miércoles, 15 de junio de 2011

Jueves de la 8ª semana. Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. “Él fue traspasado por nuestras rebeliones”, dijo el profeta, y habla de Jesús, que en l

Jueves de la 8ª semana. Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. “Él fue traspasado por nuestras rebeliones”, dijo el profeta, y habla de Jesús, que en la santa Cena
pronuncia: “Esto es mi cuerpo. Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi
sangre”, y se entrega por nosotros.

Libro de Isaías 52, 13-53,12. Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía
aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al
ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio?, ¿a
quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en
tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y
evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante
el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros
sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios
y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros
crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos
errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos
nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como
cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la
boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo
arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron
sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había
cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el
sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus
años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la
luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó
con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una
muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él
tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

Salmo 39,6-11. R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío, cuántos planes en favor nuestro;
nadie se te puede comparar. Intento proclamarlas, decirlas, pero superan todo número.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides
sacrificio expiatorio.
Entonces yo digo: «Aquí estoy -como está escrito en mi libro para hacer tu
voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios;
Señor, tú lo sabes.
No me he guardado en el pecho tu defensa, he contado tu fidelidad y tu
salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad ante la gran asamblea.

Evangelio según san Lucas 22, 14-20. Llegada la hora, se sentó Jesús con sus
discípulos y les dijo: -«He deseado enormemente comer esta comida pascual con
vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se
cumpla en el reino de Dios.» Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y
dijo: -«Tornad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora
del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios.» Y, tomando pan, pronunció la
acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: -«Esto es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros; haced esto en memoria mía.» Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, 2
diciendo: -«Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por
vosotros.»

Comentario: 1. “Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores”. Con las
lecturas de hoy podría dar la impresión de que volvemos atrás. De vuelta a la Cuaresma
para adentrarnos en el misterio de la Pasión de Jesús. Pero si estamos atentos,
descubriremos que se trata de atender el requerimiento de aquellos ángeles, urgiendo a
los testigos de la Ascensión del Señor a los Cielos, para volver cada uno a sus
obligaciones cotidianas. No hay otra señal del cristiano que la de la Cruz. La manera
más eficaz de no caer en el desaliento y el pesimismo es tomar con alegría nuestra
propia cruz (no la que imaginemos o sospechemos), y caminar con entusiasmo en medio
de lo que otros denominan dificultades y contratiempos.

-(otra opción): Heb. 10, 12-23. Nuestra vocación mira a estar con Dios
eternamente. Pero puesto que nada manchado entra al cielo, por medio del Sacrificio
expiatorio de Cristo hemos sido santificados de tal forma que, perdonados nuestros
pecados, hemos sido consagrados para poder acercarnos al Dios vivo y poder, así,
participar de la ciudad celeste. Así se ha cumplido lo que el Espíritu Santo prometió en
las Sagradas Escrituras: Que nos perdonaría nuestras culpas y olvidaría para siempre
nuestros pecados. Los que por medio de la fe aceptamos a Cristo y su oferta de
salvación, junto con Él participamos ya desde ahora de la Vida que Él nos ofrece, y que
llegará a su plenitud en nosotros cuando junto con Él, mediante su Sangre derramada
por nosotros, estemos eternamente con Dios, santos como Él es Santo. Aprovechemos la
gracia que hoy Dios nos ofrece. No vivamos tras las obras de la maldad. Acojámonos a
Cristo para que en Él tengamos el perdón de nuestros pecados y la Vida eterna.

2. Sal. 39. Por medio de su Hijo Jesús, el Padre Dios nos ha sacado de la
profundidad de nuestros pecados, ha puesto nuestros pies sobre roca firme y ha
consolidado nuestros pasos para que demos testimonio de lo misericordioso que ha sido
para con nosotros. Y el Señor quiere que le entonemos un cántico nuevo, el cántico de la
fidelidad a su voluntad. Junto con Cristo hemos de estar dispuestos a hacer la voluntad
de nuestro Padre Dios en todo. Proclamar el Evangelio nos lleva a anunciarlo, pero
también a dar testimonio de él, pues no podemos anunciar el Evangelio sólo con los
labios mientras nueva vida tomase por un camino contrario a lo que proclamamos. Junto
con el testimonio sabemos que no podemos eludir nuestra cruz de cada día, con la
fidelidad que muchas veces nos puede llevar hasta el martirio, pero sabiendo que no
todo terminará con la muerte. Después de la cruz siempre estará la gloria, siempre estará
Dios como Padre lleno de amor, de ternura y de misericordia para con nosotros. Él nos
espera para recibir en su casa a quienes le vivamos fieles. La acción sacerdotal de la
Iglesia, por tanto, consistirá en seguir el mismo camino de amor y de fidelidad de su
Señor. Vayamos tras las huellas de Cristo aceptando todos los riesgos que nos vengan
por ello, sabiendo que no hemos recibido un espíritu de cobardía sino de valentía para
que no cerremos nuestros labios en el anuncio del Nombre de nuestro Dios y Padre que
se nos ha confiado.
“Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío, cuántos planes en favor
nuestro; nadie se te puede comparar. Intento proclamarlas, decirlas, pero superan todo
número”. El otro día fui testigo de un hecho singular. En un Monasterio de carmelitas
descalzas, acudí junto con otro sacerdote a visitar a las monjas de clausura. Nadie
contestaba a la puerta (era un poco tarde, y tampoco avisamos de nuestra llegada).
Después de esperar un buen rato, y haber dejado un mensaje en el contestador
telefónico, la puerta del Monasterio se abrió. Allí apareció la priora disculpándose por
habernos hecho esperar. Sin haber sido de ellas la culpa (pues los guardeses no se 3
encontraban en la portería), la madre superiora se tendió en el suelo, como un guiñapo,
en señal de humildad y perdón. Posteriormente, el sacerdote al que acompañaba me
comentó que esta actitud es muy normal en ellas, y que también realizan ese gesto
cuando alguien les “lanza” alguna alabanza.
Me preguntaba cómo se tomaría la gente de la calle este tipo de actitudes.
Algunos lo verían como algo raro, otros como una humillación innecesaria, y los más
indulgentes como “algo propio de monjas”. Sin embargo, a quien habría que preguntar
sobre ese compartimiento sería al mismo Dios, porque su juicio es el único que importa.
Y estoy convencido de que esbozaría una sonrisa complaciente, porque hasta Él
llegarían las mismas palabras que el salmista: “He proclamado tu salvación ante la gran
asamblea; no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes” (archimadrid).

3. Lc 22, 14-20 (cf Juan 21,19; Hech. 1,3). Hoy, la liturgia nos invita a
adentrarnos en el maravilloso corazón sacerdotal de Cristo. Dentro de pocos días, la
liturgia nos llevará de nuevo al corazón de Jesús, pero centrados en su carácter sagrado.
Pero hoy admiramos su corazón de pastor y salvador, que se deshace por su rebaño, al
que no abandonará nunca. Un corazón que manifiesta “ansia” por los suyos, por
nosotros: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc
22,15).

Este corazón de sacerdote y pastor manifiesta sus sentimientos, especialmente,
en la institución de la Eucaristía. Comienza la Última Cena en la que el Señor va a
instituir el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, misterio de fe y de amor. San Juan
sintetiza con una frase los sentimientos que dominaban el alma de Jesús en aquel
entrañable momento: «Sabiendo Jesús que había llegado su hora (...), como amase a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1).
¡Hasta el fin!, ¡hasta el extremo! Una solicitud que le conduce a darlo todo a
todos para permanecer siempre al lado de todos. Su amor no se limita a los Apóstoles,
sino que piensa en todos los hombres. La Eucaristía será el instrumento que permitirá a
Jesús consolarnos “en todo lugar y en todo momento”. Él había hablado de mandarnos
“otro” consolador, “otro” defensor. Habla de “otro”, porque Él mismo —JesúsEucaristía— es nuestro primer consolador.

El cumplimiento de la voluntad del Padre obliga a Jesús a separarse de los suyos,
pero su amor que le impulsaba a permanecer con ellos, le mueve a instituir la Eucaristía,
en la cual se queda realmente presente. «Considerad —escribe san Josemaría— la
experiencia tan humana de la despedida de dos seres que se quieren (...). Su afán sería
continuar sin separarse, y no pueden (...). Lo que nosotros no podemos, lo puede el
Señor. Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre, (...) se queda Él mismo. Irá al
Padre, pero permanecerá con los hombres». Repitamos con el salmista: «¡Cuántas
maravillas has hecho, Dios mío!» (Sal 40,6) (Albert Llanes).

"Os he llamado amigos, porque os he manifestado todo lo que he oído a mi
Padre. No me habéis elegido vosotros a mí, soy yo quien os he elegido y os he destinado
a que os pongáis en camino y deis fruto, y un fruto que dure" (Jn 15,15).
Jesús entrega su amistad y pide la nuestra. Ha dejado de ser el Maestro para
convertirse en amigo. Escuchad como dice: Vosotros sois mis amigos... No os llamo
siervos, os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a
conocer…En aras de esa amistad, que es entrañable, que es verdadera y ardorosa, desea
atajar a los que aún pudieran no hacerle caso. "No sois vosotros -les dice- los que me
habéis elegido, soy yo quien os he elegido".

Es un compañero deseoso de salvar, de alegrar y de llenar de paz a sus amigos.
"Os he hablado para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud".
El Maestro está con los brazos abiertos de la amistad tendidos hacia nosotros. Y con la 4
alegría como promesa y como ofrenda. Nunca se ha visto un Dios igual. Camina ahora
mismo y por cualquier calle. Por la acera de tu casa, seguro. Y está diciendo que es
amigo tuyo, que te quiere igual que a su Padre y que desea llenarte de alegría. Lo va
repitiendo al paso, según se acerca a tu puerta (Arl Bremen).
Por lo mismo que Dios ama, creó el mundo: ¡Cuánta maravilla, cuánta belleza!:
"¡Oh montes y espesuras, / plantados por la mano del Amado!, / ¡oh, prado de
verduras de flores esmaltado!, / decid si por vosotros ha pasado" (San Juan de la Cruz)
Creó los hombres. Los hombres desobedecieron y pecaron (Gen 3,9). El pecado
es un desequilibrio, un desorden, como un ojo monstruoso fuera de su órbita, como un
hueso desplazado de su sitio, buscando el placer, la satisfacción del egoísmo, de la
soberbia. Como un sol que se sale del camino buscando su independencia. Frustraron el
camino y la meta de la felicidad. De ahí nace la necesidad de la expiación, del
sufrimiento, del dolor, por amor, para restablecer el equilibrio y el orden. Dios envía
una Persona divina, su Hijo, a "aplastar la cabeza de la serpiente", haciéndose hombre
para que ame como Dios, hasta la muerte de cruz, con el Corazón abierto.
Ese Hombre Dios, el Siervo de Yahvé, que, "desfigurado no parecía hombre,
como raíz en tierra árida, si figura, sin belleza, despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, considerado leproso, herido
de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros
crímenes, como cordero llevado al matadero" Isaías 52,13, inicia la redención de los
hombres, sus hermanos. El es la Cabeza, a la cual quiere unir a todos los hombres, que
convertidos en sacerdotes, darán gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu, e incorporados a
la Cabeza, serán corredentores con El de toda la humanidad. El Padre, cuya voluntad ha
venido a cumplir, lo ha constituido Pontífice de la Alianza Nueva y eterna por la unción
del Espíritu Santo, y determinando, en su designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su
único sacerdocio. Para eso, antes de morir, elige a unos hombres para que, en virtud del
sacerdocio ministerial, bauticen, proclamen su palabra, perdonen los pecados y
renueven su propio sacrificio, en beneficio y servicio de sus hermanos. "Él no sólo ha
conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de
hermano, ha elegido a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las
manos, participen de su sagrada misión. Ellos renuevan en su nombre el sacrificio de la
redención, y preparan a sus hijos el banquete pascual, donde el pueblo santo se reúne en
su amor, se alimenta con su palabra y se fortalece con sus sacramentos. Sus sacerdotes,
al entregar su vida por él y por la salvación de los hermanos, van configurándose a
Cristo, y así dan testimonio constante de fidelidad y amor" (Prefacio).
Por eso, si los cristianos debemos tomar nuestra cruz, los sacerdotes, más, por
más configurados con Cristo, con sus mismos poderes. Los sacerdotes de la Antigua
Alianza sacrificaban en el altar animales, pero no se sacrificaban ellos. Los sacerdotes
nos hemos de inmolar porque Cristo se inmoló a sí mismo. Hemos de ser como él,
sacerdotes y víctimas, porque nuestro sacerdocio es el suyo.
Una idea infantil del cristiano, que se acomoda al mundo, una mentalidad
inmadura del sacerdote, lo hace un funcionario. De ahí surgen consecuencias de
carrierismo, al estilo del mundo, excelencias, trajes de colores, que obnubilan el sentido
sustancial del sacerdote-víctima, que conducen a la esterilidad, y contradicen la misión:
"para que os pongáis en camino y deis fruto que dure". El fruto que dura es el de la
conversión, la santidad, que permanecerá eternamente. Os he puesto en la corriente de la
gracia, os planté para que vayáis voluntariamente y con las obras deis fruto. Y precisa
cuál sea el fruto que deban dar: "Y vuestro fruto dure". Todo lo que trabajamos por este
mundo apenas dura hasta la muerte, pues la muerte, interponiéndose, corta el fruto de
nuestro trabajo. Pero lo que se hace por la vida eterna perdura aun después de la muerte, 5
y entonces comienza a aparecer, cuando desaparece el fruto de las obras de la carne.
Principia, pues, la retribución sobrenatural donde termina la natural. Por tanto, quien ya
tiene conocimiento de lo eterno tenga en su alma por viles las ganancias temporales. Así
pues, demos tales frutos que perduren, produzcamos frutos tales que cuando la muerte
acabe con todo, ellos comiencen con la muerte, pues después que pasan por la muerte es
cuando los amigos de Dios encuentran la herencia (San Gregorio Magno).
Después de la "conversión" de Constantino, el clero eclesiástico hizo su entrada
en este mundo, corrió serio peligro de perder su propia naturaleza, que no consiste en el
poder, sino en el servicio. Además, entró en competencia con el poder secular al
aparecer en la escena de la historia política. Este encuentro y confrontación con la
jerarquía civil condujo no sólo a una ampliación político-social de las tareas apostólicas,
sino que también oscureció el aspecto colegial del servicio de la Iglesia. Ha dicho el
Cardenal Lustiger, arzobispo de París: "Ya se que Napoleón identificó al obispo con los
prefectos y con los generales, pero yo me había sensibilizado mucho contra la Iglesia
como sistema de promoción y de poder, y determiné que nunca me metería en
situaciones que favorecieran la promoción".
En el curso del siglo XI comienza la teología medieval a distinguir claramente,
en la elaboración del tratado de sacramentos, entre el Orden y la dignidad, y puso de
relieve la sacramentalidad del Orden de la Iglesia. A partir de entonces se designa
esencialmente como Orden el sacramento que confiere el poder de celebrar la eucaristía.
Aunque el lenguaje de la Curia romana imprimió su sello a la tradición cristiana,
la ordenación no fue considerada nunca como un simple acceso a una dignidad y como
transmisión de unos poderes jurídicos y litúrgicos, pues siempre se confirió mediante un
rito, Porque la ordenación es un acto sacramental que transmite una gracia de
santificación; los llamados son tomados del mundo y consagrados al servicio de Dios,
son separados para atender a su misión especial. El obispo, el sacerdote, el diácono no
tienen de suyo nada del sacerdote romano, que era un funcionario del culto público,
poseía cierto rango y tenía que realizar determinados actos. El "sacerdocio" cristiano
pertenece a otro orden; no es primariamente "religioso" ni cultual, sino carismático; es
el ordo de los que han recibido el espíritu y, en virtud de su orden, están habilitados para
continuar la obra de los apóstoles. Las jerarquías del ministerio aparecen en los escritos
de los Padres de la Iglesia, no tanto como títulos que conceden ciertos derechos, sino
más bien como tareas que ciertos hombres llamados a edificar el cuerpo de Cristo toman
sobre sí, a veces incluso contra su propia voluntad.
El Orden sacramental es una dimensión esencial para la Iglesia, y por eso fue
incluido entre los sacramentos. Si se quiere comprender el sentido y la función de este
"sacramento" particular en lugar de atribuir el sacerdocio cristiano y toda la jerarquía de
la Iglesia a un único acto de institución, como hizo el Concilio de Trento, parece que
está más en consonancia con la Sagrada Escritura y la realidad de las cosas partir de la
Iglesia como "sacramento original". De esta forma no nos exponemos al peligro de
separar el orden de la Iglesia histórica para colocarlo en cierto modo por encima de ella,
pues es un sacramento esencial para la existencia de la Iglesia y en el que ésta se
actualiza.
El desdoblamiento del ordo en varios grados y la introducción de diversas
ordenaciones están tan relacionados con la historia de la Iglesia como con la Escritura.
Son producto de un desarrollo, y, en definitiva, la cuestión de si se ha de hablar de un
único sacramento del orden o de si el episcopado y el presbiterado constituyen
sacramentos diversos es más una cuestión terminológica y teológica que dogmática. Las
funciones del obispo y las del sacerdote, las funciones del sacerdote y las del diácono,
no están delimitadas entre sí de forma absoluta; las funciones respectivas son asignadas 6
por el derecho, pero este derecho no es un todo inmutable. La validez de las
ordenaciones depende de la actuación de la Iglesia tomada en su totalidad, y no del acto
sacramental considerado aisladamente. La validez o no validez de una ordenación no es
algo que se pueda determinar tomando como base el rito, con independencia del marco
general de la misma.
La estructura del ministerio eclesial se puede considerar, igual que el canon de la
Escritura y el número septenario de los sacramentos, como el resultado de un desarrollo.
Desarrollo que se produjo todavía en tiempo de los apóstoles; por eso ha conservado en
la tradición de la Iglesia el carácter de algo que existe por necesidad jurídica. En la
Iglesia tendrá que haber siempre un "ministerio para velar", un "presbiterado" y una
"diaconía". Sin embargo, las expresiones concretas de esta estructura esencial pueden
cambiar con el tiempo y de hecho han cambiado; más aún, tienen que cambiar por razón
del carácter forzosamente limitado de las diversas expresiones históricas del ministerio
y de la obligación que éste tiene de asemejarse constantemente a su modelo, Cristo.
Lo mismo que Dios concedió el espíritu de profecía a los setenta ancianos que
había llamado Moisés a participar con él en el gobierno del pueblo, así también
comunica a los sacerdotes el Espíritu Santo para que se asocien al ministerio de los
obispos. El presbítero colabora con el obispo en la totalidad de sus funciones de
gobierno de la Iglesia. Las funciones del presbítero tienen una íntima conexión con el
ofrecimiento de la eucaristía. Por eso la función del presbítero en la Iglesia ha de
entenderse partiendo de la Cena y de las palabras de Cristo, que mandó a los apóstoles
hacer "en memoria de él lo mismo que él había hecho" (1 Cor 11). Por eso defendió el
Concilio de Trento este aspecto básico del ministerio sacerdotal. Y el Concilio Vaticano
II añade: "Los presbíteros ejercitan su oficio sagrado sobre todo en el culto eucarístico o
comunión, en donde, representando la persona de Cristo, el sacerdote es al mismo
tiempo presidente de la celebración eucarística, él ofrece el sacrificio in nomine
Ecclesiae o, en persona Ecclesiae y consagrante, sacrificador, y como tal ya no actúa
meramente in persona Ecclesiae, sino in persona Christi y proclamando su misterio,
unen las oraciones de los fieles al sacrificio de su Cabeza, Cristo, representando y
aplicando en el sacrificio de la misa, hasta la venida del Señor (1 Cor 11,26), el único
sacrificio del Nuevo Testamento, a saber: el de Cristo, que se ofrece a sí mismo al Padre
como hostia inmaculada (Heb 9,11-28)".
El sacerdote nos introduce en la memoria del Señor, no sólo en su pascua, sino
en el misterio de toda su obra, desde su bautismo hasta su pascua en la cruz. El exhorta
a la asamblea de los creyentes a vivir en sintonía con el sacrificio de la cruz, que ésta
vuelve a vivir en el presente en espera de su consumación definitiva. Por eso el
ministerio del sacerdote no se puede limitar a la celebración de un rito; compromete
toda la vida y se desarrolla de acuerdo con todo el orden sacramental.
Pero no sería fiel a la tradición quien pretendiera defender que las funciones del
sacerdote son de naturaleza estrictamente sacramental y cultual. También es función del
sacerdote proclamar la palabra de Dios. La misma Cena, en la que el Señor llama a su
sangre "sangre de la alianza", lo pone de manifiesto, pues no hay ningún rito de alianza
sin una proclamación de la palabra de Dios a los hombres. El acontecimiento de la
alianza es al mismo tiempo acción y palabra. Esta relación aparece todavía más clara
cuando se parte de la base de que eucaristía (1 Cor 11,24) no significa tanto una "acción
de gracias" en el sentido actual de esta expresión, cuanto una clara y gozosa
proclamación de las "maravillas de Dios", de sus hechos salvíficos. Cuando Jesús
declara: "Cada vez que coméis de ese pan y bebéis de esa copa proclamáis la muerte del
Señor, hasta que él vuelva" (1 Cor 11,26), su acto de bendición ritual tiene también el
sentido de una proclamación de la palabra de Dios. El ministerio de ofrecer la eucaristía 7
ratifica y complementa simplemente una proclamación de la palabra, que va desde el
kerigma inicial hasta la catequesis y la misma celebración litúrgica. Predicar, bautizar y
celebrar la eucaristía son las funciones esenciales del sacerdote. Sin embargo, dentro del
presbiterio dichas funciones pueden estar distribuidas distintamente, según que unos se
dediquen más a tareas misioneras y otros a la acción pastoral dentro de la comunidad
reunida (Mysterium Salutis). Predicar y enseñar, de otra manera, ¿cómo podrán hacer y
administrar los sacramentos con provecho y eficacia salvadores?
El sacerdocio hoy está bastante desvalorizado. Las cosas poco prácticas no se
cotizan. Esta generación consumista sólo tiene ojos para sus intereses. Ha perdido el
sentido de la gratuidad. Un beso y una sonrisa no sirven para nada, pero los necesitamos
mucho. Un jardín no es un negocio, pero necesitamos su belleza. Cultivar patatas y
cebollas es más productivo, pero los rosales y las azucenas son necesarios.
El sacerdote sirve. Siempre está sirviendo. Es necesario como la escoba para que
esté limpia la casa. Pero a nadie se le ocurre poner la escoba en la vitrina. El sacerdote
perdona los pecados, es instrumento de la misericordia de Dios. En un mundo lleno de
rencores y envidias, el sacerdote es portador del perdón. Está siempre dispuesto a recibir
confidencias, descargar conciencias, aliviar desequilibrios, a sembrar confianza y paz.
El sacerdote ilumina. Cuando nos movemos a ras de tierra, nos señala el cielo. Cuando
nos quedamos en la superficie de las cosas, nos descubre a Dios en el fondo. El
sacerdote intercede. Amansa a Dios, le hace propicio, le da gracias, da a Dios el culto
debido. Impetra sus dones. El sacerdote ama. Ha reservado su corazón para ser para
todos. El sacerdote es antorcha que sólo tiene sentido cuando arde e ilumina. El
sacerdote hace presente a Cristo. En los sacramentos y en su vida. Es el alma del
mundo. Donde falta Dios y su Espíritu él es la sal y la vida. No hace cosas sino santos.
Todos hemos de ser santos, pero sin sacerdotes difícilmente lo seremos. Es grano de
trigo que si muere da mucho fruto. Nada hay en la Iglesia mejor que un sacerdote. Sí lo
hay: dos sacerdotes. Por eso hemos de pedir al Señor de la mies que envíe trabajadores a
su mies (Mt 9,38).
"No me habéis elegido vosotros a mí, os he elegido yo a vosotros". La elección
indica siempre predilección. Si voy a un jardín, miro y remiro: tallo, capullo, color,
aguante...Elijo, corto y me la llevo. Pero sé que yo no podré ni cambiar el color, ni
darles más resistencia, ni aumentarles la belleza.
Cuando Dios elige, elige a través de su Verbo: "Por El fueron creadas todas las
cosas". Cuando un joven elige a su novia, es él quien elige. Si eligiesen sus padres u
otros, probablemente saldría mal. Cuando Dios elige esposa, respeta a su Hijo, que se ha
desposar con ella. Cuando Dios elige ministros suyos, deja a su Verbo la elección.
Porque han de continuar sus mismos misterios.
Parece que el Señor tendrá sus preferencias. Contando con que siempre puede
rectificar y enderezar, romper el cántaro y rehacerlo, y purificar, es verosímil que cuente
con lo que ya hay en las naturalezas, creadas por El: "Omnia per ipso facta sunt".
Una de las primeras cualidades que parece buscará será la docilidad. Docilidad
que casi siempre es crucificante. Otra, será la sencillez: "Si no os hacéis como niños"...
Manifestarse sin hipocresía, con naturalidad.
"Vosotros sois mis amigos." ¡Cuánta es la misericordia de nuestro Creador! ¡No
somos dignos de ser siervos y nos llama amigos! ¡Qué honor para los hombres: ser
amigos de Dios! Pero ya que habéis oído la gloria de la dignidad, oíd también a costa de
qué se gana: "Si hacéis lo que yo os mando." Alegraos de la dignidad, pero pensad a
costa de qué trabajos se llega a tal dignidad. En efecto, los amigos elegidos de Dios
doman su carne, fortalecen su espíritu, vencen a los demonios, brillan en virtudes,
menosprecian lo presente y predican con obras y con palabras la patria eterna; además, 8
la aman más que a la vida; pueden ser llevados a la muerte, pero no doblegados.
Considere, pues, cada uno si ha llegado a esta dignidad de ser llamado amigo de Dios, y
si así es no atribuya a sus méritos los dones que encuentre en él, no sea que venga a caer
en la enemistad. Por eso añadió el Señor: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que
yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto" (Jesús Martí
Ballester).
La Pascua antigua ha quedado atrás y no volverá a celebrarse sino en la Pascua
de Cristo, en el Reino de Dios, que ya se ha iniciado entre nosotros. Celebrar nosotros el
Memorial de la Pascua de Cristo no es sólo un contemplar a Cristo bajo una nueva
presencia. Él está con nosotros en la Eucaristía para que nos encontremos real y
personalmente con Él al paso de la historia. Su presencia en la Eucaristía es una
presencia real con toda su fuerza salvadora. Participar de la Eucaristía nos hace entrar
en la nueva alianza inaugurada por Jesús, en que, unidos a Él, somos hechos hijos de
Dios y el Padre Dios nos contempla con el mismo amor con que contempla a su Hijo
unigénito.
El Señor nos reúne para que en esta Eucaristía celebremos, unidos a Él, la
Pascua Nueva, la del Reino de Dios entre nosotros. Celebramos la Victoria de Jesús
sobre el pecado y la muerte. Celebramos nuestra liberación de las diversas esclavitudes
a las que el maligno nos había sometido. Celebramos nuestro peregrinar hacia la Patria
eterna. Celebramos el ser el Nuevo Pueblo de Dios, el de sus hijos que se dejan guiar
por Cristo, único Camino de salvación para nosotros. La Eucaristía nos pone en camino
como testigos del Reino, pues la salvación no es ya una promesa, sino una realidad
cumplida por Dios entre nosotros y para nosotros. Y nosotros hemos de proclamar este
Misterio de amor y de salvación a la humanidad entera.
La Iglesia de Cristo continúa la obra sacerdotal de Jesús en el mundo y su
historia. A nosotros nos corresponde continuar consagrándolo todo a Dios. El Sacrificio
redentor de Cristo debe no sólo ser anunciado, sino vivido por la Iglesia, como la mejor
muestra del Evangelio proclamado con la vida misma. ¿En verdad somos alimento, pan
de vida para los demás? ¿En verdad somos capaces de llegar hasta derramar nuestra
sangre con tal de que el perdón de los pecados llegue a todos? ¿Estamos dispuestos a
vivir conforme a la voluntad de Dios sobre nosotros y no conforme a nuestros propios
intereses? ¿Encaminamos a los demás hacia la posesión de los bienes definitivos? Es
nuestra vida, es la vida de la Iglesia con su cercanía al hombre al que ha sido enviado
para salvarlo, lo que finalmente dará respuesta correcta o incorrecta a estos
cuestionamientos. El Señor quiere que santifiquemos a todo y a todos. Ojalá y seamos
ese Sacramento de Salvación para todos los pueblos.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de saber vivir santamente, redimidos y perdonados por Cristo; y la
gracia de colaborar con un nuevo ardor para que la salvación llegue hasta el último
rincón de la tierra. Amén (www.homiliacatolica.com).
LA CRUZ, COMPAÑERA DE LA SANTIDAD. Con Pentecostés terminó el
tiempo de Pascua. Hemos hecho el mismo recorrido que los discípulos de Jesús durante
estos días de gozo y alegría. De manera especial, la Venida del Espíritu Santo, junto con
toda la Iglesia, nos ha reafirmado la certeza de que no estamos solos. La asistencia
permanente de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad nos conforta y alienta,
dándonos la valentía necesaria para proclamar al mundo entero el Evangelio (cada uno
en su estado y en su actividad). Todo esto se traduce en la necesidad de convertirnos
cada día un poco más (haciendo examen de conciencia), y de tratar más íntimamente al
Señor mediante la oración.9
“He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de
padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino
de Dios”. Las palabras del Señor que precedieron a la institución de la Eucaristía, nos
dan a entender que el amor que recibimos del Hijo de Dios pasa, ineludiblemente, por la
Cruz. La santidad no es una condecoración que recibimos por lo bien que hacemos las
cosas, sino la justicia que Dios realiza con aquellos que se abrazaron al madero de su
Hijo. María estuvo allí, junto a la Cruz de Jesús, y su santidad es el faro que nos ilumina
en medio de nuestras tempestades y oscuridades… “Aquí estoy, para hacer tu voluntad”
(Archimadrid).
17. Este cáliz que entrega antes de la Cena (dato exclusivo de Lucas) parece ser
como un brindis especial de despedida, pues consta por lo que sigue (v. 20) y por Mat.
26, 27 y Marc. 14, 23, que la consagración del vino se hizo después de la del pan y
también después de cenar. Cf. S. 115, 13.
19. Dio gracias: en griego eujaristesas, de donde el nombre de Eucaristía. "Dar
gracias tiene un sentido particular de bendición" (Pirot). Este es mi cuerpo: El griego
dice: esto es mi cuerpo, y así también Fillion, Buzy, Pirot, etc. Tuto es neutro y se
traduce por esto, debiendo observarse sin embargo que cuerpo en griego es también
neutro (to soma). Que se da: otros: que es dado (cf. v. 22). "Su cuerpo es dado para ser
inmolado, y esto en provecho de los discípulos" (Pirot). Cf. 24, 7; Mat. 16, 21; 17, 12;
Juan 10, 17 s.; Is. 53, 7.
20. Tres son las instituciones de la doctrina católica que aquí se apoyan: 1o. el
sacramento de la Eucaristía; 2o. el sacrificio de la misa; 3o. el sacerdocio. Véase Mat.
26, 26 - 29; Marc. 14, 22 - 25 y nota; I Cor. 11, 23 ss.; Hebr. caps. 5 - 10 y 13, 10.

LLuciá Pou Sabaté

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