lunes, 1 de agosto de 2011

Martes de la 18ª semana de Tiempo Ordinario. Donde abunda el pecado, es más fuerte la gracia de Dios, cuando nos agarramos a la mano que siempre nos o


Martes de la 18ª semana de Tiempo Ordinario. Donde abunda el pecado, es más fuerte la gracia de Dios, cuando nos agarramos a la mano que siempre nos ofrece

Lectura del libro de los Números 12, 1-13. En aquellos días, María y Aarón hablaron contra Moisés, a causa la mujer cusita que habla tomado por esposa. Dijeron: -«¿Ha hablado el Señor sólo a Moisés? ¿No nos ha hablado también a nosotros?» El Señor lo oyó. Moisés era el hombre más sufrido del mundo. El Señor habló de repente a Moisés, Aarón y María: -«Salid los tres hacia la tienda del encuentro.» Y los tres salieron. El Señor bajó en la columna de nube y se colocó a la entrada de la tienda, y llamó a Aarón y María. Ellos se adelantaron, y el Señor dijo: -«Escuchad mis palabras: Cuando hay entre vosotros un profeta del Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; no así a mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; en presencia y no adivinando contempla la figura del Señor. ¿Cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?» La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó. Al apartarse la nube de la tienda, María tenla toda la piel descolorida, como nieve. Aarón se volvió y la vio con toda la piel descolorida. Entonces Aarón dijo a Moisés: -«Perdón, señor; no nos exijas cuentas del pecado que hemos cometido insensatamente. No la dejes a María como un aborto que sale del vientre, con la mitad de la carne comida.» Moisés suplicó al Señor: -«Por favor, cúrala. »

Salmo 50,3-4.5-6.12-13. R. Misericordia, Señor: hemos pecado.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces. En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente.

Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.

Evangelio: La planta que no haya plantado mi Padre será arrancada de raíz

Lectura del santo evangelio según san Mateo 15, 1-2. 10-14

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y escribas de Jerusalén y le preguntaron:

-« ¿Por qué tus discípulos desprecian la tradición de nuestros mayores y no se lavan las manos antes

de comer?»

Y, llamando a la gente, les dijo:

-«Escuchad y entended: no mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de la boca,

eso es lo que mancha al hombre. »

Se acercaron los discípulos y le dijeron:

-«¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oírte?»

Respondió él:

-«La planta que no haya plantado mi Padre del cielo será arrancada de raíz. Dejadlos, son

ciegos, guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo.

Comentario: 1.- Nm 12,1-13: Leeremos el relato de una prueba personal de Moisés: Es criticado por su propia familia, por su hermano Aarón y su hermana Miriam, se le reprocha el haberse casado con una extranjera. Se envidia su papel preponderante y su intimidad con Dios. -Miriam y Aarón murmuraron contra Moisés por haber tomado por esposa a una mujer etíope. La Biblia es ciertamente un espejo de la humanidad media, que nos presenta la imagen constante de nuestras fragilidades, de nuestras bajezas: racismo, envidias, historias de familia a propósito de casamientos... Ahora veremos cómo se resuelve este asunto. -"¿Es que el Señor no ha hablado más que con Moisés? ¿No ha hablado también con nosotros?" Esta es la queja importante: la desigualdad aparente, el reparto tan dispar de los dones y talentos... no como un carisma sino como un privilegio del que quieren beneficiarse. "A uno le dio diez talentos, al otro cinco, al otro uno..." En lugar de alegrarnos de la maravillosa diversidad de vocaciones que constituyen el "Cuerpo de Cristo", nos comparamos los unos a los otros. ¡Claro que Dios "habla a todos los hombres"! Sin embargo eligió también a los profetas y a los ministros, que situó aparte: ellos no han de acaparar la Palabra de Dios, pero les pertenece ser los "especialistas", los «testigos», los "servidores" para el bien de todos sus hermanos. Ruego por los que han recibido responsabilidades particulares...

-El Señor lo oyó. Moisés era un hombre muy humilde, más que hombre alguno sobre la faz de la tierra. La palabra hebrea anaw (“humilde”) significa también paciente, y Dios sale en su defensa. Veremos como defiende Dios a su servidor. El Señor dijo a Aarón y a Miriam: «Salid los tres a la Tienda de la reunión.» Y salieron los tres. ¡Es pues «ante Dios» donde va a resolverse ese conflicto! Cuán conveniente es, en nuestra época de enfrentamientos cada vez más amplios y exacerbados, meditar esta escena: tres personas que aceptan orar juntas y negociar juntas también. La violencia, el rechazo del diálogo, el parapetarse en las propias posiciones, nunca han resuelto nada... por lo menos en profundidad y de modo durable. ¿A qué me llama Dios a través de esta invitación: "Salid los tres a la Tienda de Reunión"? «Si tu hermano tiene algo contra ti, deja allá tu ofrenda y ve primero a reconciliarte con él...» (Mt 5, 24) dirá Jesús. Y notamos de nuevo la unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento. Leer el libro de los Números no es una manía arcaica, estar de cara a los documentos del pasado, es oír una Palabra de Dios para el día de HOY de mi vida. Es la finalidad misma de la meditación. -«Escuchad pues mis palabras: Moisés mora en mi casa. Le hablo cara a cara... ¿Por qué os habéis atrevido a hablar contra mi servidor Moisés?" Dios nos interroga siempre. -La ira del Señor se encendió contra ellos... He aquí que Miriam estaba leprosa, blanca como la nieve... Aarón suplicó a Moisés... Y Moisés imploró al Señor: «¡Oh Dios, te lo ruego, sánala!» Sí, podemos orar con tales textos. En ellos percibimos ya el evangelio de Jesús: «perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Moisés habla con Dios directamente, no en visiones o sueños como los otros profestas, él contempla la “figura” o “imagen” del Señor, “la gloria del Señor” (“a Dios nunca le ha visto nadie”: Jn 1,18): cf Catecismo 2576 (Noel Quesson / Biblia de Navarra).

Sobre un fondo de problemática familiar guardado en la memoria de la tradición, posiblemente elohísta, el autor bíblico nos ofrece una buena lección teológica sobre los carismas. En primer lugar pone de relieve la libre acción de Dios: él es quien distribuye a cada uno según quiere (cf. 1 Cor 12,11). Y la voluntad de Dios no es arbitraria: el carisma no se otorga para lucimiento personal, sino en orden a la edificación y buena marcha de la comunidad. A la libre generosidad de Dios debe corresponder, pues, la fidelidad de servicio del hombre. Este es precisamente el caso de Moisés (v 7). Por ello la actitud de los dos hermanos que intentan minar la autoridad de Moisés en beneficio propio atrae la ira de Yahvé. María era ciertamente profetisa (Ex 15,20), había recibido este carisma como Aarón había recibido el del sacerdocio. Era verdad, por tanto, que Dios había hablado también con ellos (2). Pero esta realidad no les daba ningún derecho a exigir igualdad de dones ni, menos todavía, a intentar reducir a Dios a un mero garante de la igualdad material de su propia gracia. En el fondo se trata de un intento más de manipular a Dios y de convertir el servicio -el ministerio- en un título de honores y poder, tal como vemos en todo el curso de la historia del pecado. Yahvé acepta el reto y le da su respuesta: él, que llama a cada uno a un servicio concreto, le da también el carisma correspondiente y le asegura su asistencia (6-7). No embarca irresponsablemente a nadie en ninguna aventura gratuita. Pero no está obligado a más. Y exige que se respete su voluntad (8b), sin envidia y con auténtica responsabilidad. Así responde Moisés al don de Dios: con humildad y mansedumbre (3), siempre al servicio de Dios y de los hermanos. María es castigada por Yahvé. ¿Nos encontramos ante una manipulación de la tradición elohísta por parte del compilador sacerdotal? Porque, según nuestro texto, los hermanos cometieron el mismo pecado, y no sólo es María la única castigada, sino que Aarón aparece incluso como su intercesor ante Moisés (11). ¿Se trata de asegurar la buena imagen y el respeto debido al sacerdocio? ¿O quizá en la tradición más primitiva todo el problema se planteaba en el terreno de los celos entre cuñadas, y al final María lo sacó a la luz pública? ¿O el texto quiere decirnos también la condenación que merecen los matrimonios mixtos, que después, en tiempos de Esdras, serían condenados tan duramente? (J. M. Aragonés).

2. Esta vez la rebelión y la protesta le viene a Moisés de su misma familia: su hermano mayor Aarón, el sacerdote, que tanto había trabajado en colaboración con Moisés, y su hermana María (Miriam), la que había vigilado en el río la canasta donde su madre había depositado al niño Moisés. Ahora ambos le atacan y murmuran de él. Un primer motivo es su matrimonio con una extranjera: hecho del que no sabemos apenas nada. Pero, además, ponen en tela de juicio su carácter de profeta o, al menos, de profeta único. ¿No oían también ellos la voz de Dios? Hay una doble reacción ante este ataque inesperado. Por parte de Moisés, la paciencia, porque «era el hombre de más aguante del mundo». Pero Dios se enfada y sale en defensa de su profeta: «¿cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?». El libro interpreta como castigo de Dios la lepra que sufrió María. Aarón se arrepiente de su falta. El salmo parece recoger sus sentimientos: «misericordia, oh Dios, por tu inmensa compasión borra mi culpa». Y Moisés muestra, una vez más, su corazón magnánimo intercediendo ante Dios por su hermana. Por desgracia, en todas las familias y comunidades pueden darse situaciones como éstas: interpretaciones torcidas, o celos ante los carismas y talentos de los otros. A Jesús se le enfrentaron sus enemigos poniendo también en duda la autoridad con la que hablaba y actuaba. ¿Cómo reaccionamos cuando nos enteramos de que alguien de los más cercanos está hablando mal de nosotros? Lo primero que deberíamos pensar es en qué pueden tener razón. Porque todos tenemos defectos, y la corrección fraterna -incluso la que se hace sin demasiada oportunidad- nos puede ayudar a recapacitar y mejorar. Pero puede suceder que, en conciencia, no nos creamos merecedores de los ataques que recibimos. En tales casos, ¿tenemos un corazón tolerante y paciente, como el de Moisés? ¿somos capaces, como él, de interceder ante Dios por quienes nos atacan? Jesús nos enseñó a perdonar. Es lo que más nos cuesta. El ejemplo de Moisés nos debería animar a ser más generosos en nuestras reacciones ante el trato que recibimos de los demás, cuando nos parezca injusto.

El inicio del Miserere habla de enfermedad, y pide la curación apoyándose ne la misericordia divina tal como había hablado Dios con Moisés (Ex 34,6-7). Pide la renovación en lo más íntimo de su ser de forma que pueda permanecer en la presencia de Dios y gozar de la vida que Él posee y concede, “tu santo Espíritu”, “tu salvación”. Juan Pablo II lo comentó así: “Son dos los horizontes que traza el salmo 50. Está, ante todo, la región tenebrosa del pecado (cf. vv. 3-11), en donde está situado el hombre desde el inicio de su existencia: "Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (v. 7). Aunque esta declaración no se puede tomar como una formulación explícita de la doctrina del pecado original tal como ha sido delineada por la teología cristiana, no cabe duda que corresponde bien a ella, pues expresa la dimensión profunda de la debilidad moral innata del hombre. El salmo, en esta primera parte, aparece como un análisis del pecado, realizado ante Dios. Son tres los términos hebreos utilizados para definir esta triste realidad, que proviene de la libertad humana mal empleada.

El primer vocablo, hattá, significa literalmente "no dar en el blanco": el pecado es una aberración que nos lleva lejos de Dios -meta fundamental de nuestras relaciones- y, por consiguiente, también del prójimo.

El segundo término hebreo es 'awôn, que remite a la imagen de "torcer", "doblar". Por tanto, el pecado es una desviación tortuosa del camino recto. Es la inversión, la distorsión, la deformación del bien y del mal, en el sentido que le da Isaías: "¡Ay de los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz y luz por oscuridad!" (Is 5,20). Precisamente por este motivo, en la Biblia la conversión se indica como un "regreso" (en hebreo shûb) al camino recto, llevando a cabo un cambio de rumbo.

La tercera palabra con que el salmista habla del pecado es peshá. Expresa la rebelión del súbdito con respecto al soberano, y por tanto un claro reto dirigido a Dios y a su proyecto para la historia humana.

Sin embargo, si el hombre confiesa su pecado, la justicia salvífica de Dios está dispuesta a purificarlo radicalmente. Así se pasa a la segunda región espiritual del Salmo, es decir, la región luminosa de la gracia (cf. vv. 12-19). En efecto, a través de la confesión de las culpas se le abre al orante el horizonte de luz en el que Dios se mueve. El Señor no actúa sólo negativamente, eliminando el pecado, sino que vuelve a crear la humanidad pecadora a través de su Espíritu vivificante: infunde en el hombre un "corazón" nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios. Orígenes habla, al respecto, de una terapia divina, que el Señor realiza a través de su palabra y mediante la obra de curación de Cristo: "Como para el cuerpo Dios preparó los remedios de las hierbas terapéuticas sabiamente mezcladas, así también para el alma preparó medicinas con las palabras que infundió, esparciéndolas en las divinas Escrituras. (...) Dios dio también otra actividad médica, cuyo Médico principal es el Salvador, el cual dice de sí mismo: "No son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los enfermos". Él era el médico por excelencia, capaz de curar cualquier debilidad, cualquier enfermedad" (…) se aprecia en el salmo un sentido igualmente vivo de la posibilidad de conversión: el pecador, sinceramente arrepentido (cf. v. 5), se presenta en toda su miseria y desnudez ante Dios, suplicándole que no lo aparte de su presencia (cf. v. 13).

Por último, en el Miserere, encontramos una arraigada convicción del perdón divino que "borra, lava y limpia" al pecador (cf. vv. 3-4) y llega incluso a transformarlo en una nueva criatura que tiene espíritu, lengua, labios y corazón transfigurados (cf. vv. 14-19). "Aunque nuestros pecados -afirmaba santa Faustina Kowalska- fueran negros como la noche, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Hace falta una sola cosa: que el pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazón... El resto lo hará Dios. Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia acaba"”.

Y seguía comentando “el salmo penitencial más amado, cantado y meditado; se trata de un himno al Dios misericordioso, compuesto por un pecador arrepentido (…). Ante todo se entra en la región tenebrosa del pecado para infundirle la luz del arrepentimiento humano y del perdón divino (cf. vv. 3-11). Luego se pasa a exaltar el don de la gracia divina, que transforma y renueva el espíritu y el corazón del pecador arrepentido: es una región luminosa, llena de esperanza y confianza (cf. vv. 12-21).

(…) El salmista confiesa su pecado de modo neto y sin vacilar: "Reconozco mi culpa (...). Contra ti, contra ti solo pequé; cometí la maldad que aborreces" (Sal 50,5-6).

Así pues, entra en escena la conciencia personal del pecador, dispuesto a percibir claramente el mal cometido. Es una experiencia que implica libertad y responsabilidad, y lo lleva a admitir que rompió un vínculo para construir una opción de vida alternativa respecto de la palabra de Dios. De ahí se sigue una decisión radical de cambio. Todo esto se halla incluido en aquel "reconocer", un verbo que en hebreo no sólo entraña una adhesión intelectual, sino también una opción vital. Es lo que, por desgracia, muchos no realizan, como nos advierte Orígenes: "Hay algunos que, después de pecar, se quedan totalmente tranquilos, no se preocupan para nada de su pecado y no toman conciencia de haber obrado mal, sino que viven como si no hubieran hecho nada malo. Estos no pueden decir: "Tengo siempre presente mi pecado". En cambio, una persona que, después de pecar, se consume y aflige por su pecado, le remuerde la conciencia, y se entabla en su interior una lucha continua, puede decir con razón: "no tienen descanso mis huesos a causa de mis pecados" (Sal 37,4)... Así, cuando ponemos ante los ojos de nuestro corazón los pecados que hemos cometido, los repasamos uno a uno, los reconocemos, nos avergonzamos y arrepentimos de ellos, entonces desconcertados y aterrados podemos decir con razón: "no tienen descanso mis huesos a causa de mis pecados"". Por consiguiente, el reconocimiento y la conciencia del pecado son fruto de una sensibilidad adquirida gracias a la luz de la palabra de Dios.

En la confesión del Miserere se pone de relieve un aspecto muy importante: el pecado no se ve sólo en su dimensión personal y "psicológica", sino que se presenta sobre todo en su índole teológica. "Contra ti, contra ti solo pequé" (Sal 50,6), exclama el pecador, al que la tradición ha identificado con David, consciente de su adulterio cometido con Betsabé tras la denuncia del profeta Natán contra ese crimen y el del asesinato del marido de ella, Urías (cf. v. 2; 2 Sam 11-12). Por tanto, el pecado no es una mera cuestión psicológica o social; es un acontecimiento que afecta a la relación con Dios, violando su ley, rechazando su proyecto en la historia, alterando la escala de valores y "confundiendo las tinieblas con la luz y la luz con las tinieblas", es decir, "llamando bien al mal y mal al bien" (cf. Is 5,20). El pecado, antes de ser una posible injusticia contra el hombre, es una traición a Dios. Son emblemáticas las palabras que el hijo pródigo de bienes pronuncia ante su padre pródigo de amor: "Padre, he pecado contra el cielo -es decir, contra Dios- y contra ti" (Lc 15,21).

(…) Es significativo, ante todo, notar que, en el original hebreo, resuena tres veces la palabra "espíritu", invocado de Dios como don y acogido por la criatura arrepentida de su pecado: "Renuévame por dentro con espíritu firme; (...) no me quites tu santo espíritu; (...) afiánzame con espíritu generoso" (vv. 12. 13. 14). En cierto sentido, utilizando un término litúrgico, podríamos hablar de una "epíclesis", es decir, una triple invocación del Espíritu que, como en la creación aleteaba por encima de las aguas (cf. Gn 1,2), ahora penetra en el alma del fiel infundiendo una nueva vida y elevándolo del reino del pecado al cielo de la gracia.

Los Padres de la Iglesia ven en el "espíritu" invocado por el salmista la presencia eficaz del Espíritu Santo. Así, san Ambrosio está convencido de que se trata del único Espíritu Santo "que ardió con fervor en los profetas, fue insuflado (por Cristo) a los Apóstoles, y se unió al Padre y al Hijo en el sacramento del bautismo". Esa misma convicción manifiestan otros Padres, como Dídimo el Ciego de Alejandría de Egipto y Basilio de Cesarea en sus respectivos tratados sobre el Espíritu Santo.

También san Ambrosio, observando que el salmista habla de la alegría que invade su alma una vez recibido el Espíritu generoso y potente de Dios, comenta: "La alegría y el gozo son frutos del Espíritu y nosotros nos fundamos sobre todo en el Espíritu Soberano. Por eso, los que son renovados con el Espíritu Soberano no están sujetos a la esclavitud, no son esclavos del pecado, no son indecisos, no vagan de un lado a otro, no titubean en sus opciones, sino que, cimentados sobre roca, están firmes y no vacilan"”.

Comentario 3

a) En el evangelio encontramos varias de estas polémicas: las normas relativas al sábado o al ayuno, por ejemplo. Hoy se trata del rito de lavarse las manos, al que los fariseos daban una importancia exagerada.
No debió gustarles nada el tono liberal de la respuesta de Jesús. Como siempre, el Maestro da más importancia a lo interior que a lo exterior: lo que entra en la boca no mancha; es lo que sale de la boca lo que sí puede ser malo. Los fariseos se escandalizan. Cuando Jesús se entera de esta reacción, lanza un ataque duro: «la planta que no haya plantado mi Padre, será arrancada de raíz... son ciegos, guías de ciegos».

b) ¿Caemos nosotros, alguna vez, en «escándalo farisaico», o sea, no motivado o, al menos, no por razones proporcionadas a nuestra reacción?
Hacia qué se dirige nuestro cuidado o nuestro escrúpulo: hacia cosas externas o hacia actitudes internas, que son las que verdaderamente cuentan? Jesús no condena las normas ni las tradiciones, pero si su absolutización. No es que los actos externos sean indiferentes, pero, a veces, nos refugiamos en ellos con demasiada facilidad, para tranquilizar nuestra conciencia, sin ir a la raíz de las cosas. Jesús, en el sermón de la montaña, nos ha enseñado a hacer las cosas no para ser vistos, sino por convicción interior

¿No habrá caído la moral cristiana en el mismo defecto de los fariseos, con una casuística exagerada respecto a detalles externos, sin poner el necesario énfasis en las actitudes del corazón o de la mentalidad, que son la raíz de los actos concretos? A veces, la letra ha matado el espíritu (baste recordar los extremos a los que se llegaba respecto al ayuno eucarístico desde la medianoche, o los trabajos que se podían hacer o no en domingo).
La limpieza exterior de las manos o de los alimentos tiene su sentido, pero es mucho menos importante que los juicios interiores, las palabras que brotan de nuestra boca y las actitudes de ayuda o de enemistad que radican en nuestro corazón.

y la frase: «No mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella» (evangelio II)

Lluciá Pou Sabaté

1 comentario:

  1. Habla el hombre del ayer o del hoy en sus diferentes facetas o etapas y siendo cierto que el daño lo ejerce desde su pensamiento trasladado a su palabra, ejecutando su sentimiento y deja de ser consciente de sus actos ante el poder de su palabra.
    ¡Alguien ayer nos dijo algo que hoy parece hemos olvidado!

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