domingo, 19 de junio de 2011

San Mateo 7,1-5: Abraham prepara la venida del Señor, con la Alianza de la fe; que Jesús lleva a la plenitud con el amor: nos dice hoy que si no juzg


San Mateo 7,1-5:
Abraham prepara la venida del Señor, con la Alianza de la fe; que Jesús lleva a la plenitud con el amor: nos dice hoy que si no juzgamos a los demás no seremos juzgados tampoco nosotros

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

Génesis 12,1-9: 1 Yahveh dijo a Abram: «Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. 2 De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. 3 Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra.» 4 Marchó, pues, Abram, como se lo había dicho Yahveh, y con él marchó Lot. Tenía Abram 75 años cuando salió de Jarán. 5 Tomó Abram a Saray, su mujer, y a Lot, hijo de su hermano, con toda la hacienda que habían logrado, y el personal que habían adquirido en Jarán, y salieron para dirigirse a Canaán. Llegaron a Canaán, 6 y Abram atravesó el país hasta el lugar sagrado de Siquem, hasta la encina de Moré. Por entonces estaban los cananeos en el país. 7 Yahveh se apareció a Abram y le dijo: «A tu descendencia he de dar esta tierra.» Entonces él edificó allí un altar a Yahveh que se le había aparecido. 8 De allí pasó a la montaña, al oriente de Betel, y desplegó su tienda, entre Betel al occidente y Ay al oriente. Allí edificó un altar a Yahveh e invocó su nombre. 9 Luego Abram fue desplazándose por acampadas hacia el Négueb.

Salmo 33,12-13,18-20,22: 12 ¡Feliz la nación cuyo Dios es Yahveh, el pueblo que se escogió por heredad! 13 Yahveh mira de lo alto de los cielos, ve a todos los hijos de Adán; 18 Los ojos de Yahveh están sobre quienes le temen, sobre los que esperan en su amor, 19 para librar su alma de la muerte, y sostener su vida en la penuria. 20 Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; 22 Sea tu amor, Yahveh, sobre nosotros, como está en ti nuestra esperanza.

Mateo 7,1-5: 1 «No juzguéis, para que no seáis juzgados. 2 Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. 3 ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? 4 ¿O cómo vas a decir a tu hermano: "Deja que te saque la brizna del ojo", teniendo la viga en el tuyo? 5 Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano.

Comentario: 1.- Gn 12,1-9 (ver Gn 12,1-4 en domingo 2º de Cuaresma). Los capítulos del 1 al 11 del Génesis, que leímos en las semanas 5ª y 6ª del Tiempo Ordinario, reflexionaban religiosamente sobre el origen del cosmos y del género humano. Ahora, durante tres semanas, escuchamos la historia del pueblo predilecto de Dios, Israel, a partir de la vocación de Abrahán desde el capítulo 12 hasta el final del libro. La historia de Abrahán, y la de los grandes patriarcas Isaac, Jacob y José, está aquí contada desde una clave claramente religiosa y, además, según varias tradiciones intermezcladas en el Génesis. La lectura de otros libros históricos del AT nos ocupará nueve semanas (de la 12ª a la 20ª). En ellos, no sólo repasaremos la historia del pueblo de Israel, del que somos herederos, sino que nos veremos reflejados nosotros mismos en nuestra actuación, dejándonos juzgar por la voz de Dios. Hoy escuchamos el relato de la vocación de Abrahán, allá en su tierra de Ur, en el país de Caldea, un pueblo de cultura bastante avanzada, con buenas técnicas de trabajo y una buena legislación social. Pero corrompido, como todos los demás, religiosa y moralmente. Un día el Señor le dijo: Vete de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre... Dios habla... debió ser probablemente «en su corazón» que Abraham oyó a Dios. Señor, ¿qué me dices HOY a mí? Alguna vez me quejo de no oír tu voz. Pero ¿sé escucharte? ¿Estoy dispuesto a hacer lo que Tú quieras pedirme? Por ejemplo me quedo un rato en silencio para revisar mi jornada de HOY: las personas, los trabajos, las responsabilidades que hay en mi vida... ¿Qué me dices, sobre ello, Señor?... ¡Ah, Señor! Cuando te pregunto concretamente sobre mi vida, tus palabras afluyen a mi conciencia.

-Partió Abraham como se lo había dicho el Señor. La llamada de Dios a Abraham (nombre que Dios le dará más tarde en lugar de Abrán: cf 17,5) significa el comienzo de una nueva etapa en la relación de Dios con la humanidad, conlleva le exigencia de romper con todo lo antiguo, los vínculos terrenos, familiares y locales, apoyándose exclusivamente en la promesa de Dios: una tierra desconocida, una descendencia numerosa siendo su mujer estéril, y la protección constante de parte de Dios. Esta llamada divina significa también la ruptura con el culto idolátrico practicado por la familia de Abrahám en la ciudad de Jarán (parece que era culto lunar) para seguir la llamada de Dios, su culto y viajar a Canaán. Su actitud contrasta con la desobediencia de Babel y antes de Adán y Eva: Adán se pone en camino, señalando proféticamente Aquel que se pondrá en el camino de la obediencia hasta la muerte en Cruz y por el que todos encontrarán la salvación; de todo esto hablará Pablo llamándolo Padre en la fe (Gal 3,6-9). Alcuino se refiere a una interpretación simbólica tomando el dejar la tierra, la parentela y la casa paterna: sería dejar el hombre terreno, la parentela de nuestros vicios, y el mundo dominado por el diablo. La actitud de Abrahám, de oración, le apoya en el camino, da fuerzas a su corazón para obedecer. Y la obediencia de corazón a Dios se expresa en hechos: se pone en camino, hace un altar en silencio… solamente más tarde aparecen sus palabras dirigidas a Dios, y mientras va yendo hacia Palestina y de desplaza hacia el sur va edificando altares a Dios… Así Dios le acompaña y le promete descendencia… no dice descendientes, que también, sino que habla de Cristo (Gal 3,13-16: cf Biblia de Navarra).

El creyente es el que «responde» a Dios. Abraham abandona valientemente la brillante civilización para partir hacia lo desconocido del nomadismo. Deja una «casa» probablemente confortable de una ciudad civilizada para vivir, en adelante, «bajo la tienda», en los desiertos. ¿Cuál es mi respuesta a las invitaciones de Dios? No «la» de Abraham... sino «aquella que he oído yo» en el instante en que estaba exponiendo mi vida ante Dios. ¿Qué invitación me ha hecho Dios? Porque Dios no fuerza nunca. Respeta nuestra libertad: «está a la puerta y llama». Podemos abrirle o rechazar su llamada. Ante mi jornada de hoy soy libre. Esto no quiere decir que puedo hacer «lo que me pase por la cabeza». No; pues hay cosas que Tú esperas de mí, Señor. Me las confías si yo sé escucharte. Me dirás también otras durante el día. Pero se trata siempre de invitaciones.

-De campamento en campamento, Abraham llegó al Negueb, desierto al sur de Palestina. Una marcha incesante, un itinerario, un camino... en búsqueda de Dios. Nuestra vida humana ¿es también un ir adelantando en la búsqueda de Dios? Este es un buen resumen de la vida de «fe», la vida de todo creyente: - una llamada de Dios: Dios invita, tiene la iniciativa, desearía que... - una respuesta del hombre: el hombre dice «sí» o «no» a Dios. Y Jesús decía «hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo...» (Noel Quesson).

Dios ha decidido formar un pueblo según su corazón, en medio de ese mundo pagano, para que conserve la religión monoteísta y atraiga la bendición sobre toda la humanidad. Para ello, se fija en Abrahán, un hombre mayor ya, que parecería que tiene derecho a un descanso. Pero la orden es «sal de tu tierra». Tal vez esté relacionada esta salida con alguno de los fenómenos, que también existían entonces, de migraciones colectivas de pueblos buscando mejores condiciones de vida. Abrahán responde con decisión, fiándose de lo que entiende como voz de Dios. Junto con su familia y sus posesiones, abandona Caldea y emprende el camino, «sin saber a dónde iba» (Hb l 1,8). Está abierto al futuro. No se apaga al pasado. Tiene mérito su fe, porque Dios le promete dos cosas difíciles de creer: que le hará padre de un gran pueblo (a él que es ya mayor y su esposa, estéril) y le dará en posesión la tierra que le mostrará (abandona algo seguro por algo que en seguida se verá que es utópico). No es de extrañar que Abrahán sea, tanto para los judíos como para los musulmanes y los cristianos, el prototipo del que creyó en Dios, en medio de dificultades sin cuento. Abrahán se puede considerar como el representante de todas las personas a las que les ha tocado peregrinar, abandonando seguridades y lanzándose a aventuras en el servicio de Dios: misioneros, religiosos, cristianos comprometidos, voluntarios. Pero también, de los jóvenes que han dejado de ser niños y se enfrentan a la aventura de la vida. A todos nos toca alguna vez emprender nuevos caminos: «Sal de tu tierra». En cada circunstancia nos toca dar a Dios nuestra respuesta. Aunque, a veces, sus llamadas no dejen de ser sorprendentes. Una respuesta cultual, como hizo Abrahán levantando un altar a Dios e invocando su nombre: nosotros también lo hacemos con la oración, los sacramentos, la Eucaristía. Y una respuesta vital, con la obediencia y un estilo de conducta según la voluntad de Dios. Como hizo María de Nazaret: «hágase en mí según tu palabra». Como hizo Jesús, que vino a cumplir la voluntad de su Padre. Aunque esta obediencia suponga éxodo, salida de nosotros mismos y de nuestras comodidades. Aunque implique dejar las cosas en las que estamos instalados y que nos resultan tan cómodas.

2. Así comentaba Juan Pablo II: “El salmo 32, dividido en 22 versículos, tantos cuantas son las letras del alfabeto hebraico, es un canto de alabanza al Señor del universo y de la historia (...) El Señor es también el soberano de la historia humana, como se afirma en la segunda parte del salmo 32, en los versículos 10-15. Con vigorosa antítesis se oponen los proyectos de las potencias terrenas y el designio admirable que Dios está trazando en la historia. Los programas humanos, cuando quieren ser alternativos, introducen injusticia, mal y violencia, en contraposición con el proyecto divino de justicia y salvación. Y, a pesar de sus éxitos transitorios y aparentes, se reducen a simples maquinaciones, condenadas a la disolución y al fracaso. En el libro bíblico de los Proverbios se afirma sintéticamente: "Muchos proyectos hay en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (Pr 19,21). De modo semejante, el salmista nos recuerda que Dios, desde el cielo, su morada trascendente, sigue todos los itinerarios de la humanidad, incluso los insensatos y absurdos, e intuye todos los secretos del corazón humano. "Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del día, el ojo de Dios te mira", comenta san Basilio. Feliz será el pueblo que, acogiendo la revelación divina, siga sus indicaciones de vida, avanzando por sus senderos en el camino de la historia. Al final sólo queda una cosa: "El plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad" (Sal 32,11).

La tercera y última parte del Salmo (vv. 16-22) vuelve a tratar, desde dos perspectivas nuevas, el tema del señorío único de Dios sobre la historia humana. Por una parte, invita ante todo a los poderosos a no engañarse confiando en la fuerza militar de los ejércitos y la caballería; por otra, a los fieles, a menudo oprimidos, hambrientos y al borde de la muerte, los exhorta a esperar en el Señor, que no permitirá que caigan en el abismo de la destrucción. Así, se revela la función también "catequística" de este salmo. Se transforma en una llamada a la fe en un Dios que no es indiferente a la arrogancia de los poderosos y se compadece de la debilidad de la humanidad, elevándola y sosteniéndola si tiene confianza, si se fía de él, y si eleva a él su súplica y su alabanza. "La humildad de los que sirven a Dios -explica también san Basilio- muestra que esperan en su misericordia. En efecto, quien no confía en sus grandes empresas, ni espera ser justificado por sus obras, tiene como única esperanza de salvación la misericordia de Dios".

El Salmo concluye con una antífona que es también el final del conocido himno Te Deum: "Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti" (v. 22). La gracia divina y la esperanza humana se encuentran y se abrazan. Más aún, la fidelidad amorosa de Dios (según el valor del vocablo hebraico original usado aquí, hésed), como un manto, nos envuelve, calienta y protege, ofreciéndonos serenidad y proporcionando un fundamento seguro a nuestra fe y a nuestra esperanza”.

El salmo no va sólo por Abrahán. Va por todos nosotros, que nos sentimos llamados por Dios y ponemos nuestra confianza en él: «dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad... nosotros aguardamos al Señor, él es nuestro auxilio y escudo».

3. Mt 7,1-5 (ver paralelo domingo 8 c). Existe el peligro de juzgar y eliminar lo que no va con nuestro gusto, inventando razones de que hay que hacer las cosas “como Dios manda”… pero aquí vemos lo que Jesús manda, no juzgar a los demás antes de mejorar nosotros en aquello mismo, no ser más impacientes que Dios mismo. Algunos fariseos lo eran. Pero lo eran también las primitivas comunidades cristianas, cuando Pablo se creyó en la obligación de escribir: "Nada juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor, que iluminará los escondrijos de las tinieblas y declarará los propósitos de los corazones" (1 Co 4,5). Por el mismo motivo, Mateo relatará más adelante la parábola de la cizaña, que crece en medio del grano, clara invitación a la tolerancia. El juicio pertenece a Dios, no a nosotros. De cualquier modo, la rigidez y la hipocresía en el juzgar (después de todo, la crítica y el discernimiento son una obligación) son defectos que se pueden evitar si se tiene cuidado de comenzar la crítica por uno mismo. La lealtad de comenzar la crítica por uno mismo no es sólo algo coherente; es mucho más. Es la condición indispensable para ver con claridad y para valorar con equidad las cosas que nos rodean. Las palabras de Jesús lo dicen abiertamente: "Quita primero la viga de tu ojo y entonces verás claro para quitar la paja del ojo de tu hermano". Mirar a la casa propia es lo primero que se ha de hacer. En la conciencia de los propios límites y debilidades es donde se encuentra la medida justa (a saber, la tolerancia y la paciencia) para una crítica evangélica (Bruno Maggioni).

Jesús dice de modo absoluto: "no juzguéis...". ¿Por qué? -Porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis la usarán con vosotros. Así concluye el Padrenuestro, en la medida que seamos misericordiosos podremos abrir el corazón para acoger la misericordia divina, seremos permeables al amor divino. La primera razón es que ¡todos nosotros tenemos necesidad del perdón y del juicio indulgente de Dios! Al hablar del perdón, Jesús ha comparado siempre nuestro propio comportamiento con el que Dios emplearía con nosotros. Si deseamos un juicio misericordioso de Dios sobre nosotros, hay que empezar por aplicar esta misma comprensión respecto a todos nuestros hermanos. Si soy severo con los demás ¿cómo puedo pedir a Dios que sea bueno conmigo? -¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?

La segunda razón, para no juzgar, es que somos incapaces de "ver" verdaderamente en el corazón de los demás. En nuestro propio corazón creemos ver claro, y encontramos toda clase de excusas para nosotros; pero somos incapaces de juzgar verdaderamente lo que ha llevado a tal persona a obrar de tal manera: su herencia, las influencias de su medio ambiente, de su educación... su carácter, el juego sutil de sus hormonas, sus intenciones profundas. Nunca tenemos todos los datos de un problema cuando se trata de los demás. Sólo Dios conoce verdaderamente el corazón. El ideal, pues, ¿no sería tener un juicio justo y el más objetivo posible sobre las cosas y los actos humanos... y evitar todo juicio subjetivo sobre las personas? -Hipócrita, sácate primero la viga de tu ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano. Jesús nos conduce de nuevo a las exigencias con nosotros mismos. No predica un laxismo moral -no hay bien ni mal-: una viga es una viga. Pero nos pide que procuremos ver más lo "positivo" que lo negativo. Señor, concédeme lucidez para que me dé cuenta de "mis" faltas. Señor, da a tu Iglesia, da a los cristianos, una gran exigencia consigo mismos y una gran bondad con los demás. No permitas que pasemos el tiempo criticando a los demás, condenando y encontrándoles defectos. Líbranos de esta manía enfermiza y tan extendida: la crítica malévola (Noel Quesson).

Cuando los moralistas estudian el acto moral hablan del objeto y la intención, y han de hacerlo, de la misma manera que hay que definir pedagógicamente tantas cosas. Pero se me ocurre que hay una franja de misterio, en la vida real, comparable a la comprensión de la acción de la gracia y el consurso de la libertad. En una acción no hay una intención sino que confluyen a veces muchas algunas ni siquiera yo las conozco… como decía S. Pablo “el que me juzga es Dios”. Y si esto pasa en mi conciencia, que no soy capaz de juzgar mis intenciones y conocerme en serio, ¿cómo voy a juzgar a los demás? Señor, danos la gracia de ser sinceros y veraces en la mirada que proyectamos sobre los demás y sobre nosotros mismos, y haz que al descubrir las debilidades ajenas descubramos también nuestras propias torpezas, que son muchas. S. Agustín observa al respecto: "Juzguemos de lo que está de manifiesto, pero dejemos a Dios el juicio sobre las cosas ocultas" (Lc 6,37; Rm 2,1). Hay en este sentido una distinción fundamental entre el juicio del prójimo que nos está absolutamente prohibido, y el juicio en materia de espíritu que nos es recomendado por S. Juan, S. Pablo y el mismo Señor (7,15; 1 Jn 4,1; 1 Tes 5,21; Hch 17,11; 1 Cor 2,15). Qué bonito seguir esta "regla de oro" y así nosotros no ser juzgados…

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