martes, 12 de julio de 2011

Miércoles de la 15ª semana de Tiempo Ordinario: el encuentro con el Señor se realiza en la sencillez, vuelca su misericordia y ternura en el alma que


Miércoles de la 15ª semana de Tiempo Ordinario: el encuentro con el Señor se realiza en la sencillez, vuelca su misericordia y ternura en el alma que abre su miseria a la grandeza de Dios.

Lectura del libro del Éxodo 3, 1-6. 9-12. En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo: -«Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza. » Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: -«Moisés, Moisés.» Respondió él: -«Aquí estoy.» Dijo Dios: -«No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.» Y añadió: -«Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.» Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios. El Señor le dijo: -«El clamor de los israelitas ha llegado a mí, y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora marcha, te envío al Faraón para que saques a mí pueblo, a los israelitas.» Moisés replicó a Dios: -«¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para sacar a los israelitas de Egipto?» Respondió Dios: -«Yo estoy contigo; y ésta es la señal de que yo te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña.»

Salmo 102,1-2.3-4.6-7. R. El Señor es compasivo y misericordioso.

Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.

El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel.

Evangelio según san Mateo 11, 25-27. En aquel tiempo, exclamó Jesús: -«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»

Comentario: 1.- Ex 3.1-6.9-12. La visión de la zarza ardiente representa un momento decisivo en la vida de Moisés y de su pueblo: Dios le llama para llevar a cabo la liberación de su pueblo. Han pasado varios años desde la huida de Moisés. Se ha instalado en tierras de Madián. Se ha casado allí con la hija del sacerdote pagano Jetró. Ha tenido familia. Ha madurado en su carácter. Es pastor de oficio y está cuidando los rebaños de su suegro. Y allí se le aparece Dios, en forma de fuego. (A Pedro le hará impresión el Jesús de la pesca milagrosa; a Pablo, el Jesús que se le aparece en el camino de Damasco. Cada uno tenemos algún momento en que Dios sale a nuestro paso). Quien se aparece a Moisés es el Dios de los patriarcas. El Dios de la promesa. El Dios que ve cómo sufre su pueblo y no lo puede soportar y decide intervenir, enviando a Moisés. La vocación no es nada fácil. De momento, su temperamento decidido responde: «aquí estoy». Pero, luego, se da cuenta de lo que le está pidiendo Dios y presenta sus objeciones: ¿precisamente él, huido de la justicia de Egipto, es el que va a volver allí, nada menos que a pedir al Faraón que deje salir a los suyos? La respuesta de Dios es una de las que más veces aparece en la Biblia: «yo estoy contigo».

Moisés creció pues en la corte del Faraón, la educación que allí recibió le permitirá, más tarde, ser un jefe. Así para trabajar en la liberación de los pobres es muy útil adquirir competencias humanas. Pero Moisés, a la vez que se promocionaba personalmente no renegaba de su ambiente ni de la gente de su pueblo. Un día se escapa del palacio del Faraón y va a las obras donde trabajan los esclavos, sus hermanos de raza. Es testigo de las «cargas» y de los «azotes». Se le revuelve la sangre y mata al egipcio que maltrata al hebreo. Luego, arriesgando la denuncia, huye al desierto... Será el segundo lugar de la formación de Moisés en que se capacitará para ser un jefe, ¡capaz de conducir a todo un pueblo a través del desierto! Así Dios prepara desde lejos lo que tiene intención de realizar un día. Ruego por las «preparaciones»... que puedo entrever. -Moisés era pastor del rebaño de Jetró, su suegro. Viviendo la vida de los nómadas, tiene experiencia de las tradiciones de sus antepasados, Abraham, Isaac, Jacob. Es un retorno a las fuentes. Esta experiencia le será muy útil cuando tendrá que volver a atravesar ese desierto del Sinaí, unos años después. -El ángel del Señor se le apareció en forma de llama de fuego que salía de una zarza. Dios le llamó de en medio de la zarza: «¡Moisés! ¡Moisés!, «Heme aquí." Esta es una escena de vocación. Dios lo llama por su nombre. Le va a revelar su proyecto de liberación y le confía la misión de realizarlo. Dios lleva siempre a cabo sus planes por medio de intermediarios humanos, hombres y mujeres. Dios necesita de los hombres. Llama a las personas a su servicio. A mí también me llama por mi nombre... Escucho, de Ti, Señor, ese nombre que es el mío... Oigo como una llamada que viene de Ti. «;Heme aquí, Señor!» Reelijo HOY mi vocación de bautizado, de sacerdote, de religioso... la mía, en la que nadie puede reemplazarme... -«¡Quítate las sandalias porque el lugar que pisas es tierra sagrada!» Moisés, notémoslo bien, se encuentra en el desierto guardando un rebaño. No está delante de un tabernáculo sagrado, sino delante de «una zarza». ¡Ningún lugar de la tierra está vacío! Dios está allí. ¡El lugar donde me encuentro en este momento, es un lugar sagrado, si sé encontrarme contigo, Señor! -El Señor dijo: "La aflicción de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto la opresión que les infligen los egipcios... Ahora, pues, ve. Te envío al Faraón: tú harás salir de Egipto a mi pueblo." Nuestro Dios es un Dios que escucha y que mira. Los pobres son sus preferidos. ¡Es un Dios que se compadece de todo sufrimiento! Sufre con los que padecen. ¡Gracias, Señor! ¡Qué maravillosa revelación de Dios! Dios trata de que Moisés comparta su proyecto. Nuestro Dios es un Dios activo, que «toma partido», que se «compromete» y pide que nos comprometamos con El. -Moisés dijo: «¿Quién soy yo para esta hazaña?» Ningún hombre está a la altura para salir con éxito de las obras de Dios. Ante la magnitud de la tarea, nos sentimos siempre muy pequeños. Es un buen signo. -Dios le respondió: «Yo estaré contigo.... La fuerza de aquél que ha recibido misión no le viene de sí mismo, es una fuerza de Dios "Yo estaré contigo". Dios repetirá esas mismas palabras a sus amigos al enviarlos a una misión (Noel Quesson).

2. El Dios del éxodo es también el Dios Padre de Jesús. Es el Dios de ahora, nuestro Padre, que sigue con su corazón apenado por tanto dolor e injusticia como hay en este mundo: «el clamor de los israelitas ha llegado a mí». El Dios que quedó retratado en las parábolas y en la actuación de Jesús de Nazaret: el que se apiadaba de la gente que tenía hambre, que perdonaba a los pecadores, que denunciaba las injusticias, que curaba de todo mal. Nosotros, con mayor razón que el mismo salmista, podemos decir sus palabras: «el Señor es compasivo y misericordioso... Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades, él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura... El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos: enseñó sus caminos a Moisés». Podríamos rezar hoy entero, por ejemplo después de comulgar, el salmo 102: un canto a la misericordia de Dios Liberador. Al mismo tiempo, sintámonos enviados a practicar la misma misericordia y comunicar un poco de esperanza a quienes se encuentren hoy con nosotros en nuestra familia o comunidad o en el entorno social, ayudándoles a salir de sus diversas esclavitudes. Si nos parece que es misión difícil, nos hará bien recordar la palabra de Dios a Moisés: «yo estoy contigo».

El agradecimiento del salmo 103/102 es de los más bonitos, preludio del canto del comienzo de la carta a los Efesios. Quiere recordar todos los beneficios recibidos del Señor, recordar su misericordia y compasión que resplandecen como una corona en la vida del salmista. “El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos”, manifiesta su salvación en tiempos de Moisés y en nuestros días, a lo largo de toda la historia sigue resplandeciendo su misericordia.

3.- Mt 11, 25-27.-Padre, Señor del cielo y de la tierra... Es el único pasaje del evangelio donde Jesús utiliza estas palabras solemnes "Amo y Señor del cielo y de la tierra". Habitualmente, Jesús habla del Padre con términos de intimidad y familiaridad. Esto subraya mucho más lo que Jesús dirá de Dios a continuación de ese pasaje del evangelio. Sí, es verdad... nuestro Padre del cielo es el Creador Todopoderoso, el amo del mundo. No hay otro Dios más que El. Y es quien dirige todo ese gran universo con sus millones de seres desde los átomos hasta las estrellas. Todo cuanto existe le está sometido. Es el "Señor~ del cielo... es el "Señor" de la tierra. Me detengo a adorar, a reconocer la grandeza de Dios. "Gloria a Dios en las alturas..." -Bendito seas... Jesús reza. Se dirige a Dios. Es una oración de acción de gracias, una alabanza, un "te lo agradezco". Jesús es dichoso, su corazón rebosa de agradecimiento hacia el Padre. "¡Bendito seas, Padre!". Con Jesús yo repito esa sencilla y breve oración. -Porque lo que has escondido a los sabios y entendidos, lo has revelado a la gente sencilla. ¡Este es el objeto de su agradecimiento! Porque Dios se "esconde" a los orgullosos... y se "revela" a los humildes. El gran Dios del Universo es desconocido de los que se creen ser más inteligentes y más sabios que los demás. No hay que pasarse de listo. Es a los pobres a quienes se da a conocer. De hecho, Jesús prefirió habitualmente visitar las gentes sencillas, hombres y mujeres de condición modesta. Y es entre ellos que escogió sus primeros apóstoles. Se tiene la impresión que se trata de una verdadera preferencia de Dios: los que no son nada en el mundo, los que son insignificantes a los ojos de los hombres... ¡éstos son valiosos a los ojos de Dios! Señor, ayúdame a ser "uno de esos pequeños a quien Tú te revelas. -Sí, Padre, bendito seas por haberte parecido eso bien. Jesús continúa su oración. Trato de imaginarlo, escucho el timbre de su voz, cómo pronunciaba "¡Padre!". Para Jesús, Dios es ante todo "la bondad". Dios es bueno, ¿Dudo, quizá alguna vez, de la bondad de Dios? ¿Qué es lo que me hace dudar así? Y sin embargo, he recibido mucho de esta bondad. ¿Qué es lo que he recibido? ¿Qué es lo que podría ayudarme a rezar, como Jesús, una oración de alabanza? "Gracias, oh Padre, por esto... por aquello..." -Mi Padre me lo ha confiado todo. Al Hijo lo conoce sólo el Padre, y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiere revelar. Sí, lo sabemos: Dios es difícil de alcanzar. Nadie lo ha visto nunca, excepto Jesús. Sí, El dice que "conoce a Dios"... ¡y que lo da a conocer a los que aceptan seguirlo y ser de su escuela! Jesús, ayúdame, todos y cada día de mi vida, a conocer mejor al Padre. ¡Que tu evangelio sea mi meditación cotidiana! Que trate de penetrar mejor en tu misterio... hasta el día que, por fin, te veré cara a cara (Noel Quesson).

Las personas sencillas, las de corazón humilde, son las que saben entender los signos de la cercanía de Dios. Lo afirma Jesús, por una parte, dolorido, y por otra, lleno de alegría. Cuántas veces aparece en la Biblia esta convicción. A Dios no lo descubren los sabios y los poderosos, porque están demasiado llenos de sí mismos. Sino los débiles, los que tienen un corazón sin demasiadas complicaciones. Entre «estas cosas» que no entienden los sabios está, sobre todo, quién es Jesús y quién es el Padre. Pero la presencia de Jesús en nuestra historia sólo la alcanzan a conocer los sencillos, aquellos a los que Dios se lo revela.

En el evangelio podemos constatar continuamente este hecho. Cuando nació Jesús en Belén, le acogieron María y José, sus padres, una humilde pareja de jóvenes judíos; los pastores, los magos de tierras lejanas y los ancianos Simeón y Ana. Los «sabios y entendidos», las autoridades civiles y religiosas, no lo recibieron. A lo largo de su vida se repite la escena. La gente del pueblo alaba a Dios, porque comprenden que Jesús sólo puede hacer lo que hace si viene de Dios. Mientras que los letrados y los fariseos buscan mil excusas para no creer. La pregunta vale para nosotros: ¿somos humildes, sencillos, conscientes de que necesitamos la salvación de Dios? ¿o, más bien, retorcidos y pagados de nosotros mismos, «sabios y entendidos», que no necesitamos preguntar porque lo sabemos todo, que no necesitamos pedir, porque lo tenemos todo? Cuántas veces la gente sencilla ha llegado a comprender con serenidad gozosa los planes de Dios y los aceptan en su vida, mientras que nosotros podemos perdernos en teologías y razonamientos. La oración de los sencillos es más entrañable y, seguramente, llega más al corazón de Dios que nuestros discursos eruditos de especialistas. Nos convendría a todos tener unos ojos de niño, un corazón más humilde, unos caminos menos retorcidos, en nuestro trato con las personas y, sobre todo, con Dios. Y saberles agradecer, a Dios y los demás, tantos dones como nos hacen. Siguiendo el estilo de Jesús y el de María, su Madre, que alabó a Dios porque había puesto los ojos en la humildad de su sierva (J. Aldazábal).

El Evangelio no es privilegio de los que se creen sabios y prudentes, sino que abre sus páginas a todos los hombres de buena voluntad, sobre todo a los pequeñuelos, esto es, a los pobres en el espíritu y humildes de corazón, porque "aquí tienen todos a Cristo, sumo y perfecto ejemplar de justicia, caridad y misericordia, y están abiertas para el género humano, herido y tembloroso, las fuentes de aquella divina gracia, postergada la cual y dejada a un lado, ni los pueblos ni sus gobernantes pueden iniciar ni consolidar la tranquilidad social y la concordia" (Pío XII, "Divino Afflante Spiritu").

Lluciá Pou Sabaté

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