domingo, 31 de julio de 2011

San Mateo 14,22-36: Donde abunda el pecado, es más fuerte la gracia de Dios, cuando nos agarramos a la mano que siempre nos ofrece


San Mateo 14,22-36:
Donde abunda el pecado, es más fuerte la gracia de Dios, cuando nos agarramos a la mano que siempre nos ofrece

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

Lectura del libro de los Números 11, 4b-15. En aquellos días, los israelitas dijeron: -« ¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná.» El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocio en el campamento y, encima de él, el maná. Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor; y disgustado, dijo al Señor: -«¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: "Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres"? ¿De dónde sacaré pan para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mi llorando: "Danos de comer carne." Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas.»

Salmo 80, 12-13.14-15.16-17: R. Aclamad a Dios, nuestra fuerza.

Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos.

¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!: en un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra sus adversarios.

Los que aborrecen al Señor te adularían, y su suerte quedaría fijada; te alimentaría con flor de harina, te saciarla con miel silvestre.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 14,22-36. Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: -«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: -«Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.» Él le dijo: -«Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: -«Señor, sálvame.» En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: -«¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: -«Realmente eres Hijo de Dios.» Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar, apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto, y cuantos la tocaron quedaron curados.

Comentario: 1.- Nm 11,4-15: Leeremos durante cuatro días un nuevo libro del Pentateuco: el de los Números. Debe su nombre a que empieza con los censos de las tribus. Es un libro que continúa la historia de la peregrinación del pueblo de Israel por el desierto desde el Sinaí hasta Moab, a las puertas de la tierra prometida: los cuarenta años de odisea desde Egipto a Canaán. El desierto fue duro para el pueblo. El desierto es lo contrario de «instalación»: es la aventura del seguir caminando. El desierto ayuda a madurar. Pero lo que siempre continúan experimentando los israelitas es la cercanía de Dios, fiel a su Alianza.

a) El pueblo murmura por las condiciones en que tienen que vivir y caminar. Añoran la vida que llevaban en Egipto, a pesar de la esclavitud. La libertad siempre da miedo. El desierto es una aventura. Moisés también se deja contagiar por ese malestar. La impaciencia del pueblo va contra él. Se han olvidado de todo lo que ha hecho por ellos. Y también él se desanima y está tentado de echarlo todo a rodar. Pero se refugia en la oración, una oración muy humana y sentida: «¿por qué tratas mal a tu siervo... por qué le haces cargar con todo este pueblo?». La crisis es fuerte. «Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir». No leemos -en esta selección, que forzosamente es breve- la respuesta que Dios le dio: que se hiciera ayudar. Que eligiera setenta personas sensatas que le echaran una mano para resolver los asuntos de ordinaria administración entre las familias y las tribus. Coincide con el consejo que le diera su suegro Jetró (Ex 18). En efecto, así lo hizo Moisés, y mejoró notablemente la marcha del pueblo.

b) Todos tenemos nuestros momentos de crisis y desánimo, aunque, tal vez, no hasta desearnos la muerte, como Moisés. A veces, es por las dificultades externas, como las del pueblo en el desierto. Por ejemplo, porque vemos muy poco fruto en el trabajo que estamos realizando. Otras veces, por el cansancio psicológico que produce la vida de cada día (el maná les llegó a parecer rutinario y sin gusto a los israelitas).

a) Con relativa frecuencia, durante su paso por el desierto el pueblo elegido se vio beneficiado por la abundancia inesperada de algún medio de subsistencia. Parece que podía sobrevivir normalmente gracias a los productos de animales domésticos que llevaba consigo, pero pudieron producirse períodos de sequía durante los cuales el pueblo descubrió un alimento inesperado: son frecuentes, en el desierto del Sinaí, las bandadas de pájaros, que agotados por la lucha contra el viento, caen sin fuerzas en el suelo. Asimismo, abundan los árboles que en los meses de junio y julio producen una forma comestible, muy abundante por la mañana, y que constituye el alimento principal, cuando no el único, de los frecuentadores del desierto (cf. Ex 16,1-30). Debido al momento providencial en que el pueblo advirtió la utilidad de este jugo de árboles (maná), la tradición elevó este sustento a la categoría de milagroso, verdadera alimentación sobrenatural, resultado de la plegaria de Moisés y signo de la providencia y de la elección de Dios.

b) La reflexión posterior opondrá este sustento venido de Dios a los alimentos terrestres (Dt 8,3-18; Sal 77/78,24-25; Sab 16,20), y hará un especial hincapié en las murmuraciones del pueblo, que, víctima del hambre, añoraba la alimentación recibida en Egipto y se mostraba incapaz de esperar de Dios su subsistencia. Las tradiciones hebraicas oponen sustento terreno y sustento sobrenatural, como si estuviesen situados en el mismo plano. Realmente no existe tal oposición ente ambos, pero sí en el uso que de ellos se hace. En efecto, sólo en la búsqueda de una justa repartición de los alimentos terrenos es donde se puede llegar a descubrir la participación del sustento recibido de Dios: Jesús no pudo revelarse "pan bajado del cielo", sino en el acto mismo de distribución de pan a los hambrientos (Jn 6). Desde el momento en que los medios de subsistencia terrenos se desvirtúan por el mal uso que de ellos se haga, por egoísmo o afán de lucro, pierden toda referencia posible al sustento divino: la murmuración es la anti-fe (Maertens-Frisque), es ceguera ante los dones divinos.

-Durante su marcha a través del desierto, los hijos de Israel volvieron a sus llantos... Atravesar el desierto. Hacer una "larga caminata". Un tema profundamente humano. ¡Cuántos hombres, cuantas mujeres caminan así en el desierto! Puedo buscar a mi alrededor, en mi ambiente, en mi propia vida, lo que ese símbolo significa: el desierto, el vacío, la «nada», sólo un camino abierto al infinito ante mí... con una sola certidumbre, que es preciso avanzar, caminar, continuar... -«¿Quién nos dará carne para comer?» En efecto, la prueba, el tiempo del desierto es un terrible crisol. El pueblo de Israel no cesa de gemir. ¡Y tiene razones para ello! El hambre, la sed, la incertidumbre del porvenir, la muerte que ronda. -Moisés estaba muy afectado y se dirigió al Señor: ¿por qué tratas así a tu siervo? ¿De dónde sacaré carne para dársela a todo este pueblo cuando me atormenta con sus lágrimas? Es una carga demasiado pesada para mí... ¿Por qué me has impuesto el peso de todo este pueblo?» Una vez más la reacción del hombre de Dios es la oración. Una oración realista, que no es un ensueño, sino que acepta a manos llenas una situación concreta para presentarla a Dios. Una vez más vemos a Moisés como solidario con el pueblo e intercesor en nombre del mismo pueblo. No deja de ver el pecado de su pueblo que suscita la «ira» de Dios, pero implora el perdón. Como Moisés, el gran profeta, el santo, podemos, alguna vez decir a Dios: «¡Me has dado, Señor, una carga muy pesada!» Esta oración no sería una dimisión, sino una llamada positiva.

-¡Ah! Si pudiera hallar gracia a tus ojos y ver apartada mi desventura. Finalmente la oración de Moisés se termina con una oración abierta cara al futuro: ayúdame. Señor, a cumplir todas mis responsabilidades. ¡Oración a la vez fuerte, discreta y resignada, que se expresa en forma interrogativa: "Si pudiera..." Me dirijo a Dios empleando también esa forma (Noel Quesson).

2. Hay días en que se nos acumulan los disgustos, y las tareas que tenemos entre manos nos pueden llegar a parecer una carga insoportable. ¿Nos sale entonces, desde lo más hondo, una oración como la de Moisés? ¿una oración no dulce, ni muy poética, pero sincera y realista, en la que le exponemos con confianza a Dios nuestra situación? Una oración como la del salmo de hoy: «Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer, los entregué a su corazón obstinado...». Tampoco a Jesús le salía siempre una oración optimista: «Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz». Tendríamos que imitar el ejemplo de Moisés, con su oración personal y vivida. Seguro que de esta oración nos vendrían ideas y soluciones, o, al menos, fuerzas y ánimos para seguir adelante. Por ejemplo, tal vez nos vendrá la inspiración de seguir el consejo de Dios a Moisés: que sepamos trabajar en equipo, compartiendo responsabilidades. En este pasaje su autor refiere una antiquísima tradición sobre el maná (vv. 7-9) y sobre la llegada súbita de una bandada de codornices (vv. 31-32) provocada por la súplica angustiosa de Moisés (vv. 10-15). Como telón de fondo, un cuadro realista de la murmuración incesante del pueblo (vv. 4-6).

Juan Pablo II comenta así el salmo 80: “se presenta firmemente arraigado en la historia de la salvación y, en particular, en el acontecimiento fundamental del éxodo de la esclavitud de Egipto, vinculado a la luna nueva del primer mes (cf. Ex 12,2.6; Lv 23,5). En efecto, allí se reveló el Dios liberador y salvador. (…) Comienza con una invitación a la fiesta, al canto, a la música: es la convocación oficial de la asamblea litúrgica según el antiguo precepto del culto, establecido ya en tierra egipcia con la celebración de la Pascua (cf. Sal 80,2-6a). Después de esa llamada se alza la voz misma del Señor a través del oráculo del sacerdote en el templo de Sión y estas palabras divinas ocuparán todo el resto del salmo (cf. vv. 6b-17). El discurso que se desarrolla es sencillo y gira en torno a dos polos ideales. Por una parte, está el don divino de la libertad que se ofrece a Israel oprimido e infeliz: "Clamaste en la aflicción, y te libré" (v. 8). Se alude también a la ayuda que el Señor prestó a Israel en su camino por el desierto, es decir, al don del agua en Meribá, en un marco de dificultad y prueba.

Sin embargo, por otra parte, además del don divino, el salmista introduce otro elemento significativo. La religión bíblica no es un monólogo solitario de Dios, una acción suya destinada a permanecer estéril. Al contrario, es un diálogo, una palabra a la que sigue una respuesta, un gesto de amor que exige adhesión. Por eso, se reserva gran espacio a las invitaciones que Dios dirige a Israel. El Señor lo invita ante todo a la observancia fiel del primer mandamiento, base de todo el Decálogo, es decir, la fe en el único Señor y Salvador, y la renuncia a los ídolos (cf. Ex 20,3-5). En el discurso del sacerdote en nombre de Dios se repite el verbo "escuchar", frecuente en el libro del Deuteronomio, que expresa la adhesión obediente a la Ley del Sinaí y es signo de la respuesta de Israel al don de la libertad. Efectivamente, en nuestro salmo se repite: "Escucha, pueblo mío. (...) Ojalá me escuchases, Israel (...). Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer. (...) Ojalá me escuchase mi pueblo" (Sal 80, 9.12.14). Sólo con su fidelidad en la escucha y en la obediencia el pueblo puede recibir plenamente los dones del Señor. Por desgracia, Dios debe constatar con amargura las numerosas infidelidades de Israel. El camino por el desierto, al que alude el salmo, está salpicado de estos actos de rebelión e idolatría, que alcanzarán su culmen en la fabricación del becerro de oro (cf. Ex 32,1-14).

La última parte del salmo (cf. vv. 14-17) tiene un tono melancólico. En efecto, Dios expresa allí un deseo que aún no se ha cumplido: "Ojalá me escuchase mi pueblo, y caminase Israel por mi camino" (v. 14). Con todo, esta melancolía se inspira en el amor y va unida a un deseo de colmar de bienes al pueblo elegido. Si Israel caminase por las sendas del Señor, él podría darle inmediatamente la victoria sobre sus enemigos (cf. v. 15), y alimentarlo "con flor de harina" y saciarlo "con miel silvestre" (v. 17). Sería un alegre banquete de pan fresquísimo, acompañado de miel que parece destilar de las rocas de la tierra prometida, representando la prosperidad y el bienestar pleno, como a menudo se repite en la Biblia (cf. Dt 6,3; 11,9; 26,9.15; 27,3; 31,20). Evidentemente, al abrir esta perspectiva maravillosa, el Señor quiere obtener la conversión de su pueblo, una respuesta de amor sincero y efectivo a su amor tan generoso. En la relectura cristiana, el ofrecimiento divino se manifiesta en toda su amplitud. En efecto, Orígenes nos brinda esta interpretación: el Señor "los hizo entrar en la tierra de la promesa; no los alimentó con el maná como en el desierto, sino con el grano de trigo caído en tierra (cf. Jn 12,24-25), que resucitó... Cristo es el grano de trigo; también es la roca que en el desierto sació con su agua al pueblo de Israel. En sentido espiritual, lo sació con miel, y no con agua, para que los que crean y reciban este alimento tengan la miel en su boca".

Como siempre en la historia de la salvación, la última palabra en el contraste entre Dios y el pueblo pecador nunca es el juicio y el castigo, sino el amor y el perdón. Dios no quiere juzgar y condenar, sino salvar y librar a la humanidad del mal. Sigue repitiendo las palabras que leemos en el libro del profeta Ezequiel: "¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel? Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor. Convertíos y vivid" (Ez 18, 23.31-32). La liturgia se transforma en el lugar privilegiado donde se escucha la invitación divina a la conversión, para volver al abrazo del Dios "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad" (Ex 34,6)”.


El simpático episodio de Pedro, que se hunde en las aguas del lago, describe bien el carácter de este impetuoso discípulo y nos ayuda a sacar lecciones provechosas para nuestra vida. Después de la multiplicación de los panes, Jesús se retira al monte a solas a orar, mientras sus discípulos suben a la barca y se adentran en el lago. Durante la noche se levanta el viento y pasan momentos de miedo, miedo que se convierte en espanto cuando ven llegar a Jesús, en la oscuridad, caminando sobre las aguas. Ahí se convierte Pedro en protagonista (con mucha frecuencia tiende al protagonismo…): pide a Jesús que le deje ir hacia él del mismo modo, y empieza a hacerlo, aunque luego tiene que gritar «Señor, sálvame», porque ha empezado a dudar y se hunde. Pedro es primario y un poco presuntuoso. Tiene que aprender todavía a no fiarse demasiado de sus propias fuerzas (el evangelio no nos dice qué cara pondrían los demás discípulos al presenciar el ridículo de Pedro). La presencia de Jesús hizo que amainara el viento. La reacción del grupo de apóstoles está llena de admiración: «realmente eres Hijo de Dios».

Una digresión: pienso que la introspección no es modo de conocimiento, sino que nos conocemos en la alteridad, en el diálogo, y ante todo, mirándonos en el espejo de Jesús, y luego mirándonos en esas experiencias que tenemos del trato con los demás, así, “rumiando”, crecemos… pues mirando a Jesús, “espejeándonos en él”, aprendemos cómo compaginaba su trabajo misionero -intenso, generoso- con los momentos de retiro y oración. En el diálogo con su Padre es donde encontraba, también él, la fuerza para su entrega a los demás. ¿No será ésta la causa de nuestros fracasos y de nuestra debilidad: que no sabemos retirarnos y hacer oración? ¿es la oración el motor de nuestra actividad? No se trata de refugiarnos en la oración para no trabajar. Pero tampoco de refugiarnos en el trabajo y descuidar la oración. Porque ambas cosas son necesarias en nuestra vida de cristianos y de apóstoles. Para que nuestra actividad no sólo sea humanamente honrada y hasta generosa, sino que lo sea en cristiano, desde las motivaciones de Dios. La barca de los discípulos, zarandeada por vientos contrarios, se ve fácilmente como símbolo de la Iglesia, agitada por los problemas internos y la oposición externa (cuando Mateo escribe su evangelio, la comunidad ya sabe muy bien lo que son los vientos contrarios). También es símbolo de la vida de cada uno de nosotros, con sus tempestades particulares. En ambos casos, hay una diferencia decisiva: sin Jesús en la barca, toda perece hundirse. Cuando le dejamos subir, el viento amaina. En los momentos peores, tendremos que recordar la respuesta de Jesús: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Y confiar en él.

La aventura de Pedro también nos interpela, por si tenemos la tendencia a fiarnos de nuestras fuerzas y a ser un tanto presuntuosos. Por una parte, hay que alabar la decisión de Pedro, que deja la (relativa) seguridad de la barca para intentar avanzar sobre las aguas. Tenemos que saber arriesgarnos y abandonar seguridades cuando Dios nos lo pide (recordemos a Abrahán, a sus 75 años) y no instalarnos en lo fácil. Lo que le faltó a Pedro fue una fe perseverante. Empezó bien, pero luego empezó a calcular sus fuerzas y los peligros del viento y del agua, y se hundió. La vida nos da golpes, que nos ayudan a madurar. Como a Pedro. No está mal que, alguna vez, nos salga espontánea, y con angustia, una oración tan breve como la suya: «Señor, sálvame». Seguramente Jesús nos podrá reprochar también a nosotros: «¡qué poca fe! ¿por qué has dudado?». E iremos aprendiendo a arriesgarnos a pesar del viento, pero convencidos de que la fuerza y el éxito están en Jesús, no en nuestras técnicas y talentos: «realmente eres Hijo de Dios». Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos a que se embarcaran y que se adelantaran a la otra orilla, mientras El despedía a la gente. Detalle sorprendente: "¡Obligó a sus discípulos a marcharse!" Es Juan quien explica esa anomalía (Juan 6, 14-15). La gente, maravillada por el milagro, quiso arrastrar a Jesús a una aventura política: proclamarle rey. Jesús conocía demasiado a sus propios discípulos, vinculados a esa misma perspectiva de mesianismo temporal... fácilmente se hubieran unido a esa inoportuna manifestación. Jesús les obligó a que se alejaran de allí y partiesen. Sí, Jesús se encontró a veces, ante problemas difíciles como ése, solo contra todos. -Después de despedir a la multitud, subió al monte para orar a solas. Podemos imaginarlo discutiendo paso a paso con los más recalcitrantes, los más entusiastas, que no querían marcharse... "Pero, si yo no he venido para esto... mi Reino no es de este mundo... no estoy encargado de daros de comer todos los días... volved a vuestro trabajo..." Cansado por esas discusiones, cuando quedó solo, sintió necesidad de orar. Contemplo en ti esa necesidad de orar que embarga tu corazón. Se ha probado desviarte de tu misión esencial. Por instinto vuelves a ella. Tu papel es espiritual, si bien tiene consecuencias importantes en lo material. -Al anochecer, seguía allí solo. Te contemplo orando. ¿Tengo yo el mismo deseo de soledad, de estar de corazón a corazón con el Padre? Para ti eso es más importante que todos los triunfos terrenales. ¿Qué le decías al Padre, en ese anochecer? Pensabas quizá en la Iglesia que estabas fundando, y a lo que, en todas las épocas, sería su tentación constante: hacer pasar los medios humanos al primer plano. ¿Creo yo en el valor de la oración? ¡Tiempo humanamente perdido, en apariencia! Pasar tiempo a solas con Dios. -Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, maltratada por las olas, porque llevaba viento contrario. Esto es realmente una imagen de tu Iglesia, marchando a menudo contra la corriente. -De madrugada se les acercó Jesús andando por el lago. Los discípulos, viéndolo andar por el lago, se asustaron mucho; decían: "¡Es un fantasma!", y daban gritos de miedo. La duda, el miedo. Sin embargo ¡fue Jesús quien les obligó a embarcar! -Jesús les habló en seguida: "Animo, soy Yo, no tengáis miedo", Jesús no se presenta; dice sencillamente: "Soy yo". Jesús inspira confianza, desdramatiza -Pedro tomó la palabra: "Señor, si eres Tú ¡mándame acercarme a ti andando sobre el agua!" Jesús le dijo: "¡Ven!" Es una respuesta... a una plegaria audaz... -Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Sálvame, Señor". Jesús extendió en seguida la mano y lo agarró: "Hombre de poca fe ¿por qué has dudado?" Cuando Pedro se encontrará en otras tempestades, mucho más graves para la Iglesia, en Roma; en las persecuciones que amenazarán la existencia de la Iglesia, recordará esa "mano" que agarró la suya, aquel día en el lago. Pedro es el primer creyente, el primero que haya vencido la duda y el miedo. La Fe, en su pureza rigurosa, va hasta ese salto a lo desconocido, ese riesgo que Pedro asumió más allá de las seguridades racionales: una confianza en Dios solo, sin punto de apoyo. ¡Señor, calma nuestras tempestades! Danos tu mano. -El viento amainó… (Noel Quesson).

4. (Ciclo A) Mateo 15,1-2.10-14. Si el evangelio de Pedro se ha adelantado al lunes, hoy se proclama el texto alternativo: la discusión de Jesús con los fariseos sobre lavarse o no las manos antes de comer. En el evangelio encontramos varias de estas polémicas: las normas relativas al sábado o al ayuno, por ejemplo. Hoy se trata del rito de lavarse las manos, al que los fariseos daban una importancia exagerada. No debió gustarles nada el tono liberal de la respuesta de Jesús. Como siempre, el Maestro da más importancia a lo interior que a lo exterior: lo que entra en la boca no mancha; es lo que sale de la boca lo que sí puede ser malo. Los fariseos se escandalizan. Cuando Jesús se entera de esta reacción, lanza un ataque duro: «la planta que no haya plantado mi Padre, será arrancada de raíz... son ciegos, guías de ciegos».

¿Caemos nosotros, alguna vez, en «escándalo farisaico», o sea, no motivado o, al menos, no por razones proporcionadas a nuestra reacción? Hacia qué se dirige nuestro cuidado o nuestro escrúpulo: hacia cosas externas o hacia actitudes internas, que son las que verdaderamente cuentan? Jesús no condena las normas ni las tradiciones, pero si su absolutización. No es que los actos externos sean indiferentes, pero, a veces, nos refugiamos en ellos con demasiada facilidad, para tranquilizar nuestra conciencia, sin ir a la raíz de las cosas. Jesús, en el sermón de la montaña, nos ha enseñado a hacer las cosas no para ser vistos, sino por convicción interior. ¿No habrá caído la moral cristiana en el mismo defecto de los fariseos, con una casuística exagerada respecto a detalles externos, sin poner el necesario énfasis en las actitudes del corazón o de la mentalidad, que son la raíz de los actos concretos? A veces, la letra ha matado el espíritu (baste recordar los extremos a los que se llegaba respecto al ayuno eucarístico desde la medianoche, o los trabajos que se podían hacer o no en domingo). La limpieza exterior de las manos o de los alimentos tiene su sentido, pero es mucho menos importante que los juicios interiores, las palabras que brotan de nuestra boca y las actitudes de ayuda o de enemistad que radican en nuestro corazón (J. Aldazábal).


sábado, 30 de julio de 2011

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (A): junto a Jesús eucarístico nos alimentamos de su Pan vivo, y la prueba de que participamos de Él es cuando lo d


Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (A): junto a Jesús eucarístico nos alimentamos de su Pan vivo, y la prueba de que participamos de Él es cuando lo damos a los demás: el pan divino –saciar la sed de Dios- y el pan para sus cuerpos –erradicar el hambre del mundo-

1. LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 55, 1,3: Así dice el Señor: - Oíd, sedientos todos, acudid por agua también los que no tenéis dinero: Venid y comprad trigo; comed sin pagar vino y lecho de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura? Escuchad atentos y comeréis bien, saborearéis platos substanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.

SALMO 144, 8-9.15-16.17-17: El Señor es clemente y misericordioso, / lento en la cólera y rico en piedad; / el Señor es bueno con todos; / es cariñoso con todas sus criaturas.

Los ojos de todos te están aguardando, / tú les das la comida a su tiempo; / abres tú la mano, / y sacias de favores a todo viviente.

El Señor es justo en todos sus caminos, / es bondadoso en todas sus acciones; / cerca está el Señor de los que lo invocan, / de los que le invocan sinceramente.

LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 8,35.37-39: Hermanos: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto venceremos fácilmente por Aquél que no ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor Nuestro.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 14, 13- 21: “Tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio”

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en una barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.

Al desembarcar, vio Jesús la muchedumbre, sintió compasión de ellos y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: —”Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a los poblados y compren algo de comer.”

Jesús les replicó: —”No hace falta que vayan, denles ustedes de comer.”

Ellos le replicaron: —”No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.”

Les dijo: —”Tráiganmelos.”

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce canastos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Comentario: Dios, nuestro Padre, nos convoca nuevamente a compartir el pan de la fraternidad en torno a la mesa que Él mismo nos prepara, como dice el prefacio dominical X: el pan único y partido es también prenda del domingo sin ocaso, la humanidad entera en el descanso de Dios. Pero mientras nos unimos al Señor en esas primicias de la bienaventuranza, hemos de trabajar… El hambre afecta a una gran parte de la humanidad, muestra el egoísmo de muchos. Por eso la geografía del hambre y la estadística del hambre es un indicador de un mundo absurdo, de una cultura inhumana, de una política sin imaginación, de una economía insensata, de un progreso sin sentido.. Pues, mientras haya hambre en el mundo, mientras se tolere, se fomente y se trafique con el hambre de los pueblos y de los hombres será impensable la paz, la justicia, la libertad, la solidaridad la felicidad. Así no se puede vivir al menos sin despojarse de la dignidad humana (“Eucaristía 1981”). Por primera vez en la historia, hemos llegado a poseer suficientes alimentos y medicinas para que todos los hombres puedan vivir y sobrevivir... Esta situación del mundo debería hacernos pensar en otras posibilidades y en otros órdenes económicos y políticos (Juan María Artadi). No se trata de un programa de revolución social, sino de la llamada urgente a la conversión religiosa que pone en un primer plano las exigencias éticas de la relación del hombre con Dios. Esa relación, más que en el templo y en el culto, se establece y confirma en la vida social Dios prefiere la misericordia a los sacrificios. En el encuentro con el pobre, con el desamparado y marginado, negocia el hombre su situación y relación con Dios. (Joaquín Losada). Jesús sacia nuestra hambre de Dios y nos urge a saciar el hambre de la humanidad sufriente. En pleno verano. Puede ser un buen momento para meditar tranquilos. También para autocontrolar los gastos de vacaciones y plantearnos de qué manera vamos a descansar o, dicho de otro modo, qué objetivos tenemos para las vacaciones. Buen momento para alimentar la labor de aquellos que dedican las vacaciones para hacer un servicio o para iluminar la vida de aquellas personas que renuncian a sí mismas por estar al servicio de un familiar anciano o enfermo crónico. O tantas vidas anónimas que viven el espíritu evangélico muy a fondo… (J. Romaguera).

1. -Contexto: El tema de la eficacia de la palabra divina, "leit-motiv" de todo el segundo Isaías: cap. 40-55, ilumina la lectura litúrgica de hoy. Todo el poema intenta levantar los ánimos de los desterrados con la esperanza de la inminente vuelta del destierro. Ante la pertinaz incredulidad de su gente, el poeta se ve obligado a recurrir a la palabra de Dios (cap. 55): el Señor siempre cumple sus promesas (40. 8), su palabra se realiza (55. 4), nunca vuelve vacía (45. 23).

-Texto de hoy: Un vendedor ambulante ofrece su mercancía, trigo, agua, vino y leche, a hombres hambrientos y sedientos (v. 1). Esos productos alimenticios no están reservados a ricos y poderosos sino a todo ser humano, ya que son absolutamente gratuitos; el único requisito exigido es tener ganas de comer y beber.

El vendedor es el profeta que habla en nombre de Dios. El producto que ofrece es de tal calidad que no se le puede poner precio. Por eso es gratuito. Los hambrientos y sedientos son los exiliados, todos ellos privados del alimento primordial de la libertad. ¿Dónde encontrar ese alimento? Los exiliados andan un tanto despistados y tratan de comer y de beber algo que nunca puede calmar su hambre y su sed: "¿por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura?" (v. 2; cf. 41. 17; 48. 21; 49. 10...). Resecos por la aridez del camino intentan buscar fuentes, pero no las encuentran... Sólo el Señor es el verdadero aljibe, sin agrietar, de aguas cristalinas (Jr 2,13) que son capaces de empapar la tierra sedienta y hacerla germinar (55.10ss). Sólo Dios es el que puede derramar su agua sobre todo lo sediento y vivificarlo. Y el agua que da vida a lo reseco es símbolo del espíritu o aliento divino que reanima al pueblo deportado. El trigo evoca no un pan cualquiera sino el pan de la palabra divina: "...el hombre no vive sólo de pan sino de todo lo que sale de la boca de Dios" (Dt 8. 3; Mt 4. 4). Por haber despreciado tantas veces este pan de la palabra, Amós nos recriminará: "Mirad que llegan días... en que enviaré hambre al país: no hambre de pan, sino de oír la palabra del Señor" (8. 11). El vino y la leche, alimentos a los que se compara la palabra de Dios son enumerados con mucha frecuencia en la Biblia como bienes elementales y, a la vez, insuperables (Is 60. 16; 66. 11...; Ct 5. 1...). El profeta nos invita a participar en el banquete de esta palabra, fuente de vida, en acudir al Señor. El bien que se ofrece es gratuito, la liberación del pueblo (52. 3). Si el ser humano se abre escuchando la palabra (v. 3) obtendrá la vida.

-Reflexiones: ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? Es decir, ¿por qué gastáis tanto en cosas superfluas, cuando hay tanta gente que no tiene lo necesario para vivir? La mayor parte de nosotros, si analizamos nuestros gastos, veremos que podíamos prescindir de muchos de ellos sin que se resintiera ni nuestra salud, ni el bienestar en el que vivimos. Bastaría con que fuéramos un poco más sobrios, un poco más austeros, un poco más pobres evangélicamente, para que aún nos sobrara algo con lo que poder alimentar a algunas de esas personas que sabemos que se están muriendo de hambre. Es siempre cuestión de amor, cuestión de generosidad, y cuestión de una más justa distribución de las riquezas. No es ningún secreto, todos sabemos que sobran en nuestro mundo alimentos y dinero para que puedan vivir dignamente todas las personas. Pero es el egoísmo de los que tenemos mucho el que no nos permite ayudar a los que no tienen nada o casi nada. Sí, una vez más, es cuestión de amor, o, mejor de falta de amor.

-¿Por qué nos empeñamos en gastar dinero en lo que no alimenta? El bienestar, el nivel de vida, nuestra posición social... ¿puede calmar nuestra hambre y nuestra sed? Más bien, todo lo contrario: tedio, aburrimiento prematuro, refugio en el alcohol y droga, suicidios... ¿Seremos capaces de emplear bien nuestro salario?... Los hombres estamos hambrientos y sedientos... y buscamos pan y agua. ¿Dónde están los vendedores ambulantes a los que podamos acudir? Preferimos montar nuestro tenderete entre "gente bien" que sepa agradecernos nuestra oferta… Y esta oferta al banquete de la palabra nos evoca la invitación al banquete definitivo, instaurado por Jesús. Banquete gratuito, universal, sin distinción de personas... Banquete que colma todas las ansiedades y preocupaciones humanas (Mt 22. 2ss; Ap 21. 6; 2: A. Gil Modrego).

2. El mundo moderno, marcado por el ateísmo, está tentado de rechazar toda trascendencia... En esta perspectiva reduccionista, el universo y el hombre se bastan a sí mismos. Sin embargo los ateos más lúcidos, confiesan que esta condición humana es trágica. Y algunos redefinen al hombre como "un ser que solamente puede realizarse en dependencia de Otro". Malraux afirma lo siguiente: "El problema principal para un agnóstico de nuestro tiempo es el siguiente: puede existir una comunión sin trascendencia, y si no, ¿sobre qué puede fundar el hombre sus valores supremos? ¿Sobre qué trascendencia no revelada puede fundar su comunión? Escucho de nuevo el murmullo que escuchaba hace poco: si es para suicidarse, ¿para qué ir a la luna?". Este salmo, sin controversia, ingenuamente, toma partido en este gran debate. Se trata de saber si el hombre puede definirse únicamente por lo "inmediato", "objeto de necesidad y de fabricación o de placer"... O bien si se define también, por una "apertura" a una realidad totalmente otra y que no depende de él: ¡Dios!

Ya hemos referido varias veces que este Salmo es alfabético (cada verso comienza con una de las letras)... signo de que se quiere cantar "la Alianza" en forma total... Alaba la "gloria" de Dios, su "magnificencia", su "grandeza" su "poder", su "esplendor"... En la perspectiva judeo-cristiana, Dios es el totalmente otro, el trascedente. ¡Dios es Dios! Esto es un balbuceo para hablar de El. Si fuera cierto que Dios está "a nuestro alcance", si El fuera de "nuestro mundo", si estuviera "al nivel de las cosas observables"... estaría a nuestro nivel, particular, pequeño. Si lograra limitar a Dios, comprenderlo totalmente, no sería más grande que mi pequeño cerebro. Dios no es del mismo orden de lo creado. El salmista lo dice hablando de su "magnificencia", de su "gloria", de su "grandeza". ¡Sí! Dios nos supera totalmente, así como el infinito es de un orden completamente diferente al finito. En nuestra época de comunicación intercultural, tenemos que aprender de los orientales el sentido agudo de nuestra pequeñez, de nuestra desaparición en el "gran todo" que nos supera. Sin embargo, nos resistimos a aceptar este "nirvana" integral, este "anonadamiento" integral. Dios quiere que existamos ante El. Por eso el salmo canta también la "bondad" divina, su "justicia", su "ternura", su "piedad", su "amor", su "fidelidad", su "proximidad"... Cualidades más que todo paternales. ¡Dios es Rey! Pero un rey que pone todo su poder al servicio de su amor y derrama sus bendiciones sobre la humanidad. No es un potentado dominador y lejano: se interesa por su creación y en ella difunde la vida. Todo el Evangelio testimonia que Jesús era "el hombre vuelto hacia Dios". El enviado del Padre. No tiene quereres personales: está sólo para hacer la voluntad del Padre. Jesús es la expresión viviente y la encarnación de esta ternura de Dios de que habla el salmo 144, El es aquel "que sostiene a los que caen y levanta a los agobiados". En la perspectiva judeo-cristiana, Dios es también el totalmente próximo, el inmanente, el Dios con nosotros, el Dios que hizo la Alianza. Esta perspectiva complementa la del salmo. Si tenemos en cuenta los dos aspectos, lograremos un pensamiento equilibrado, equilibrio que sólo Jesucristo llevó a total perfección: el hombre Dios.

Alabad, bendecid, proclamad, dad gracias. Si, según costumbre de la Sinagoga, utilizamos frecuentemente este salmo, surgirá poco a poco en nosotros una actitud esencial: el sentido de la "alabanza". Con frecuencia tenemos ante Dios la actitud del pedigüeño. Nuestras oraciones se aíslan con frecuencia en la petición, a riesgo de transformar a Dios en simple "motor auxiliar" de nuestras insuficiencias: cuando todo va bien, prescindimos de El... Si algo va mal, pedimos su ayuda... Releamos este salmo, descubriremos otra forma de oración. No hay una sola línea de "petición". Por el contrario, el vocabulario de alabanza es de una intensidad y de una variedad admirables: Es admirable el cúmulo de cualidades que el salmista encuentra en Dios: ¡Tú eres grande, Señor... Poderoso, admirable, glorioso, fuerte, bueno, justo, tierno, amante, eterno, verdadero, fiel, compasivo, próximo, atento, salvador... Nuestra vida de oración se transformaría totalmente si adoptáramos más a menudo este tono positivo de alabanza, en lugar de la oración de petición, que en el fondo, nos encierra en nosotros mismos, para poner a Dios a nuestro servicio!

Dime cómo es tu oración, y te diré quién eres. Hay personas que dicen "amar" a otra persona, y de hecho sólo se aman a sí mismas: todo su lenguaje, todas sus actitudes, son únicamente para "aprovecharse" del otro y no para "servirlo"... "A menudo somos también con Dios interesados egoístas". Aunque decimos a Dios "hágase tu voluntad", de hecho estamos diciendo "que mi voluntad sea hecha". La recitación frecuente de este salmo podría enseñarnos a adoptar con más frecuencia hacia Dios un verdadero lenguaje de amor, orientado hacia El, y no orientado hacia nosotros. Dime si tu oración es "contemplación", "admiración", "mirada extasiada hacia Dios"... Y te diré si tú lo amas verdaderamente. Dime si aceptas "perder el tiempo" con El y te diré si tú lo amas verdaderamente. Dime si pasas todo el tiempo hablando o si tú dejas de hablar para escuchar, y te diré si tú lo amas a El (Noel Quesson).

La lectura cristiana de este salmo puede tener como trasfondo la plegaria de Jesús, el padrenuestro. Santificado sea tu Nombre..., venga a nosotros tu reino..., hágase tu voluntad..., danos hoy nuestro pan de cada día..., encontrar correspondencias en algunos expresiones de este salmo: bendeciré tu nombre por siempre jamás..., alabaré tu nombre por siempre jamás..., que proclamen la gloria de tu reinado..., tu reinado es un reinado perpetuo.... satisface los deseos de sus fieles..., tú les das la comida a su tiempo..., sacias de favores a todo viviente... Todo este amor que el salmista descubre en Dios, los cristianos lo descubrimos en Jesucristo que nos lo ha manifestado en su vida y nos ha enseñado a reconocerlo y expresarlo en la plegaria del padrenuestro (Jordi Latorre).

El Señor «es cariñoso con todas sus criaturas», comentaba Benedicto XVI: su “«reino» no consiste en el poder o el dominio, el triunfo o la opresión, como sucede por desgracia con frecuencia con los reinos terrenos, sino que es la sede de una manifestación de piedad, ternura, bondad, de gracia, de justicia, como confirma en varias ocasiones en los versículos que contienen la alabanza. La síntesis de este retrato divino está en el versículo 8: el Señor es «lento a la cólera y rico en piedad». Son palabras que recuerdan la presentación que el mismo Dios había hecho de sí mismo en el Sinaí, donde dijo: «El Señor, el Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad» (Éx 34,6). Tenemos aquí una preparación de la profesión de fe en Dios de san Juan, el apóstol, al decirnos simplemente que Él es amor: «Deus caritas est» (cf. 1 Jn 4,8.16). Además de fijarse en estas bellas palabras, que nos muestran a un Dios «lento a la cólera y rico en piedad», dispuesto siempre a perdonar y ayudar, nuestra atención se concentra también en el bellísimo versículo 9: «el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas». Una palabra que hay que meditar, una palabra de consuelo, una certeza que aporta a nuestra vida. En este sentido, san Pedro Crisólogo se expresa con estas palabras…: «"Grandes son las obras del Señor": pero esta grandeza que vemos en la grandeza de la Creación, este poder es superado por la grandeza de la misericordia. De hecho, habiendo dicho el profeta: "Grandes son las obras de Dios", en otro pasaje añade: "Su misericordia es superior a todas sus obras". La misericordia, hermanos, llena el cielo, llena la tierra… Por esto la grande, generosa, única misericordia de Cristo, que reservó todo juicio para un solo día, asignó todo el tiempo del hombre a la tregua de la penitencia… Por eso confía totalmente en la misericordia el profeta, que no tenía confianza en la propia justicia: "Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa" (Salmo 50, 3)». Y nosotros decimos también al Señor: «Piedad de mí, Dios mío, pues grande es tu misericordia»…

Es una gozosa alabanza al Señor como soberano amoroso y tierno, preocupado por todas sus criaturas. En efecto, el centro del canto está constituido por la celebración intensa y apasionada de la realeza divina, que es la expresión del proyecto salvífico de Dios. No estamos a merced de fuerzas oscuras, ni estamos solos con nuestra libertad, sino que hemos sido confiados a la acción del Señor poderoso y amoroso, que tiene para nosotros un designio, un reino que instaurar. Este reino no consiste en el poder o el dominio, el triunfo o la opresión, como sucede con frecuencia en los reinos terrenos, sino que es la sede de una manifestación de piedad, ternura y bondad, como afirma el Salmo: «el Señor es lento a la cólera y rico en piedad». Por eso comenta San Pedro Crisólogo: «"Grandes son las obras del Señor", pero más grande aún es su misericordia»”.

3. San Pablo nos dice, en la segunda lectura, que, si estamos poseídos y habitados por el amor de Dios, nada debe asustarnos: ni la aflicción, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro, ni la espada. Nada debe tener poder suficiente para apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Lo importante es estar poseídos por ese amor grande de Dios manifestado en Cristo. Todo lo demás se nos dará por añadidura. Hasta el hacer milagros. Probablemente estas líneas son la cumbre o una de ellas de la literatura paulina. La clave para entender este final del cap. 8 de Rm es más bien experiencial y afectiva que puramente racional. Quien siente algo semejante, aunque sea en grado menor, entiende estas afirmaciones, poéticas, líricas y místicas. Quien no, pasa por encima de ellas como si no fueran dirigidas a él y constituyesen privilegio de unos pocos elegidos. No: es algo válido para cualquier cristiano. Es más, no se basa Pablo en una respuesta personal -y por tanto voluntaria y opcional- a la obra divina, sino en esta misma acción de Dios que llega a todo hombre que se abre a ella. La piedra angular y cimiento de todo esto es Cristo, el Padre, el Espíritu y su amor derramado en nuestros corazones. Esto es así porque Dios nos ama, y eso no tiene acepción de personas. Por consiguiente todo cristiano ha de estar en condiciones de poder hacer suyas las afirmaciones de Pablo, que se entienden muy bien en sí mismas y apenas requieren explicación. Es más bien una asimilación y apropiación de ellas lo necesario para leer y entender estas frases. Y eso es posible para todos. En realidad tenemos aquí un "test" de nuestro cristianismo. O podemos decir esto mismo junto con Pablo, o nuestra fe está todavía en mantillas. Pablo se apoya en Cristo. Es el mismo que ha dicho poco antes (Rm 7,24): "¡desgraciado de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" y de cuanto lleva a esta exclamación. Pero esta misma persona, que no hace el bien que quiere, sino el mal que aborrece (Rm 7,19), puede decir que nada le separará de Dios porque Él le ama. Esto lo podemos decir todos, porque a todos nos ama Dios (F. Pastor). Claro que para acoger ese amor, hay que abrir el corazón, pues ¿de qué me sirve el billete de lotería ganador si no lo sé?, y para eso hemos de rezar, como recordaba Benedicto XVI a los jóvenes en la Jornada de Sydney: “Tenemos que permitir que el amor de Dios penetre en la dura costra de nuestra indiferencia, de nuestra aridez espiritual, de nuestro conformismo ciego con el espíritu de nuestro tiempo. Solo entonces podemos permitirle que encienda nuestra imaginación y plasme nuestros deseos más profundos. Por eso, la oración es tan importante: la oración cotidiana privada en la tranquilidad de nuestros corazones y ante el Santísimo Sacramento y la oración litúrgica en el corazón de la Iglesia”. La esperanza cristiana y la confianza inquebrantable en el amor que Dios nos tiene nos lleva a dejarnos llevar por ese amor divino, corresponder. Este es el fundamento de nuestra seguridad, pues si Dios está con nosotros y nos ama hasta el extremo de darnos a su propio Hijo, nadie podrá condenarnos. El amor de Dios, el que Dios nos tiene, se ha manifestado en el amor de Cristo que se ha desvivido por todos cuando todos éramos aún enemigos. Este amor es una fuerza victoriosa que nos libera del pecado y de la muerte y de cualquier amenaza. Pablo sabe muy bien que el cristiano está sometido a muchos peligros y necesidades: el sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre..., pero de todo ello sale victorioso con la ayuda de aquel que nos ha amado. Aquí habla por experiencia y desde la experiencia de una esperanza que se abre camino sin que nada ni nadie pueda detenerla. Pablo se siente presa del amor de Dios que se manifiesta en Cristo Jesús. Ninguna realidad creada puede separarnos de la omnipotencia del amor (“Eucaristía 1990).

San Agustín, para que no seamos ingenuos, sitúa no sólo en la dulzura del amor el contexto de estas palabras, sino también en la dureza de la cruz. En medio de las contrariedades y miserias, la paradoja de la cruz lleva a preferir a Jesús sobre todo lo demás: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? El Apóstol pasó ciertamente por alto todos los halagos del mundo, y quiso que los recordases tú el halagado por el mundo. ¿Por qué?, porque anunciaba de antemano los combates de los mártires; aquellos combates en que vencieron la persecución, el hambre, la sed, la penuria, la deshonra y, por último, el temor de la muerte y al más cruel de los enemigos. Mas considerad, hermanos, que todo es obra del arte de Cristo. El Apóstol nos invita a preferir el amor de Cristo al del mundo”.

4. La multiplicación de los panes y los peces es una catequesis eucarística. Una catequesis, por tanto, de lo que es la vida cristiana en su globalidad. Jesús sacia nuestra hambre de Dios, en él encontramos el camino que nos lleva hacia Dios (idea que recoge la plegaria eucarística V/B). Su palabra y su testimonio de vida y acción nos dicen cuál es la vida que vale la pena. En la Eucaristía nos alimentamos de esta palabra, de esta vida de Jesús. Su pan partido nos da vida. Como expresa el salmo de hoy: "Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo".

- Jesús nos urge a saciar el hambre de la humanidad sufriente: El camino por el cual nos conduce Jesús y que sacia nuestra hambre de Dios pasa por la entrega en favor de los que más sufren. Pasa por el compartirlo todo, sea poco o mucho lo que tengamos. Abrir los ojos, como Jesús. Darse cuenta de la realidad. Y dar una respuesta, no teórica sino práctica, como Jesús. La mesa eucarística siempre nos abre a la caridad. Y la caridad hecha acción nos lleva a la mesa eucarística. (Ya hemos visto que la primera lectura añade una tercera enseñanza vinculada a las de este evangelio: la gratuidad de Dios y la gratuidad de la caridad).

Luego de explicar las parábolas sobre los misterios del Reino, Jesús abandonaba Cafarnaúm para dirigirse “a su tierra” (Mt 13,54), a Nazaret. También allí, como era su costumbre, “enseñaba en la sinagoga”. Más a pesar de la admiración que suscitaba por sus enseñanzas, no pudo hacer allí muchos milagros “por su incredulidad” (v. 58). Podemos suponer que luego retornó a Cafarnaúm, donde le llegan noticias de la muerte de Juan Bautista. La noticia de la muerte del Bautista causó un impacto muy profundo en el alma del Señor, de modo que quiso pasar un tiempo en soledad, apartado de la muchedumbre que lo buscaba incesantemente. Con sus apóstoles subió a una barca para dirigirse a un sitio tranquilo y deshabitado donde tiene lugar la escena de hoy.

El Señor manda traer lo que tienen, toma los panes y los peces y procede a pronunciar la bendición elevando la mirada al cielo. Esta bendición de alimentos era costumbre entre los judíos. Los rabinos enseñaban que comer los alimentos sin bendecirlos constituía un pecado de infidelidad. Mientras los rabinos hacían esta oración mirando al suelo, el Señor eleva la mirada a lo Alto. Luego de la bendición el Señor partió los alimentos y se los daba a sus discípulos para que ellos diesen de comer a la muchedumbre. Todos estos eran gestos típicos de la comida judía, en la que el jefe de familia hacía la bendición, partía el pan y se lo entregaba a todos, recogiendo finalmente las sobras. Es entonces cuando el Señor realizó un milagro impresionante: “Comieron todos hasta quedar satisfechos.” El hecho evocaba por un lado a Moisés, por medio de quien Dios había enviado el “maná” o “pan del cielo” a su pueblo para alimentarlo en su marcha por el desierto (ver Ex 16,1ss; Jn 6,31-32). En aquellos tiempos se esperaba que el Mesías prometido por Dios vendría del desierto. Allí obraría grandes prodigios, con los que manifestaría la inauguración y presencia del Reino de los Cielos. Los tiempos mesiánicos estarían caracterizados por la sobreabundancia de bienes y bendiciones para todo el pueblo de Israel (ver Zac 1,17). Una de las señales que haría para ser reconocido como el Mesías enviado por Dios sería una “lluvia perpetua” de maná. De allí que le preguntan a Jesús: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.» (Jn 6,30-31) El Señor, a quienes así le preguntan, no les promete una nueva lluvia de maná, sino que se presenta a sí mismo como “el verdadero Pan del Cielo”, “el Pan vivo” (ver Jn 6,35.41.48-51), el Pan que Dios da, «el que baja del Cielo y da la vida al mundo» (Jn 6,33): «Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» (Jn 6,51). Por otro lado, el milagro de la multiplicación de los panes no era una novedad para el pueblo de Israel. Un milagro semejante había sido realizado por el profeta Eliseo, cuando alimentó milagrosamente a un grupo de cien hombres con sólo veinte panes de cebada. El diálogo entre Eliseo y su servidor se asemeja al diálogo entre el Señor y sus Apóstoles, y es por tanto una clave importante para comprender la respuesta que el Señor da sus Apóstoles: «Vino un hombre de Baal Salisa y llevó al hombre de Dios primicias de pan, veinte panes de cebada y grano fresco en espiga; y dijo Eliseo: “Dáselo a la gente para que coman”. Su servidor dijo: “¿Cómo voy a dar esto a cien hombres?” El dijo: “Dáselo a la gente para que coman, porque así dice Yahveh: Comerán y sobrará”. Se lo dio, comieron y dejaron de sobra, según la palabra de Yahveh.» (2Re 4,42-44). El milagro del Señor Jesús sobrepasa con creces la multiplicación obrada por medio del profeta Eliseo. La admirable sobreabundancia —dio de comer a unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños— indicaba que se trataba no sólo de un gran profeta enviado por Dios, sino del Mesías esperado. Por este milagro reconocieron en Él al «profeta que tenía que venir al mundo» (Jn 6,14). Pero el Señor Jesús, lejos de permitir que esta señal se constituya en el inicio de un mesianismo político (ver Jn 6,14-16), hace de este milagro el signo de otro milagro mayor: la futura transformación del pan y del vino en su propia carne y sangre, para ser comida y bebida para los creyentes. El pan que multiplica milagrosamente en el desierto es figura y preparación de la Eucaristía. Esa era la intención con que el Señor presentaba su milagro, y así lo entendieron los Evangelistas, cosa que se descubre al comparar los términos con los que los sinópticos describen esta distribución solemne y los de la Cena: «tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: “Tomad, comed, éste es mi cuerpo”» (Mt 26,26; Mc 14,22; Lc 22,19). San Juan, por su parte, lo hace evidente uniendo el milagro de la multiplicación de los panes con el discurso del “Pan de vida” (Jn 6; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1357,1333-1336.1339). De este modo quiso el Señor que se prolongase esta admirable multiplicación hasta que Él vuelva glorioso en su última venida. ¡Y verdaderamente es admirable esta nueva multiplicación! Por ella el Señor Jesús viene alimentando a enormes multitudes —a lo largo del tiempo y en diversos lugares del orbe— con la fracción y multiplicación de un solo y único Pan: su propio Cuerpo. Esta es la multiplicación que a través de los siglos se sigue realizando hoy. Este es el Pan que sigue siendo distribuido por los discípulos que por la Iglesia han recibido el encargo del Señor: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mt 14,16). Así, pues, en cada Eucaristía alcanza su realización lo que aquella figura anunciaba: en el Sacrificio Eucarístico es Cristo, el Hijo de María, el único Pan vivo que se parte y reparte para alimentarnos a todos nosotros. De este modo el Señor Jesús, en diversos lugares y al mismo tiempo, en diversos tiempos y en los mismos lugares, multiplica su presencia hasta que vuelva, y pronuncia en el hoy de nuestra historia aquella promesa que nos llena de confianza: «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). En Él encontramos el verdadero pan que se multiplica por su amor infinito hacia nosotros, el pan vivo que sacia el hambre de vida eterna que hay en cada uno de nosotros, pan sobreabundante que aún después de repartido entre tantos sobra y se recoge «para que nada se desperdicie» y pueda ser distribuido a todos los que tengan necesidad de Él. También hoy Él nos conduce a praderas de hierba fresca, enseñándonos con su Palabra de vida y fortaleciendo nuestra fragilidad con un alimento singular: ¡Ésta es la mesa que Él ha preparado para nosotros, una mesa cuya comida es su Cuerpo y cuya bebida es su Sangre, alimento que nos nutre y sostiene en el largo caminar y que es para nosotros prenda de vida eterna! Éste es el Cordero de Dios... ¡dichosos los llamados a la Cena del Señor! De este modo maravilloso Él ha querido acompañarnos siempre, guiarnos por senderos de justicia, de bondad y de misericordia, por todos los días de nuestra vida, hasta que por años sin término alcancemos habitar en su casa.

La gran multitud esperaba a Jesús... "Sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos". Los habló del Reino de Dios. Ahora bien, mientras tanto se hizo de noche. Los apóstoles le sugirieron que despidiera a la muchedumbre, para que pudieran encontrar algo para comer en los pueblos cercanos. Pero Jesús les dejó de piedra, diciéndoles en alto para que todos escucharan: "Dadles vosotros de comer". "No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces", le responden desconcertados. Jesús pide que se los lleven. Invita a todos a sentarse. Toma los cinco panes y los dos peces, reza, da gracias al Padre, después ordena distribuir todo a la multitud. "Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos". Eran unos 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños, dice el Evangelio. ¡Fue el picnic más feliz en la historia del mundo!

¿Qué nos dice este evangelio? En primer lugar, que Jesús se preocupa y "siente compasión" de todo el hombre, cuerpo y alma. A las almas les da la palabra, a los cuerpos la curación y la comida. Alguno podría decir: "Entonces, ¿por qué no lo hace también hoy? ¿Por qué no multiplica el pan entre tantos millones de hambrientos que hay sobre la tierra?". El evangelio de la multiplicación de los panes ofrece un detalle que nos puede ayudar a encontrar la respuesta. Jesús no sonó los dedos para que apareciera, como por arte de magia, pan y pescado para todos. Preguntó qué tenían; invitó a compartir lo poco que tenían: cinco panes y dos peces.

Hoy hace lo mismo. Pide que pongamos en común los recursos de la tierra. Sabemos perfectamente que, al menos desde el punto de vista alimenticio, nuestra tierra sería capaz de dar de comer a varios miles de millones de personas más de los actuales. Pero, ¿cómo podemos acusar a Dios de no dar pan suficiente para todos, cuando cada día destruimos millones de toneladas de alimentos que llamamos "excedentes" para que no bajen los precios? Mejor distribución, mayor solidaridad y capacidad para compartir: la solución está aquí.

Lo sé, no es tan fácil. Se da la manía de los armamentos, hay gobernantes irresponsables que contribuyen a mantener a muchas poblaciones en el hambre. Pero una parte de la responsabilidad recae también en los países ricos. Nosotros somos ahora esa persona anónima (un muchacho, según uno de los evangelistas) que tiene cinco panes y dos peces; sólo que los tenemos muy bien guardados y tenemos cuidado para nos entregarlos no vaya a ser que se repartan entre todos.

La manera en que se describe la multiplicación de los panes y de los peces ("levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente") siempre ha recordado la multiplicación de ese otro pan que es el cuerpo de Cristo. Por este motivo, las representaciones más antiguas de la Eucaristía nos muestran un cesto con cinco panes y, al lado, dos peces, como el mosaico descubierto en Tabga, en Palestina, en la iglesia construida en el lugar de la multiplicación de los panes, o en el famoso fresco de las catacumbas de Priscila en Roma.

En el fondo, lo que estamos haciendo en este momento también es una multiplicación de los panes: el pan de la Palabra de Dios. Yo he roto el pan de la Palabra e Internet ha multiplicado mis palabras de manera que más de cinco mil hombres, también en esta ocasión, han comido y han quedado saciados. Queda una tarea: recoger "los trozos sobrantes", hacer llegar la palabra también a quien no ha participado en el banquete. Convertirse en "repetidores" y testigos del mensaje (Raniero Cantalamessa). Se podría hablar también de la importancia del joven que puso lo suyo –poca cosa- que se multiplicó al dejarlo en manos del Señor: que la Virgen nos ayude a hacer lo mismo.

viernes, 29 de julio de 2011

San Mateo 14,1-12: La alegría del perdón va unida a la del jubileo, y aunque en este tiempo haya injusticias y sufrimiento, Dios pone en nuestro coraz


San Mateo 14,1-12:
La alegría del perdón va unida a la del jubileo, y aunque en este tiempo haya injusticias y sufrimiento, Dios pone en nuestro corazón la esperanza del cielo

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

Lectura del libro del Levítico 25,1.8-17: El Señor habló a Moisés en el monte Sinaí: -«Haz el cómputo de siete semanas de años, siete por siete, o sea cuarenta y nueve años. A toque de trompeta darás un bando por todo el país, el día diez del séptimo mes. El día de la expiación haréis resonar la trompeta por todo vuestro país. Santificaréis el año cincuenta y promulgaréis manumisión en el país para todos sus moradores. Celebraréis jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y retornará a su familia. El año cincuenta es para vosotros jubilar; no sembraréis ni segaréis el grano de ricio ni cortaréis las uvas de cepas bordes. Porque es jubileo; lo considerarás sagrado. Comeréis de la cosecha de vuestros campos. En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad. Cuando realices operaciones de compra y venta con alguien de tu pueblo, no lo perjudiques. Lo que compres a uno de tu pueblo se tasará según el número de años transcurridos después del jubileo. Él a su vez te lo cobrará según el número de cosechas anuales: cuantos más años falten, más alto será el precio; cuanto menos, menor será el precio. Porque él te cobra según el número de cosechas. Nadie perjudicará a uno de su pueblo. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor, vuestro Dios.»

Salmo 66,2-3.5.7-8: R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.

Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra.

La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 14,1-12. En aquel tiempo, oyó el virrey Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a sus ayudantes: -«Ése es Juan Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los poderes actúan en él.» Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo habla metido en la cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque Juan le decía que no le estaba permitido vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta. El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos, y le gustó tanto a Herodes que juró darle lo que pidiera. Ella, instigada por su madre, le dijo: -«Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista.» El rey lo sintió; pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran; y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven, y ella se la llevó a su madre. Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús.

Comentario: 1.- Lv 25,1.8-17. A la lista de fiestas de ayer hay que añadir la de hoy: el Jubileo, cada cincuenta años. Cada siete semanas de años, y empezando en la fiesta de la Expiación, se celebraba en Israel un año especial, del que tenemos pocas noticias en la Biblia, y que ha estado de actualidad por el Jubileo del año 2000 convocado por Juan Pablo II, con la petición de perdón. Sus características son interesantes, sobre todo desde el punto de vista social: cada uno recobra la propiedad de lo que había enajenado; las tierras vuelven a la familia, se condonan las deudas, los esclavos son liberados («promulgaréis manumisión en el país»), incluso el campo descansa en barbecho durante ese año. De ahí que los precios de los campos o de las cosas variasen mucho, según si era inminente o lejano el año jubilar. El Jubileo tenía, pues, para los judíos un sentido religioso, de culto a Dios; pero, también, un carácter social, de una justicia igualitaria, que contribuye a que las propiedades no se vayan acumulando en unas pocas manos y todos tengan con qué vivir.

Los cristianos no hemos seguido esta costumbre de los años jubilares hasta muy tarde. El año 1300, el papa Bonifacio VIII lo proclamó por primera vez. A partir de entonces, se han ido celebrando cada cincuenta años, al principio y, luego, cada veinticinco. El Jubileo debería servir para el restablecimiento de la justicia social. A la vez que nos gozamos de que todo ese año sea como un «sacramento de la gracia salvadora de Dios», recogemos el espíritu social del Levítico. Iniciativas como la condonación de deudas al Tercer Mundo, la ayuda económica del 0'7, la aportación personal y la valiosa colaboración de las diversas clases de voluntariado a los países más pobres, serían buenos pasos hacia una justicia social más concreta, para que la distancia entre países ricos y pobres no vaya agrandándose, como hasta ahora, sino reduciéndose. Y eso, tanto en el nivel internacional como en la distribución de bienes en el nacional.

La ley prescribía cada siete años un año-sabático, cuyo origen no fue otro que la necesidad de dejar de barbecho una tierra que era bastante pobre (Ex 23,10-12), y que pronto se convirtió en la ocasión de dar la libertad a los esclavos (Ex 21,2-6). Esta prescripción fue considerada utópica, pues en seguida la legislación sacerdotal la reemplazó por la creación de un año jubilar, cada cincuenta años. El "año-jubilar" tiene probablemente su origen en la necesidad de adaptar, después de cincuenta años, el año solar al año lunar. Pero, en el momento en que entra en vigor la legislación sacerdotal, es probablemente olvidado este origen: solo se piensa en reproducir las exigencias de la antigua ley sabática. El objeto de esta prescripción es, pues, la restitución, a los cincuenta años, de todas las tierras compradas en los años precedentes. En el fondo, esta medida vuelve a transformar en contratos de arriendo todos los contratos de compra-venta. Se pretende, con esta medida, que los propietarios no pierdan jamás, de modo definitivo, su patrimonio, y que la herencia familiar, a la que la legislación sacerdotal atribuye gran importancia, pueda ser mantenida. Pero, aparte de ese contexto económico y social, comienzan a manifestarse algunas ideas religiosas que tienen su interés para la evolución futura del año jubilar. En primer lugar, la concepción según la cual la tierra pertenece a Dios; esta es la razón fundamental por la cual no se la puede enajenar definitivamente. En segundo lugar, la idea del "rescate", subyacente a las prescripciones del jubileo y que exige que una propiedad familiar sea "rescatada" preferentemente por un pariente (el "goel") para que no se pierda el derecho a la herencia. Y, por último, la idea de la remisión, no solamente de las deudas, sino también de los pecados, aparece, muy tímidamente aún, en el hecho de la apertura del año jubilar, en el décimo día del séptimo mes, día de las Expiaciones: de este modo se establece una conexión entre la remisión de las deudas y la de los pecados. Estas tres ideas son particularmente importantes aun cuando apenas si son presentidas en el texto del Levítico. Tomando esas ideas como base, los profetas salvarán la institución de la decadencia en que inevitablemente caía, y volverán a lanzarla en un futuro escatológico en donde las perspectivas tomarán una densidad más espiritual. El Tercer-Isaías tiene el mérito de esta perspectiva escatológica (Is 61,1-3). Ya no es necesario tocar la trompeta para anunciar el año jubilar: basta la palabra del profeta. La palabra "evangelio" ha nacido, además, en este contexto, como si lo esencial del evangelio fuera la "buena nueva" del "año de gracia" del Señor.

Ahora bien, el primer discurso pronunciado por Jesús al principio de su vida pública será precisamente un comentario del texto de Isaías, en el que anuncia el año jubilar espiritual (Lc 4,21). Cristo enfoca su ministerio como un verdadero año jubilar. Lo pondrá de manifiesto en numerosas ocasiones, justificando su comportamiento mediante alusiones al texto del profeta Isaías (Mt 11,2-6; Lc 1,77; Ef 1,7). Lo manifestará especialmente mediante el uso de su poder de "perdonar los pecados", que escandalizará a los fariseos (Mt 9,6). El ministerio público de Cristo será, en efecto, una serie ininterrumpida de liberaciones, curaciones, remisiones de deudas y de pecados. Y, cuando suba al Padre, tendrá muy en cuenta situar este poder jubilar de la remisión de los pecados dentro de la liturgia dominical, confiando este poder a los apóstoles en su primera aparición, por el don del Espíritu mesiánico (Jn 20,22-23). Así, pues, no podemos buscar una supervivencia particular del año sabático y del año jubilar en el cristianismo, fuera del domingo; en él se celebra la remisión de las deudas, en él se vive por adelantado la era mesiánica, en que la libertad y el rescate se hacen realidades de vida (Maertens-Frisque).

Este texto nos muestra que, después de cuarenta y nueve años, es decir, después de una semana de semanas de años, estaba prescrito celebrar el año siguiente como año jubilar, como año fuera de las semanas de años, fuera del ritmo según el cual se suceden los años sabáticos. Esto nos muestra también la significación de Pentecostés celebrado después de una semana de semanas que dura el tiempo pascual. Este quincuagésimo día viene a ser, bajo este punto de vista, un «octavo día» más expresivo todavía que los demás; está plenamente justificado por ser el primero de los domingos en los que la Iglesia, habiendo celebrado los misterios de su Señor, celebra ahora la vida de Aquel en ella. Todo esto nos descubre la significación del octavo día. Siendo el sábado el séptimo día de la semana, el domingo es el primero; pero nunca ha recibido esta denominación y los Padres prefirieron la idea del octavo día, como si los siete días de la creación hiciesen pensar en la tierra y el octavo se proyectase en una perspectiva divina y escatológica. Según la Epístola del pseudo-Bernabé (fin del siglo I o principios del II), el octavo día es el verdadero sábado, prefigurado por el sábado mosaico: el octavo día es el sábado que ha creado el mismo Señor... El dice a los judíos: No soporto más vuestras neomenías y vuestros sábados (/Is/01/13). Ved bien lo que quiere decir: no son de ningún modo los sábados actuales los que me agradan, sino aquel que yo he creado y en el cual, poniendo fin al universo, he imaginado el octavo día, es decir, en el otro mundo. He ahí por qué nosotros celebramos con júbilo el octavo día en el cual Jesús resucitó. El "Libro de los secretos de Henoch" (monumento de la teología palestinense del siglo que precedió inmediatamente a la aparición del cristianismo) hace hablar de este modo a Dios: «Yo bendigo toda mi creación visible y el séptimo día, en el cual descansé de todas mis obras. Yo determiné también el octavo día para que sea el primero, el primero creado con mi descanso... Como el primer día el domingo, así también el octavo día, para que los domingos se sucedan ininterrumpidamente».

San Juan Crisostomo escribió en su Segundo tratado de la compunción (último cuarto del siglo IV): «La vida presente no es más que una sola semana que comienza en el primer día y finaliza en el séptimo y vuelve con las mismas dimensiones y se repite con el mismo principio para encaminarse hacia el mismo fin. He ahí por qué nadie llamaría al domingo octavo día, sino primero. En efecto, el ciclo septenario no se extiende al número ocho. Pero cuando todas las cosas antiguas se detuvieron y se disolvieron, entonces surgió la carrera del octavario. Su curso, en efecto, no vuelve jamás al principio, sino que constituye extensiones sucesivas». El deseo de superar la cifra de siete ha impreso su marca en la organización de la semana de Pascua. «El septenario bautismal finaliza el sábado in albis, así llamado en nuestro misal porque en este día, último de la semana, antiguamente los neófitos deponían los vestidos blancos con los que se revistieron la noche de Pascua, inmediatamente después del bautismo. Mas para superar el número siete, número sagrado en la antigua ley, y al alcanzar el número ocho, número perfecto de la ley nueva, pareció ventajoso transformar el septenario bautismal en una verdadera octava mediante la incorporación del domingo" (L. Heuschen).

Hoy leeremos la ley del «Jubileo». Este tema ha resonado profundamente entre las comunidades negras de los Estados Unidos, como una invitación a salir de la esclavitud y a recobrar la libertad. Aunque, de hecho, ha sido poco aplicada ¡cuán significativa es esa costumbre!; todos los cincuenta años, los judíos debían celebrar un «año sabático», una especie de año de gran descanso, un «año jubilar», un año de alegría y de libertad que comportaba la liberación de todos los esclavos, la anulación de las deudas, la devolución del patrimonio a su propietario. Es una ley social anticipada. -Declararéis «Santo» este año cincuenta... Un «año santo» El Papa Pablo VI, siguiendo la gran tradición bíblica proclamó también para el mundo entero un año de reconciliación. Luego hemos vivido otros años de la Redención, y el gran Año del 2º Milenio de la venida del Señor… -Proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes: cada uno recobrará su patrimonio, cada cual regresará a su familia. Un año de libertad... en el que los amos liberan a sus siervos y no les obligan ya a trabajar. ¡Una especie de sabat, de domingo de un año de duración! ¿Soy consciente de las formas nuevas y disimuladas que toma HOY la esclavitud? El trabajo embrutecedor... Las promiscuidades impuestas... La tensión nerviosa provocada por los ritmos y la velocidad... La avidez del dinero mantenida por la publicidad... La creación de falsas necesidades... A partir de mi propia vida puedo buscar cuales son las esclavitudes de las que el Señor quisiera liberarme. Vivir mis domingos con ese espíritu. -Este año cincuenta será para vosotros un año jubilar... ¡Jubilar! ¿Tiene esta palabra significado para mí? ¿Suelo mostrar júbilo, ser feliz en profundidad y difundir a mi alrededor el gusto de vivir? -No sembraréis, ni segaréis los rebrotes, ni vendimiaréis... Comeréis lo que el campo dé de sí. Esto nos parece un poco irreal. Pero, más allá de las prescripciones concretas, ¡qué lección se encuentra también aquí! ¡Conviene que nos lo repitamos de vez en cuando! el hombre no está hecho para el trabajo sino para la vida, sobre todo cuando el trabajo es embrutecedor, pesado, falto de atractivo. Hemos de descubrir de nuevo el sentido del «tiempo libre», de la «oración», de la «contemplación", de la «creatividad artística», del «juego por el juego» del «gusto de estar juntos». ¡Dios nos quiere felices! Su creación no es una trampa, no se trata de una inmensa fábrica de desgracias para los hombres «Dios vio que todo era bueno ¡y descansó del trabajo que había hecho!» Es preciso que meditemos esa sorprendente fórmula. (Génesis, 2-3) ¿Sé encontrar tiempo de "respirar"? ¿Personalmente, en familia? -Que ninguno de vosotros dañe a su prójimo, antes bien que conserve el temor de Dios, pues Yo soy el Señor, vuestro Dios. ¡Dios se hace fiador de la justicia y de la libertad! Jesús se presentó a sí mismo en ese contexto jubilar cuando dijo «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Nueva a los pobres, la libertad a los cautivos, dar libertad a los oprimidos, proclamar un "año jubilar", un año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19) En efecto, Jesús es la alegría. El Evangelio es la alegría (Noel Quesson).

2. Es un canto de alabanza a Dios, con deseo y petición de salvación universal que encontrarán su cumplimiento en la llegada de Jesús y envío de los Apóstoles con el Espíritu Santo, predicación de la conversión (cf Lc 24,47) y en la implantación de la Iglesia en la que hombres de todos los pueblos se unen en la alabanza al Señor (cf Hch 2,9-12.47). Se pide la fecundidad de la tierra y la protección ante los enemigos, que todos los pueblos se unan en esta alabanza a Dios cantada por Israel y la salvación llegue a todas las naciones, se rijan por los planes divinos, como dice S. Agustín: “¡oh bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste, en otro viste. Oíste en tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste en el tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu mirada por todo el mundo; contempla la heredad del Señor difundida ya hasta los confines del orbe” (S. Agustín). La Iglesia, al rezar este salmo en fiestas de la Virgen María, significa que por su internecesión maternal nos llegan las bendiciones de Dios (Biblia de Navarra).

En el fondo, un Jubileo es un homenaje a Dios, dueño del tiempo y del cosmos, que quiere que todos puedan vivir de sus dones. El culto a Dios va siempre unido a la justicia para con sus hijos, sobre todo los más débiles. Por una parte, podemos cantar con el salmo: «la tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor nuestro Dios»; pero, por otra, no podemos olvidar su voluntad de que seamos justos con los demás: «porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra». No estará mal que, en torno a los distintos Jubileos que la Iglesia propone, cada uno conceda «amnistía» a los que tenga, por así decirlo, «presos» o «secuestrados», y contribuya, en su ambiente familiar o comunitario, a un mejor reparto de los bienes de Dios. Como nos lo recomienda el Levítico: «nadie perjudicará a uno de su pueblo: teme a tu Dios, yo soy el Señor vuestro Dios».

Así comenta Juan Pablo II: “Acaba de resonar la voz del antiguo salmista, que ha elevado al Señor un canto jubiloso de acción de gracias. Es un texto breve y esencial, pero que se abre a un inmenso horizonte, hasta abarcar idealmente a todos los pueblos de la tierra. Esta apertura universalista refleja probablemente el espíritu profético de la época sucesiva al destierro babilónico, cuando se deseaba que incluso los extranjeros fueran llevados por Dios al monte santo para ser colmados de gozo. Sus sacrificios y holocaustos serían gratos, porque el templo del Señor se convertiría en "casa de oración para todos los pueblos" (Is 56,7). También en nuestro salmo, el número 66, el coro universal de las naciones es invitado a unirse a la alabanza que Israel eleva en el templo de Sión. En efecto, se repite dos veces esta antífona: "Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben" (vv. 4 y 6).

Incluso los que no pertenecen a la comunidad elegida por Dios reciben de él una vocación: en efecto, están llamados a conocer el "camino" revelado a Israel. El "camino" es el plan divino de salvación, el reino de luz y de paz, en cuya realización se ven implicados también los paganos, invitados a escuchar la voz de Yahvé (cf. v. 3). Como resultado de esta escucha obediente temen al Señor "hasta los confines del orbe" (v. 8), expresión que no evoca el miedo, sino más bien el respeto, impregnado de adoración, del misterio trascendente y glorioso de Dios.

Al inicio y en la parte final del Salmo se expresa el deseo insistente de la bendición divina: "El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros (...). Nos bendice el Señor nuestro Dios. Que Dios nos bendiga" (vv. 2.7-8). Es fácil percibir en estas palabras el eco de la famosa bendición sacerdotal que Moisés enseñó, en nombre de Dios, a Aarón y a los descendientes de la tribu sacerdotal: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz" (Nm 6,24-26). Pues bien, según el salmista, esta bendición derramada sobre Israel será como una semilla de gracia y salvación que se plantará en el terreno del mundo entero y de la historia, dispuesta a brotar y a convertirse en un árbol frondoso. El pensamiento va también a la promesa hecha por el Señor a Abrahán en el día de su elección: "De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y serás tú una bendición. (...) Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra" (Gn 12,2-3).

En la tradición bíblica uno de los efectos comprobables de la bendición divina es el don de la vida, de la fecundidad y de la fertilidad. En nuestro salmo se alude explícitamente a esta realidad concreta, valiosa para la existencia: "La tierra ha dado su fruto" (v. 7). Esta constatación ha impulsado a los estudiosos a unir el Salmo al rito de acción de gracias por una cosecha abundante, signo del favor divino y testimonio ante los demás pueblos de la cercanía del Señor a Israel. La misma frase llamó la atención de los Padres de la Iglesia, que partiendo del ámbito agrícola pasaron al plano simbólico. Así, Orígenes aplicó ese versículo a la Virgen María y a la Eucaristía, es decir, a Cristo que procede de la flor de la Virgen y se transforma en fruto que puede comerse. Desde esta perspectiva "la tierra es santa María, la cual viene de nuestra tierra, de nuestro linaje, de este barro, de este fango, de Adán". Esta tierra ha dado su fruto: lo que perdió en el paraíso, lo recuperó en el Hijo. "La tierra ha dado su fruto: primero produjo una flor (...); luego esa flor se convirtió en fruto, para que pudiéramos comerlo, para que comiéramos su carne. ¿Queréis saber cuál es ese fruto? Es el Virgen que procede de la Virgen; el Señor, de la esclava; Dios, del hombre; el Hijo, de la Madre; el fruto, de la tierra".

Concluyamos con unas palabras de san Agustín en su comentario al Salmo. Identifica el fruto que ha germinado en la tierra con la novedad que se produce en los hombres gracias a la venida de Cristo, una novedad de conversión y un fruto de alabanza a Dios. En efecto, "la tierra estaba llena de espinas", explica. Pero "se ha acercado la mano del escardador, se ha acercado la voz de su majestad y de su misericordia; y la tierra ha comenzado a alabar. La tierra ya da su fruto". Ciertamente, no daría su fruto "si antes no hubiera sido regada" por la lluvia, "si no hubiera venido antes de lo alto la misericordia de Dios". Pero ya tenemos un fruto maduro en la Iglesia gracias a la predicación de los Apóstoles: "Al enviar luego la lluvia mediante sus nubes, es decir, mediante los Apóstoles, que anunciaron la verdad, "la tierra ha dado su fruto" con más abundancia; y esta mies ya ha llenado el mundo entero."”

“"La tierra ha dado su fruto", exclama el salmo 66 (…). Esa frase nos hace pensar en un himno de acción de gracias dirigido al Creador por los dones de la tierra, signo de la bendición divina. Pero este elemento natural está íntimamente vinculado al histórico: los frutos de la naturaleza constituyen una ocasión para pedir repetidamente a Dios que bendiga a su pueblo (cf. vv. 2, 7 y 8), de forma que todas las naciones de la tierra se dirijan a Israel, intentando llegar al Dios Salvador a través de él. Por consiguiente, la composición refleja una perspectiva universal y misionera, en la línea de la promesa divina hecha a Abraham: "En ti serán bendecidas todas las naciones de la tierra" (Gn 12,3; cf. 18,18; 28,14).

La bendición divina implorada para Israel se manifiesta de una forma concreta en la fertilidad de los campos y en la fecundidad, o sea, en el don de la vida. Por eso, el salmo comienza con un versículo (cf. Sal 66,2) que remite a la célebre bendición sacerdotal referida en el libro de los Números: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz" (Nm 6,24-26). El tema de la bendición se repite al final del salmo, donde se habla nuevamente de los frutos de la tierra (cf. Sal 66,7-8). Pero allí se encuentra el tema universalista que confiere a la sustancia espiritual de todo el himno una sorprendente amplitud de horizontes. Es una apertura que refleja la sensibilidad de un Israel ya preparado para confrontarse con todos los pueblos de la tierra. Este salmo probablemente fue compuesto después de la experiencia del exilio en Babilonia, cuando el pueblo ya había iniciado la experiencia de la diáspora entre naciones extranjeras y en nuevas regiones.

Gracias a la bendición implorada por Israel, toda la humanidad podrá conocer "los caminos" y "la salvación" del Señor (cf. v. 3), es decir, su plan salvífico. A todas las culturas y a todas las sociedades se les revela que Dios juzga y gobierna a todos los pueblos y naciones de la tierra, llevando a cada uno hacia horizontes de justicia y paz (cf. v. 5). Es el gran ideal hacia el que tendemos, es el anuncio que más nos afecta, hecho en el salmo 66 y en muchas páginas proféticas (cf. Is 2,1-5; 60,1-22; Jl 4,1-11; So 3,9-10; Ml 1,11). Esta será también la proclamación cristiana, que san Pablo presentará recordando que la salvación de todos los pueblos es el centro del "misterio", es decir, del plan salvífico de Dios: "Los gentiles son coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio" (Ef 3,6).

Israel ya puede pedir a Dios que todas las naciones participen en su alabanza; será un coro universal: "Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben", se repite en el salmo (cf. Sal 66, 4 y 6). El deseo del salmo anticipa el acontecimiento descrito en la carta a los Efesios cuando alude tal vez al muro que en el templo de Jerusalén mantenía a los paganos separados de los judíos: "Ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad. (...) Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios" (Ef 2, 13-14. 19). De ahí se sigue un mensaje para nosotros: debemos derribar los muros de las divisiones, de la hostilidad y del odio, para que la familia de los hijos de Dios se reúna en armonía a la misma mesa, bendiciendo y alabando al Creador por los dones que concede a todos, sin distinciones (cf. Mt 5,43-48).

La tradición cristiana ha interpretado el salmo 66 en clave cristológica y mariológica. Para los Padres de la Iglesia "la tierra que ha dado su fruto" es la Virgen María, que da a luz a Cristo nuestro Señor. Así, por ejemplo, san Gregorio Magno en la Exposición sobre el primer libro de los Reyes comenta este versículo, apoyándolo con muchos otros pasajes de la Escritura: "A María se la llama con razón "monte lleno de frutos", porque de ella ha nacido un fruto óptimo, es decir, un hombre nuevo. Y el profeta, contemplando su hermosura y la gloria de su fecundidad, exclama: "Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz" (Is 11,1). David, exultando por el fruto de este monte, dice a Dios: "Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. (...) La tierra ha dado su fruto". Sí, la tierra ha dado su fruto, porque aquel que la Virgen engendró no lo concibió por obra de hombre, sino porque el Espíritu Santo la cubrió con su sombra. Por eso, el Señor dice al rey y profeta David: "Pondré sobre tu trono al fruto de tus entrañas" (Sal 131,11). Por eso, Isaías afirma: "Y el fruto de la tierra será sublime" (Is 4,2). En efecto, aquel que la Virgen engendró no fue solamente "un hombre santo", sino también "Dios fuerte" (Is 9,5)"”.

3.- Mt 14, 1-12. Hemos leído en san Marcos 6, 14-29 (Viernes de la 4ª semana ordinaria) el relato de la muerte de Juan Bautista. -Juan Bautista y Jesús... Se les comparaba el uno al otro. En todo el evangelio subyace esta comparación. Esto prueba el impacto que la predicación de Juan Bautista había tenido en la opinión pública. -Oyó Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo: "Ese es Juan Bautista que ha resucitado..." Herodes no tenía buena conciencia. Había mandado decapitar al profeta; pero temía un castigo divino. Y, de lejos, ¡Jesús le aparecía como una reviviscencia de aquél que había creído decapitar! Creyendo, incluso de modo supersticioso, en esta intervención milagrosa de Dios, Herodes estaba, de hecho, más cerca de la verdadera personalidad de Jesús, que sus compatriotas de Nazaret, que no veían en El más que al carpintero. Pero no basta creer en lo "maravilloso", para creer verdaderamente en Dios. -En efecto, Herodes, había mandado prender a Juan a causa de Herodías, mujer de su hermano Felipe, pues Juan le decía: "¡No te es lícito tenerla por mujer!" "El evangelio no es neutro", nos repiten el Papa y los obispos. Frente a ciertos grandes problemas, el evangelio toma posición... con el riesgo de conducir a los creyentes hasta el martirio... por el hecho de defender una cierta idea del hombre. ¿Somos capaces de comprometernos por la verdad, la justicia, la moral? Sí, lo que se trata aquí pertenece a la Moral. Señor, ten piedad de nosotros. Danos el valor de decir la verdad, cueste lo que cueste.

Este Herodes Antipas es el mismo de la pasión, hijo de Herodes el Grande (Lc 2,1-18 que vemos en el nacimiento de Jesús) y gobernaba las regiones de Galilea y Perea, estaba casado con una hija de un rey de Arabia pero vivía en concubinato con Herodías. El historiador Flavio Josefo nos dice que la hija de Herodías se llamaba Salomé, la que baila: “danza una joven, su madre siente rebosar crueldad, entre los placeres y lascivias de los comensales se jura temerariamente, e imíamente se cumple lo jurado” (S. Agustín), cometen un crimen. Es el anti-ejemplo del gobernante, y de lo que no se debe jurar, y cuándo no se debe cumplir un juramento… “es malo prometer el reino como recompensa por un baile, es cruel conceder la muerte de un profeta por mantener un juramento” (S. Ambrosio). A Jesús le espera el mismo destino que a su precursor, Juan el Bautista. Un profeta auténtico no sólo es rechazado en su tierra -como decía Jesús ayer-, sino que ese rechazo termina, muchas veces, con la muerte. A Herodes lo que oye contar de Jesús le recuerda a Juan el Bautista. No tiene la conciencia tranquila, porque le había hecho matar en la cárcel, por instigación de Herodías. “El ávido dragón degustaba la cabeza del siervo, teniendo ansias de la Pasión del Señor” (S. Pedro Crisólogo).

-El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en público, y le gustó tanto a Herodes que juró darle lo que pidiera. "¡Dame, ahora mismo, en una bandeja, la cabeza de Juan Bautista!" Juan Bautista, el más "grande de todos los profetas" según las palabras de Jesús... Juan Bautista que "bautizó" a Jesús en el Jordán... ¿Cómo es posible, Señor, que tus amigos estén tan a menudo a la merced de los grandes de este mundo? ¿Por qué tus amigos parecen todos fracasar humanamente? mientras triunfan los impíos, aquellos que se mofan de las leyes elementales de la justicia y de la moral... El misterio de tu cruz está ya presente en esa cárcel en la que se corta la cabeza a un profeta, en esa corte escandalosa donde baila una mozuela descarada, en ese festín abominable en el cual, y mientras se sirven los mejores vinos, se presenta la cabeza de un hombre en una hermosa bandeja cincelada. Dichosos los pobres, para ellos es el reino de los cielos. En cualquier lugar donde sufre un hombre, es Jesús el que sufre y al que se tortura. -El rey se entristeció, pero debido a los juramentos que había hecho, ordenó decapitar a Juan en su prisión.

La figura del Bautista es recia y admirable, en su coherencia, en la lucidez de su predicación y de sus denuncias. También en eso es Precursor de Jesús. “¿Qué mal le ha causado su final a este hombre justo? ¿Qué ha podido hacer su muerte violenta? (…) No fue una muerte, sino una victoria lo que él recibió, no fue el fin de una vida, sino el comienzo de una mayor. Aprende a comportarse como un cristiano, y no sólo no te causará daño nada, sino que ganarás mejores recompensas” (S. Juan Crisóstomo).

Es valiente y comprometido. Dice la verdad, aunque desagrade. Es figura, también, de tantos cristianos que han muerto víctimas de la intolerancia por el testimonio que daban contra situaciones inaguantables. Los profetas mudos prosperan. Los auténticos suelen terminar mal.

Jesús nos dijo que debíamos ser luz y sal y fermento de este mundo. O sea, profetas. Profetas son los que interpretan y viven las realidades de este mundo desde la perspectiva de Dios. Por eso, muchas veces, tienen que denunciar el desacuerdo entre lo que debería ser y lo que es, entre lo que Dios quiere y lo que los intereses de determinadas personas o grupos pretenden. Un cristiano deberá estar dispuesto a todo. Ya anunció Jesús a los suyos que los llevarían a los tribunales, que los perseguirían, que los matarían. Como a él. Y, sin embargo, vale la pena ser coherentes y dar testimonio del mensaje de Jesús en nuestro mundo, empezando por nuestra familia, grupo o comunidad (J. Aldazábal).

Así las cosas, el asunto no estuvo muy claro, Herodes lo siente; si pudiera, evitaría ese pecado; pero es débil. Pilato será también un hombre débil y sin estar tampoco de acuerdo dejará que condenen a Jesús. Todo ello símbolo de una pobre humanidad, mezcla de debilidad y de buenas intenciones. Ten piedad de nosotros, Señor. Ten piedad de las víctimas y de los verdugos. Ten piedad de los que se divierten desenfrenadamente. Ten piedad de los que hacen mofa de la persona humana, de la vida humana. -Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron y fueron a contárselo a Jesús. Es pues en un contexto de ese género en el que Tú has vivido, Señor. Juan, era tu primo, tu precursor... Sí, el te precedía. Tu propia muerte está cerca (Noel Quesson).