jueves, 9 de junio de 2011

VIERNES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Pedro, pescador y pecador, por la misericordia divina es ahora pastor, su vida es llevar a las almas a Dios.

VIERNES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Pedro, pescador y pecador, por la misericordia divina es ahora pastor, su vida es llevar a las almas a Dios.

1. Los personajes históricos que se salen en estos días -gobernadores, oficiales, soldados- se conocen por los documentos civiles de la época: en Cesarea una inscripción arqueológica indica el asiento que ocupaba «Pontius Pilatus» cuando asistía a las representaciones teatrales. El gobernador Felix, Festus, Agripa… Festo había ido ya demasiado lejos, y apeló al César haciendo uso de nuevo de su derecho de ciudadano romano y bloqueando su proceso en el punto en que se encontraba.

Pablo afirma que Jesús está vivo. Y ciertamente Él no se ha alejado de entre nosotros; sólo se ha hecho invisible, pero continúa con nosotros; más aún: habita en nuestro propio interior. Por Él debemos estar dispuestos a ir hasta el último rincón de la tierra para proclamar su Evangelio. Pues el cumplimiento de la misión que el Señor nos ha confiado debe impulsarnos no sólo a darlo a conocer, sino a propagar que su salvación y su vida lleguen a toda la humanidad, y surja así una humanidad nueva en Él: “Pasados algunos días llegaron a Cesarea el rey Agripa y Berenice y fueron a saludar a Festo. Como se detuvieron allí unos días, Festo mencionó al rey el asunto de Pablo, diciendo: Hay aquí un hombre que Félix dejó en prisión, contra quien presentaron acusación los Sumos Sacerdotes y los ancianos de los judíos, cuando estuve en Jerusalén, pidiendo sentencia condenatoria. Yo les contesté que no es costumbre entre romanos entregar a un hombre antes de que el acusado tenga delante de él a sus acusadores y la oportunidad de defenderse de la acusación. Cuando llegaron a mí, me senté al día siguiente en el tribunal, sin ninguna dilación, y ordené que trajeran a aquel hombre. Los acusadores se presentaron ante él, pero no alegaban ninguna acusación de los delitos que yo sospechaba. Tenían contra él ciertas cuestiones de su religión y de un tal Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive. Perplejo por estas cuestiones, le propuse si deseaba ir a Jerusalén para ser juzgado allí de estas cosas. Pero como Pablo apeló para que su causa sea reservada a la decisión del César, mandé custodiarlo hasta que lo pueda enviar al César” (Hechos 25,13-21).

2. Bendigamos al Señor por su bondad y su misericordia para con nosotros. Él nos ha hecho el mayor de todos los beneficios y ha ido más allá de nuestras esperanzas, pues por medio de su Hijo no sólo nos ha perdonado nuestros pecados, sino que nos ha hecho hijos suyos: Bendice, alma mía, al Señor, / y con todo mi ser a su Nombre santo. / Bendice, alma mía, al Señor, no olvides ninguno de tus beneficios. / Pues cuando se elevan los cielos sobre la tierra, / Así prevalece su misericordia con los que le temen. / Cuanto dista el oriente del occidente, / así aleja de nosotros nuestras iniquidades. / El Señor estableció su trono en los cielos, / su reino domina todas las cosas. / Bendecid al Señor, ángeles suyos, / fuertes guerreros, que ejecutáis sus mandatos, prestos a obedecer a la voz de su palabra” (Salmo 103/102,1-2.11-12.19-20). Nuestra alabanza al Señor no la daremos sólo con nuestros labios, sino con todo nuestro ser, pues a pesar de que Dios tiene su trono santo en el cielo, no nos contempla como juez, ni conforme a los criterios de los gobernantes de este mundo, sino como un Padre lleno de amor y de ternura por sus hijos.

Esta bendición a Dios es multiplicada con toda clase de bendiciones en Cristo, porque nos ha redimido mediante su sangre de todos nuestros delitos, y porque nos ha hecho sus hijos de adopción.

3. La Pasión según san Juan ya se leyó el Viernes Santo... y las apariciones de Jesús resucitado en los días de Pascua... saltamos hoy y mañana seguidamente, a las dos últimas páginas del evangelio de san Juan. Ya habíamos leído esta aparición en la primera semana de Pascua -por tanto el final de la Pascua conecta con su principio- pero hoy escuchamos el diálogo «de sobremesa» que tuvo lugar después de la pesca milagrosa y el encuentro de Jesús con los suyos, con el amable desayuno que les preparó. El diálogo tiene como protagonista a Pedro, con las tres preguntas de Jesús y las tres respuestas del apóstol que le había negado. Y a continuación Jesús le anuncia «la clase de muerte con que iba a dar gloria a Dios» (Juan 21,15-19, se ha leído también en el 3º domingo de Pascua C): -“Simón, ¿me amas más que éstos?” Tres fueron las negaciones de Pedro, y para que no esté triste tres son las veces que Jesús pregunta a Pedro si le quiere. Jesús necesita que le digamos no tres sino 33 veces cada día que le queremos. Las faltas de amor no nos han de agobiar, se arreglan con actos de amor. Esto nos hace pensar en el sacramento del perdón, para confesar nuestros pecados, y tener una alegría inmensa. Jesús, a las orillas del lago, acaba de comer con sus discípulos; que los momentos de desafección acaben así, con una fiesta. En la gran corriente de la Historia del mundo, de que hablan la prensa y la radio se halla esta "mi" aventura personal que se desarrolla desde "mi" fe. "¿Me amas, Tú?" No puedo refugiarme en la respuesta de los demás. Es a mí a quien concierne, soy yo el preguntado: -“Sí, Señor, Tú sabes... Es así... también el Señor conoce muy bien la debilidad de Pedro. Pero Pedro apela a ese conocimiento aun más profundo que Jesús tiene de él: "¡Tú bien sabes que yo te amo!"

-“Apacienta mis corderos”. Después del perdón, vuelta al trabajo… La intimidad de la Fe y la respuesta de amor de Pedro no se han escrito para ser saboreadas sentimentalmente sino para ser transformadas en responsabilidad. La relación personal con Jesús, ciertamente indispensable no es un "dúo afectivo" que se cierra sobre "los dos". Este amor es la fuente de un lanzamiento hacia los demás. Puesto que amas a Dios, sé responsable de los demás; sé su pastor... vela sobre ellos... condúceles a los verdes pastos.

-“Tres veces Jesús le preguntó "¿Me amas, tú?" Las tres preguntas sucesivas quizá recuerdan a Pedro las tres veces que había negado a su Maestro. Jesucristo interroga a Pedro, por tres veces, como si quisiera darle una repetida posibilidad de reparar la triple negación. La primera pregunta se inicia con el nombre antiguo de Pedro al decirle Jesús: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?" Pedro debió sentir un sobresalto al sentirse llamado Simón, aunque no era infrecuente que Jesús lo hiciese; pero sintió como si Jesús le dijese: "acuérdate de tus orígenes, si quieres puedes volver a tu tranquila vida anterior. ¿Te acuerdas de tus antiguas preocupaciones?". Y Pedro recuerda todo, incluidas sus negaciones. "Sí, Señor, tú sabes que te amo" es la respuesta de Pedro, quizá pronunciada en voz baja. ¡Qué lejos quedan los alardes de entusiasmo y fervor!; pero no es menos sincero que antes. Ahora Pedro no se ha atrevido a responder a todo lo que el Señor le preguntaba; por esto respondió ´Yo te amo´, sin decir ´más que estos´. No quiso exponerse de nuevo. Él podía responder de su propio corazón; no debía ser juez del corazón ajeno. La lección de humildad ha sido aprendida, debe confiar mucho en Dios y poco en sí mismo si quiere ser fiel, y, desde luego, no compararse con nadie.

"Apacienta mis corderos" es la respuesta de Jesús. En las tres ocasiones que interroga a Pedro sobre su amor confirma su misión como pastor a semejanza de Cristo.

“Las dos siguientes dice el Señor: “Pastorea y apacienta mis ovejas”. Los matices son importantes. Lo primero es nombrarle pastor. Al llamarle después de la primera pesca milagrosa le dice que será “pescador de hombres”, ahora le nombra “pastor”. Cristo nunca habla de sí mismo como pescador, en cambio muy frecuentemente se muestra como "el buen pastor", el que cuida las ovejas, el que busca buenos pastos, y defiende el rebaño de los lobos, no es un asalariado que huye ante el peligro, llama a cada oveja por su nombre, va delante de ellas; las ovejas conocen su voz pues es el pastor único que forma un sólo rebaño. Pedro será Pastor del rebaño de Cristo” (Enrique Cases).

Jesús usa dos veces el verbo amar (agapás me) y Pedro contesta siempre con otro verbo: te quiero (filo se), no se atreve a decir que ama con un amor tan grande como el que Jesús nos ama. La tercera vez Jesús toma el verbo de Pedro: me quieres (filéis me), se pone a su altura, y Pedro le contesta ya con humildad: “tú lo sabes todo… me conoces”. “Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez”. La triple negación es ahora una triple pregunta. Esto es lo que evidentemente piensa Pedro. Un buen responsable en la Iglesia no es el que aplasta a los otros con su superioridad... es el que conoce su propia debilidad y cuenta más con la amistad de Dios que con sus propias fuerzas humanas. En la Iglesia sobre todo, el Papado o el Episcopado deben distinguirse por esta señal: ser conscientes de sus propios límites, amar, acordarse de su propia debilidad, se apoya en una "profesión de amor": Jesús le ha pedido incluso ser superiormente amante... "¿Me amas tú, más que éstos?"

¿Qué significa que “el pescador” es ahora “pastor”? Benedicto XVI dice que Pedro recuerda aquella otra pesca, cuando le dice a Jesús, después de otra noche sin pesca: “Maestro, por tu palabra echaré las redes”. Se le confió entonces la misión: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 1.11). “También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera”. Los peces sin agua se mueren, pero nosotros en el mundo vivimos “en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es, efectivamente: en la misión de pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios. Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo.

El momento será inolvidable. Están los ocho alrededor de las brasas. Tienen frío y hambre, aunque no se atreven a comer. Jesús les anima sonriendo. El ambiente tiene un clima familiar y cálido propicio para las confidencias. Jesús va repartiendo el pan, como un recuerdo del pan de cada día prometido.

Sólo una vez finalizado el almuerzo, cuando todos hubieron reparado sus fuerzas, el Maestro comenzó a hablar. Le gusta hacerlo en esa intimidad. Jesús se dirige a Simón para confirmarle en la vocación de apóstol y otorgarle el primado. La conversación está llena de matices; pues en ella se mezcla la ternura, el perdón y la llamada a una mayor entrega. Y ocurre a orillas del mismo lago donde tres años antes le había dicho: "Sígueme", y dejándolo todo, le había seguido.

Quisiera ahora destacar todavía una cosa: tanto en la imagen del pastor como en la del pescador, emerge de manera muy explícita la llamad a la unidad. “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor”, dice Jesús al final del discurso del buen pastor. Y el relato de los 153 peces grandes termina con la gozosa constatación: “Y aunque eran tantos, no se rompió la red”. ¡Ay de mí, Señor amado! ahora la red se ha roto, quisiéramos decir doloridos. Pero no, ¡no debemos estar tristes! Alegrémonos por tu promesa que no defrauda y hagamos todo lo posible para recorrer el camino hacia la unidad que Tú has prometido. Hagamos memoria de ella en la oración al Señor, como mendigos; sí, Señor, acuérdate de lo que prometiste. ¡Haz que seamos un solo pastor y una sola grey! ¡No permitas que se rompa tu red y ayúdanos a ser servidores de la unidad!”

-“Cuando eras joven te ceñías e ibas adonde querías; cuando envejezcas, otro te ceñirá y llevará adonde no quieras”. Una última parábola de Jesús, sobre la "juventud" y la "vejez", sobre la "libertad" y la "coerción". Llega una edad en la que no puede hacerse todo lo que se quisiera. ¿Cuál es la significación, el valor de todo esto?

-“Jesús lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios”. Toda coerción, todo lo que nos conduce "allá donde no quisiéramos ir", puede transformarse en "martirio", en "testimonio" de amor: valor inmenso del sufrimiento aceptado, participación en la redención universal de Jesús. Yo te ofrezco, Señor, todas mis coerciones y limitaciones del día de hoy… (Noel Quesson).

Pedro, el apóstol impulsivo, que quería de veras a Jesús, aunque se había mostrado débil por miedo a la muerte, tiene aquí la ocasión de reparar su triple negación con una triple profesión de amor. Jesús le rehabilita delante de todos: «apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas». A partir de aquí, como hemos visto en el libro de los Hechos, Pedro dará testimonio de Jesús ante el pueblo y ante los tribunales, en la cárcel y finalmente con su martirio en Roma. Al final de la Pascua, cada uno de nosotros podemos reconocer que muchas veces hemos sido débiles, y que hemos callado por miedo o vergüenza, y no hemos sabido dar testimonio de Jesús, aunque tal vez no le hayamos negado tan solemnemente como Pedro. Tenemos la ocasión hoy, y en los dos días que quedan de Pascua, y cada día, para reafirmar ante Jesús nuestra fe y nuestro amor, y para sacar las consecuencias en nuestra vida, de modo que este testimonio no sólo sea de palabras, sino también de obras: un seguimiento más fiel del Evangelio de Jesús en nuestra existencia. También a nosotros nos dice el Señor: «sígueme». Desde nuestra debilidad podemos contestar al Resucitado, con las palabras de Pedro: «Señor, Tú sabes que te amo». Y también, imitando esta vez a Pablo, podemos reafirmar que «creemos que Jesús, ese a quien el mundo da por difunto, está vivo» (J. Aldazábal).

Vemos que el Espíritu Santo es un Artista divino que nos da pistas para seguir dentro de nuestro corazón, y con Juan Pablo II vimos cómo vivía este “sígueme”, esta voz de Dios: en su testamento dijo que no dejaba nada material: todos sabemos que se dio del todo, fue dando su vida como el buen pastor que “da su vida por las ovejas”. No se reservó nada para él, quiso darse del todo. “El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro querido Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe”, sigue diciendo Ratzinger: A Juan Pablo II le pasó como a san Pedro, a quien Jesús dijo: “«cuando eras joven…, ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras»... En el primer período de su pontificado el Santo Padre, todavía joven y repleto de fuerzas, bajo la guía de Cristo fue hasta los confines del mundo. Pero después compartió cada vez más los sufrimientos de Cristo, comprendió cada vez mejor la verdad de las palabras: «Otro te ceñirá...». Si en verdad amamos a Cristo debemos dejarnos conducir por su Espíritu. Mientras uno es joven, inmaduro, va por los propios caminos, por los propios caprichos e imaginaciones. Una fe madura debe llevarnos a dejarnos conducir por el Espíritu que, como el viento, nos llevará por donde Él quiera (www.homiliacatolica.com).

LLuciá Pou Sabaté

No hay comentarios:

Publicar un comentario