jueves, 21 de julio de 2011

Celebración de Santa María Magdalena en Jerusalén

Celebración de Santa María Magdalena en Jerusalén

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En la región de Galilea, justo sobre la ribera del lago Tiberíades surge Magdala. Lo que hace que este lugar sea célebre es María Magdalena, una fiel seguido...


Memoria: Santa María Magdalena

San Juan 20,1.11-18: Santa María Magdalena, historia de un Amor apasionado

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

Lectura del libro del Éxodo 20, 1-17. En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos. No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. Fíjate en el sábado para santificado. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó. Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.»

Salmo 18,8.9.10.11. R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. R. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.

Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila.

Lectura del santo evangelio según san Juan 20,1.11-18. El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: -«Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les contesta: -«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. » Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: -«Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?» Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: -«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.» Jesús le dice: -«¡María!» Ella se vuelve y le dice: -«¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!» Jesús le dice: -«Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro."» María Magdalena fue y anunció a los discípulos: -«He visto al Señor y ha dicho esto.»

Comentario: 1.- Ex 20,1-17 (ver domingo 3º de Cuaresma, ciclo B). La página de hoy condensa los diez mandamientos, el Decálogo de la Alianza entre Dios y su pueblo. De los capítulos 20-23 del Libro del Éxodo, sólo leemos el comienzo, para pasar después a la ratificación simbólica de la Alianza en el capitulo 24. Todo empieza con una frase básica: «yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la esclavitud de Egipto». Las normas de vida que el pueblo recibe no vienen de un Dios extraño, lejano. Vienen del mismo Dios que les quiere como un padre, que les ha liberado de la opresión, que les acompaña en su camino. La etapa del Sinaí es decisiva. Su grandiosa puesta en escena prepara a los hebreos a lo que va a suceder ahora: un pueblo encuentra a Dios a través de un mediador, Moisés, que sirve de lazo de unión entre los hombres y el misterio escondido de Dios.

-Yo soy el Señor, tu Dios... No solamente «soy Dios» sino «Yo soy tu Dios»... Dios se descubre como un ser en relación con los hombres. No conocemos a Dios «en sí mismo», sino que quiere ser «para nosotros, entre nosotros». Es el Dios de una «alianza», es un compañero de amor: «Yo soy tu Dios». -Que te ha sacado de Egipto, de la casa de servidumbre... Esta es la motivación profunda del decálogo, afirmada en exergo de la Ley: «os he liberado de la alienación, de la servidumbre y no para que recaigáis. Cada uno de mis diez mandamientos es como un balizaje que os guía para no recaer en servidumbre». ¡Estas palabras de Dios son a nivel interior, mucho más liberadoras que la salida de Egipto! Los diez mandamientos: Respetar a Dios... Respetar al hombre... Hoy, como siempre, existe la tentación de disociar las dos tablas de la ley. Según el propio temperamento, podemos evadirnos hacia un amor de Dios desencarnado que llega a olvidar las consecuencias concretas que ello comporta, o bien nos evadiría hacia un servicio activista del prójimo que se separaría de la exigencia y universalidad de su fuente. "Amad a Dios. Amad a vuestros hermanos". Dos mandamientos unidos (Mt 22,39). “No tendrás otros dioses…” Ahora bien, todavía HOY nos hallamos tentados de procurarnos ídolos, de apegarnos a cosas que no merecen nuestro afecto y que pueden alienarnos: el dinero, el placer, el confort, la belleza, la salud, el partido, nuestras propias ideas... cosas buenas en sí pero que pueden llegar a ser tremendas cadenas. «No adorarás falsos dioses.» Este decálogo no es otra cosa que el resumen de las grandes exigencias de toda conciencia humana. Son muchos los hombres y las mujeres que, sin conocer el evangelio, tratan de vivir ese ideal humano fundamental: ¿sabemos reconocer que, por ello, están ya en estado de Alianza con Dios? (Noel Quesson).

Los diez mandamientos -que en los capítulos siguientes están mucho más detallados- resumen el estilo de vida que se pide al pueblo elegido. Unos se refieren a la relación con Dios, empezando por el primero y más importante: «no tendrás otros dioses frente a mí». Los otros dan normas sobre el trato a los demás, empezando por el «honra a tu padre y a tu madre». Los mandamientos de la primera Alianza siguen siendo válidos. Son «diez palabras» (eso es lo que significa «decálogo») que Dios nos ha dirigido de una vez por todas, para que vivamos según sus caminos. Jesús no suprimió los mandamientos. Les dio motivaciones más profundas («amaos como yo os he amado») y los completó (sobre todo, con las bienaventuranzas y el sermón de la montaña). Los mandamientos no nos quitan la libertad: al contrario, son el camino de una vida digna, libre, en armonía con Dios y con el prójimo, que es el mejor modo de estar también en armonía con nosotros mismos. Los mandamientos son el camino para la verdadera liberación. Podemos decir con humildad y alegría: «tú tienes palabras de vida eterna... la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma... los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón», reconociendo el principio básico: «Yo soy el Señor tu Dios». Vamos a asomarnos hoy a las páginas que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a los mandamientos, entendidos ahora desde Cristo (3a parte: «La vida en Cristo»; segunda sección: «los diez mandamientos» no. 2052-2557). Es una buena actualización de esas palabras normativas de Dios, que siguen válidas para toda la humanidad y para nosotros, los cristianos.

Se recoge aquí, como en Dt 5, el Decálogo (10 palabras o mandamientos, o código moral), en el ambiente de la teofanía. Algunos preceptos negativos como “no matarás” en formulación apodíctica (negación, más futuro en segunda persona) es propia de los mandamientos bíblicos y difiere de la formulación casuística (cf Código de la Alianza en cc. 21-23). Los 10 mandamientos son el núcleo de la ética del AT y mantienen su valor en el Nuevo, como recuerda Jesús (cf Lc 18,20) y los completa (cf 5,17ss). Los Padres y Doctores de la Iglesia los han comentado con profusión pues como señala Santo Tomás de Aquino todos los preceptos de la ley natural están allí contenidos, tanto los universales (haz el bien y evita el mal) como los particulares, en sus principios y próximas conclusiones. Todo parte del reconocimiento de un Dios único, verdadero, y de la fe en Él (Catecismo 2113) y Cristo expulsará a los vendedores del templo (Jn 2,17) diciendo “el celo de tu casa me devora” (Sal 69,10).

El segundo mandamiento sobre respetar el nombre de Dios (Catecismo 2142) va seguido del precepto del sábado como día santo (cf Lv 23,3) y siempre tiene carácter religioso (cf 16,22-30) y el sabat es sábado y descanso al mismo tiempo, culto de homenaje a Dios y gozo.

El v. 12 cominza la segunda tabla con la atención a la familia (Catecismo 2197), iglesia doméstica (Lumen gentium 11). Luego se protege la vida que sólo es de Dios (sólo la legítima defensa individual o social es causa de privar de ella a alguien), y la muerte de los más débiles (aborto, eutanasia directa…) implica mayor gravedad (Juan Pablo II, Evangelium vitae 57)... los preceptos negativos entrañan toda una carga positiva que se irá desarrollando en sus potencialidades: presentar la otra mejilla, amar a los enemigos (Catecismo 2262). El sexto mandamiento se dirige a guadar la santidad del matrimonio y hacia ello iban dirigidas las penas severas recogidas en Dt 22,23ss, Lv 20,10. Luego se desarrolla la doctrina y se ve que todo desorden sexual degrada la dignidad de la persona y es ofensa a Dios (Pr 8,8-27; 23,27-28) y Jesús marca la orientación positiva (Mt 5,27-32): el hombre no debe separar lo que Dios ha unido (cf Mt 19,6; Catecismo 2336).

El v. 15 habla de no robar personas (Dt 24,7) ni bienes ajenos (Catecismo 2409) pero hay situaciones especialmente degradantes como el tráfico de niños, comercio de embriones humanos, toma de rehenes, arrestos o encarcelamientos arbitrarios, segregación racial, campos de concentración… esclavizar seres humanos, menospreciar su dignidad personal, tratrarlos como mercancía, objeto de consumo o fuente de beneficio: “no como un esclavo, sino… como un hermano… en el Señor” (Flm 16; Catecismo 2414) lo que originará la norma personalista: nunca tratar a una persona como un medio, sino quererla como un fin, en sí misma.

El falso testimonio va contra la verdad y la fidelidad en las relaciones humanas, fundamento de la vida social (Gaudium et spes 26), y atenta a ello la mentira y difamación (cf Si 7,12-13), calumnia y toda ofensa que dañe a la dignidad del prójimo (cf St 3,1-12: Catecismo 2464). Igualmente la codicia (concupiscencia de la carne, de los ojos… del bien ajeno: Catecismo 2514).

La etapa del Sinaí es decisiva. Su grandiosa puesta en escena prepara a los hebreos a lo que va a suceder ahora: un pueblo encuentra a Dios a través de un mediador, Moisés, que sirve de lazo de unión entre los hombres y el misterio escondido de Dios. Más que considerar uno a uno cada uno de los diez mandamientos, hay que tratar de meditar los grandes rasgos esenciales de este documento capital. -Yo soy el Señor, tu Dios... No solamente «soy Dios» sino «Yo soy tu Dios»... Dios se descubre como un ser en relación con los hombres. No conocemos a Dios «en sí mismo», sino que quiere ser «para nosotros, entre nosotros». Es el Dios de una «alianza», es un compañero de amor: «Yo soy tu Dios».

-Que te ha sacado de Egipto, de la casa de servidumbre... Esta es la motivación profunda del decálogo, afirmada en exergo de la Ley: «os he liberado de la alienación, de la servidumbre y no para que recaigáis. Cada uno de mis diez mandamientos es como un balizaje que os guía para no recaer en servidumbre». ¡Estas palabras de Dios son a nivel interior, mucho más liberadoras que la salida de Egipto! Los diez mandamientos: Respetar a Dios... Respetar al hombre... Hoy, como siempre, existe la tentación de disociar las dos tablas de la ley. Según el propio temperamento, podemos evadirnos hacia un amor de Dios desencarnado que llega a olvidar las consecuencias concretas que ello comporta, o bien nos evadiría hacia un servicio activista del prójimo que se separaría de la exigencia y universalidad de su fuente. "Amad a Dios. Amad a vuestros hermanos". Dos mandamientos unidos (Mt 22,39).

-No tendrás otros dioses más que a mí. No construirás ningún ídolo. Santificar el Sábado. Estos deberes para con Dios son liberadores: «nada» material merece nuestra adoración. Sólo Dios está por encima de todo. Todo lo restante es indigno del hombre. Ahora bien, todavía HOY nos hallamos tentados de procurarnos ídolos, de apegarnos a cosas que no merecen nuestro afecto y que pueden alienarnos: el dinero, el placer, el confort, la belleza, la salud, el partido, nuestras propias ideas... cosas buenas en sí pero que pueden llegar a ser tremendas cadenas. «No adorarás falsos dioses.»

-Honra a tu padre y a tu madre. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio. No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni cosa alguna que le pertenezca. Dios está de parte del hombre. Quiere liberarnos de nuestras agresividades, de nuestros egoísmos. Se ha llamado a esto «el programa político de Dios», un programa preciso y simple a la vez. Imaginemos cuál sería el progreso de la humanidad en dignidad y en felicidad, si este programa fuera respetado algún día... ¡si supiéramos, de veras, «amar» a los demás! Pero conviene traducir esto en términos de HOY, partiendo de los análisis de las situaciones humanas actuales: luchad por los ancianos, por los débiles indefensos... defendeos de la sexualidad incontrolada, construid una vida conyugal y familiar digna del hombre y de la mujer... combatid contra la explotación del hombre por el hombre, contra las desigualdades económicas... combatid la mentira, la falsa propaganda. Ias psicosis colectivas de violencia... etc.

-(Se resume aquí el ideal del hombre.) Este decálogo no es otra cosa que el resumen de las grandes exigencias de toda conciencia humana. Son muchos los hombres y las mujeres que, sin conocer el evangelio, tratan de vivir ese ideal humano fundamental: ¿sabemos reconocer que, por ello, están ya en estado de Alianza con Dios? (Noel Quesson).

2. Salmo 19/18 que completa el anterior, de gran perfección en su estructura y ritmo. Parecida al sol es la Ley del Señor. También sus excelencias proclaman la gloria de Dios. Son cantadas en seis afirmaciones. En ellas se contemplan las maneras en que se han manifestado (ley, preceptos, mandatos, mandamientos… etc.), se exponen sus cualidades (perfección, firmeza, rectitud, pureza…), y se señalan sus efectos saludables para el hombre (vida, sabiduría, alegría, luz… ideas que se desarrollan en Sal 119). El “temor del Señor” (v.10) ha de considerarse incluido en la ley en cuanto que ésta manda al hombre respetar y venerar a Dios.

3. v. 20,1 El primer día de la semana, por la mañana temprano, todavía en tinieblas, fue María Magdalena al sepulcro y vio la losa quitada. Terminada la creación del Hombre (19,30) y preparada la verdadera Pascua (19,31-42), comienza sin interrupción el nuevo ciclo: el de la creación nueva y la Pascua definitiva. No señala el evangelista intervalo de días entre la muerte-sepultura de Jesús y la llegada del día primero; subraya así que uno y otro hecho son inseparables. “El último día”, que alboreó en la cruz, viene presentado ahora como “el primer día”, que inaugura la nueva época de la humanidad. Por la mañana temprano indica un momento en que ya hay luz (18,28), dato difícil de conciliar con el que sigue: todavía en tinieblas. Como en este evangelio “la tiniebla” significa una ideología contraria a la verdad de la vida (1,5; 3,19; 6,17; 12,35), esto quiere decir que María va al sepulcro poseída por la falsa concepción de la muerte y no se da cuenta de que el nuevo día ha comenzado ya. Es clara la alusión al Cantar (3,1: “Por la noche, buscaba al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré”). María es figura de la comunidad-esposa. Ella cree que la muerte ha triunfado. Va únicamente a visitar el sepulcro, sin llevar nada. La comunidad ha olvidado la recomendación de Jesús en Betania: guardar aquel perfume, que lo honraba como dador de vida, para el día de su sepultura (12,7). Pero la fe en la vida, simbolizada allí por el perfume, está ausente de María y de los discípulos que aparecerán a continuación. Buscan al dador de vida como a un cadáver. Al llegar, vio la losa quitada del sepulcro. La losa puesta habría sido el sello de la muerte definitiva (cf. 11,38s.41); pero la vida de Jesús no se ha interrumpido, su historia no se ha cerrado.

Detrás de cada lágrima, está Jesús que las enjuga. Detrás de cada búsqueda está Jesús que pronuncia nuestro nombre y nos invita a vivir. La memoria de María Magdalena es la memoria de un amor posible cuando todo parece perdido. Cuando María Magdalena escucha en su conciencia descubre que el Maestro está vivo. En el corazón de María Magdalena todavía hay oscuridad, la invade la tristeza y la angustia y Juan lo expresa diciendo que ella va de madrugada al sepulcro cuando todavía está oscuro. Sin embargo, los obstáculos para reconocer al Resucitado empiezan a desparecer: Su tristeza se convierte en asombro, la piedra que tapaba la tumba ha dejado la entrada libre, el sepulcro está vacío. Siente la necesidad de compartir esta primera experiencia por eso va a contarla a sus compañeros y se regresa nuevamente al sepulcro y vio que Jesús estaba allí pero no lo reconoció, cuando cae en la cuenta de que el sepulcro está vacío, llora. Jesús viéndola llorar le pregunta: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? Pero ella necesita desahogarse, llora a un cadáver, llora un pasado del cual no ha podido desprenderse, ella le responde al que cree que es el encargado del huerto: Dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré, está dispuesta a seguir arrastrando su pasado, pero Jesús la hace reaccionar, con su tono acostumbrado la llama por su nombre y con esa clave ella reconoce al resucitado, volvió a escuchar en su conciencia esa palabra que un día la había liberado y la había hecho encontrase consigo misma, esa palabra que la había sacado de su muerte espiritual y la había trasladado a la vida, ahora ante el sepulcro vacío, experimenta la nueva forma de vida de su maestro, la experiencia con el resucitado complementa el cambio interior de María Magdalena y aunque siente el deseo de tocarlo, ya no necesita la presencia física de Jesús, ya lo experimenta viviendo dentro de ella porque también la piedra que tapaba la entrada de su corazón ha sido derribada, la luz del resucitado ha transformado totalmente su vida, tendrá que comunicarlo, anunciarlo a los demás, a aquellos que todavía sienten la oscuridad de lo que ha pasado y que les queda difícil dar el paso a descubrirlo resucitado (Servicio Bíblico Latinoamericano).

v. 2 Fue entonces corriendo a ver a Simón Pedro y también al otro discípulo, el predilecto de Jesús, y les dijo: «Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto». La reacción de María es de alarma. Avisa a los dos discípulos por separado. Como lo había anunciado Jesús, su muerte ha provocado la dispersión de los suyos (16,32). En vez de anunciarles el dato objetivo, que la losa estaba quitada, María les propone su propia interpretación del hecho: se han llevado al Señor. Lo que era señal de vida (el sepulcro abierto) no lo ve como tal. Llama a Jesús "el Señor", pero para ella es un Señor impotente, que está a merced de lo que quieran hacer con él. El plural “no sabemos” indica la desorientación de la comunidad. Ésta se siente perdida sin Jesús. Hay una actitud de búsqueda, pero buscan a un Señor muerto. Él era su fuerza y su punto de referencia; al creerlo reducido a la impotencia, la comunidad queda ella misma sin ánimos y sin norte.

vv. 11-13 María se había quedado junto al sepulcro, fuera, llorando. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, en el lugar donde había estado puesto el cuerpo de Jesús. Le preguntaron ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Les dijo: «Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Jesús había anunciado a los suyos la tristeza por su muerte, pero asegurándoles la brevedad de la prueba y la alegría que les produciría su vuelta (16,16-23a). María, en cambio, llora sin esperanza (cf. 11,33); ha olvidado las palabras de Jesús. No se separa del sepulcro, donde ya no puede encontrarlo. Sin interrumpir su llanto, se asoma al interior del sepulcro. En los extremos del lecho ve dos ángeles o mensajeros de Dios; son los testigos de la resurrección y están dispuestos a anunciarla. Van vestidos de blanco, color de la gloria divina; su presencia es un anuncio de vida. Están sentados: su testimonio del sepulcro vacío es el término de su misión. Colocados a un lado y a otro, como los querubines del arca de la alianza (Éx 25,18), custodian el lugar donde ha brillado la gloria de Dios.

Ella había cambiado radicalmente su vida para consagrarse completamente al amor de Jesucristo, y sin embargo, ahora no lo encuentra. Llora desconsolada. Cristo se le aparece bajo la forma del jardinero y pregunta... A nosotros también nos ocurre que el Señor se nos “esconde”, no lo hallamos con la facilidad de antes, y podría tocar a nuestra puerta el llanto, la desazón... Pero es necesario abrir bien los ojos. María todavía no tiene una fe plena en su Señor. Él ha muerto, y parece que todo ha terminado... ¡Lo tiene delante y no lo reconoce! ¿No nos sucede a nosotros otro tanto? Cristo está delante de nosotros en esa situación difícil, en ese fracaso aparente, en las pequeñas cruces de todos los días. Y nos pregunta, nos grita de mil maneras diversas, ¿por qué lloras? ¿No te has dado cuenta que he resucitado y estoy contigo para siempre? Nos resulta urgente abrir los ojos de la fe. Cristo no acostumbra aparecer como Yahvé en el Antiguo Testamento. No hay rayos ni temblores. Jesucristo resucitado no quiere que le tengamos miedo y opta por lo sencillo. ¡Cristo camina con nosotros en lo cotidiano! Jesucristo se nos quiere manifestar en el trato con la familia, en la relación con el compañero de trabajo, la vecina, el cumplimiento del deber cotidiano. ¡Lo tenemos delante de los ojos, pero muchas veces no queremos descubrirlo! Da la impresión, en ocasiones, que conocer a Cristo sería más “fácil” si pusiera requisitos más complicados ... pero a Cristo se le conoce en la humildad de lo ordinario vivido de modo extraordinario. “¡Levántate tú que duermes, y te iluminará Cristo!” nos anuncia la liturgia pascual. Pero podríamos decir también, levántate tú que estás abatido, triste, confundido, y sal al encuentro del Resucitado. Él ha olvidado ya tu pasado, tus traiciones e infidelidades. Él quiere secar hoy tus lágrimas. Es por eso que, como con María Magdalena, quiere iniciar contigo ahora un diálogo de corazón a Corazón... María Magdalena es modelo de los que buscan a Jesús. “Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado. Por esto, ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas” (S. Gregorio Magno). Que el amor hizo de María una buscadora queda patente en la pregunta que el Resucitado le dirige: "¿A quién buscas?". Me llaman la atención dos cosas. La primera es que esta pregunta clave está precedida por otra repetida: "¿Por qué lloras?". Como si la intensidad de la búsqueda fuera proporcional a la magnitud de la pérdida. Sólo se llora por lo que nos ha afectado profundamente. El llanto de la Magdalena es un certificado de un amor "directo al corazón", como suelen decir los cantantes de rock.

La segunda cosa que me llama la atención es el cambio de términos. Para el llanto se busca una causa (¿Por qué?). Para la búsqueda se hace referencia a una persona (¿A quién?). María no busca -como a veces nos gusta decir en le lenguaje de hoy- un ideal, una causa por la que luchar, un sentido. Todo esto vendrá por añadidura. María busca a Aquel que, mirándola "de otra manera", la ha restituido en su dignidad de mujer, a Aquel a quien ha seguido por los caminos de Galilea en compañía de otros hombres y mujeres, a Aquel colgado en un madero y abandonado por casi todos, excepto por ella. Sólo busca de esta manera quien sabe que, una vez perdonado, no puede ya vivir en la antigua condición. ¿No os parece que la trayectoria de María Magdalena es una propuesta para nuestras búsquedas de hoy?

El vestido de los ángeles indica que no hay razón para el llanto. Siendo mensajeros, si ella les preguntara (cf. Cant 3,2s: "¿Habéis visto al amor de mi alma"?) le darían la información que poseen. Pero no es María la que les pregunta, sino ellos a María («Mujer, ¿por qué lloras?»). En esta escena se ve a Jesús como buen pastor que busca a la oveja por su nombre, y ella “conoce su voz”, y tendrá que transmitir a los demás que ha visto al Señor. Por eso, en la tradición oriental fue llamada isapóstolos, “igual que los apóstoles”, y en la latina apostola apostolorum, “apóstol de apóstoles” (Biblia de Navarra). La llaman Mujer, apelativo usado por Jesús con su madre (2,4 y 19,6), la esposa fiel de Dios en la antigua alianza, y con la samaritana (4,21), la esposa infiel. Los ángeles ven en María a la esposa de la nueva alianza, que busca desolada al esposo, pensando haberlo perdido. María, de hecho, llama a Jesús mi Señor, como mujer al marido, según el uso de entonces. La respuesta de María delata su estado de ánimo. Es el mismo que tenía cuando llegó al sepulcro por primera vez (20,2): sigue pensando que todo ha terminado con la muerte.

vv. 14-15a Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. 15Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?» Mientras siga mirando al sepulcro, lugar de muerte, María no encontrará a Jesús. En cuanto se vuelve, lo ve de pie, como corresponde a una persona viva, pero la idea de la muerte la domina y no lo reconoce. Habría reconocido a un Jesús yacente, pero no lo reconoce vivo. La pregunta de Jesús repite en primer lugar la de los ángeles; como ellos, insinúa a María que no hay motivo para llorar. Añade ¿A quién buscas?, como preguntó a los que iban a prenderlo (18,4.7), y espera la misma respuesta que aquéllos dieron entonces: "A Jesús el Nazareno". Quiere darse a conocer. Pero María no pronuncia su nombre.

v. 15b Ella, pensando que era el hortelano, le dice: «Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré». María Magdalena es una mujer que ama profundamente a Jesucristo. Impresiona que un enamorado sea capaz de ciertas “locuras” para agradar al amado y disfrutar de su presencia. El amor, cuando es auténtico, es donación, y su único límite es no tener límites. Este amor que no conoce obstáculos lleva a esta mujer a decir cosas que, a simple vista, pueden parecer delirios o incluso acusaciones sumamente comprometedoras. Primero le insinúa al jardinero que ha sido un profanador del sepulcro de Cristo: “si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto...” Ella no está buscando culpables, sino que pide ayuda a quien sea. Su interés está en recuperar al amor de su vida que se le ha escondido. No reprocha, no reclama, simplemente suplica: “¡Oriéntame para encontrar al Maestro!” ¿También nosotros acudimos con ese interés a nuestra dirección espiritual, a los sacramentos? ¿Le pedimos a la Iglesia, a sus ministros, con verdadero interés, que nos muestren dónde está el Cristo vivo? ¿O nos hemos acostumbrado a su presencia silenciosa en la Eucaristía y en los hermanos? Pero el amor de la Magdalena la empuja a más: “...yo lo recogeré”. ¿Cómo podrá una mujer sola cargar una cierta distancia el cuerpo de un hombre de 33 años, con la musculatura propia de un carpintero y peregrino, de un hombre-Dios que pudo expulsar Él solo a los mercaderes del templo? A la Magdalena, nuevamente, no le interesan las dificultades: su amor la empuja a vencerlas. En nuestra vida también hay enormes dificultades y algunas nos parecen incluso imposibles. Sin embargo, el amor de un alma convencida se crece ante la adversidad. Su amor es tan intenso que, de un cierto modo, le descubre que Cristo resucitado está a su lado. Sólo le interesa encontrarlo, poseerlo y darse a Él sin medida. Al no reconocer a Jesús, su presencia en el huerto le hace pensar que sea el hortelano. Con esta palabra reintroduce el evangelista la idea del huerto-jardín (19,41), volviendo al lenguaje del Cantar. Se prepara el encuentro de la esposa (Mujer) con el esposo (3,29). María no se da cuenta aún, pero ya está presente la primera pareja del mundo nuevo, el comienzo de la nueva humanidad. Jesús, como los ángeles, la ha llamado “mujer” (esposa); ella, expresando sin saberlo la realidad de Jesús, lo llama “Señor” (esposo, marido). Sin embargo, obsesionada con su idea, piensa que si Jesús no está en el sepulcro se debe a la acción de otros (si te lo has llevado tú). No sabe que, al dar su vida libremente, Jesús tenía en su mano recobrarla (10,18). Cree también María que la presencia de Jesús está vinculada a un lugar preciso (dime dónde lo has puesto), donde ella podría encontrarlo. Quiere asegurarse la cercanía a Jesús, aunque sea muerto (y yo me lo llevaré).

vv. 16-17a Le dice Jesús: «María». Cristo resucitado se conmueve ante el amor desinteresado y fiel de la Magdalena y la llama por su nombre. No puede seguir ocultándose y se le descubre. (Cristo resucitado puede aparecerse corporalmente, a quien quiere, y le reconoce quien Él quiere, y quien está preparado, por eso va preparando a quienes se aparece…) Y es que un amor así, a pesar de nuestras debilidades pasadas, conmueve a nuestro Señor hasta lo más profundo de su ser y se siente “desarmado”, no puede no corresponder a nuestro amor. Jesús ha vencido al mal –incluso el que nosotros hemos cometido–, y nosotros hemos triunfado con Él. La Magdalena se postra ante Él, y Él la llena del gozo de su resurrección, como quiere llenarnos a nosotros en este rato de oración. Sólo basta perseverar en la prueba y pedir su gracia, buscar para encontrarlo. Pero Cristo Resucitado nos muestra que Él no se deja ganar en generosidad. María Magdalena no pensaba encontrar más que un cadáver, y sin embargo, Cristo se le muestra con su cuerpo glorioso, vivo para siempre. Animados por esta confianza, debemos también acercarnos con una disposición de entrega a Jesucristo, para pedirle que nos ayude a vencer al hombre viejo, a vivir como hombres o mujeres nuevos... La resurrección obra una auténtica transformación en la Magdalena. Ya no llora.

Volviéndose ella, le dijo en su lengua: «Rabbuni» (que equivale a “Maestro”). Le dijo Jesús: «Suéltame, que aún no he subido con el Padre para quedarme». Jesús la llama por su nombre y ella reconoce su voz (10,3; cf. Cant 5,2). Se vuelve del todo, sin mirar más al sepulcro, que es el pasado. Al esposo responde la esposa (cf. Jr 33,11: "Se oirán la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia"; Jn 3,29): se establece la nueva alianza por medio del Mesías. Rabbuni, “Señor mío”, era tratamiento dado a los maestros, como lo hace notar el evangelista; pero lo usaba también la mujer para dirigirse al marido. Se combinan así los dos aspectos de la escena. Como término del lenguaje conyugal, Rabbuni expresa la relación de amor y fidelidad que une la comunidad a Jesús. Como tratamiento para el maestro, indica que ese amor se concibe en términos de discipulado, es decir, de seguimiento, de práctica de un amor como el suyo (1,16; cf. 13,34: Igual que yo os he amado).

Ahora es enviada por Cristo a anunciar el gozo de su triunfo: “Ve y dile a mis hermanos..” ¡Por primera vez en el Evangelio Cristo nos llama hermanos suyos! ¡Se ha realizado la filiación divina: somos verdaderamente hijos adoptivos de Dios y hermanos de Cristo! Y como tales, participamos de su misma misión... La resurrección no podemos guardarla en el baúl de los recuerdos, sino anunciarla a los cuatro vientos como María Magdalena, de manera que muchos otros hombres y mujeres se conviertan en apóstoles convencidos del Reino de Cristo. María Magdalena sale a dar testimonio de la resurrección, pero su amor no le permite sólo rezar y dar ejemplo con su vida virtuosa para que los demás conozcan a Cristo. Ella siente la necesidad, esencial a nuestra vocación cristiana, de hacer algo, hablar, predicar, atender, ayudar, etc., todo lo que pueda, para dar a conocer el amor de Cristo al mundo.

Hay un gesto implícito de María respecto a Jesús (Cant 3,4: “Encontré al amor de mi alma; lo agarraré y ya no lo soltaré”). A ese gesto responde Jesús al decir a María: Suéltame. Da la razón (aún no he subido al Padre para quedarme). No es aún el momento de la subida definitiva de Jesús al Padre (para quedarme) ni de la fiesta nupcial. Tiene otro sentido: tendrá ocasión de verle más veces antes de la ascensión…

Con este detalle de la narración, el evangelista llama a la realidad a las comunidades cristianas. Aún no se encuentran en el estadio final. No pueden centrarse en la unión gozosa con el resucitado, olvidando la misión. Hay que continuar la de Jesús, realizando las obras del que lo envió (9,4) y mostrando hasta el fin el amor de Dios al ser humano.

v. 17b «En cambio, ve a decirles a mis hermanos: “Subo a mi Padre, que es vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios”». Jesús interrumpe el deseo de unión definitiva para enviar a María con un mensaje para los discípulos, a los que por primera vez llama “sus hermanos”: amor fraterno, comunidad de iguales. Antes de la definitiva hay otra subida de Jesús al Padre (Subo a mi Padre), que dará comienzo a la nueva historia. Después volverá con los discípulos (14,18), estará presente con los suyos y seguirá “llegando” a la comunidad. Cuando deje de “llegar” será el momento de la subida definitiva, a la que se incorporará la nueva humanidad, formada a lo largo de la historia y representada aquí en su primicia por María Magdalena. Será la entrada del reino de Dios en su estadio final; la creación habrá quedado plenamente realizada. La mención del Padre de Jesús como Padre de los discípulos responde a la promesa de 14,2-3: “En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos, etc.”. Jesús sube ahora para dar a los suyos la condición de hijos de Dios (mis hermanos), mediante la infusión de su Espíritu (14,16s). Esta experiencia les hará conocer a Dios como Padre (17,3); será su primera experiencia verdadera de Dios. No van a llamar Padre al que ya creen conocer como Dios, sino al contrario: llamarán Dios al que experimentan por primera vez como Padre. No reconocerán a otro Dios más que al que ha manifestado en la cruz de Jesús su amor gratuito y generoso por el hombre, comunicándole su propia vida. Es el único Dios verdadero (17,3).

v. 18 María fue anunciando a los discípulos: «He visto al Señor en persona, y me ha dicho esto y esto». Por boca de su representante, la comunidad recibe noticia de la resurrección de Jesús. María, que lo ha visto, se convierte en mensajera. Su anuncio parte de la experiencia personal de Jesús y del mensaje que Él le comunica. Con este mensaje va a comenzar la nueva comunidad de hermanos, cuyo centro será Jesús.

Magdalena era, según la tradición, mujer inquieta, sumamente afectiva, insaciable en el amor, mujer de contrastes. Pasó de enferma, poseída por siete demonios (Lc 8,2), a gozar de buena salud. Abandonó una vida de placer, alejada de Dios, y se hizo discípula de Jesús. Atesoró perfumes que le atrajeran clientes sedientos de placer, y un día rompió el frasco más valioso para perfumar los pies cansados de Jesús. Demos gracias a Dios por esta obra de la gracia. Él, Dios, abriendo caminos de conversión, hizo de una pública pecadora una santa; de una cortesana que vendía en Magdala sus favores, una celosa servidora de Jesús y del Evangelio; de una codiciosa y licenciosa apasionada, una incondicional discípula del Señor, una heroína presta a acompañar a la Virgen en la cumbre del Calvario donde su Hijo era crucificado. ¿Quién ha visto mayor cambio que el de Magdalena en la dirección del amor? Manteniendo igual su fogosidad y entrega, hizo del vivir para sí un tránsito feliz al vivir para los demás; hizo de una vida pecadora, otra vida en santidad.. En la Pascua de resurrección, Jesús se lo pagó haciéndola su ‘mensajera’ ante los propios apóstoles acobardados y tristes: Dijo Jesús a María Magdalena: anda, ve a mis hermanos y diles: subo al Padre mío y Padre vuestro, a Dios mío y Dios vuestro (Antífona) Señor, Dios nuestro: Cristo, tu Unigénito, confió a María Magdalena la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual; concédenos a nosotros, por su intercesión y ejemplo, anunciar siempre a Cristo resucitado y verle un día glorioso en el Reino de los cielos. Amén.

Movimientos feministas cristianos de todos los continentes han proclamado esta festividad como la fiesta de la presencia de las mujeres en la Iglesia. María Magdalena se nos presenta como modelo de discipulado, no sólo para las mujeres, sino para el conjunto de cristian@s. Es preciso dejarnos interpelar por la fuerza del Evangelio, que no hace acepción de personas, y menos aún por razones de género. Es una mujer la que sabe estar sentada a los pies del Señor, escuchando su Palabra (Lc 10, 39). Son mujeres, encabezadas por María Magdalena, las encargadas de anunciar al Resucitado.

Se suele fusionar a María Magdalena con la "pecadora pública" que lava los pies de Jesús con sus lágrimas en casa de Simón el fariseo y que recibe el elogio de Jesús "porque amó mucho" (Lc 7,36-50); también con María de Betania, o con la mujer que unge a Jesús para la muerte (Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8). Sin embargo, no hay en los Evangelios canónicos evidencias textuales que nos aseguren que se trate de la misma persona. Lo que sabemos con certeza de María Magdalena es lo siguiente: Era una de las mujeres que, junto con los Doce acompañaban a Jesús "por ciudades y pueblos" mientras "anunciaba la Buena Nueva del Reino de Dios". (Lc 8,1-2) y le habían seguido desde Galilea hasta Jerusalén, es decir, en toda la gran ruta de Jesús. De estas mujeres (siete discípulas según Pistis Sophia) no se dice nada, hasta que las volvemos a encontrar junto a la cruz. Antes como hoy, la presencia de las mujeres es invisibilizada. Estas mujeres que seguían a Jesús habían sido "curadas de espíritus malignos y enfermedades" (Lc 8,2). Pero de María Magdalena "habían salido siete demonios" es decir, muchos. Formaba parte del grupo de mujeres que acompañaban a Jesús en el Calvario . Impotentes ante el martirio, tienen sin embargo el valor y el amor suficientes como para acompañar al Crucificado, cuando uno ha traicionado, otro ha negado, el resto ha huido; los sacerdotes y letrados se burlan. Quienes han tenido la experiencia de acompañar a personas moribundas saben lo difícil que es este simple "estar ahí", más aún en las condiciones de la agonía de Jesús. Estuvo con José de Arimatea y Nicodemo cuando sepultaron a Jesús. No necesitan de un profeta poderoso en hechos y en palabras para acompañar al Amado. Están ahí, no sólo en la agonía, sino en el silencio de la puesta en el sepulcro.

Para la revisión de vida: - Ante mis defectos de carácter, ¿tengo la audacia de María Magdalena de ponerme a los pies de Jesús para pedirle que haga de mí una "nueva creación"?

- ¿Me atrevo a defender la dignidad de las mujeres, hijas de Dios, en los diversos ámbitos de la vida eclesial?

¿Qué tipo de discipulado encontramos en María Magdalena? Nos encontramos con una mujer inquieta, cautivada por Jesús, apasionada, que busca a Jesús. En María Magdalena también encontramos gestos de ternura hacia Jesús: es capaz de ponerse a sus pies, perfumárselos con el mejor perfume y besárselos. Otro rasgo de su seguimiento es la valentía del saber estar en los momentos clave, no haciéndose ver, sino sabiendo acompañar con discreción, desde el silencio, un silencio que dice mucho: le acompaña de cerca en el camino al Calvario, permanece junto a María y Juan al pie de la cruz. Esta cercanía de María Magdalena a Jesús no podemos decir que es pura relación afectiva que no compromete a nada. María Magdalena también participa de la Misión de Jesús, se siente misionera. Prueba de ello es que tras encontrarse con el Maestro en el sepulcro, corre a contar a los apóstoles lo que ha visto y vivido. Ojalá también nosotros sepamos vivir así nuestro seguimiento a Jesús: sintiéndonos acogidos por él, amándole, siendo valientes, estando con él y siendo misioneros (Miren Elejalde, Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano).

Ha sido habitual identificarla con la mujer pecadora de Lucas 7,36-50, pero esa mujer no recibe ningún nombre y no hay razón suficiente para esa identificación, pero de todas formas queda como un icono de la penitencia: ¿Cuántas veces también nosotros nos sentimos deprimidos, trastornados, embrujados por los hechos que se arremolinan violentamente en nuestra vida? Es precisamente en estos momentos cuando Dios está más cercano a nosotros, ansioso de donarnos el consuelo de su abrazo y su Resurrección, si logramos renunciar a nuestra autocompasión y dejamos de hurgar, orgullosos, en nuestro corazón herido buscando sólo el bien propio. Si nos esforzamos por volver a la luz, entonces secaremos de nuestros ojos las lágrimas de la desesperación. Entonces veremos la esperanza de Cristo, el Hijo de Dios que ha triunfado sobre el dolor, el pecado y la muerte. María Magdalena es testigo de excepción de la muerte de Cristo y testigo de excepción de su resurrección. Allí donde los "valientes" hombres, los apóstoles, han huido detrás de sus miedos, esta mujer, audaz y sencilla en su arrojo ha puesto sus ojos en el lugar preciso para ver, como tal vez nadie ha visto, la Pascua de Cristo. Pero María Magdalena está ahí, al pie de la cruz, no por curiosidad no por causalidad, sino porque, su vida misma ha sido marcada por el ministerio de Cristo. Ella ha sido creada por la palabra, la gracia, la oración y el poder del Espíritu que habita en Jesucristo. Ha hecho un camino, desde Galilea hasta Jerusalén, y por eso ha hecho también ese otro camino, desde la entrada triunfal hasta el Gólgota. Así entendemos que en la vida de la Magdalena lo único grande fue y es Cristo; lo único bello fue y es Cristo; lo único poderoso fue y es Cristo. En ella, como en todos los santos, resplandece Jesús, el Cristo de Dios. Fue grande Cristo liberándola de siete demonios. Fue grande perdonando sus culpas. Fue grande instruyéndola en el Evangelio vivo. Fue grande concediéndole fortaleza frente a la natural oposición que su presencia podía causar. Fue grande sobre todo llamándola como primera entre todos los hombres y mujeres que hoy proclamamos la verdad central de nuestra fe: ¡el Señor vive! Y es la encargada por Jesús para continuar el mensaje: “no te entretengas… lleva la noticia, el Evangelio… no te aferres a las cosas de aquí… aún no he subido a mi Padre» (Jn 20,17). Ella entendía algo, que costará de entender a los apóstoles pues les dirá: «por haberos dicho esto, vuestros corazones [de sus discípulos] se han llenado de tristeza», pero que «os conviene que yo me vaya» (Jn 16,6-7). Jesús debe ascender al Padre. Sin embargo, todavía está entre nosotros. ¿Cómo puede irse y quedarse al mismo tiempo? Está comenzando a hablarles de su presencia nueva… la Liturgia de su Iglesia, «hasta que él venga» (1Co 11,26).

Este amor nos llevará a vivir la vida, estar centrados en lo que toca en cada instante, y “sentir” el momento presente como la única cosa. Nos puede servir para acabar un artículo que escribí hace tiempo sobre la imagen de la vida como el tiro con arco. El blanco era difícil. Un águila oscura con sólo una pluma blanca en la punta del ala volaba alto, muy alto en curvas caprichosas, y desde el suelo con una sola flecha había que arrancarle la plumita blanca sin herir al ave. Llegó el primer arquero al centro reglamentario, y el Maestro le preguntó: “-¿qué ves?" Contestó: "-Veo el público, y mi familia y amigos...; veo el prado y las plantas y los árboles que me rodean; veo las nubes en el cielo, y el águila que entre ellas vuela”. “-Ves demasiado”, dijo el Maestro, y lo despidió. Llegó el segundo. "-¿Qué ves?” “-Veo sólo el punto blanco de la pluma que he de alcanzar con mi flecha". "-Ves demasiado poco”, dijo el Maestro, y lo despidió. Llegó el tercero. "-¿Qué ves?” “-Más que ver, siento. Siento a mi alrededor el público que con sus voces y sus gestos señalan el vuelo del águila; siento en mi piel la fuerza y la dirección del viento que me indica sin yo distraerme, hacia dónde va a empujar mi flecha; siento el arco y la flecha como prolongación de mi brazo y mano, y la pluma blanca en el cielo que se deja acariciar desde aquí por mi mirada”. "-Tú estás preparado", dijo el Maestro, "puedes tirar". Hubo un momento de susurros y miradas, de brisas y caricias, del sonido vibrante del arco seguro y la trayectoria certera de la flecha veloz. Un momento en que el todo se unió con el todo, y árboles y nubes y rostros y miradas se unieron en la punta de la flecha y en el copo blanco de la pluma que descendió satisfecha de satisfacer a todos. Cuando todo es uno, todo vive”.

Me gustó la historia, firmada por la hermana Teresita Santamaría, pues pensé que más que hacer cosas hay que vivirlas, sentir ese momento mágico que está escondido en cada cosa. A veces estamos replegados sobre nosotros mismos, no somos capaces de ese sentir la vida. El egoísmo nos impide darnos cuenta de lo que hay a nuestro alrededor, nos anula, nos priva de ser uno mismo quien actúa. Tendemos a dejarnos llevar por la rutina, el aburrimiento, y en esta situación caben las dos posibilidades: caer en la rutina que esclaviza –ver poco- o como el primer arquero ver demasiado, divagar, es fácil que la imaginación se desate y busque un refugio en la fantasía que, alejando de la realidad, acaba adormeciendo la voluntad. Es la ‘mística hojalatera’, hecha de ensueños vanos y de falsos idealismos: ¡ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esa profesión, ojalá tuviera más salud, o menos años, o más tiempo!” En esos casos, uno tiende a escapar de aquella situación a la que no quiere enfrentarse. Como la protagonista de la novela “Donde el corazón te lleve” de S. Tamaro, que dice a la abuela que se va a América, pues “así al menos no pierdo el tiempo y aprendo idiomas”. Pero le contesta la abuela que la vida no es una carrera sino un tiro con arco, lo importante en la vida no es hacer muchas cosas y no perder nunca el tiempo sino estar centrado, y el que no está centrado está descentrado, inquieto hasta que encuentra su centro.

Hay que evitar esos dos peligros: ver tan poco que uno acaba esclavo del deber, trabajo, afán de dinero... y está aburrido; y como consecuencia la cabeza va hacia otra parte, escapa entre ensueños que alejan de la realidad. Hemos de vivir la vida, estar centrados en lo que toca en cada instante, y “sentir” el momento presente como la única cosa existente, sin pensar en lo que pasó ni en lo que vendrá. Dios está como escondido en cada quehacer, y ese "algo divino" que está en todas las cosas está siempre ahí, esperando que sepamos encontrarlo, vivir cada instante con “vibración de eternidad”, como recordaba estos días Mons. Javier Echevarría con unos versos del poeta Joan Maragall, que comprendía muy bien ese “algo divino” encerrado en cada instante: “Esfuérzate en tu quehacer / como si de cada detalle que pienses, / de cada palabra que digas, / de cada pieza que pongas, / de cada golpe de martillo que des, / dependiese la salvación de la humanidad / porque en efecto depende, créelo”.

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