martes, 28 de junio de 2011

Solemnidad de San Pedro y San Pablo: Cristo está presente en la Iglesia, que se edifica con los cristianos, con sus vicarios los obispos, del que Pedr


Solemnidad de San Pedro y San Pablo: Cristo está presente en la Iglesia, que se edifica con los cristianos, con sus vicarios los obispos, del que Pedro es portavoz y tiene el poder de las llaves que Jesús le dio

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 12,1-11. En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, mandó detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno: tenía intención de ejecutarlo en público, pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él.La noche antes de que lo sacara Herodes estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado a ellos con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: -Date prisa, levántate. Las cadenas se le cayeron de las manos y el ángel añadió: -Ponte el cinturón y las sandalias. Obedeció, y el ángel le dijo: -échate la capa y sígueme. Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que da a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel. Pedro recapacitó y dijo: -Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.

Salmo 33,2-3.4-5.6-7.8-9 R/. El ángel del Señor librará a los que temen a Dios.

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias.

Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligirlo invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias.

El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a él.

Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 4,6-8.17-18. Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. El me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. ¡A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén!

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 16,13-19. En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. El les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: -¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: -Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.

Comentario: 1. Hch 12, 1-11. Pedro ha llenado con su palabra y con su acción los capítulos anteriores del libro de los Hechos. Ahora va a desaparecer casi por completo. Lo encontraremos sólo en el cap. 15, con motivo de la Asamblea de Jerusalén. En esta especie de despedida, Lucas presenta a Pedro viviendo una experiencia salvífica. Salvación que recuerda, por una parte, la salida de Egipto, y por otra, la Pasión y Resurrección de Jesús. Todo sucede precisamente en los días de Pascua, y de noche; con una intervención milagrosa del ángel del Señor. Como en la primera Pascua, cuando el ángel puso fin a la opresión del pueblo e inició el éxodo hacia la libertad. Como en la Pascua por excelencia, cuando Jesús pasa de la muerte a la vida, del Mundo al Padre. Como Jefe de la Iglesia, comunidad salvífica, Pedro revive en sí mismo la experiencia de salvación del pueblo escogido, figura del auténtico pueblo de Dios. Como continuador y representante de Cristo, recorre personalmente el mismo camino del Maestro. Persecución y salvación son los dos polos del camino de la Iglesia. También nuestra existencia cristiana gira en torno a estos dos centros. Cristo, en su muerte y resurrección, nos ha salvado radicalmente del pecado y de la muerte: pero no ha abolido la presencia de estas realidades en nuestra experiencia cotidiana. La Eucaristía, al hacer presente la Salvación de Cristo, nos comunica una continua liberación personal, al mismo tiempo que crea y acrecienta la comunidad de salvación, que es la Iglesia.

Tanto por su estilo, que nos recuerda el de San Marcos, como por su contenido, este capítulo 12 resulta extraño en el contexto. El autor ha reunido en él tres episodios en los que interviene la siniestra figura de Herodes Agripa I. Después de haber sido asesinado Aristóbulo, no le fueron bien las cosas a su hijo Herodes hasta que éste pudo ganarse la amistad de los emperadores romanos Calígula y Claudio. Gracias al primero, consiguió Herodes dominar sobre las regiones norteñas de Palestina, mientras que al segundo le debería más tarde el llegar a ser rey sobre Judea. De esta suerte, Herodes Agripa juntó de nuevo bajo su reinado todos los territorios que había poseído su abuelo, Herodes el Grande.

Pero le faltaba ahora congraciarse con los judíos y, en especial, con el partido de los fariseos. El autor del Libro de los Hechos nos informa aquí en este mismo sentido sobre la oscura razón de estado que motivó la escalada represiva de Herodes contra los cristianos y descubrimos qué "piedad" era la de este rey. En efecto, Herodes, queriendo agradar a los representantes oficiales de la religión establecida en Israel, la emprende primero contra los cristianos helenizantes que seguían al protomártir Esteban, después manda decapitar al apóstol Santiago y, por fin, se propone ejecutar públicamente a Pedro, el jefe de la naciente iglesia.

Mientras llega el día señalado por Herodes para la ejecución de Pedro, éste se encuentra bajo custodia, probablemente en la Torre Antonia, en la misma cárcel en la que estaría preso también San Pablo con el tiempo. Según era costumbre entre los romanos, Pedro ha sido encadenado a sus dos guardianes, que responderían con su propia vida de la seguridad del reo. Según la ley, los soldados responsables de la custodia de un reo, si lo dejaban escapar estaban obligados a sufrir la pena del fugitivo (cfr. 16, 27; 27, 42).

La pequeña comunidad cristiana de Jerusalén está reunida entre tanto en casa de María, la madre de Marcos evangelista (v. 12), en donde Jesús había celebrado la Cena con sus discípulos. Así que la oración de la comunidad acompaña a Pedro en su angustia durante toda aquella noche, a Pedro, que no supo velar en Getsemaní para acompañar a Jesús en su oración angustiada.

Y Dios libró a Pedro de la expectación de los judíos y de la política de Herodes. Todo este relato de la liberación de Pedro se desarrolla entre lo maravilloso de la leyenda y la sobria realidad de la historia (“Eucaristía 1976”).

2. Salmo 33. "Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos" comprendemos mejor, en salmos como éste, hasta qué punto Jesús estaba impregnado de la oración de su pueblo... Como María, de quien reconocemos aquí el "Magnificat". La acción de gracias, la alabanza, era el clima dominante del alma de Jesús. Una de sus oraciones es de igual tonalidad que este salmo: "Padre, te doy gracias porque revelaste estas cosas a los pobres y humildes y las ocultaste a los sabios y prudentes" (Lc10,21). El evangelista San Juan cita explícitamente este salmo cuando al explicar que se atravesó el costado de Jesús en la cruz en lugar de romperle las piernas como se hizo con los otros crucificados dice: "esto sucedió para que se cumpliera la escritura que dice: no le romperán ni uno solo de sus huesos" (Sal 33,21; Jn 19,36). He aquí una paradoja ¡Jesús, el pobre por excelencia, nos invita a escuchar su "acción de gracias" porque el Padre "vela sobre El y guarda cada uno de sus huesos". Vemos una vez más, que la Biblia nos invita a hacer una lectura más profunda. La promesa de felicidad que llena este salmo no puede comprenderse en sentido literal, inmediato, materialista. Hay que pensar en Jesús al escuchar al salmista que dice, como la cosa más natural: "las pruebas llueven sobre el justo, pero cada vez el Señor lo libra y vigila sobre cada uno de sus huesos... Ni uno solo de ellos será roto". Tan sólo la resurrección dará final cumplimiento a esta promesa.

"Un desgraciado gritó: Dios lo escucha". El "grito de los pobres" ha de ser escuchado: esto forma parte de la revelación religiosa de la Escritura (Noel Quesson). Quien no está con los pobres, contra las injusticias y las desigualdades, no puede llamarse realmente un hombre religioso. En nuestra época, sin embargo, se ha crispado el ambiente pues la teología ha tomado opciones filosóficas diversas, caminos que han sido fructíferos y otros que no lo han sido tantos, pues también las diversas teologías de la liberación han tomado opciones opinables que es mejor dejar a la libertad de la gente y no imponer desde la clerecía, y mucho menos instigar a la violencia como muy bien supo aplicar la Madre Teresa y otros muchos como Ghandi del mensaje de Jesús… Releyendo el salmo 33 en esta perspectiva, toma una fuerza extraordinaria de "oración en el corazón del mundo".

El Salmo 33 es un canto de acción de gracias. Son muchos los beneficios que el salmista ha recibido del Señor y se ve en la necesidad de agradecérselos. En tantos momentos, especialmente en las pruebas de la vida, ha visto la mano bondadosa de Dios, su fidelidad, su solicitud, que ahora quiere expresar en un canto estupendo toda su gratitud al Dios providente de Israel. Las pruebas que Dios permite no superan nunca las fuerzas del justo, de modo que las fuerzas del mal no parecen romper el equilibrio de la fidelidad. El salmista tiene experiencia de esta protección y solicitud de Dios y por eso le agradece su bondad y al mismo tiempo comunica a los demás su vivencia, exhortándolos a la fidelidad y a la confianza, invitándoles incluso a que ellos mismos tengan esa experiencia de la providencia y de la cercanía de Dios. Por esto este salmo tiene igualmente un cariz sapiencial y exhortativo.

Al comienzo vemos la alabanza y agradecimiento sinceros: el salmista alaba incesantemente, en todo tiempo, al Señor; su alabanza está siempre en sus labios. En Dios tiene puesta su gloria: su orgullo y su felicidad es Yahvé, su todo. Este inicio nos recuerda el comienzo del Magníficat de María: también la Virgen se sentía dichosa y feliz viendo las maravillas del Señor. Salmo: "Bendigo al Señor en todo momento... mi alma se gloría en el Señor..." El autor invita a los humildes a que le escuchen y se alegren, y también ellos se sumen a su alabanza: "Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre": él se siente insuficiente para aclamar y agradecer al Señor, y por esto recurre a sus fieles para que le acompañen en su alabanza. La vida interior intensa, la experiencia de Dios se traslucen siempre, se irradian espontáneamente, se comunican. Es como la lámpara que arde e ilumina.

Vemos la motivación: bondad y condescendencia de Dios. El salmista invocó al Señor, y Dios se inclinó hacia él, le escuchó, y respondiéndole le libró de todas sus ansias, de todos sus males y angustias. "Yo consulté al Señor y me respondió". Su confianza en Yahvé se vio correspondida. Dios no desatiende jamás las súplicas de aquellos que le invocan. Por esto de nuevo el autor exhorta: "Contempladlo y quedaréis radiantes": mirar a Dios es mirar la luz y por tanto, reflejarla (como Moisés y Esteban). Quien camina en la luz se halla iluminado, irradia él mismo luz, luz de alegría, de confianza, de seguridad. La frente de los justos no tiene de qué avergonzarse, puede ir siempre alta. "El ángel del Señor acampa en torno a los fieles": manera poética de expresar la protección divina y su providencia. Donde los otros caen, tropiezan o se encallan, el justo lo supera sin dificultad. Aquello que es insoportable e inexplicable para los demás, resulta ligero y suave para él: porque el ángel del Señor está con él, lo defiende y ayuda. Lo dirá también Jesús: "Mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,30).

Invitación a la confianza en Dios: El conocido versículo: "Gustad y ved qué bueno es el Señor" es una enseñanza en que pretende el salmista que tengamos una experiencia de Dios se diría incluso física, material, de tan conocida, de tan probada. Dicen los entendidos que esta expresión hebrea derivaría de una más antigua de la literatura ugarítica que rezaría así: "Comed y bebed qué bueno es el Señor", el Dios de nuestra fe, que debería ser algo tan conocido, tan cercano, tan experimentado como el comer o el beber. Feliz mil veces el hombre que a este Dios se acoge, que tiene en él puesta su entera confianza, que acude siempre a él, cuyo primer pensamiento es Dios y su primera invocación, el nombre del Señor. Nada falta a aquellos que le temen, los que le buscan no carecen de nada. Dios vela por ellos y se preocupa de su vida y de sus cosas (Mt 6,25-34). De nuevo el paralelo con el Magníficat.

Salmo sencillo, reiterativo, pero de una lección grande, siempre actual y necesaria. Composición poética fruto de una experiencia religiosa riquísima. La confianza en Dios, la fe perseverante y la confianza en el Dios de la salvación que nunca falta, y se obtiene de él más aún de lo que se le pide.

Si durante tres mil años este salmo ha ido dando su lección a los corazones de los fieles, tal vez en nuestro tiempo es cuando esta lección se hace más apremiante. El mundo moderno parece alejado de Dios, inmerso en la inquietud, en la angustia, en la inseguridad. La confianza parece ausente, y la paz como desterrada de un mundo lleno de convulsiones y de guerras.

Pues sobre este mundo resuena una palabra de esperanza, de confianza: es el salmo 33, magnífica lección que alimenta el corazón del hombre creyente, y estupendo preludio a la gran doctrina de Cristo, que nos enseñó el sermón de la montaña y la oración del padrenuestro (J. M. Vernet).

Dejo que las palabras resuenen en mis oídos: «Gustad y ved qué bueno es el Señor». Gustad y ved. Es la invitación más seria y más íntima que he recibido en mi vida: invitación a gustar y ver la bondad del Señor. Va más allá del estudio y el saber, más allá de razones y argumentos, más allá de libros doctos y escrituras santas. Es invitación personal y directa, concreta y urgente. Habla de contacto, presencia, experiencia. No dice «leed y reflexionad», o «escuchad y entended», o «meditad y contemplad», sino «gustad y ved». Abrid los ojos y alargad la mano, despertad vuestros sentidos y agudizad vuestros sentimientos, poned en juego el poder más íntimo del alma en reacción espontánea y profundidad total, el poder de sentir, de palpar, de «gustar» la bondad, la belleza y la verdad. Y que esa facultad se ejerza con amor y alegría en disfrutar radicalmente la definitiva bondad, belleza y verdad que es Dios mismo. «Gustar» es palabra mística. Y desde ahora tengo derecho a usarla. Estoy llamado a gustar y ver. No hay ya timidez que me detenga ni falsa humildad que me haga dudar. Me siento agradecido y valiente, y quiero responder a la invitación de Dios con toda mi alma y alegría. Quiero abrirme al gozo íntimo de la presencia de Dios en mi alma. Quiero atesorar las entrevistas secretas de confianza y amor más allá de toda palabra y toda descripción. Quiero disfrutar sin medida la comunión del ser entre mi alma y su Creador. El sabe cómo hacer real su presencia y cómo acunar en su abrazo a las almas que él ha creado. A mí me toca sólo aceptar y entregarme con admiración agradecida y gozo callado, y disponerme así a recibir la caricia de Dios en mi alma. Sé que para despertar a mis sentidos espirituales tengo que acallar el entendimiento. El mucho razonar ciega la intuición, y el discurrir humano cierra el camino a la sabiduría divina. He de aprender a quedarme callado, a ser humilde, a ser sencillo, a trascender por un rato todo lo que he estudiado en mi vida y aparecer ante Dios en la desnudez de mi ser y la humildad de mi ignorancia. Sólo entonces llenará él mi vacío con su plenitud y redimirá la nada de mi existencia con la totalidad de su ser. Para gustar la dulzura de la divinidad tengo que purificar mis sentidos y limpiarlos de toda experiencia pasada y todo prejuicio innato. El papel en blanco ante la nueva inspiración. El alma ante el Señor. El objeto del sentido del gusto son los frutos de la tierra en el cuerpo, y los del Espíritu en el alma: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza. (Gal 5,22). Cosecha divina en corazones humanos. Esa es la cosecha que estamos invitados a recoger para gustar y asimilar sus frutos. La alegría brotará entonces en nuestras vidas al madurar las cosechas por los campos del amor; y las alabanzas del Señor resonarán de un extremo a otro de la tierra fecunda. «Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza siempre está en mi boca. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre» (Carlos G. Vallés).

4. La Iglesia es una casa construida sobre roca, aunque se apoya en la fragilidad de los hombres. Por tanto, una estabilidad atormentada, inquieta. El destino de la Iglesia es como el de Cristo: un camino en la contradicción. Y no se trata solamente de enemigos externos; dentro de la Iglesia habrá siempre pecadores; por eso la Iglesia tiene necesidad de "atar y desatar"; continúa el pecado; por eso debe continuar el perdón. Dentro del motivo cristológico y del motivo eclesial es como se han de entender las palabras dirigidas por Jesús a Pedro. Son palabras afines a otros dos textos célebres: Lc 22,31ss. y Jn 21,15-17. Por lo demás, el evangelio entero de Mt muestra interés por Pedro. La función de Pedro se define con tres metáforas: la piedra, las llaves, atar y desatar. Para comprender la primera expresión podemos recurrir a otro texto de Mt (7,24-27): Pedro es la roca que mantiene firme a la Iglesia. En otras palabras, es el punto alrededor del cual se constituye la unidad de la comunidad. La segunda metáfora es todavía más clara: dar las llaves significa confiar una autoridad verdadera y plena. Finalmente, la tercera metáfora (atar y desatar) tiene el sentido de permitir y prohibir, de separar y perdonar. En conclusión, el texto atribuye a Pedro títulos y prerrogativas que a lo largo de la Biblia se atribuyen al Mesías. Es como decir que la autoridad de Pedro es vicaria; él es imagen de otro, de Cristo, que es el verdadero Señor de la Iglesia. Mas precisamente porque es imagen de Cristo, la autoridad de Pedro es plena e indiscutible. No obstante, hay todavía otro punto que hemos de observar con particular atención; no es ciertamente casual la presencia en el mismo fragmento de dos aspectos aparentemente en contraste: la fe de Pedro y su incomprensión del misterio de Jesús: la autoridad confiada a Pedro y el reproche que le hace Jesús. El tema es de fondo, hasta el punto de que recorre todo el fragmento bajo la forma de contraste entre debilidad y gracia. También los otros dos textos citados (Lc 22 y Jn 21) evidencian el mismo contraste; por una parte, la debilidad de Pedro; por otra, su carácter de punto de referencia. Luego, los evangelistas subrayan intencionadamente este contraste para acentuar que por gracia, en virtud de una elección divina y no por dones naturales, es Pedro la roca sobre la cual funda Cristo la Iglesia (Bruno Maggioni).

La conversación gira en torno a Jesús, y adquiere su momento culminante en el diálogo entre Pedro y Jesús. En lo que llevamos de obra es la segunda vez que Pedro aparece como personaje activo. La primera fue hace dos domingos (Mt 14,22-33), cuando la actuación de Pedro fue negativa. Mateo lo resaltaba no haciéndole participe del reconocimiento que el resto de discípulos hizo de Jesús (cfr. Mt 14,32-33). Es en esta segunda actuación cuando Pedro hace el reconocimiento que entonces no hizo. Este reconocimiento le vale la felicitación de Jesús y el reconocimiento a la recíproca por parte de Jesús: Tú has dicho de mí que soy el Mesías; yo digo de ti que eres la Piedra. Se nos habla de un nuevo Pueblo de Dios, que no deberá reproducir el modelo antiguo, sino que debe nutrirse de la búsqueda y del encuentro con Jesús; del hallazgo fascinado y fascinador de su persona. Búsqueda sosegada, contemplativa, hecha de silencios activos, de aperturas disponibles, de docilidad dolorosa, de pasión indeficiente. El encuentro tendrá lugar. Imprevistamente, imprevisiblemente, cuando a lo mejor el esfuerzo de la carne y de la sangre menos lo podía imaginar. ¡Tú eres el Hijo de Dios! En el momento tal vez en que veamos horrorizados cómo, pese a todos nuestros esfuerzos, no sólo no nos hemos aproximado al fin, sino que incluso parezca que nos hemos alejado de él, tal vez en ese mismo instante experimentaremos la fuerza del Padre. ¡Tú eres el Hijo de Dios! El Pueblo de Dios debe nutrirse de este encuentro, debe vivirse desde él, pero no debe decirlo, no debe alardearlo (v. 20). Este Pueblo así nutrido es la Iglesia de Jesús (Dabar 1981).

Jesús conoce la misión que va a encomendarle a Simón; por eso le da también el nombre apropiado. Se llamará Pedro, es decir, "roca". En el A.T se llama "roca" a Yavé, también a Abrahán (Is 51, 1ss). Yavé es roca por su fidelidad, porque no le falla al creyente que funda en él su vida. Abrahán y Pedro sólo pueden ser roca por su fe y por su confianza en Dios. Jesús elige a Pedro como fundamento de su iglesia. Jesús quiere construir algo nuevo desde el fundamento; su iglesia no es un apaño del viejo Israel. Y esta iglesia que Jesús edifica es suya, no de Pedro y de sus sucesores. Las "puertas del infierno" o "poder del infierno" son, para los judíos, el poder de la muerte, que retiene sin vida a los difuntos. Es el poder de la destrucción. Jesús promete que su iglesia sobrevivirá, no obstante las fuerzas de la destrucción y de la muerte. Poseer "las llaves" en sentido bíblico significa tener autoridad suprema en la casa, en este caso, dentro de la Iglesia. "Atar y desatar" se refiere a la potestad de interpretar auténticamente una ley o una doctrina; pero, sobre todo, a la de expulsar y admitir en la comunidad eclesial. Todo ese poder debe ejercerse con un espíritu de servicio, sin olvidar que la iglesia es de Cristo, y que el fundamento de cualquier fundamento es, en definitiva, el Señor (“Eucaristía 1987”).

-Lo que la gente opina de Jesús… Y yo, ¿que es lo que digo de Jesús? La pregunta sobre Cristo es la más actual, la más importante. Los contemporáneos de Jesús no llegaban a abarcar totalmente su misterio y habitualmente se equivocaban sobre su profunda identidad. Para llegar a ese descubrimiento de toda la hondura de su ser-región inaccesible a nuestras investigaciones humanas. Se precisa una lenta, frecuente y perseverante relación. Una persona enamorada no descubre en un solo día todas las cualidades de la persona amable. ¿Cuánto tiempo paso cada día con Cristo? "Nadie puede decir Jesús es Señor sino en el Espíritu Santo".

¿Quién es éste a quien obedecen el viento y el mar? ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Jesús pregunta qué opinión tienen los hombres de él. El interrogante que Jesús abre en esta ocasión sigue abierto para todos los hombres de todos los tiempos. ¿Y vosotros, quién decís que soy yo? La respuesta solamente puede darse desde dos puntos de vista. El punto de vista de los hombres, la apreciación humana sobre este personaje de la Historia, y el punto de vista de Dios, el de la revelación y el conocimiento sobrenatural. Pedro personifica la confesión cristiana de la fe; el Mesías, el Hijo de Dios. Pero esta confesión cristiana "no procede de la carne ni de la sangre", es decir, no es posible llegar a través de la lógica y de la razón humana, Se hace posible únicamente gracias a la revelación del Padre. Sí, la fe viene de fuera. El hombre, por muy inteligente que sea, es radicalmente incapaz de acceder a lo que es dominio misterioso de Dios. "Mi Padre te lo ha revelado." Mi Padre: esa relación fundamental de Jesús con ese otro a quien llama Padre, esa unión esencial con el Padre: "mi Padre y Yo somos uno", y al mismo tiempo esa distinción. Nos deja entrever el abismo infinito de su persona.

San Agustín comenta: “¿Quién es Cristo? Preguntémoselo al bienaventurado Pedro. Cuando se leyó ahora el evangelio, oísteis que, habiendo preguntado el mismo Señor Jesucristo quién decían los hombres que era él, el Hijo del hombre, los discípulos respondieron presentando las opiniones de la gente: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Quienes esto decían o dicen no han visto en Jesucristo más que un hombre. Y si no han visto en Jesucristo más que un hombre, no hay duda de que no han conocido a Jesucristo. En efecto, si sólo es un hombre y nada más, no es Jesucristo. Vosotros, pues, ¿quién decís que soy yo?, les preguntó. Respondió Pedro, uno por todos, porque en todos está la unidad: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,13-16). Aquí tienes la confesión verdadera y plena. Debes unir una y otra cosa: lo que Cristo dijo de sí y lo que Pedro dijo de Cristo. ¿Qué dijo Cristo de si? ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre? Y ¿qué dice Pedro de Cristo? Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Une las dos cosas y así viene Cristo en la carne. Cristo afirma de sí lo menor, y Pedro de Cristo lo mayor. La humildad habla de la verdad, y la verdad de la humildad; es decir, la humildad de la verdad de Dios, y la verdad de la humildad del hombre. ¿Quién -pregunta-dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre? Yo os digo lo que me hice por vosotros; di tú, Pedro, quién es el que os hizo. Por tanto, quien confiesa que Cristo vino en la carne, automáticamente confiesa que el Hijo de Dios vino en la carne. Diga ahora el arriano si confiesa que Cristo vino en la carne. Si confiesa que el Hijo de Dios vino en la carne, entonces confiesa que Cristo vino en la carne. Si niega que Cristo es hijo de Dios, desconoce a Cristo; confunde a una persona con otra, no habla de la misma. ¿Qué es, pues, el Hijo de Dios? Como antes preguntábamos qué era Cristo y escuchamos que era el Hijo de Dios, preguntemos ahora qué es el Hijo de Dios. He aquí el Hijo de Dios: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios (Jn 1)”.

3. 2 Tm 4,6-8.17-18: Se llama libación a un rito sagrado en el que, después de probar un líquido, se derrama sobre el altar, las víctimas o la tierra. En los sacrificios judíos y paganos se practicaban libaciones de agua, vino y aceite (cfr. Ex 29, 40; Num 28, 7). Pablo nos dice que entiende su muerte próxima como un sacrificio de libación que ofrece a Dios y en el que va a ser derramada su sangre (Fil 2, 17), también como un retorno a la casa paterna (Fil 1, 23). Pablo acepta serena y confiadamente la muerte, pues sabe que se vive y se muere siempre para el Señor (Rom 14,8). Consciente de haber alcanzado la meta de su vida, Pablo lanza una mirada retrospectiva sobre ella y se goza como atleta que ha vencido en la carrera. Ha vivido esforzadamente y ha conseguido mantener viva y encendida la antorcha de la fe. En este momento de plenitud mira también hacia adelante y espera recibir la corona de justicia de manos del Señor (cfr. Ap 2. 10). "En aquel día", esto es, en el día de la manifestación del Señor que ha de volver para juzgar a los hombres. No obstante el esfuerzo y la victoria de Pablo, esta corona de justicia que espera recibir es para él una gracia sorprendente. Como si temiere ser malentendido por sus lectores y para que no piensen que su caso es único o excepcional, Pablo advierte que hay una corona para cada uno de cuantos viven en esperanza y salen al encuentro del Señor que ha de venir. En última instancia, Pablo da la gloria a quien la merece, al Señor (cfr. Rom 9, 5; Gal 1, 5; Fil 4, 20). Pues el triunfo de Pablo es el triunfo del Señor, cuya fuerza se ha manifestado en medio de la debilidad y los apuros de quien le ha servido (“Eucaristía 1976”).

Al llegar al final de su vida, Pablo, siente la satisfacción del deber cumplido. Mira el pasado y el presente con una confianza absoluta en Dios. Acaba de tener una amarga experiencia. Ha debido presentarse ante el Cesar y todos lo han abandonado, nadie se ha presentado como testigo en su defensa. Pablo ve cercano su fin y hace un examen de conciencia antes de morir. Mira en primer lugar el estado de la iglesia y ante la situación en que se encuentra urge a Timoteo a que se entregue generosamente al cumplimiento del deber que le impone la vocación recibida. Se mira a sí mismo y hace el balance con imágenes tomadas del atletismo. He combatido un buen combate, he guardado la fe, me espera la corona. Ante el martirio no se turba ni pierde la serenidad. Ve su obra personal truncada por la muerte, pero su fe no vacila. Puede mirar su pasado con tranquilidad. Fue buen administrador y servidor de los misterios de Dios. Está dispuesto a hacer el sacrificio total. Toda la vida de Pablo ha sido un sacrificio, ya no le queda sino la liberación, el derrame de su sangre. En el juicio nadie se ha presentado para defenderle, pero Pablo no se acobarda ni se amarga. No ha podido defenderse pero ha aprovechado la ocasión para proclamar el evangelio. Los hombres le han dejado solo, pero Dios estaba a su lado. Se cumplía la palabra de Jesús: cuando os lleven a los tribunales no os preocupéis... (Mt 13,13). Pablo ha vivido en su carne lo que había recomendado a los demás: hay que tener los sentimientos de Cristo. Como Cristo, Pablo, perdona a los que lo han abandonado (Pere Franquesa).

4. "Y vosotros ¿quién decís que soy yo?". Este interrogante nos sitúa en el centro de la fe: y además se puede ampliar a su cuerpo místico, porque además Cristo continúa presente en la Iglesia; ésta es Cristo vivo. La respuesta de la fe es una respuesta a la Iglesia. La respuesta no es fácil. Todos los pastores sabemos por experiencia la dificultad de aceptar la mediación eclesial; con facilidad se acepta a Dios y a Cristo, pero la Iglesia... Convendría hacer notar que no hay ninguna diferencia entre Cristo y la Iglesia, ya que ésta es el Cuerpo de Cristo. Por eso hay que señalar que la comunidad eclesial es la plenitud de las esperanzas, la guía que nos conduce hacia la realización, es la salvación... Sin ella no es posible la fe. Nos hace presente el amor del Padre, en tanto que instrumento (sacramento) universal de la salvación. Muchas veces nos cuesta creer que la salvación pasa por la Iglesia. Pero el acto de fe tiene por objeto una Iglesia guiada por hombres que, como nosotros, tienen muchos defectos. A pesar de todo, el problema no queda situado en un nivel jerárquico. También es muy difícil creer en la comunidad cristiana. ¡Creer que mis hermanos son el Cuerpo de Cristo!. Aquí emerge el problema de la aceptación mutua. Por lo menos nos hemos de repartir las culpas entre todos. Y mutuamente hemos de invitarnos a creer los unos en los otros (J. Guiteras). Hoy ponemos los ojos ante dos apóstoles que son columnas de la Iglesia. Celebrar a San Pedro y a San Pablo es reconocer que nuestra fe está fundamentada en ellos. El Papa de Roma, que continúa el ministerio apostólico de confirmar en la fe a los hermanos, es para nosotros, como dice el Concilio Vaticano II, "el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles" (LG 23). Jesús edificó sobre la Roca de Pedro a todos los obispos de Roma y por eso vemos en el Santo Padre la imagen cercana, segura y querida de Cristo Buen Pastor entre nosotros. La colecta -el tradicional Óbolo de San Pedro- de este último domingo de junio, destinada a sufragar los servicios pastorales de la Santa Sede, de los que salen beneficiadas todas las diócesis del mundo, es expresión de esta unidad, para colaborar con el ministerio apostólico del Papa, para rezar por él y ayudarle con nuestra limosna.

LLuciá Pou Sabaté

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