criterio, a veces, parece ser el hedonismo fácil.

Dios nos quiere santos, comentaba S. Josemaría Escrivá: “Vosotros y yo formamos parte de la familia de Cristo, porque Él mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha en su presencia por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos adoptivos por Jesucristo, a gloria suya, por puro efecto de su buena voluntad. Esta elección gratuita, que hemos recibido del Señor, nos marca un fin bien determinado: la santidad personal, como nos lo repite insistentemente San Pablo: haec est voluntas Dei: sanctificatio vestra, ésta es la Voluntad de Dios: vuestra santificación. No lo olvidemos, por tanto: estamos en el redil del Maestro, para conquistar esa cima (…) la invitación a la santidad, dirigida por Jesucristo a todos los hombres sin excepción, requiere de cada uno que cultive la vida interior, que se ejercite diariamente en las virtudes cristianas; y no de cualquier manera, ni por encima de lo común, ni siquiera de un modo excelente: hemos de esforzarnos hasta el heroísmo, en el sentido más fuerte y tajante de la expresión”.

Habla S. Pablo de la pureza, en forma de vaso, palabra tanto empleada para hablar de cuerpo como de la propia mujer. De eso habla S. Agustín: “el esposo cristiano no sólo no debe usar el vaso ajeno, que es lo que hacen aquellos que desean la mujer del prójimo, sino que sabe que incluso su propio vaso no es para poseerlo en la maldad de la concupiscencia carnal. Pero esto no ha de entenderse como si el Apóstol condenase la unión conyugal, es decir, la unión carnal lícita y buena”. Nos llama a mantener el dominio del propio cuerpo en santidad y honor, la recta ordenación según Dios. Así dice GS 51: “El Concilio sabe que los esposos, al ordenar armoniosamente su vida conyugal, con frecuencia se encuentran impedidos por algunas circunstancias actuales de la vida, y pueden hallarse en situaciones en las que el número de hijos, al menos por cierto tiempo, no puede aumentarse, y el cultivo del amor fiel y la plena intimidad de vida tienen sus dificultades para mantenerse. Cuando la intimidad conyugal se interrumpe, puede no raras veces correr riesgos la fidelidad y quedar comprometido el bien de la prole, porque entonces la educación de los hijos y la fortaleza necesaria para aceptar los que vengan quedan en peligro. Hay quienes se atreven a dar soluciones inmorales a estos problemas; más aún, ni siquiera retroceden ante el homicidio; la Iglesia, sin embargo, recuerda que no puede haber contradicción verdadera entre las leyes divinas de la transmisión obligatoria de la vida y del fomento del genuino amor conyugal. Pues Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo de modo digno del hombre. Por tanto, la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables. La índole sexual del hombre y la facultad generativa humana superan admirablemente lo que de esto existe en los grados inferiores de vida; por tanto, los mismos actos propios de la vida conyugal, ordenados según la genuina dignidad humana, deben ser respetados con gran reverencia. Cuando se trata, pues, de conjugar el amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, criterios que mantienen íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero; esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la castidad conyugal. No es lícito a los hijos de la Iglesia, fundados en estos principios, ir por caminos que el Magisterio, al explicar la ley divina reprueba sobre la regulación de la natalidad. Tengan todos entendido que la vida de los hombres y la misión de transmitirla no se limita a este mundo, ni puede ser conmensurada y entendida a este solo nivel, sino que siempre mira el destino eterno de los hombres”.

-Hermanos, habéis aprendido de nosotros cómo conviene que viváis para agradar a Dios. El texto griego dice: «como os conviene andar». La vida cristiana es una marcha hacia adelante, un progreso constante.

-Haced pues nuevos progresos, os lo rogamos, os lo pedimos de parte del Señor Jesús. ¡Cuán a menudo seguimos siendo rutinarios y tibios! La fe no es un «cómodo sillón». Es una invitación a avanzar sin cesar. Señor, ¿qué progreso esperas de mí en este preciso momento?

-Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Señor Jesús. Son unas instrucciones sobre moral sexual (versículos 4 a 8) y sobre las relaciones paternas (versículos 9 a 12). Sí, hay que decirlo, la fe debe provocar una conversión, una conducta moral nueva: "de parte del Señor Jesús", nuestras maneras humanas de portarnos han de cambiar para que lleguen a conformarse según esa fe.

-Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación... ¡Nada menos que la santidad! Tal es la «voluntad» de Dios. Tal es el proyecto de Dios respecto a nosotros. Lo que Dios espera de mí es la perfección. La perfección moral del hombre no es solamente una exigencia social del buen funcionamiento de la sociedad, como suele decirse... no es tan sólo una condición para la verdadera apertura de la persona... es una voluntad formal de Dios.

-Que os apartéis del libertinaje, que sepa cada cual controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente, sin dejarse arrastrar por la pasión, como los paganos que no conocen a Dios. Efectivamente la licencia sexual de los griegos y romanos no tenía por desgracia, nada que envidiar a nuestros desenfrenos por así decir modernos. Se presentan a veces esas costumbres como progresos, como avanzadas de futuro... cuando es evidente que tienen un resabio de «cosa vieja» y de regresión hacia las formas primitivas de una humanidad poco evolucionada. En efecto, la civilización en la que tuvieron que vivir los cristianos de aquel tiempo exponía a la luz del día las relaciones sexuales contra naturaleza, la prostitución sagrada y pública, las orgías y bacanales aberrantes. San Pablo resume todo eso con el término de «porneia», que se ha traducido aquí por «desenfreno» y de donde procede el término «pornografía». A este desenfreno, Pablo opone una vida sexual normal, en el marco de una pareja. La vida conyugal, en el matrimonio, no tiene nada que ver con esas caricaturas de sexualidad: el amor verdadero es un camino de santidad, tiene por base el respeto del otro y el control de sí mismo. Si «me dejo llevar por mi pasión», lo sé por experiencia, me pongo en la pendiente del más alienante de los egoísmos.

-En este asunto, que nadie ofenda a su hermano ni abuse de él. Sí, la sexualidad puede ser un «abuso» del otro, un «dominio» del otro, una «injusticia» hecha al otro. Esto es más claro, evidentemente en el caso del flirt o del adulterio... pero esto, por desgracia, puede darse también en el marco de una pareja. Si estoy casado, san Pablo me invita, en nombre del Señor a preguntarme si no actúo «en detrimento de mi cónyuge", si no «obro abusivamente". En efecto, si Dios nos ha llamado, no nos llamó a la impureza sino a la santidad. Así pues el que esto desprecia no desprecia a un hombre sino a Dios que nos hace don de su Espíritu Santo (Noel Quesson).

2. Debemos defendernos de los criterios del mundo, si son contrarios a los de Dios, sin dejarnos contaminar por costumbres que no pueden admitirse en la vida de un cristiano. El salmo promete: «el Señor ama al que aborrece el mal, protege la vida de sus fieles y los libra de los malvados...».

Juan Pablo II decía: “La luz, la alegría y la paz, que en el tiempo pascual inundan a la comunidad de los discípulos de Cristo y se difunden en la creación entera, impregnan este encuentro nuestro, que tiene lugar en el clima intenso de la octava de Pascua. En estos días celebramos el triunfo de Cristo sobre el mal y la muerte. Con su muerte y resurrección se instaura definitivamente el reino de justicia y amor querido por Dios Precisamente en torno al tema del reino de Dios gira esta catequesis, dedicada a la reflexión sobre el salmo 96. El Salmo comienza con una solemne proclamación: "El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables" y se puede definir una celebración del Rey divino, Señor del cosmos y de la historia. Así pues, podríamos decir que nos encontramos en presencia de un salmo "pascual". Sabemos la importancia que tenía en la predicación de Jesús el anuncio del reino de Dios. No sólo es el reconocimiento de la dependencia del ser creado con respecto al Creador; también es la convicción de que dentro de la historia se insertan un proyecto, un designio, una trama de armonías y de bienes queridos por Dios. Todo ello se realizó plenamente en la Pascua de la muerte y la resurrección de Jesús.

Recorramos ahora el texto de este salmo (…). Inmediatamente después de la aclamación al Señor rey, que resuena como un toque de trompeta, se presenta ante el orante una grandiosa epifanía divina. Recurriendo al uso de citas o alusiones a otros pasajes de los salmos o de los profetas, sobre todo de Isaías, el salmista describe cómo irrumpe en la escena del mundo el gran Rey, que aparece rodeado de una serie de ministros o asistentes cósmicos: las nubes, las tinieblas, el fuego, los relámpagos.

Además de estos, otra serie de ministros personifica su acción histórica: la justicia, el derecho, la gloria. Su entrada en escena hace que se estremezca toda la creación. La tierra exulta en todos los lugares, incluidas las islas, consideradas como el área más remota (cf Sal 96,1). El mundo entero es iluminado por fulgores de luz y es sacudido por un terremoto (cf v 4). Los montes, que encarnan las realidades más antiguas y sólidas según la cosmología bíblica, se derriten como cera (cf v 5), como ya cantaba el profeta Miqueas: "He aquí que el Señor sale de su morada (...). Debajo de él los montes se derriten, y los valles se hienden, como la cera al fuego" (Mi 1,3-4). En los cielos resuenan himnos angélicos que exaltan la justicia, es decir, la obra de salvación realizada por el Señor en favor de los justos. Por último, la humanidad entera contempla la manifestación de la gloria divina, o sea, de la realidad misteriosa de Dios (cf. Sal 96,6), mientras los "enemigos", es decir, los malvados y los injustos, ceden ante la fuerza irresistible del juicio del Señor (cf v 3…).

Al cuadro que describe la victoria sobre los ídolos y sus adoradores se opone una escena que podríamos llamar la espléndida jornada de los fieles (cf vv 10-12). En efecto, se habla de una luz que amanece para el justo (cf v 11): es como si despuntara una aurora de alegría, de fiesta, de esperanza, entre otras razones porque, como se sabe, la luz es símbolo de Dios (cf 1 Jn 1,5). El profeta Malaquías declaraba: "Para vosotros, los que teméis mi nombre, brillará el sol de justicia" (Ml 3,20). A la luz se asocia la felicidad: "Amanece la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón. Alegraos, justos, con el Señor, celebrad su santo nombre" (Sal 96,11-12). El reino de Dios es fuente de paz y de serenidad, y destruye el imperio de las tinieblas. Una comunidad judía contemporánea de Jesús cantaba: "La impiedad retrocede ante la justicia, como las tinieblas retroceden ante la luz; la impiedad se disipará para siempre, y la justicia, como el sol, se manifestará principio de orden del mundo".

Antes de dejar el salmo 96, es importante volver a encontrar en él, además del rostro del Señor rey, también el del fiel. Está descrito con siete rasgos, signo de perfección y plenitud. Los que esperan la venida del gran Rey divino aborrecen el mal, aman al Señor, son los hasîdîm, (así se conoce hoy entre los judíos a los ortodoxos) es decir, los fieles (cf v 10), caminan por la senda de la justicia, son rectos de corazón (cf v 11), se alegran ante las obras de Dios y dan gracias al santo nombre del Señor (cf v 12). Pidamos al Señor que estos rasgos espirituales brillen también en nuestro rostro”.

3.- Mt 25, 1-13 (ver domingo 32 A). Sigue la enseñanza de Jesús sobre la vigilancia. Ayer ponía el ejemplo del ladrón que puede venir en cualquier momento, y el del amo de la casa, que deseará ver a los criados preparados cuando vuelva. Hoy son las diez jóvenes que acompañarán, como damas de honor, a la novia cuando llegue el novio. La parábola es sencilla, pero muy hermosa y significativa. Naturalmente, como pasa siempre en las parábolas, hay detalles exagerados o inusuales, que sirven para subrayar más la enseñanza que Jesús busca. Así, la tardanza del novio hasta medianoche, o la negativa de las jóvenes sensatas a compartir su aceite con las demás, o la idea de que puedan estar abiertas las tiendas a esas horas, o la respuesta tajante del novio, que cierra bruscamente la puerta, contra todas las reglas de la hospitalidad oriental... Jesús quiere transmitir esta idea: que todas tenían que haber estado preparadas y despiertas cuando llegó el novio. Su venida será imprevista. Nadie sabe el día ni la hora. Israel -al menos sus dirigentes- no supo estarlo y desperdició la gran ocasión de la venida del Novio, Jesús, el Enviado de Dios, el que inauguraba el Reino y su banquete festivo.

«Velad, porque no sabéis el día ni la hora». ¿Estamos siempre preparados y en vela? ¿llevamos aceite para nuestra lámpara? La pregunta se nos hace a nosotros, que vamos adelante en nuestra historia, se supone que atentos a la presencia del Señor Resucitado -el Novio- en nuestra vida, preparándonos al encuentro definitivo con Él.

Que no falte aceite en nuestra lámpara. Es lo que tenían que haber cuidado las jóvenes antes de echarse a dormir. Como el conductor que comprueba el aceite y la gasolina del coche antes del viaje. Como el encargado de la economía a la hora de hacer sus presupuestos. Se trata de estar alerta y ser conscientes de la cercanía del Señor a nuestras vidas. Todos somos invitados a la boda, pero tenemos que llevar aceite. No hace falta, tampoco aquí, que pensemos necesariamente en el fin del mundo, o sólo en la hora de nuestra muerte. La fiesta de boda a la que estamos invitados sucede cada día, en los pequeños encuentros con el Señor, en las continuas ocasiones que nos proporciona de saberle descubrir en los sacramentos, en las personas, en los signos de los tiempos. Y como «no sabemos ni el día ni la hora» del encuentro final, esta vigilancia diaria, hecha de amor y seriedad, nos va preparando para que no falte aceite en nuestra lámpara. Al final, Jesús nos dirá qué clase de aceite debíamos tener: si hemos amado, si hemos dado de comer, si hemos visitado al enfermo. El aceite de la fe, del amor y de las buenas obras.

Cuando celebramos la Eucaristía de Jesús, «mientras esperamos su venida gloriosa», se nos provee de esa luz y de esa fuerza que necesitamos para el camino. Jesús nos dijo: «el que me come, tiene vida eterna, yo le resucitaré el último día» (J. Aldazábal).

La parábola de las diez vírgenes no se encuentra ya en su contexto original: el v. 13 no es una conclusión adecuada, ya que la exhortación a permanecer vigilantes no tiene en cuenta el contenido del relato, donde todas las vírgenes -tanto las sabias como las necias- se quedan dormidas (v. 5). Además, esta misma conclusión aparece en Mt 24, 42 y parece proceder de Mc 13, 35. El evangelista ha situado esta parábola dentro del discurso escatológico (Mt 24), pero la interpretación parusíaca que de ella hace no parece primitiva. Jesús no se ha comparado jamás con el esposo y no parece necesario dar a la parábola una interpretación alegórica para encontrar en ella el contenido primitivo.

Es posible que Jesús haya contado un acontecimiento real como pretexto para recordar a sus contemporáneos la inminencia del Reino e incitarlos a una mayor vigilancia (cf. la aparición repentina del diluvio en Mt 24,39; la intrusión repentina del ladrón en 1 Tes 5,1-5 y Mt 24,42 y la vuelta inesperada del amo en Mt 24,48). La llegada repentina del esposo está, además, tomada del natural: los tratos entre las dos familias se prolongaban durante largo tiempo como prueba del interés que los padres tomaban por sus hijos. El esposo hacía casi siempre su aparición en el momento en que los invitados comenzaban a cansarse o a sentir el efecto de la bebida. En la parábola se hace alusión a esta costumbre para describir con mayor viveza la irrupción inesperada de un Reino en medio de gentes distraídas.

Pronto transformó la Iglesia esta parábola de la inminencia del Reino en una alegoría de las nupcias de Cristo con la Iglesia, viendo en el esposo una figura de Cristo (cf. Mt 9,15); 2 Cor 11,2; Ef 5,25) y, en la apreciación que hace el esposo, las condiciones para participar en el banquete que seguirá a las bodas. Esto era forzar el sentido de la parábola primitiva, que no menciona para nada a la esposa. Los primeros cristianos, por su parte, han querido ver a la Iglesia-esposa en las diez vírgenes, tanto las prudentes como las necias, pues en la Iglesia, antes de que las bodas se celebren, cabemos todos, los que ignoran la llamada del Señor a estar vigilantes, y los que luchan cada día por vivir cerca del Señor; en este sentido esta parábola tiene mucha semejanza con la red que recoge toda clase de peces, buenos y menos buenos (Mt 13,48), con la sala de banquetes donde se reúnen justos y pecadores (Mt 22,10), con el campo donde crecen tanto la buena como la mala semilla (Mt 13,24-30). La Iglesia es, pues, semejante a un cortejo de hombres que caminan hacia el Señor; de ellos, unos tienen encendidas las lámparas de su vigilancia, mientras que los restantes no se preocupan de alimentar su fe. Los primeros procuran vivir sin dispersar su atención en mil cosas fútiles, ya que han escogido a Cristo y ponen los medios necesarios para permanecer fieles a Él; los otros se contentan con una pertenencia al grupo de los creyentes de tipo puramente sociológico. La discriminación solo se hará al término del periplo de la Iglesia sobre la tierra, en el día de las nupcias de Cristo con la humanidad que permanezca fiel.

Es posible que Mateo haya añadido personalmente alguna otra dimensión a la parábola al incluirla a continuación del discurso escatológico. En efecto, el primer evangelista responde a la pregunta sobre la participación de los hombres en el Reino y distingue dos grandes categorías: los que participan abiertamente en el pueblo de Dios (Mt 24, 45- 25, 30) y los que se preparan para el Reino sin saberlo (Mt 25, 31-46). Dentro de la primera categoría, Mateo distingue sucesivamente a los responsables del pueblo de Dios (Mt 24, 45-51) y después a sus miembros: mujeres (Mt 25, 1-13) y hombres (Mt 25, 14-30). La parábola de las diez vírgenes estaría, por tanto, dirigida a las mujeres cristianas para recordarles, de acuerdo con su propia mentalidad, el deber de la vigilancia. El evangelista utiliza a menudo el procedimiento consistente en desdoblar una misma parábola para que pueda aplicarse tanto al público "masculino" como al "femenino" (cf. Mt 24, 18-19; 9, 18-26; 13, 31-33), poniendo así de manifiesto la atención que ya prestaban los primeros predicadores a la diversidad de su auditorio (Maertens-Frisque).

-Hablando de la "venida" del Hijo del hombre, Jesús decía: "El Reino de los cielos es semejante a diez doncellas, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio..... Es la misma idea de ayer. Es una de las más hermosas parábolas del evangelio, la que nos hace penetrar más profundamente en el corazón de Jesús. Jesús es el "Prometido". Jesús ama. Viene a "encontrarse" con nosotros. Quiere introducirnos en su familia, como un prometido introduce a su prometida en su familia. Esto es para Jesús la vida cristiana: una marcha hacia el "encuentro” con alguien que nos ama... la diligencia de una prometida que va hacia su prometido... el deseo de un cita. La imagen de los esponsales era tradicional en la Biblia, Jesús, manifiestamente, la tomó a cuenta propia: Dios ama a la humanidad... la humanidad va al encuentro de Dios... el hombre está hecho para la intimidad con Dios... para el intercambio de amor con Él.

-Como el novio tardaba en "venir", les entró sueño a todas y se durmieron. Es la misma idea de ayer. Jesús tarda. La visita es imprevista, la hora es imprecisa. No se sabe cuándo llegará. Sí, ¡cuán verdadero es todo esto! Tenemos la impresión de que Tú estás ausente, de que no vas venir. Y te olvidamos, nos dormimos en lugar de "velar".

-A media noche se oyó gritar: "¡Que llega el novio; salid a recibirlo!" Ayer, Jesús se apropiaba la imagen del "ladrón nocturno", para acentuar el efecto de sorpresa, y por lo tanto, la necesidad de estar siempre a punto.

Hoy es ciertamente la misma idea; pero se trata de un "esposo que viene de noche". Se puede velar porque se teme al ladrón; pero es mucho más importante todavía velar porque se desea al esposo que está por llegar. ¿Deseo yo, verdaderamente, la venida de Jesús? ¿Qué hago yo para mantenerme despierto, vigilante, atento a "sus" venidas?

-Las muchachas prudentes prepararon sus lámparas. Sí, porque en el relato de Jesús hay dos categorías de prometidas, la mitad son necias y la otra mitad son sensatas o "prudentes". Pero todas se durmieron. Todas flaquearon en la espera. Así, Señor, en ese pequeño detalle nos muestras cuán bien nos conoces. No nos pides lo imposible: tan sólo ese pequeño signo de vigilancia, una lamparita que sigue "velando" mientras dormimos. Esta era ya la delicada intención de la esposa del Cantar de los Cantares (Ct 5,2): "Yo duermo, pero mi corazón vela." Sí, soy consciente de que no te amo bastante; pero Tú sabes que quisiera amarte más. Me sucede a menudo que me quedo como adormilado y no te espero; pero te ruego, Señor, que mires mi lamparita y su provisión de aceite.

-Las que estaban preparadas entraron "con Él" al banquete de bodas. Imagen del cielo: un banquete de bodas, un encuentro, "estar con Él". Pero, depende de nosotros empezar el cielo desde aquí abajo, enseguida.

-Las otras llegaron a su vez: ¡Señor, Señor, ábrenos! -No os conozco. Estad en vela pues no sabéis el día ni la hora. Esa terrible palabra hace resaltar, por contraste, toda la seriedad de nuestra aventura humana. Tu amor por nosotros no es cosa de broma: ¡Nos lo has dado todo! Cuando se ha sido amado con tal amor, cuando se ha rehusado este amor... éste se convierte en una especie de tormento: en una vida frustrada. En una vida que ha malogrado el encuentro (Noel Quesson).

Hablando de conversión, decía S. Josemaría Escrivá: “No es tarea fácil. El cristianismo no es camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los años. En la vida nuestra, en la vida de los cristianos, la conversión primera -ese momento único, que cada uno recuerda, en el que se advierte claramente todo lo que el Señor nos pide- es importante; pero más importantes aún, y más difíciles, son las sucesivas conversiones. Y para facilitar la labor de la gracia divina con estas conversiones sucesivas, hace falta mantener el alma joven, invocar al Señor, saber oír, haber descubierto lo que va mal, pedir perdón.

De este modo, las tres virtudes teologales, virtudes divinas, que nos asemejan a nuestro Padre Dios, se han puesto en movimiento.

El esposo representa a Cristo, las vírgenes a las almas, las personas invitadas a la boda, la alianza esponsal de Dios con su Iglesia. La enseñanza es clara: hay que estar atentos, como dice S. Agustín: “vela con el corazón, con la fe, con la esperanza, con la caridad, con las obras (…); prepara las lámparas, cuida de que no se apaguen, aliméntalas con el aceite interior de una recta conciencia; permanece unido al Esposo por el Amor, para que Él te introduzca en la sala del banquete, donde tu lámpara nunca se extinguirá””.