miércoles, 20 de abril de 2011

La confesión, precepto pascual.

La confesión, precepto pascual. Antes, en la liturgia romana, se celebraba una Eucaristía para los penitentes en la mañana del Jueves Santo, último día de Cuaresma. Ahora podemos escoger cuando más con convenga, aunque se organizan celebraciones de la Penitencia con confesión y absolución personal esta semana santa. En la liturgia hispánica el gran acto penitencial se celebra el Viernes Santo, ya dentro de la Pascua, con la impresionante ceremonia de la "indulgencia" o "perdón" en la que el pueblo clama centenares de veces pidiendo perdón a Dios.

Es bueno entrar en la Pascua -el paso con Cristo a la Nueva Vida- celebrando con humildad el sacramento de la Penitencia, el sacramento de la muerte a lo viejo y al pecado, el sacramento de la reconciliación con Dios y con la comunidad. La Pascua debe ser novedad total en nuestras vidas. Todo lo viejo, sobre todo el pecado, tiene que dejar paso a la Vida que nos quiere comunicar el Resucitado (Equipo MD1998).

La cuaresma es "el tiempo oportuno", 'el tiempo favorable' que el señor nos concede para la renovación de nuestra vida cristiana, para volver a él. El profeta Ezequiel nos convocaba el miércoles de ceniza con acentos dramáticos a esta vuelta al Señor, dejando a un lado hasta lo que es lícito y bueno.

Que Dios nos conceda experimentar un sincero dolor por nuestros pecados y también la alegría de la reconciliación con el Padre: Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, mira con amor a tu Pueblo que oyendo tus reclamos quiere volver a ti y reconciliarse contigo, restaura con tu misericordia a los que nos vemos sometidos al poder del pecado y al peso de nuestras culpas. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.

1. La primera cuestión es examinarme… ver si de verdad he puesto a Dios como el centro de mi vida, si de verdad el objetivo de mi vida es ir realizando el proyecto de Dios para el que me creó: perfeccinarme en el amor.

¿Es esto así o en realidad son otras las cuestiones que me interesan más: asegurarme y dusfrutar de una buena situación económica, la salud, los estudios, el prestigio o la imagen social, el pasarlo bien, el éxito profesional?

¿No será esto lo primero que Dios me está pidiendo? ¿No será este mi primer paso de conversión en este momento: tomarme en serio mi vocación cristiana de irme perfeccionando día a día en el amor, creciendo como un hijo de Dios que cada día se parece más a su Padre?

2. La segunda cuestión para un examen es si realmente pongo los medios para ir creciendo en el amor. Si Dios es amor y la fuente de todo amor, si el amor viene de él y de él lo recibimos, si el amor se nos da en y a través de la relación de amistad con Dios ¿Cómo es mi relación con Dios? ¿cuánto tiempo estoy con él? ¿que intimidad tengo con él? ¿Hago oración frecuente, o la dejo fácilmente? ¿En la oración soy el único que habla, o dejo que Dios me diga cuánto me ama, dejo espacio para experimentar su amor? ¿Que me interesa más, que Dios haga lo que yo le pido o que yo haga lo que él me pide?

Y en este sentido está en primer lugar la participación en los sacramentos. En los sacramentos bien celebrados, es donde actúa con todo su poder el amor de Dios. ¿Cómo participo en la eucaristia: activa o pasívamente? ¿Racionalmente tratando de entender o también con el corazón tratando de unirme a Dios? ¿Vivo la comunión como momento de identificación con Jesucristo, comulgando con sus sentimientos, intereses, preocupaciones? ¿Dejo fácilmente la eucaristía o no puedo vivir sin ella?

3. La tercera cuestión es el servicio. Yo, ¿De que voy: en la vida de servidor o de que me sirvan? ¿A quién sirvo: a los de mi familia y amigos? Eso tambión lo hacen los que no tienen la vocación de ser hijos de Dios. ¿ni siquiera sirvo a los míos en casa?

¿Me resisto y me niego de hecho a colaborar en servicio a los demás, por ejemplo, en el colegio de los hijos, en la universidad donde estudio, en el trabajo, en asociaciones de participación ciudadana, en organizadiones de ayuda al tercer Mundo, de defensa de los derechos humanos... o en algo más cercano: la propia parroquia, que también necesita cristianos que sirvan a la Conunidad?

4. La cuarta cuestión que nos podríamos plantear en esta celebración es el uso de mi dinero.

¿Vivo la limosna como un deber de justicia, es decir, como devolver a los que no tienen lo que les pertenece? ¿Hago en este sentido cálculo de lo que puedo y no puedo gastar, de lo que conforme a mis ingresos debo entregar, teniendo en cuenta no mis necesidades, sino las de los más pobres? ¿Ahorro con ilusión para poder dar generoso y solidario? ¿Despilfarro? Si yo fuera pobre del Tercer Mundo, ¿qué pensaría de un cristiano que gastara como yo gasto?

5. La última cuestión. Se refiere a la calidad de mis relaciones humanas.

¿Soy atento o descuidado con los demás? ¿Cultivo la amabilidad, la simpatía, y mo por caer bien, sino por hacer la vida agradable a los demás?

¿Soy rencoroso, vengativo? ¿Me resisto a hacer las paces y a reconcilirme con alguna persona o familia? ¿Tal vez sea lo que tenga que hacer más urgentemente?

¿Soy exigente, incomprensivo, intolerante, duro, susceptible, irritable? ¿Me ofendo fácilmente? O por el contrario: ¿Soy excesivamente tolerante y todo me da igual poque no me quiero meter en complicaciones?

¿Me aprovecho de otros, de sus bienes materiales, de sus cualidades humanas? ¿Estoy atento al cultivo de mi afectividad y sexualidad, orientándolas hacia un amor limpio de egoísmos?

¿Soy elemento creador de paz o de discordia? O por el contrario ¿critico, murmuro, llevo chismes, difamo?

Acojámonos con plena confianza a la misericordia de Dios y confesemos nuestros pecados para obrener su perdón: Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, obra y omisión.

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso, ruego a Santa María, siempre virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que rogueis por mi ante Dios nuestro Señor, Amen.

Con verdadero dolor de nuestros pecados y sintiendo la incapacidad de liberarnos de ellos invoquemos a Cristo nuestro redentor: Con el ciego Bartimeo te decimos: ¡Hijo de David, ten compasión de mi! ¡Señor, ten piedad! ¡Señor, ten piedad!

Con el centurión te decimos: Señor, basta que tú digas una palabra y yo quedaré sano ¡Señor ten piedad!

Con el leproso te decimos: ¡Señor, si tú quieres, puedes curarme!.¡Señor, ten piedad!

Con los apóstoles atemorizados te decimos: ¡Señor, sálvanos que perecemos! ¡Señor, ten piedad!

Con la mujer cacanea te decimos: ¡Señor, ayúdame! ¡Señor, ten piedad!

Con el apóstol Pedro hundiéndose en las aguas: ¡Señor, sálvame! ¡Señor, ten piedad!

Con el ladrón crucificado y arrepentido te decimos: ¡Acuérdate de mi ahora que estás en tu reino! ¡Señor, ten piedad!

Ahora oremos como el mismo Jesucristo nos enseñó para que perdonándonos unos otros nuestras ofensas, nos perdone Él nuestros pecados. Padre nuestro...

Escucha, Señor a tus hijos, que se reconocen pecadores; y haz que, liberados de toda culpa, por el ministerio tu Iglesia, puedan agradecidos cantar tu misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor.

Con la Confesión y absolución individual, Dios no nos otorga su perdón como un gobernante decreta una amnistía general. Dios nos perdona con un apretón de manos y un cálido abrazo, con una sonrisa cargada se valoración y afecto. En una palabra, Dios nos perdona en un encuentro entrañablemente personal. No mos privemos de este perdón y acerquémonos a confesar nuestros pecados personales para recibir este perdón personal (de una Javierada).

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