miércoles, 27 de julio de 2011

Jueves de la 17ª semana de Tiempo Ordinario: la tienda de Moisés y la nube es imagen del Templo y la presencia de Dios, que anuncia la venida de Jesús


Jueves de la 17ª semana de Tiempo Ordinario: la tienda de Moisés y la nube es imagen del Templo y la presencia de Dios, que anuncia la venida de Jesús que se encarnará y se quedará entre nosotros y instaurará un reino que se irá desarrollando poco a poco en el tiempo…

Lectura del libro del Éxodo 40, 16-21. 34-38. En aquellos días, Moisés hizo todo ajustándose a lo que el Señor le había mandado. El día uno del mes primero del segundo año fue construido el santuario. Moisés construyó el santuario, colocó las basas, puso los tablones con sus trancas y plantó las columnas; montó la tienda sobre el santuario y puso la cubierta sobre la tienda; como el Señor se lo había ordenado a Moisés. Colocó el documento de la alianza en el arca, sujetó al arca los varales y la cubrió con la placa. Después la metió en el santuario y colocó la cortina de modo que tapase el arca de la alianza; como el Señor se lo había ordenado a Moisés. Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro, y la gloria del Señor llenó el santuario. Moisés no pudo entrar en la tienda del encuentro, porque la nube se había posado sobre ella, y la gloria del Señor llenaba el santuario. Cuando la nube se alzaba del santuario, los israelitas levantaban el campamento, en todas las etapas. Pero, cuando la nube no se alzaba, los israelitas esperaban hasta que se alzase. De día la nube del Señor se posaba sobre el santuario, y de noche el fuego, en todas sus etapas, a la vista de toda la casa de Israel.

Salmo responsorial Sal 83,3.4.5-6a y 8a.11. R. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!

Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío.

Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza; caminan de baluarte en baluarte.

Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa, y prefiero el umbral de la casa de Dios a vivir con los malvados.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 13,47-53. En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: -«El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?» Ellos les contestaron: -«Sí.» Él les dijo: -«Ya veis, un escriba que entiende M reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo. » Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.

Comentario: 1.- Ex 40,14-19.32-36: -Moisés obedeció todas las prescripciones del Señor. Erigió la morada de la «Tienda de Reunión». Diversos textos bíblicos describen en detalle los objetos del culto y las ceremonias litúrgicas. Sería imposible proponer una reconstitución real de lo que fue, de hecho, ese «santuario» del desierto, porque encontramos en él parecidos con el Templo de Jerusalén que, evidentemente tuvieron que ser añadidos mucho más tarde. De otra parte, nuestro punto de vista no es arqueológico, sino espiritual. -Moisés asentó las basas, colocó los tableros y los travesaños y erigió sus postes; desplegó la Tienda encima, tomó las «tablas de la Ley» y las colocó dentro del arca, puso el propiciatorio encima del arca... Fijémonos en que se trata de una «tienda» un abrigo frágil y transportable, que se desmonta a cada partida y se remonta a cada nueva etapa. El Dios de Israel es un Dios que «hace camino» con su pueblo. Es invisible... pero tiene en cuenta el deseo de «signos» y acepta que los hombres materialicen un lugar que simbolice su Presencia. La palabra «tienda» es a veces sustituida en nuestra lengua por «tabernáculo», del latín «tabernaculum». «El Verbo se hizo carne, y erigió su tienda.» Estamos pues ante un primer jalón, de simplicidad emocionante, de lo que será después el lugar de una presencia real aunque misteriosa, en nuestras capillas e iglesias. ¿Utilizo la visita al «Tabernáculo», al Sagrario, como una ayuda a mi sensibilidad, para facilitar un cierto tipo de oración?

-Las tablas de la Ley... La Tienda de Reunión no contenía ninguna representación figurativa... ¡sino solamente "los diez mandamientos"! Podríamos sacar de ello algunas sugerencias útiles: la verdadera Presencia de Dios se realiza allá donde unos hombres y unas mujeres, en su vida cotidiana, cumplen la «voluntad de Dios». Amar y adorar a Dios. Amar y respetar al prójimo: he ahí lo que debería hacernos encontrar su Presencia.

«Lo que haréis al más pequeño de los míos a Mí lo haréis... Lo que rehusaréis a mis hermanos, a Mí lo rehusáis". -La nube cubrió la Tienda de Reunión y la gloria de Dios llenó la morada. Ese tema de la «nube» es también un signo: no se ve a Dio, sólo se ve una «nube». Dios es misterioso. En la Transfiguración, Jesús y sus apóstoles fueron también envueltos por una nube luminosa, evocación de la divinidad. -Por la noche, un fuego brillaba en la nube. El «fuego» también es símbolo de Dios. Sabemos que desde la Encarnación ese «fuego» ha venido al corazón de los hombres: el día de Pentecostés, llenó la Iglesia. Por el Espíritu, los bautizados han venido a ser los lugares de la Presencia de Dios. «¡Que vuestra luz brille!» decía Jesús. Un fuego brillaba en la nube sobre la Tienda de Dios. ¿Qué oración me sugiere este pasaje de la Escritura? -Así sucedía en todas sus etapas. San Juan usa ese lenguaje para describir la Encarnación del Hijo de Dios. Y Jesucristo es en verdad Dios que plantó su tienda entre nosotros. Y Jesús se atrevió a afirmar que, en adelante, se podía "destruir el Templo", porque lo reconstruiría en tres días. El cuerpo de Cristo es la verdadera presencia de Dios entre nosotros, en todas las etapas de la vida, en todos los lugares de la tierra (Noel Quesson).

Termina el Éxodo… Lo comenzábamos con la imagen de la opresión de Israel a manos del faraón, símbolo de los poderosos. Ahora lo terminamos con la visión de un pueblo libre, que marcha, protegido y guiado por Yahvé (vv 37s), hacia la tierra prometida. Termina hablando nuevamente de la presencia de Dios entre los suyos, con la mención de la nube y de la gloria de Dios (cf Ex 13,21-22). La nube acompañará al pueblo en la travesía del desierto (cf Nm 9,15ss) marcándoles el camino que deben seguir. En la tradición cristiana es imagen de la fe, que ilumina la peregrinación del cristiano de día y noche hasta llegar a la tierra prometida, al cielo (Biblia de Navarra). Los santos Padres han considerado también esta nube como figura de Cristo: “él es la columna que manteniéndose recta y firme, cura nuestra enfermedad. Por la noche ilumina, por el día se hace opaca, para que los que no vean y los que ven se vuelvan ciegos” (S. Isidoro de Sevilla).

El puñado de fugitivos de Egipto aparece ahora como una comunidad bien organizada, de la que ha tomado posesión Yahvé, tras de haberse manifestado a ellos en el Sinaí. El milagro de esta transformación es obra exclusiva de Yahvé. El es quien ha escogido este pueblo para que sea sacramento de su presencia salvadora. Por eso lo ha llamado de la nada, lo ha sacado de la opresión, lo ha puesto en el camino de la libertad y le ha dado un sentido de marcha. Dios se revela en los acontecimientos de la historia. Por ello, la morada de Dios, su habitación, es esencialmente el pueblo, la comunidad humana. De hecho, Dios había ordenado a Moisés: «Hazme un santuario, y moraré entre ellos» (25,8). Nuestro texto nos dice que el pueblo de Israel cumplió la orden de Yahvé. El autor sacerdotal de esta narración tiene muy presente el templo de Salomón. Mirando a este modelo nos dice cómo Moisés edificó el tabernáculo del desierto y lo santificó depositando en él los objetos sagrados de la comunidad: el arca con el testimonio de la alianza (20), los panes sagrados (23), el candelabro (24), el altar de los perfumes (26)... Es el orden habitual en los templos semitas. El autor no hace arqueología: narra el recuerdo del hecho conservado por la tradición, desnudo de detalles, y lo reviste con lo que se debe hacer ahora. Después, Yahvé toma posesión del santuario. La nube que vimos en la hora crítica de iniciarse el éxodo cubre ahora la tienda y la gloria del Señor la llena por completo. El santuario será el signo de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo; por eso Moisés, el mediador, no tendrá necesidad de entrar en él. Yahvé está allí como uno más: habita y marcha con el pueblo, comparte su lucha y su vida. Se ha hecho realidad la promesa de Dios: "Habitaré en medio de los hijos de Israel y seré su Dios. Ellos reconocerán que yo soy Yahvé, su Dios que los sacó de Egipto para habitar entre ellos. Yo soy Yahvé su Dios" (29,45) A pesar de ese cumplimiento histórico, nuestro relato no deja de ser una imagen de la plena realización de la presencia de Dios en Jesucristo, la misma palabra de Dios, que se hizo hombre y plantó su tienda entre nosotros y nos permitió ver su gloria (J. M. Aragonés). Precisamente hoy (2009) celebran los judíos el aniversario de la destrucción del primer templo, uno de los días de ayuno más señalados, junto con Yom Kipur… veo como un hilo en las lecturas: de la tienda de la Alianza al Templo, a Jesús que planta la tienda entre nosotros, y se queda en el Tabernáculo que es el Sagrario, y con la fuerza de la Eucaristía y su Espíritu Santo (la nueva presencia) establece el Reino de Dios entre nosotros, de lo que habla el Evangelio…

2. Hoy terminamos la lectura del Libro del Éxodo. Y lo hacemos con una perspectiva esperanzadora: Dios está cercano a su pueblo, le acompaña en su camino a través del desierto. Moisés manda construir lo que aquí se llama «el santuario», que no es todavía el Templo, naturalmente, aunque el lenguaje parece como si quisiera adelantar sus características. Esta tienda, a veces envuelta en una nube misteriosa, será el punto de referencia continuo de la presencia de Dios a su pueblo. Contiene el arca de la alianza, con el documento en que constan las cláusulas de la Alianza. Pero es una tienda desmontable y peregrina. Cuando el pueblo levantaba el campamento para recorrer una etapa más de su marcha por el desierto, hacia la tierra prometida, Dios también caminaba con ellos, manifestando su presencia por medio de una nube, de día, y una columna de fuego, de noche.

La Iglesia de Cristo también es un pueblo peregrino, en marcha. En este camino, nos sentimos acompañados por Dios. El nos ha enviado a su Hijo, el Dios-con-nosotros, que ha «plantado su tienda entre nosotros». Pensando en la Iglesia a la que pertenecemos, podemos hacer nuestro el Salmo 83: «qué deseables son tus moradas, Señor... dichosos los que viven en tu casa... dichosos los que encuentran en ti su fuerza: caminan de baluarte en baluarte». Somos pueblo nómada. Pero siempre camina a nuestro lado el Dios de la Alianza, el Dios de Jesús. Jesús mismo. En la Iglesia-comunidad, a la que Pablo llama «la casa de Dios» (l Tm 3, 15) y, de modo particular, en la Eucaristía, el sacramento más entrañable de la cercanía del Señor Resucitado, en el que él mismo en persona se nos da, como alimento para el camino. Y no sólo durante la celebración, sino a lo largo de la jornada, con su presencia eucarística prolongada en el sagrario de nuestras iglesias y capillas. ¿Nos sentimos de verdad y siempre acompañados en nuestro camino?

Juan Pablo II comenta así el Salmo 83, “atribuido por la tradición judaica a "los hijos de Coré", una familia sacerdotal que se ocupaba del servicio litúrgico y custodiaba el umbral de la tienda del arca de la Alianza (cf. 1 Cro 9,19). Se trata de un canto dulcísimo, penetrado de un anhelo místico hacia el Señor de la vida, al que se celebra repetidamente (cf. Sal 83,2.4.9.13) con el título de "Señor de los ejércitos", es decir, Señor de las multitudes estelares y, por tanto, del cosmos. Por otra parte, este título estaba relacionado de modo especial con el arca conservada en el templo, llamada "el arca del Señor de los ejércitos, que está sobre los querubines" (1 S 4,4; cf. Sal 79,2). En efecto, se la consideraba como el signo de la tutela divina en los días de peligro y de guerra (cf. 1 S 4,3-5; 2 S 11,11). El fondo de todo el Salmo está representado por el templo, hacia el que se dirige la peregrinación de los fieles. La estación parece ser el otoño, porque se habla de la "lluvia temprana" que aplaca el calor del verano (cf. Sal 83, 7). Por tanto, se podría pensar en la peregrinación a Sión con ocasión de la tercera fiesta principal del año judío, la de las Tiendas, memoria de la peregrinación de Israel a través del desierto.

El templo está presente con todo su encanto al inicio y al final del Salmo. En la apertura (cf. vv. 2-4) encontramos la admirable y delicada imagen de los pájaros que han hecho sus nidos en el santuario, privilegio envidiable. Esta es una representación de la felicidad de cuantos, como los sacerdotes del templo, tienen una morada fija en la Casa de Dios, gozando de su intimidad y de su paz. En efecto, todo el ser del creyente tiende al Señor, impulsado por un deseo casi físico e instintivo: "Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo" (v. 3). El templo aparece nuevamente también al final del Salmo (cf. vv. 11-13). El peregrino expresa su gran felicidad por estar un tiempo en los atrios de la casa de Dios, y contrapone esta felicidad espiritual a la ilusión idolátrica, que impulsa hacia "las tiendas del impío", o sea, hacia los templos infames de la injusticia y la perversión.

Sólo en el santuario del Dios vivo hay luz, vida y alegría, y es "dichoso el que confía" en el Señor, eligiendo la senda de la rectitud (cf. vv. 12-13). La imagen del camino nos lleva al núcleo del Salmo (cf. vv. 5-9), donde se desarrolla otra peregrinación más significativa. Si es dichoso el que vive en el templo de modo estable, más dichoso aún es quien decide emprender una peregrinación de fe a Jerusalén. También los Padres de la Iglesia, en sus comentarios al Salmo 83, dan particular relieve al versículo 6: "Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación". Las antiguas traducciones del Salterio hablaban de la decisión de realizar las "subidas" a la Ciudad santa. Por eso, para los Padres la peregrinación a Sión era el símbolo del avance continuo de los justos hacia las "eternas moradas", donde Dios acoge a sus amigos en la alegría plena (cf. Lc 16,9). Quisiéramos reflexionar un momento sobre esta "subida" mística, de la que la peregrinación terrena es imagen y signo. Y lo haremos con las palabras de un escritor cristiano del siglo VII, abad del monasterio del Sinaí.

Se trata de san Juan Clímaco, que dedicó un tratado entero -La escala del Paraíso- a ilustrar los innumerables peldaños por los que asciende la vida espiritual. Al final de su obra, cede la palabra a la caridad, colocada en la cima de la escala del progreso espiritual. Ella invita y exhorta, proponiendo sentimientos y actitudes ya sugeridos por nuestro Salmo: "Subid, hermanos, ascended. Cultivad, hermanos, en vuestro corazón el ardiente deseo de subir siempre (cf. Sal 83,6). Escuchad la Escritura, que invita: "Venid, subamos al monte del Señor y a la casa de nuestro Dios" (Is 2,3), que ha hecho nuestros pies ágiles como los del ciervo y nos ha dado como meta un lugar sublime, para que, siguiendo sus caminos, venciéramos (cf. Sal 17,33). Así pues, apresurémonos, como está escrito, hasta que encontremos todos en la unidad de la fe el rostro de Dios y, reconociéndolo, lleguemos a ser el hombre perfecto en la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13)."

El salmista piensa, ante todo, en la peregrinación concreta que conduce a Sión desde las diferentes localidades de la Tierra Santa. La lluvia que está cayendo le parece una anticipación de las gozosas bendiciones que lo cubrirán como un manto (cf. Sal 83,7) cuando esté delante del Señor en el templo (cf. v. 8). La cansada peregrinación a través de "áridos valles" (cf. v. 7) se transfigura por la certeza de que la meta es Dios, el que da vigor (cf. v. 8), escucha la súplica del fiel (cf. v. 9) y se convierte en su "escudo" protector (cf. v. 10). Precisamente desde esta perspectiva la peregrinación concreta se transforma, como habían intuido los Padres, en una parábola de la vida entera, en tensión entre la lejanía y la intimidad con Dios, entre el misterio y la revelación. También en el desierto de la existencia diaria, los seis días laborables son fecundados, iluminados y santificados por el encuentro con Dios en el séptimo día, a través de la liturgia y la oración en el encuentro dominical. Caminemos, pues, también cuando estemos en "áridos valles", manteniendo la mirada fija en esa meta luminosa de paz y comunión. También nosotros repetimos en nuestro corazón la bienaventuranza final, semejante a una antífona que concluye el Salmo: "¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti!" (v. 13)”.

3.- Mt 13, 47-53: Con las parábolas del tesoro escondido y de la perla (vv 44-46) Jesús presenta el valor supremo del Reino de los Cielos y la actitud del hombre para alcanzarlo. El tesoro significa la abundacia de dones, la perla la belleza del Reino… Dios “nunca falta de ayudar a quien por Él se determina a dejarlo todo” (Santa Teresa de Jesús). La vida del Reino en seguiminento de Cristo es ardua, pero el fruto merece la pena. “El tesoro ha estado escondido porque debía ser también comprado en el campo. En efecto, por el tesoro escondido en el campo se entiende Cristo encarnado, que se encuentra gratuitamente (…) Pero no hay otro modo de utilizar y poseer ese tesoro con el campo, si no es pagando, ay que no se pueden poseer las riquezas celestiales sin sacrificar el mundo” (S. Hilario de Poitiers). Una imagen parecida a la de la cizaña es la de la de hoy con la red barredera, como también la parábola de los invitados a bodas (22,1-14) donde se invita a todos, “malos y buenos” y se dice que hay que ser no solo “llamado” sino también “elegido”, es decir digno. Aquí tenemos una explicación de las anteriores parábolas del Reino, que es interior y al mismo tiempo forma un pueblo que es la Iglesia, donde las cosas antiguas (ley de Moisés) pasan al nuevo Israel (Jesús, y la nueva Ley), donde Cristo “siempre es nuevo, porque siempre renueva la mente, y nunca se hace viejo, porque no se marchitará jamás” (S. Bernardo; Biblia de Navarra).

Es la última parábola de la serie, y resulta muy parecida a la de la cizaña. Esta vez, la imagen está tomada, no del trabajo del campo, sino de la pesca en el lago. Jesús compara su Reino -por tanto, su Iglesia- a una red que los pescadores recogen con peces buenos y malos, y la llevan a la orilla tal como está, sin preocuparse, de momento, de separarlos. Eso ya vendrá después, cuando llegue la hora de separar los buenos y los malos, el día de la selección, al igual que el día de la siega para separar la cizaña y el trigo.

De nuevo parece como si se nos quisiera disuadir de la idea de una Iglesia pura. Por el Bautismo hemos entrado en la comunidad de Jesús muchas personas. Pero no tenemos que creer que es comunidad de perfectos, sino también de pecadores. El mismo Jesús trata con los pecadores, les dirige su palabra, les da tiempo, les invita, no les obliga a la conversión o a seguirle. También ahora en su Iglesia coexisten trigo y cizaña, peces buenos y malos. Es una comunidad universal. Jesús se esfuerza por decirnos que, si alguna oveja se descarría, hay que intentar recuperarla, y, cuando vuelve, la alegría de Dios es inmensa cuando logra reconducirla al redil. Y que no ha venido para los justos, sino para los pecadores. Como el médico está para los enfermos, y no para los sanos.¿Cuál es nuestra actitud ante las personas que nos parecen débiles y pecadoras? ¿ante la situación de un mundo desorientado? ¿les damos un margen de rehabilitación? ¿o nos portamos tan drásticamente como los que querían arrancar en seguida la cizaña? Claro que tenemos que luchar contra el mal. Pero sin imitar la presunción de los fariseos, que se tenían por los perfectos, y parecían querer excluir a todos los imperfectos o pecadores. Jesús tiene otro estilo y otro ritmo. Ojalá, después de todas estas parábolas, podamos decir, como los oyentes de Jesús -no sabemos si con mucha razón- que sí le habían entendido. Que hemos captado la intención de cada una de ellas y nos disponemos a corregir nuestras desviaciones y ponernos en la dirección que él quiere (J. Aldazábal).

-Se parece también el reino de Dios a la red que echan en el mar... Jesús habla a marineros de las orillas del lago de Tiberíades. Se dirige a ellos partiendo de sus faenas de pesca. Ayúdanos, Señor, a estar también cerca de la vida de cada día, para saber expresar las maravillas de la Fe con las mismas palabras y experiencias de aquellos con los que quisiéramos compartirla. La "red que se echa en el mar" era, para ti, Jesús, reveladora del misterio del Reino... Los objetos familiares de tu época, eran, para ti transparentes, portadores de significaciones profundas. Yo también podría hacer oración partiendo de los "objetos familiares" que utilizo: el reino de Dios se parece a... -Y recoge toda clase de peces... Buenos y malos juntos. Útiles e inútiles. Lo mismo que en la parábola de la cizaña y el trigo mezclados. Tú te propones decirnos, Señor, que dejas a los hombres todos, "un tiempo para convertirse".Tú nos revelas un rasgo dominante de tu personalidad, que a la vez revela un rasgo dominante de Dios: Eres bueno, indulgente. No has querido hacer una Iglesia de "puros", de perfectos. Hay "toda clase" de gentes en tu Reino, que esperan la plenitud perfecta del Fin de los tiempos. Me soportas, a mí el primero. Estoy muy lejos del ideal que llevo en mi interior y que deseas para mí. Ayúdame a soportarme a mí mismo. Esto me ayudará a saber soportar a los demás. Te ruego, Señor, por todos los que, en la Iglesia, son pesos pesados. Hay que haber visto una red salir del mar, con todas las suciedades que contiene. No es nada hermoso. Así es el Reino, por ahora. -Cuando está llena, los pescadores la arrastran a la orilla, se sientan, recogen los buenos en cestos y tiran los malos. Hoy la mirada del hombre no es suficientemente clara para hacer este discernimiento. Esta selección definitiva es asunto de Dios, no nuestro. -Lo mismo sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos... Sí, un día tendrá lugar esta gran selección. Ahora es el tiempo de la paciencia de Dios. En tu mente, Jesús, el Reino es una realidad que va creciendo en el tiempo, que se purifica poco a poco. Dejas que los hombres caminen lentamente, hasta el día en que la gran red divina será del todo limpia. Visión realista de la Historia. Visión optimista a fin de cuentas. Pero visión seria, sin embargo, y que contiene una advertencia. -Y los arrojarán al horno encendido. Allí sera el llanto y el apretar de dientes. Tu bondad, Señor, no es debilidad ni dejadez. No tenemos derecho a suprimir esas frases terribles del evangelio... incluso si conviene no tomarlas en su sentido material. Ciertamente significan algo. No se le han escapado a Jesús: son imágenes estereotipadas que se usaban tal cual en el lenguaje corriente de la época, y que Mateo relata seis veces (8, 12; 13, 42; 13, 50; 22, 13; 24, 51; 25, 50). Como el resto de la parábola, son símbolos, imágenes muy evocadoras. Mediante este rigor, Jesús quiere despertar nuestras conciencias. No hay ningún sadismo en esto, ni ninguna venganza, es el amor de una persona clarividente que quiere hacernos comprender la gravedad de lo que está en juego. Cuando el cirujano introduce el bisturí en una inflamación purulenta, no es cruel, quiere salvar al enfermo. Haz, Señor, que yo trabaje en esa salvación (Noel Quesson).

Atrae por igual a gente honesta con buenos propósitos y a gente manipuladora y oportunista. Sin embargo, la lógica misma del Reino hace que unos se diferencien radicalmente de los otros. Muchos discípulos de Jesús lo siguieron con aparente fidelidad pero ocultaban oscuros intereses. A lo largo del camino fueron manifestando sus verdaderas intenciones. Se vestían con el manto del servicio a Dios para servir a sus propias ambiciones. Jesús les anuncia la inevitable fuerza que tiene el Reino para descubrirlos y separarlos de la auténtica comunidad. Al final, Dios les servirá de lo mismo que han cultivado. Al terminar la parábola, Jesús diferencia entre los escribas o intelectuales que se han hecho sus discípulos de otros que se han encerrado en sus doctrinas. El intelectual que se hace hijo del Reino sabe combinar lo que sabe, lo que tiene con la novedad constante que irrumpe con el Reino. Saca de sus reservas cosas nuevas y cosas antiguas. El intelectual que no se abre a la acción del Reino, se encierra en sus doctrinas para sólo sacar vejestorios inservibles. De este modo, Jesús acoge entre sus discípulos a los que están dispuestos a poner al servicio del pueblo y del Reino lo que saben. Aquellos hábiles y creativos que combinan su ciencia con la novedad que irrumpe en la vida del Pueblo de Dios (Servicio Bíblico Latinoamericano).

Lluciá Pou Sabaté

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