lunes, 25 de julio de 2011

Martes de la 17ª semana de Tiempo Ordinario: en el mundo habrá siempre mal, pecado, pero la misericordia de Dios es más fuerte que el mal, incluso más





Martes de la 17ª semana de Tiempo Ordinario: en el mundo habrá siempre mal, pecado, pero la misericordia de Dios es más fuerte que el mal, incluso más poderosa que la misma justicia es la ternura divina

Lectura del libro del Éxodo 33,7-11;34,5b-9.28. En aquellos días, Moisés levantó la tienda de Dios y la plantó fuera, a distancia del campamento, y la llamó «tienda del encuentro». El que tenía que visitar al Señor salía fuera del campamento y se dirigía a la tienda del encuentro. Cuando Moisés salía en dirección a la tienda, todo el pueblo se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas, mirando a Moisés hasta que éste entraba en la tienda; en cuanto él entraba, la columna de nube bajaba y se quedaba a la entrada de la tienda, mientras él hablaba con el Señor, y el Señor hablaba con Moisés. Cuando el pueblo vela la columna de nube a la puerta de la tienda, se levantaba y se prosternaba, cada uno a la entrada de su tienda. El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo. Después él volvía al campamento, mientras Josué, hijo de Nun, su joven ayudante, no se apartaba de la tienda. Y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él, proclamando: -«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Misericordioso hasta la milésima generación, que perdona culpa, delito y pecado, pero no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación.» Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: -«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.» Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días con sus cuarenta noches: no comió pan ni bebió agua; y escribió en las tablas las cláusulas del pacto, los diez mandamientos.

Salmo 102,6-7.8-9.10-11.12-13. R. El Señor es compasivo y misericordioso.

El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; n o está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo.

No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles.

Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 13,36-43. En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decide: -«Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.» Él les contestó: -«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga. »

Comentario: 1. -Ex 33,7-11; 34,5-9.28: -En el desierto del Sinaí, Moisés tomó la tienda y la plantó para él a cierta distancia del campamento. La llamó "Tienda del Encuentro". De modo que todos los que tenían que consultar al Señor, salían hacia la Tienda del Encuentro. Imagino esa pequeña «tienda» aislada, lejos del ruido del campamento. El hombre necesita silencio y soledad para encontrar a Dios. ¿Sé también aislarme alguna vez? En cuanto entraba Moisés en la Tienda, bajaba la columna de nube y se detenía a la puerta de la Tienda, mientras el Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con otro hombre. No vayamos a pensar en un milagro o en algo sensacional. Eso sería contradecir todas las afirmaciones precedentes sobre la invisibilidad y la espiritualidad absolutas de Dios. Esas expresiones quieren hacernos comprender hasta qué punto era Moisés un hombre de oración, el «confidente de Dios», en cuya intimidad vivía como un amigo con su amigo. Así Moisés no es solamente el jefe, el hombre de acción que hemos visto comprometido al servicio de los hombres... es también el «místico» que alimenta su compromiso en la contemplación. Después de esto, se comprende que Moisés pueda hacer tan íntimamente suyos los puntos de vista de Dios, y sus comportamientos de amor salvador. -Moisés invocó el nombre del Señor. El Señor pasó ante él y proclamó: “Yo soy el Señor tu Dios tierno y misericordioso, lento en la ira, lleno de amor y de fidelidad...”

“El concepto de "misericordia" tiene en el Antiguo Testamento una larga y rica historia. Debemos remontarnos hasta ella para que resplandezca más plenamente la misericordia revelada por Cristo. Al revelarla con sus obras y sus enseñanzas, El se estaba dirigiendo a hombres, que no sólo conocían el concepto de misericordia, sino que además, en cuanto pueblo de Dios de la Antigua Alianza, habían sacado de su historia plurisecular una experiencia peculiar de la misericordia de Dios. Esta experiencia era social y comunitaria, como también individual e interior.

Efectivamente, Israel fue el pueblo de la alianza con Dios, alianza que rompió muchas veces. Cuando a su vez adquiría conciencia de la propia infidelidad -y a lo largo de la historia de Israel no faltan profetas y hombres que despiertan tal conciencia- se apelaba a la misericordia. A este respecto los Libros del Antiguo Testamento nos ofrecen muchísimos testimonios. Entre los hechos y textos de mayor relieve se pueden recordar: el comienzo de la historia de los Jueces, la oración de Salomón al inaugurar el Templo, una parte de la intervención profética de Miqueas, las consoladoras garantías ofrecidas por Isaías, la súplica de los hebreos desterrados, la renovación de la alianza después de la vuelta del exilio.

Es significativo que los profetas en su predicación pongan la misericordia, a la que recurren con frecuencia debido a los pecados del pueblo, en conexión con la imagen incisiva del amor por parte de Dios. El Señor ama a Israel con el amor de una peculiar elección, semejante al amor de un esposo, y por esto perdona sus culpas e incluso sus infidelidades y traiciones. Cuando se ve de cara a la penitencia, a la conversión auténtica, devuelve de nuevo la gracia a su pueblo. En la predicación de los profetas la misericordia significa una potencia especial del amor, que prevalece sobre el pecado y la infidelidad del pueblo elegido.

En este amplio contexto "social", la misericordia aparece como elemento correlativo de la experiencia interior de las personas en particular, que versan en estado de culpa o padecen toda clase de sufrimientos y desventuras. Tanto el mal físico como el mal moral o pecado hacen que los hijos e hijas de Israel se dirijan al Señor recurriendo a su misericordia. Así lo hace David, con la conciencia de la gravedad de su culpa. Y así lo hace también Job, después de sus rebeliones, en medio de su tremenda desventura. A él se dirige igualmente Ester, consciente de la amenaza mortal a su pueblo. En los Libros del Antiguo Testamento podemos ver otros muchos ejemplos.

En el origen de esta multiforme convicción comunitaria y personal, como puede comprobarse por todo el Antiguo Testamento a lo largo de los siglos, se coloca la experiencia fundamental del pueblo elegido, vivida en tiempos del éxodo: el Señor vio la miseria de su pueblo, reducido a la esclavitud, oyó su grito, conoció sus angustias y decidió liberarlo. En este acto de salvación llevado a cabo por el Señor, el profeta supo individuar su amor y compasión. Es aquí precisamente donde radica la seguridad que abriga todo el pueblo y cada uno de sus miembros en la misericordia divina, que se puede invocar en circunstancias dramáticas.

A esto se añade el hecho de que la miseria del hombre es también su pecado. El pueblo de la Antigua Alianza conoció esta miseria desde los tiempos del éxodo, cuando levantó el becerro de oro. Sobre este gesto de ruptura de la alianza, triunfó el Señor mismo, manifestándose solemnemente a Moisés como "Dios de ternura y de gracia, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad" (Ex 34,6). Es en esta revelación central donde el pueblo elegido y cada uno de sus miembros encontrarán, después de toda culpa, la fuerza y la razón para dirigirse al Señor con el fin de recordarle lo que Él había revelado de sí mismo y para implorar su perdón.

Y así, tanto en sus hechos como en sus palabras, el Señor ha revelado su misericordia desde los comienzos del pueblo que escogió para sí y, a lo largo de la historia, este pueblo se ha confiado continuamente, tanto en las desgracias como en la toma de conciencia de su pecado, al Dios de las misericordias. Todos los matices del amor se manifiestan en la misericordia del Señor para con los suyos: él es su padre, ya que Israel es su hijo primogénito; él es también esposo de la que el profeta anuncia con un nombre nuevo, ruhama, "muy amada", porque será tratada con misericordia.

Incluso cuando, exasperado por la infidelidad de su pueblo, el Señor decide acabar con él, siguen siendo la ternura y el amor generoso para con el mismo lo que le hace superar su cólera. Es fácil entonces comprender por qué los Salmistas cuando desean cantar las alabanzas más sublimes del Señor, entonan himnos al Dios del amor, de la ternura, de la misericordia y de la fidelidad.

De todo esto se deduce que la misericordia no pertenece únicamente al concepto de Dios, sino que es algo que caracteriza la vida de todo el pueblo de Israel y también de sus propios hijos e hijas: es el contenido de la intimidad con su Señor, el contenido de su diálogo con El. Bajo este aspecto precisamente la misericordia es expresada en los Libros del Antiguo Testamento con una gran riqueza de expresiones. Sería quizá difícil buscar en estos Libros una respuesta puramente teórica a la pregunta sobre en qué consiste la misericordia en sí misma. No obstante, ya la terminología que en ellos se utiliza, puede decirnos mucho a tal respecto.

El Antiguo Testamento proclama la misericordia del Señor sirviéndose de múltiples términos de significado afín entre ellos; se diferencian en su contenido peculiar, pero tienden -podríamos decir- desde angulaciones diversas hacia un único contenido fundamental para expresar su riqueza trascendental y al mismo tiempo acercarla al hombre bajo distintos aspectos. El Antiguo Testamento anima a los hombres desventurados, en primer lugar a quienes versan bajo el peso del pecado -al igual que a todo Israel que se había adherido a la alianza con Dios- a recurrir a la misericordia y les concede contar con ella: la recuerda en los momentos de caída y de desconfianza. Seguidamente, den gracias y gloria cada vez que se ha manifestado y cumplido, bien sea en la vida del pueblo, bien en la vida de cada individuo.

De este modo, la misericordia se contrapone en cierto sentido a la justicia divina y se revela en multitud de casos no sólo más poderosa, sino también más profunda que ella. Ya el Antiguo Testamento enseña que, si bien la justicia es auténtica virtud en el hombre y, en Dios, significa la perfección trascendente, sin embargo el amor es más "grande" que ella: es superior en el sentido de que es primario y fundamental. El amor, por así decirlo, condiciona a la justicia y en definitiva la justicia es servidora de la caridad. La primacía y la superioridad del amor respecto a la justicia (lo cual es característico de toda la revelación) se manifiestan precisamente a través de la misericordia. Esto pareció tan claro a los Salmistas y a los Profetas que el término mismo de justicia: terminó por significar la salvación llevada a cabo por el Señor y su misericordia.

La misericordia difiere de la justicia pero no está en contraste con ella, siempre que admitamos en la historia del hombre -como lo hace el Antiguo Testamento- la presencia de Dios, el cual ya en cuanto creador se ha vinculado con especial amor a su criatura. El amor, por su naturaleza, excluye el odio y el deseo de mal, respecto a aquel que una vez ha hecho donación de sí mismo: nihil odisti eorum quae fecisti: "nada aborreces de lo que has hecho". Estas palabras indican el fundamento profundo de la relación entre la justicia y la misericordia en Dios, en sus relaciones con el hombre y con el mundo. Nos están diciendo que debemos buscar las raíces vivificantes y las razones íntimas de esta relación, remontándonos al "principio", en el misterio mismo de la creación. Ya en el contexto de la Antigua Alianza anuncian de antemano la plena revelación de Dios que "es amor".

Con el misterio de la creación está vinculado el misterio de la elección, que ha plasmado de manera peculiar la historia del pueblo, cuyo padre espiritual es Abraham en virtud de su fe. Sin embargo, mediante este pueblo que camina a lo largo de la historia, tanto de la Antigua como de la Nueva Alianza, ese misterio de la elección se refiere a cada hombre, a toda la gran familia humana: "Con amor eterno te amé, por eso te he mantenido mi favor". "Aunque se retiren los montes..., no se apartará de ti mi amor, ni mi alianza de paz vacilará". Esta verdad, anunciada un día a Israel, lleva dentro de sí la perspectiva de la historia entera del hombre: perspectiva que es a la vez temporal y escatológica. Cristo revela al Padre en la misma perspectiva y sobre un terreno ya preparado, como lo demuestran amplias páginas de los escritos del Antiguo Testamento. Al final de tal revelación, en la víspera de su muerte, dijo El al apóstol Felipe estas memorables palabras: "¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre"” (Dives in misericordia 4).

Este capítulo sigue inmediatamente a la escena del "becerro de oro". El Dios que aquí se revela es en verdad el mismo que se revelará en el evangelio de Jesús. Se adivinan ya las parábolas de la misericordia, el amor de Cristo por los pecadores. «Dios de ternura.» «Dios de misericordia.» Me confío a tu amor. Confío la humanidad entera a tu amor. -Dios rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por miles de generaciones; que tolera la falta, la transgresión y el pecado, pero no los deja impunes; que castiga la falta de los padres en los hijos y los nietos "hasta la tercera y cuarta generación". Esta palabra que nos parece dura, afirma sin embargo dos verdades que hemos de aceptar: 1. La infinita santidad de Dios, que no puede -y es en bien nuestro- ser indiferente ante el mal. 2. La infinita misericordia de Dios, que tiene paciencia y da tiempo para la conversión. Notemos la diferencia de proporción entre el castigo y la tolerancia; "cuatro generaciones"... «mil generaciones»... Evidentemente es ésta una manera de hablar, pero muy elocuente que se irá perfeccionando en la revelación de Jesús… El pueblo de Israel lo ha experimentado muchas veces, y en primer lugar aquí, después de la infidelidad. ¿Y yo? ¿Qué hago yo? Evoco mis infidelidades a tu amor, Señor, y te doy gracias por tu inmensa paciencia para conmigo. -Moisés estuvo con el Señor cuarenta días y cuarenta noches sin comer ni beber... «En verdad es un pueblo de dura cerviz; pero Tú perdonarás nuestras faltas y nuestros pecados y Tú harás de nosotros un pueblo, herencia tuya. Admirable oración de Moisés. Con él ruego por el mundo de HOY. -Y escribió en las tablas el texto de la Alianza, los diez mandamientos. Los escribió por segunda vez. Da una nueva oportunidad a ese pueblo (Noel Quesson).

La infidelidad del pueblo ha creado una situación muy delicada y llena de tensiones. El campamento ya no puede ser el lugar del encuentro de Yahvé con su pueblo. Y Moisés, recogiendo la tienda de entre los suyos, la pone fuera del campamento (33,7a). En medio de una gente que intenta buscar a Dios por caminos distintos de los de Yahvé, Moisés no puede continuar ejerciendo su ministerio de mediador. El primer resultado de esta situación es de incomodidad para el pueblo: hay que salir para ir en busca de Dios (33,7b). Queda así expresado gráficamente el itinerario de la conversión. Este itinerario parte de la realidad de la ruptura de la comunión: Dios ya no está en medio del pueblo, y Moisés, el mediador, ha abandonado el campamento. El pueblo tiene una conciencia muy exacta de esta situación. Por ello, cuando Moisés se dirige a la tienda de la reunión, nuevo lugar de su encuentro con Dios, el pueblo le sigue con la mirada (v 8). Es la expresión de la nostalgia de Dios: tras el reconocimiento del pecado debe venir la compunción del corazón. Y el primer movimiento de aproximación: cuando Moisés dentro de la tienda, se entrevista con Dios, el pueblo todo se alza y se prosterna, de lejos, pero en actitud propiciatoria (10). El resto del itinerario lo hará Yahvé, quien saldrá al encuentro del pueblo y volverá a marchar con él, gracias a la iniciativa de Dios y bajo el signo mediador de Moisés (12-17). Otra explicación es que la proveniencia de las fuentes se mezclan, las que tienen la tienda dentro y la que la tienen fuera del campamento…

A partir del versículo 18, el texto bíblico quiere ser una respuesta existencial a la pregunta de si es posible que el hombre pueda elevarse hasta Dios. El texto comienza por distinguir entre la situación y la capacidad del hombre que se halla en esta vida y la del que ha traspasado ya la frontera de la muerte (20). Lo que el hombre puede conocer de Dios en esta vida es su bondad (19a). Dios se nos manifiesta a través de sus obras. Así, pues, el conocimiento que podemos tener de Dios es un conocimiento relativo. Es un proceso de revelación; pero por muchos velos que retiremos, siempre se interpondrá algo entre él y nosotros. Incluso en el gran momento histórico de la revelación plena de Dios, la encarnación, se levanta entre Dios y nosotros magnífico el velo, pero velo en definitiva, de la humanidad de Jesucristo. Por eso en nuestro caminar hacia Dios necesitamos la antorcha de la fe. La revelación de Dios no es estática, como quien proyecta una diapositiva, sino dinámica. No se trata de ofrecer una idea que el hombre pueda captar y reducir a los límites de su inteligencia, sino de introducir al hombre en el seno de la grandeza desbordante de Dios, de su inmensidad, que escapa a cualquier control, reducción y manipulación. Por ello Yahvé no revela su ser, sino su amor. No se trata de mostrar a Dios sino de comunicar su bondad y pronunciar su nombre: «El que salva» (19). Nuestro texto lo dice con expresiones de gran delicadeza y llenas de ternura: Dios pone a Moisés en la hendidura de la roca y lo cubre con la mano mientras pasa por delante (22), y hace sentir el grito de ternura, misericordia, fidelidad, perdón, justicia y amor, que transforma al hombre (34,6ss: J. M. Aragonés).

2. Dos pasajes distintos aparecen en la lectura de hoy: el que se refiere a la «tienda del encuentro», junto al campamento, y el diálogo de Moisés con Dios, en la montaña. Se notan, en todo este relato del Éxodo, diversas «manos» o tradiciones que se van sobreponiendo, dando una cierta sensación de idas y vueltas. Pero algo aparece siempre claro: al pecado y la debilidad del pueblo responde, por una parte, Moisés con su solidaridad e intercesión, y sobre todo Dios, con su amor y su paciencia. La «tienda del encuentro o de la reunión», a las afueras del campamento que van montando a lo largo de su recorrido por el desierto, es un símbolo de que Dios no les abandona. Se visibiliza de alguna manera en forma de nube y habla con Moisés, el mediador, «cara a cara». Moisés es un hombre de intensa oración, además de un guía eficaz del pueblo. En lo alto de la montaña, donde pasa cuarenta días, Moisés describe a Dios como «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad»: una de las definiciones más repetidas en el AT. Es interesante que la justicia de Dios («castiga la culpa hasta la tercera y cuarta generación») se ve sobrepasada por su bondad tolerante («misericordioso hasta la milésima generación»). De nuevo aparece Moisés intercediendo con buen corazón, a pesar de los disgustos que le da ese pueblo: «si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo de cerviz dura: perdona nuestras culpas y pecados, y tómanos como heredad tuya».

Si los israelitas apreciaban la cercanía de Dios en la tienda del encuentro, los cristianos estamos mucho más motivados para agradecer su presencia en todo momento de nuestra vida, visibilizada, sobre todo, en la Eucaristía y en su prolongación del sagrario. Jesús no nos abandona, él es «Dios-con-nosotros», luz y alimento para el camino. No veremos ninguna nube a la puerta de nuestras iglesias, ni podremos hablar «cara a cara» con Dios. Pero sí sabemos que no estamos solos en nuestra vida. Podemos decir, con más razón que el pueblo de Israel, «que mi Señor vaya con nosotros... tómanos como heredad tuya». Haremos bien en conseguir momentos de silencio y de «encuentro» con Dios, de experiencia de oración ante él. No hará falta que vayamos cada vez a un retiro de cuarenta días en el monte, ni que lleguemos a sentir fenómenos místicos de unión con Dios. Pero debemos saber escapar del campamento de la actividad y tomar aliento en la cercanía de Dios. No sólo Moisés fue amigo de Dios. También a nosotros se nos ha dicho: «vosotros sois mis amigos... no os llamo ya siervos, a vosotros os he llamado amigos» (Jn 15,14-15). Además, sobre todo cuando presentamos a Dios en la catequesis o en la predicación, deberíamos repetir gozosamente la definición de Dios que nos da Moisés y que nos repite el salmo 102 (que hoy podríamos rezar después de comulgar o en otro momento de calma y meditación): «el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia: no está siempre acusando...». Finalmente, como ayer, deberemos espejarnos en Moisés y en su oración de intercesión por el pueblo. Sería útil que leyéramos los números 2566-2577 del Catecismo, en los que se describe la oración de los creyentes del AT sobre todo de Moisés, para animarnos a ser, también nosotros, personas de oración intensa y, a la vez, portavoces ante Dios de esta humanidad a la que pertenecemos, para ayudarla a que se encamine a la salvación.

Es un salmo de acción de gracias porque después del pecado Dios devuelve la salud y libra de la muerte, y así avanza la oración manifestando sentimientos íntimos de gran altura, de amor, de bendición: la bondad y la misericordia de Dios se manifiestan como salvación –justicia- de los oprimidos. El recuerdo de lo que el Señor ha hecho por el pueblo a lo largo de la historia concluye con la afirmación de la inmensidad de su misericordia, la de un padre lleno de ternura hacia sus hijos.

3.- Mt 13,36-43: Jesús mismo nos explica la parábola que leíamos el sábado, la de la cizaña que crece junto al trigo en el campo. O sea, es él quien nos hace la homilía. Dios siembra buena semilla, el trigo. Pero hay alguien -el maligno, el diablo- que siembra de noche la cizaña. A los discípulos, siempre dispuestos a cortar por lo sano, Jesús les dice que eso se hará a la hora de la siega, al final de los tiempos, cuando tenga lugar el juicio y la separación entre el trigo y la cizaña. Entonces sí, los «corruptores y malvados» serán objeto de juicio y de condena, mientras que «los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre».

De nuevo se nos recuerda que el juicio no nos corresponde a nosotros. Le pertenece a Dios y lo hará al final. Mientras tanto, el bien y el mal coexisten en nuestro campo. Parece la defensa de una comunidad que no sólo tiene «santos» y «perfectos», sino también personas pecadoras y débiles. Nuestra comunidad no debe ser elitista, con entrada exclusiva para los perfectos (naturalmente, según la concepción maniquea que solemos tener, nosotros seríamos los «perfectos» y los «justos»). Sino que en la Iglesia, como en el campo de la parábola, hay trigo y cizaña. Y en la red, peces buenos y malos, como nos dirá Jesús pasado mañana. No nos deberíamos escandalizar demasiado fácilmente del mal que nos parece ver a nuestro alrededor. Y, en todo caso, hemos de ser tolerantes, con paciencia «escatológica». Al que peor le tendría que saber que haya aparecido cizaña en su campo es al sembrador, Dios, o el mismo Cristo. Y nos enseñan que hay que saber esperar, respetando la libertad de las personas y el ritmo de los tiempos. Dios sigue creyendo en el hombre, a pesar de todo. Eso sí, tenemos que discernir el bien y el mal -no todo es trigo- y luchar para que triunfen el bien y los valores que ha sembrado Jesús, y seguir rezando «venga a nosotros tu Reino» y «líbranos del mal (o del maligno)». Convivir con el mal no significa aceptarlo. Pero todo eso lo hacemos con un talante no violento. Sin medidas drásticas ni coactivas. Con la fuerza de una semilla que se abre paso y de un fermento que llegará a transformar la masa, según las dos parábolas de ayer. Conscientes de que el juicio -«arrancar la cizaña»- pertenece a los tiempos últimos y no nos toca a nosotros (J. Aldazábal).

-Después de haber hablado en parábolas, Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a pedirle: "Acláranos..... Mateo distingue netamente entre una enseñanza oficial, dada a todos y un ahondamiento dado sólo a los que lo desean. ¿Soy yo de los que buscan más, o de los que se contentan con el mínimo? Señor, explícanos... Señor, háblanos... Por el momento no tenemos otra cosa que hacer que escucharte. -"El que siembra la buena semilla, es el Hijo del hombre." Jesús sembrador. Jesús sembrador de buena semilla "Pasó haciendo el bien"... sólo el bien, nada malo. ¿Y yo? -El campo es el mundo. Visión realista. Jesús siembra en el mundo actual... en este mismo momento. -La buena semilla, son los hijos del reino. Fórmula sorprendente. ¡Lo que Jesús siembra, en este momento, en el mundo es "nosotros"! ¡Hijos del reino! Responsabilidad inaudita que sobrepasa infinitamente nuestros medios humanos. Yo soy una "simiente", según Dios. Jesús me ha sembrado en algún sitio para que sea, allí, fuente de vida. -La cizaña son los hijos del maligno. Concepción dramática de la existencia. El enemigo que la siembra es el diablo El hombre tiene un amigo: Dios. Pero tiene también un enemigo: el diablo. Escucho y considero esto. La vida humana no es anodina, inofensiva, cándida, indiferente, ni buena ni mala... como algunos intentan hacernos creer. ¡Los actos humanos no son incoloros, inodoros y sin sabor! Algunos actos son "destructores" del hombre, enemigos del hombre. Algunos actos son "constructores" del hombre, amigos del hombre... -La cosecha es el fin del mundo. La mirada de Jesús va de entrada, y como espontáneamente, a este fin... Ve lejos... ¡Mira el término, el objetivo! ¡La obra terminada! la cosecha que se está preparando. Mi mirada ¿es quizá, demasiado limitada? ¿No está bloqueada por lo inmediato, no desea resultados rápidos? Me detengo a soñar en la cosecha. Espero. Quiero tener paciencia. Quiero trabajar obstinadamente para hacerla madurar. -Los segadores son los ángeles. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles que escardarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido. Jesús utiliza todas las imágenes sacadas del vocabulario corriente de su tiempo: el Juicio final, está claro -más allá de las imágenes, que no hay que interpretar materialmente-, es una definitiva destrucción de todo mal. -Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Lo mismo que el fuego, el "sol" es una imagen. Una muy bella imagen. En esos meses de verano los hombres se sienten ávidos de sol. "En el reino de su Padre": Dios. El fin del mundo, la cosecha, es estar con Dios... amado sin fin, mimado sin fin, viviente sin fin (Noel Quesson).

Realmente, Dios nos tiene mucha paciencia y más comprensión. Más de las que, por supuesto, tenemos nosotros. Con los otros y con nosotros mismos. ¡Hay tantas cosas que pensamos que son intolerables! Repetimos convencidos: ¡Por ahí no paso! ¡Eso no puede ser! Y si sucede lo que no queremos que suceda, entonces nos hundimos en la desesperación y decimos: ¡No hay remedio! Dios, sin embargo, tiene una paciencia que le llega hasta el final de los tiempos. Hasta entonces, estará esperando, paciente y misericordiosamente, que suceda lo que a nuestros ojos resulta absolutamente imposible: que la cizaña se convierta en trigo. Como el dueño del campo espera el tiempo de la cosecha para arrancar la cizaña. Tendríamos que aprender mucho de esa paciencia de Dios. Va intrínsecamente unida con su ilimitada capacidad para perdonar, para acoger, para amar, para recrear lo que el mismo hombre ha destrozado. E intentar aplicarla a la vida de nuestra nación, de nuestra comunidad, o de nuestra familia, lugares donde las venganzas y los rencores son a veces para siempre (Servicio Bíblico Latinoamericano).

Lluciá Pou Sabaté

1 comentario:

  1. Ciudad vieja de Jerusalem:
    Iglesia de Santa Ana.- Aquí habría estado Aquí habría estado la casa de Santa Ana y de San Joaquín, padres de la Virgen María. Hay una pequeña cripta debajo de la Iglesia, relacionada con aquella casa.No podemos confirmar esta tradición, pues,se contradice con los relatos de la Infancia en el evangelio de San Lucas. Además hay otra tradición, que sitúa dicha casa en Séforis, Galilea, cerca de Nazaret.

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