domingo, 24 de abril de 2011

Lunes de la octava de Pascua: el anuncio del ángel, y la alegría de la resurrección, vivida en la primera Iglesia


Lunes de la octava de Pascua: el anuncio del ángel, y la alegría de la resurrección, vivida en la primera Iglesia

Los Hechos (2,14.22-32) nos muestra a Pedro, que poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: "…A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, vosotros lo hicísteis morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre Él. En efecto, refiriéndose a Él, dijo David: Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque Él está a mi derecha para que yo no vacile…. También mi cuerpo descansará en la esperanza, porque Tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción. Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia”. Y les sigue hablando a su modo, para que le entiendan, de cómo en Jesús se cumplen las profecías de David.

Durante estos 50 días, de ahí el nombre de Pentecostés, nos introduciremos en el ámbito de la Iglesia naciente: en Jerusalén, luego hacia Samaría y Siria, y la actividad misionera de San Pablo por todo el oriente Medio y Grecia. El protagonista es ¡el Espíritu! o, más exactamente, el Señor Jesús viviente, glorificado, resucitado, que actúa por su Iglesia en la potencia del Espíritu, Jesús presente entre nosotros. Por esta razón se leen los Hechos de los Apóstoles como prolongación de la Pascua (Noel Quesson)

El Salmo (16,1-2.5.7-11) pide: “protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti. / Yo digo al Señor: "Señor, tú eres mi bien, no hay nada superior a ti". / El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú decides mi suerte! / Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia! / Tengo siempre presente al Señor: él está a mi lado, nunca vacilaré. / Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: / porque no me entregarás a la Muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. / Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha”. Habla de Cristo, de cómo no verá la corrupción, como hemos visto que Pedro cita para explicar a un público de judíos la profecía de la resurrección. Juan Pablo II lo explica como “un cántico luminoso, con espíritu místico”, y habla de la "heredad", para describir el don de la tierra prometida al pueblo de Israel, que para los levitas el Señor mismo constituía su heredad. El salmista declara precisamente: "El señor es el lote de mi heredad (...) Me encanta mi heredad" (Sal 15,5-6). “Así pues, da la impresión de que es un sacerdote que proclama la alegría de estar totalmente consagrado al servicio de Dios”. San Agustín comenta: "El salmista no dice: "Oh Dios, dame una heredad. ¿Qué me darás como heredad?", sino que dice: "Todo lo que tú puedes darme fuera de ti, carece de valor. Sé tú mismo mi heredad. A ti es a quien amo". (...) Esperar a Dios de Dios, ser colmado de Dios por Dios. Él te basta, fuera de él nada te puede bastar."

Se nos habla ambién de la comunión perfecta y continua con el Señor: la victoria sobre la muerte, y la intimidad eterna con Dios. Y el "camino": "Me enseñarás el sendero de la vida" (v. 11). Es el camino que lleva al "gozo pleno en la presencia" divina, a "la alegría perpetua a la derecha" del Señor. Estas palabras se adaptan perfectamente a una interpretación que ensancha la perspectiva a la esperanza de la comunión con Dios, más allá de la muerte, en la vida eterna.

El Evangelio de Mateo (28,8-15) narra que “las mujeres partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!». Y ellas se acercaron a Él, y abrazándole sus pies, le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: «Decid: ‘Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos’. Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones». Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy”.

Durante la primera semana después de la Pascua, leemos algunos relatos que nos hablan de la resurrección. Contaba Ratzinger que nos han llegado dos tipos de relatos, el primero que explica la fe y expresa la verdad: “El Señor en verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34). Expresan el fundamento de la esperanza cristiana y que, además, tienen la función de servir de signos que permitan a los creyentes reconocerse entre sí. “Ha nacido la confesión cristiana. En este proceso de tradición se desarrolló my pronto –probablemente en la década de los treinta en el ámbito palestinense- la confesión que Pablo nos ha conservado en la primera carta a los Corintios (15,3-8) como una tradición que él mismo recibió de la Iglesia y que transmite fielmente. En estos textos de confesión, que son los más antiguos, ocupa un lugar muy secundario la transmisión de los recuerdos concretos de los testigos. La verdadera intención, como Pablo subraya con énfasis, es preservar el núcleo cristiano, sin el cual el mensaje y la fe carecerían de sentido”. Pero luego se interesan por lo que pasó en concreto, por “cómo fue”, y la tradición narrativa se desarrolla entonces, impulsada por estos estímulos: “Se quiere saber cómo sucedieron las cosas. Crece el deseo de acercarse a los hechos, de conocer los detalles”. También porque aparecen pronto falsedades, otras explicaciones ante las que hay que defenderse con una narración histórica. Y el Evangelio en sus 4 versiones es la respuesta a estos estímulos. Las cartas están antes que los Evangelios y recogen incluso la primitiva liturgia celebrativa (como los famosos Fil 2,5s, Col 3 que leíamos ayer y durante toda la pascua...). No sé por qué hay contradicciones, si porque ha pasado tiempo y corrían ya versiones distintas de los hechos, antes de fijarse por escrito, y ya hemos dicho que interesabe menos el hecho que la fe en un primer momento. O bien hay razones que se nos escapan. Pero hay contradicciones en lo que pasó, entre los evangelistas, en el modo de narrar algún punto.

a) -Al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María... Son amigas de Jesús. Han vuelto a la tumba de Jesús por amistad, como entre nosotros, después del sepelio de un ser querido suele hacerse una visita al cementerio. Son las mismas, precisamente, que en la tarde del viernes asistieron al amortajamiento (Mateo, 27,55-56). No hay pues error posible sobre esta tumba. ¡Danos, Señor, tu amor! Sólo se ve bien con el corazón. Sólo el amor introduce en el conocimiento profundo de los seres con los que vivimos.

-Después de haber visto al ángel del Señor, que les había dicho: "No temáis. Buscáis a Jesús, no está aquí, ha resucitado como había dicho". Se alejaron rápidamente del sepulcro... llenas de temor... ¡Dios está ahí! Hay dos signos claros para todo el que conoce el lenguaje bíblico: -"el ángel", mensajero de Dios.

- el "temor", sentimiento constante en presencia de lo divino. Yo también quisiera dejarme aprehender por esta Presencia.

-Y con gran gozo corrieron a comunicarlo a los discípulos. Temor y gozo, a la vez. Primera reacción: correr... ir a llevar la noticia... Son muchos los que "corren" la mañana de Pascua. Pedro y Juan pronto también correrán para ir a ver. (Juan, 20, 4) ¿Tengo yo ese gozo? ¿Anuncio la "gozosa nueva" de Pascua?

-Jesús les salió al encuentro diciéndoles: Dios os salve. Ellas, acercándose, le abrazaron los pies y se postraron ante Él. Es Jesús el que toma la iniciativa. Es Él quien se presenta, quien les da los "buenos días". Es siempre tan "humano" como antes. Probablemente les sonríe. Pero ellas, manifiestamente ¡están ante la majestad divina! Como derrumbadas, el rostro en tierra. Su gesto es de adoración.

Entonces Jesús les dice: "No temáis". Es lo que Dios dice siempre. El temor es un sentimiento natural ante Dios. Pero Dios nos dice: "No temáis". -"Id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea y que allí me verán. Jesús, netamente, envía a la misión. Si se da a conocer a algunos, no es para que nos regocijemos de ello... sino para que nos pongamos en camino hacia nuestros hermanos. "Id a avisar a mis hermanos." Después de esta meditación, ¿qué voy a hacer? Estoy entre los "amigos" de Jesús si participo en la evangelización.

-Mientras iban ellas, algunos de los guardias vinieron a la ciudad y comunicaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. Reunidos estos en consejo tomaron bastante dinero y se lo dieron a los soldados diciéndoles: "Decid que viniendo los discípulos de noche, lo robaron mientras nosotros dormíamos..." Esta leyenda se difundió entre los judíos hasta ahora.

Esta es la solución que los "enemigos" han encontrado para explicar la tumba vacía... que les estorbaba. Los jefes judíos no desmienten el "hecho": le buscan otra explicación... inverosímil (Noel Quesson). Hay ahí una ironía del Evangelio, pues cómo podían testificar que tales personas robaron el cuerpo, alegando que mientras ellos dormían: si dormían, ¿cómo reconocieron a los ladrones?

En la Entrada nos preparamos para entrar en ese paraíso perdido: «El Señor nos ha introducido en una tierra que mana leche y miel, para que tengáis en los labios la Ley del Señor. Aleluya” (Ex 13,5-9). O bien «El Señor ha resucitado de entre los muertos, como lo había dicho; alegrémonos y regocijémonos todos, porque reina para siempre. Aleluya». Y también pedimos en la Colecta la ampliación de esta familia que Jesús ha formado: «Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos hijos; concede a cuantos han renacido en la fuente bautismal, vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron», vida que nos prepara a la Vida, como seguimos pidiendo en el Ofertorio: «Recibe, Señor, en tu bondad, las ofrendas de tu pueblo, para que, renovados por la fe y el bautismo, consigamos la eterna bienaventuranza». Ya que «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Aleluya» (Rom 6,9, antif. Comunión).

“Hoy, la alegría de la resurrección hace de las mujeres que habían ido al sepulcro mensajeras valientes de Cristo. «Una gran alegría» sienten en sus corazones por el anuncio del ángel sobre la resurrección del Maestro. Y salen “corriendo” del sepulcro para anunciarlo a los Apóstoles. No pueden quedar inactivas y sus corazones explotarían si no lo comunican a todos los discípulos. Resuenan en nuestras almas las palabras de Pablo: «La caridad de Cristo nos urge» (2Cor 5,14). Jesús se hace el “encontradizo”: lo hace con María Magdalena y la otra María —así agradece y paga Cristo su osadía de buscarlo de buena mañana—, y lo hace también con todos los hombres y mujeres del mundo. Y más todavía, por su encarnación, se ha unido, en cierto modo, a todo hombre. Las reacciones de las mujeres ante la presencia del Señor expresan las actitudes más profundas del ser humano ante Aquel que es nuestro Creador y Redentor: la sumisión —«se asieron a sus pies» (Mt 28,9)— y la adoración. ¡Qué gran lección para aprender a estar también ante Cristo Eucaristía! «No tengáis miedo» (Mt 28,10), dice Jesús a las santas mujeres. ¿Miedo del Señor? Nunca, ¡si es el Amor de los amores! ¿Temor de perderlo? Sí, porque conocemos la propia debilidad. Por esto nos agarramos bien fuerte a sus pies. Como los Apóstoles en el mar embravecido y los discípulos de Emaús le pedimos: ¡Señor, no nos dejes! Y el Maestro envía a las mujeres a notificar la buena nueva a los discípulos. Ésta es también tarea nuestra, y misión divina desde el día de nuestro bautizo: anunciar a Cristo por todo el mundo, «a fin que todo el mundo pueda encontrar a Cristo, para que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida, con la potencia de la verdad (...) contenida en el misterio de la Encarnación y de la Redención, con la potencia del amor que irradia de ella» (Juan Pablo II)” (Joan Costa).

c) Sin Pascua no hay Pentecostés, porque Cristo dijo: "si no me voy, el Paráclito no vendrá para estar con vosotros" (Jn 16,7). Pero sin Pentecostés no es posible recibir ni entender el misterio de la Pascua, pues dijo Cristo también: "Cuando venga el Espíritu de la verdad, Él los guiará a la verdad completa... El Paráclito mostrará mi gloria, porque recibirá de lo que es mío y os lo dará a conocer a vosotros" (Jn 16,13.14). Así entendemos el vínculo íntimo entre el ascenso de Cristo desde el seno de la tierra, que se celebra en Pascua y el descenso del Espíritu desde el seno del Padre, que se celebra en Pentecostés. Cristo envía al Espíritu, y el Espíritu trae a nosotros el misterio, la presencia y la gracia de Cristo (Fray Nelson).

d) La alegría de la resurrección. El Señor ha resucitado de entre los muertos, como lo había dicho, alegrémonos y regocijémonos todos, porque reina para siempre. ¡Aleluya! Nuestra Madre la Iglesia nos introduce en estos días en la alegría pascual a través de los textos de la liturgia; nos pide que esta alegría sea anticipo y prenda de nuestra felicidad eterna en el Cielo. Se suprimen en este tiempo los ayunos y otras mortificaciones corporales, como símbolo de esta alegría del alma y del cuerpo. La verdadera alegría no depende del bienestar material, de no padecer necesidad, de la ausencia de dificultades, de la salud... La alegría profunda tiene su origen en Cristo, en el amor que Dios nos tiene y en nuestra correspondencia a ese amor. Y yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar (Juan 16, 22). Nadie: ni el dolor, ni la calumnia, ni el desamparo..., ni las propias flaquezas, si volvemos con prontitud al Señor, sabernos en todo momento hijos de Dios. En la Última Cena, el Señor no había ocultado a los Apóstoles las contradicciones que les esperaban; sin embargo, les prometió que la tristeza se tornaría en gozo. En el amor a Dios, que es nuestro Padre, y a los demás, y en el consiguiente olvido de nosotros mismos, está el origen de esa alegría profunda del cristiano. El pesimismo y la tristeza deberán ser siempre algo extraño al cristiano. Algo, que si se diera, necesitaría de un remedio urgente. El alejamiento de Dios, la pérdida del camino, es lo único que podría turbarnos y quitarnos ese don tan preciado. Por lo tanto, luchemos por buscar al Señor en medio del trabajo y de todos nuestros quehaceres, mortificando nuestros caprichos y egoísmos. Esta lucha interior da al alma una peculiar juventud de espíritu. No cabe mayor juventud y alegría que la del que se sabe hijo de Dios y procura actuar en consecuencia. Estar alegres es una forma de dar gracias a Dios por los innumerables dones que nos hace. Con nuestra alegría hacemos mucho bien a nuestro alrededor, pues esa alegría lleva a los demás a Dios. Dar alegría será con frecuencia la mejor muestra de caridad para quienes están a nuestro lado. Muchas personas pueden encontrar a Dios en nuestro optimismo, en la sonrisa habitual, en nuestra actitud cordial. Pensemos en la alegría de la Santísima Virgen, “abierta sin reservas a la alegría de la Resurrección; sus hijos en la tierra, volviendo los ojos hacia la madre de la esperanza y madre de la gracia, la invocamos como causa de nuestra alegría” (Paulo VI: tomado de Francisco Fernández Carvajal).

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